En el mes de febrero de este año vino a España, invitado por el centro cultural Miguel Mañara, Roberto Formigoni. Roberto Formigoni, perteneciente a Comunión y Liberación, fue uno de los impulsores del Movimiento Popular, iniciativa de reflexión cultural, de trabajo social y de lucha política en la sociedad italiana. El es actualmente secretario general de este Movimiento Popular.
Se presentó como candidato independiente en las últimas elecciones al Parlamento Europeo, y fue el candidato más votado en su colegio electoral, que abarcaba todo el noroeste de Italia.
Ya en el Parlamento, fue elegido presidente de la comisión política.
Aprovechando su estancia en Madrid le hicimos la entrevista que ahora publicamos.
Tú conociste el movimiento Comunión y Liberación, que entonces se llamaba Juventud Estudiantil, hace 24 años, cuando estabas en el colegio. ¿Qué es lo que te llamó la atención, lo que te hizo adherirte a la propuesta que se te hizo?
Lo que me impactó en el primer momento, aunque sólo más tarde comprendí, era la simpatía y la ilusión humana con la que algunos de mis compañeros vivían en la escuela. En un país considerado católico como Italia, el catolicismo era en la práctica un moralismo, una serie de reglas morales y prohibiciones que no satisfacían a los jóvenes, y de hecho los años sesenta fueron los de la crisis del cristianismo en mi país. Por el contrario, el catolicismo del que daban testimonio mis compañeros era el de una total apertura a todo lo humano, y así sucedía que ese grupo de personas eran las más vivaces humanamente de toda la escuela.
Durante varios años fui a las reuniones que organizaba la juventud estudiantil sin comprender muy bien lo que era el movimiento. Pero seguía con ellos por la atracción que esa gente tenía para mí. Más tarde, a los cinco o diez años comprendí el alcance verdaderamente revolucionario que esa concepción del cristianismo tenía para toda la vida. Esta revolución se podía concretar de esta manera: el cristianismo es una vida, no una teoría, ni una filosofía, ni una ética; sino un acontecimiento entrado en la historia, el Dios hecho hombre. Y al hacerse hombre, Dios nos estaba diciendo que todo lo humano está destinado a renovarse. Esto es por lo que el movimiento estaba interesado en todo lo que sucedía en el mundo. Por eso, nosotros, chavales de 15 y 16 años, participábamos en reuniones en las que se hablaba de política, hacíamos asambleas sobre el enamoramiento y el baile, etc. Y en la pequeña ciudad donde yo vivía hicimos una escuela de ballet clásico, una de esgrima y un grupo de teatro.
Ahora, a los 24 años de mi encuentro con el movimiento, me doy cuenta de que este planteamiento, mejor dicho, esta vida, está en una posición fuertemente dialéctica con la concepción que la mayoría de la gente tiene del cristianismo. Usando otra fórmula sintética, diría que el movimiento me ha enseñado a amar profundamente lo humano, y a ser cristiano porque es la manera más verdadera de ser hombre. Tanto es así, que si yo encontrara una manera más auténtica de ser hombre, la seguiría.
Hacia el año 1975, tú y algunos compañeros de la experiencia de Comunión y Liberación creasteis el Movimiento Popular (MP), para «hacer posible la presencia y la acción del sujeto popular cristiano en todos los espacios sociales de cuya gestión depende la calidad de vida de un pueblo». ¿En qué modalidades concretas se articula esta presencia de los cristianos y del MP en la sociedad italiana?
Antes de contestar a la pregunta concreta, me gustaría decir que tenemos que trabajar y movernos en un mundo que ha olvidado los fundamentos mismos del hombre y la percepción misma de su dignidad. La batalla que estamos llamados a realizar es la inevitable de oposición, para defender la visión integral del hombre, visión que le lleva a participar en todos los campos de la vida.
Se podía hablar mucho de cómo esta actitud determina la acción cotidiana del MP, y de cómo hace nacer continuamente nuevas obras. Sólo daré un rápido repaso a cada una de ellas.
Los centros de solidaridad son la defensa de una dimensión fundamental de la persona: el trabajo y su dignidad, y educan en una posición creativa frente a ello. Los centros culturales, en una sociedad teledependiente, y donde avanza la incultura, educan a una libertad de posición, a una crítica personal. Las empresas cooperativas exaltan la capacidad de riesgo personal en el trabajo y el valor de ser emprendedores. El «meeting» de Rimini es el ejemplo de cómo una cultura cristiana, claramente expresada, es capaz de encontrar y valorar cualquier posición humana. Los congresos de los Católicos Populares (el MP en la universidad) han demostrado que la universidad puede salir de la perversa dialéctica entre el no cumplir las obligaciones de los cargos, y el desinterés. La creación de instrumentos de prensa, periódicos, revistas y editoriales, quiere ser un desafío contra la «racionalidad» que desaconseja meterse en un campo dominado por los poderes económicos. Por último, la batalla por los derechos humanos: esta bandera fue enarbolada en los últimos decenios por la cultura laica, después por la izquierda; actualmente sólo los cristianos parecen culturalmente capaces de defender la dignidad del hombre en dondequiera que ésta sea conculcada.
En un reciente documento de trabajo del MP, se lee que «no ha nacido con un interés de hacer política, sino con un interés por todo lo que tiene que ver con la expresividad humana, ha nacido para crear una experiencia más verdadera y una sociedad más humana». ¿Qué significa esto?
Significa que, ahora igual que hace diez años, la raíz de la que nace el MP no es una visión de interés político, sino un interés humano movido por una educación cristiana. De hecho, una educación cristiana auténtica, como para nosotros la recibida en el movimiento de CL, suscita una curiosidad, una apertura, un amor en el encuentro con todo lo que es humano, con todo lo que ocurre en el mundo. Para nosotros, poner en marcha el MP no fue hacer una cosa distinta de CL, sino hacer explícitas con toda precisión las implicaciones, las consecuencias prácticas de CL. Hacer el MP afirmando civilmente nuestra identidad cristiana significaba que el acontecimiento cristiano tiene que ver con la civilización y la sociedad, da origen a la civilización. Después de muchos años donde había crecido el complejo de inferioridad de los cristianos frente a la cultura laica y marxista, significaba volver a decir que los cristianos no tenían vergüenza de su propia identidad, sino que al contrario, la ofrecían a todos como fórmula para la construcción de una sociedad más justa, más humana.
Esta actitud, aun no naciendo por un interés político, contiene en sí, en su núcleo esencial, el compromiso político, que en el curso de los años se ha ido explicitando, junto con todos los otros compromisos.
Frecuentemente se acusa al movimiento de CL de mantener posturas integristas, ¿qué dices a esta acusación?
La acusación de integrismo nace en quien tiene miedo de que cualquier identidad se exprese en la sociedad. La acusación de integrismo nace de quien habiendo perdido un rostro, no teniendo ya una cultura, ni una fe, estando ya plenamente reducido al anonimato, tiene terror de que pueda sobrevivir en la sociedad un rostro, una cultura, un pueblo. La mayor desgracia de la sociedad de hoy, sobre todo de la europea, es justamente que en la misma ya no hay rostros, culturas, identidades. Cuando se manifiesta una identidad, sea cual sea, inmediatamente surge la acusación de integrismo. De lo que se deduce que la acusación de integrismo suele designar un interesante fenómeno en la sociedad. Porque solamente un hombre que tenga una cultura, un rostro, una identidad, puede valorar y aceptar las otras culturas, rostros, identidades. Tanto es así que en las elecciones universitarias, muchos estudiantes extranjeros, musulmanes en su mayoría, se acercan a nosotros y nos dicen que nos votarán, porque defendiendo nuestro derecho a existir, a tener una identidad, están también afirmando su propio derecho a tener su propia identidad, mucho más que si votaran a los laicistas, que no tienen ninguna identidad propia.
El modelo de sociedad a que tiende la cultura moderna, tanto de derechas como de izquierdas, es una sociedad anónima, arrasada, con rostros irreconocibles. La sociedad que nos gusta a nosotros, por el contrario, es una sociedad con cien colores, donde cien rostros distintos conviven y se pueden expresar. La sociedad que nos gusta es una sociedad democrática, mientras que la que se está construyendo en Europa es una sociedad totalitaria.
Toda la prensa italiana, sea del color que sea, tiene que reconocer que nuestro movimiento es el más vivo y el que incide más en los jóvenes de hasta 35 años. Y esto porque el movimiento conjuga dos características: una identidad religiosa clarísima, y una capacidad de compartir y dar respuesta a las necesidades concretas y fundamentales de los hombres.
Pero esta actitud del movimiento en la afirmación de una identidad cristiana clara, en la superación del dualismo de la fe por una parte, la vida por otra, la globalidad con que el movimiento quiere vivir todas las dimensiones de lo humano, crea también problemas con otros sectores de la Iglesia. Hay gente que no entiende la dimensión política del movimiento...
Es un problema grave, pues la mayoría de los cristianos piensan que la actitud más consecuentemente cristiana es la de esconderse, la de no aparecer frente a la sociedad, con lo que reducen el cristianismo a algo vago, abstracto, que no interesa para la vida, y por lo tanto no interesa a los hombres. En Italia existe una gran discusión sobre estos temas. CL ha afirmado siempre que el cristiano debe estar presente en el ambiente. A esta postura, la Acción Católica y otras entidades de la Iglesia contraponen el término opción religiosa. Frente a presencia, opción religiosa, diciendo que el cristiano como tal debe interesarse sólo por las cosas religiosas. Como he dicho antes, el cristianismo es una vida. Si sólo fuera un aspecto añadido a mi vida, ¿para qué me interesaría?
El movimiento propugna una presencia directa, mientras que el resto opina que hay que hacer una mediación. El cristianismo necesita -dicen-de un puente, de algo intermedio para presentarse en la política o en la cultura, para de esa forma no aparecer como tales católicos. Luego si tu no haces mediaciones, te llaman integrista. Pero nosotros no somos integristas, ¿qué es ser integristas? La mayoría de la gente que te acusa de ello no lo sabe. El integrismo es un fenómeno histórico dentro de la Iglesia que pretendía deducir mecánicamente líneas de comportamiento político del Evangelio. Nosotros no afirmamos la unidad y la identidad entre el plano político y religioso, sino lo que afirmamos es la unidad de la persona, la unidad del hombre que vive la fe religiosa y hace política. El problema es no estar roto en dos como persona.
A partir de la unidad de este sujeto, si existe este sujeto unificado en sí mismo, si reflexiona culturalmente, entonces juzga, hace cultura, se relaciona con otras gentes, contacta con otras culturas, etc. De hecho, nuestro movimiento es lo más abierto, lo más valorizador de otras culturas que existe.
Pero no tengo miedo de todos estos ataques que nos vienen de dentro y de fuera de la Iglesia. Nuestra experiencia tiene tal nivel de madurez, que ya no es atacable desde fuera. Desde fuera pueden arrasamos físicamente, pueden meternos en la cárcel, pero no podrán arrancar ni un pelo de la identidad del movimiento. La única posibilidad es que seamos nosotros mismos los que nos destruyamos desde el interior. Que seamos infieles al encuentro hecho. Que lleguemos a negar este encuentro, la verdad de lo que ha sucedido. Porque la traición que cada uno de nosotros puede hacer es negar la verdad de lo que ha sucedido. Cuando uno se va del movimiento, no se va diciendo: pensaba que era justo, pero me doy cuenta de que estaba equivocado. Sino que para marcharse, uno se siente obligado a decir: no era verdad, no ha sucedido, lo que me ha ocurrido era un sueño. Porque el movimiento no es una teoría, de la que se pueda afirmar que era equivocada, sino es una vida, ante la cual, uno sólo puede adherirse o rechazarla diciendo que en realidad era un sueño.
Por último, hablemos un poco sobre tu actividad actual en el Parlamento europeo. ¿Cuáles fueron los motivos por los que te presentaste a las elecciones al Parlamento europeo?
Existen tres motivos. El primero es la excepcional importancia del tema «Europa». Contrariamente a lo que el clima dominante en los periódicos induce a pensar, creo que realmente estamos en un punto en el que o se consigue construir una Europa que tenga una identidad, que realice la unidad entre pueblos y culturas diversas, o será difícil conjurar el riesgo de una auténtica corrupción de la convivencia. Me ha empujado en ésta dirección la concepción de Europa que tiene Juan Pablo II; desde el inicio de su pontificado, el Papa lanza llamamientos a Europa para que recupere sus raíces cristianas, su identidad, para que se conciba a sí misma como una, desde el Atlántico a los Urales e intente superar la división debida al tratado de Yalta. Me parece que es una causa por la que vale la pena comprometerse.
El segundo motivo está indicado por la palabra misión: el movimiento en estos años me ha educado a concebir la vida como algo que se hace por un ideal, por grandes causas de unidad entre los hombres, y de anuncio del Reino de Dios en la historia. Esta ocasión se ofrece a nuestra historia, a mi historia, para intentar este anuncio, a través de un trabajo cultural y político, a una realidad más amplia, que va más allá de nuestro país.
El tercer motivo consiste en nuestra concepción de cultura. Como decía antes, el hombre tiene el peligro de una involución y un empobrecimiento de su vida, la pérdida de un significado de la existencia, la pérdida de una identidad con la cual afrontar los problemas cada vez más complejos y graves que surgen hoy debido a las rápidas transformaciones en curso. Es necesario por lo tanto una vuelta a una cultura del hombre. Quiero estar entre los que trabajan por esto, y elijo el campo de Europa para llevar adelante más que nada esta concepción plena e integral del hombre.
¿Pero no es un poco ingenuo hablar de cultura ante los graves problemas políticos, económicos, de todo tipo que asolan a Europa?
Precisamente porque en el Parlamento se discuten los problemas económicos, que se palpan, precisamente por eso, es necesario que ahí dentro esté presente una voz que impulse el ideal. Porque lo que pone en movimiento la materia no es la materia. Lo que hace que se llegue a un acuerdo económico, en las contradicciones del Parlamento, no es precisamente un interés económico. Porque la economía está hecha por los hombres. Y por eso voy al Parlamento, para dar testimonio de esto. La misma crisis actual de Europa atestigua esto. Se ha querido construir la unidad europea precisamente a través de un Mercado común europeo, pensando que al partir directamente de los problemas reales, económicos, y al dejar a un lado las cuestiones culturales, morales, que podrían distraer la atención, entonces se llegaría más pronto a la unidad. El resultado es el que vemos todos.
Yo estoy allí justamente para hacer explícito lo que en la conciencia de muchos se empieza a ver claro. Es decir, que el punto de partida debe ser distinto. La unidad se debe basar en lo que hemos llamado las raíces cristianas de Europa, la convergencia en unidad de las culturas europeas. Sólo afirmando esta unidad de culturas se podrá empezar a solucionar los problemas de otro tipo, ya sean económicos o políticos.
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