Va al contenido

Huellas N.8, Abril 1985

ENTRE NOSOTROS

Afirmar la unidad del hombre

Javier Castaño

En el mes de febrero de este año vi­no a España, invitado por el centro cul­tural Miguel Mañara, Roberto Formi­goni. Roberto Formigoni, pertenecien­te a Comunión y Liberación, fue uno de los impulsores del Movimiento Po­pular, iniciativa de reflexión cultural, de trabajo social y de lucha política en la sociedad italiana. El es actualmente secretario general de este Movimiento Popular.
Se presentó como candidato inde­pendiente en las últimas elecciones al Parlamento Europeo, y fue el candida­to más votado en su colegio electoral, que abarcaba todo el noroeste de Italia.
Ya en el Parlamento, fue elegido presidente de la comisión política.
Aprovechando su estancia en Ma­drid le hicimos la entrevista que ahora publicamos.


Tú conociste el movimiento Comunión y Libera­ción, que entonces se llamaba Juventud Estudiantil, hace 24 años, cuando estabas en el colegio. ¿Qué es lo que te llamó la atención, lo que te hizo adherirte a la propuesta que se te hizo?
Lo que me impactó en el primer momento, aun­que sólo más tarde comprendí, era la simpatía y la ilu­sión humana con la que algunos de mis compañeros vivían en la escuela. En un país considerado católico como Italia, el catolicismo era en la práctica un mora­lismo, una serie de reglas morales y prohibiciones que no satisfacían a los jóvenes, y de hecho los años sesen­ta fueron los de la crisis del cristianismo en mi país. Por el contrario, el catolicismo del que daban testimonio mis compañeros era el de una total apertura a to­do lo humano, y así sucedía que ese grupo de perso­nas eran las más vivaces humanamente de toda la escuela.
Durante varios años fui a las reuniones que or­ganizaba la juventud estudiantil sin comprender muy bien lo que era el movimiento. Pero seguía con ellos por la atracción que esa gente tenía para mí. Más tar­de, a los cinco o diez años comprendí el alcance ver­daderamente revolucionario que esa concepción del cristianismo tenía para toda la vida. Esta revolución se podía concretar de esta manera: el cristianismo es una vida, no una teoría, ni una filosofía, ni una ética; sino un acontecimiento entrado en la historia, el Dios hecho hombre. Y al hacerse hombre, Dios nos estaba diciendo que todo lo humano está destinado a reno­varse. Esto es por lo que el movimiento estaba intere­sado en todo lo que sucedía en el mundo. Por eso, nosotros, chavales de 15 y 16 años, participábamos en reuniones en las que se hablaba de política, hacíamos asambleas sobre el enamoramiento y el baile, etc. Y en la pequeña ciudad donde yo vivía hicimos una es­cuela de ballet clásico, una de esgrima y un grupo de teatro.
Ahora, a los 24 años de mi encuentro con el movi­miento, me doy cuenta de que este planteamiento, mejor dicho, esta vida, está en una posición fuerte­mente dialéctica con la concepción que la mayoría de la gente tiene del cristianismo. Usando otra fórmula sintética, diría que el movimiento me ha enseñado a amar profundamente lo humano, y a ser cristiano por­que es la manera más verdadera de ser hombre. Tan­to es así, que si yo encontrara una manera más autén­tica de ser hombre, la seguiría.

Hacia el año 1975, tú y algunos compañeros de la experiencia de Comunión y Liberación creasteis el Movimiento Popular (MP), para «hacer posible la pre­sencia y la acción del sujeto popular cristiano en to­dos los espacios sociales de cuya gestión depende la calidad de vida de un pueblo». ¿En qué modalidades concretas se articula esta presencia de los cristianos y del MP en la sociedad italiana?
Antes de contestar a la pregunta concreta, me gus­taría decir que tenemos que trabajar y movernos en un mundo que ha olvidado los fundamentos mismos del hombre y la percepción misma de su dignidad. La batalla que estamos llamados a realizar es la inevita­ble de oposición, para defender la visión integral del hombre, visión que le lleva a participar en todos los campos de la vida.
Se podía hablar mucho de cómo esta actitud de­termina la acción cotidiana del MP, y de cómo hace nacer continuamente nuevas obras. Sólo daré un rá­pido repaso a cada una de ellas.
Los centros de solidaridad son la defensa de una dimensión fundamental de la persona: el trabajo y su dignidad, y educan en una posición creativa frente a ello. Los centros culturales, en una sociedad telede­pendiente, y donde avanza la incultura, educan a una libertad de posición, a una crítica personal. Las em­presas cooperativas exaltan la capacidad de riesgo per­sonal en el trabajo y el valor de ser emprendedores. El «meeting» de Rimini es el ejemplo de cómo una cul­tura cristiana, claramente expresada, es capaz de en­contrar y valorar cualquier posición humana. Los con­gresos de los Católicos Populares (el MP en la univer­sidad) han demostrado que la universidad puede salir de la perversa dialéctica entre el no cumplir las obli­gaciones de los cargos, y el desinterés. La creación de instrumentos de prensa, periódicos, revistas y edito­riales, quiere ser un desafío contra la «racionalidad» que desaconseja meterse en un campo dominado por los poderes económicos. Por último, la batalla por los derechos humanos: esta bandera fue enarbolada en los últimos decenios por la cultura laica, después por la izquierda; actualmente sólo los cristianos parecen cul­turalmente capaces de defender la dignidad del hom­bre en dondequiera que ésta sea conculcada.

En un reciente documento de trabajo del MP, se lee que «no ha nacido con un interés de hacer políti­ca, sino con un interés por todo lo que tiene que ver con la expresividad humana, ha nacido para crear una experiencia más verdadera y una sociedad más huma­na». ¿Qué significa esto?
Significa que, ahora igual que hace diez años, la raíz de la que nace el MP no es una visión de interés político, sino un interés humano movido por una edu­cación cristiana. De hecho, una educación cristiana auténtica, como para nosotros la recibida en el movi­miento de CL, suscita una curiosidad, una apertura, un amor en el encuentro con todo lo que es humano, con todo lo que ocurre en el mundo. Para nosotros, poner en marcha el MP no fue hacer una cosa distinta de CL, sino hacer explícitas con toda precisión las im­plicaciones, las consecuencias prácticas de CL. Hacer el MP afirmando civilmente nuestra identidad cristia­na significaba que el acontecimiento cristiano tiene que ver con la civilización y la sociedad, da origen a la ci­vilización. Después de muchos años donde había cre­cido el complejo de inferioridad de los cristianos fren­te a la cultura laica y marxista, significaba volver a de­cir que los cristianos no tenían vergüenza de su pro­pia identidad, sino que al contrario, la ofrecían a to­dos como fórmula para la construcción de una socie­dad más justa, más humana.
Esta actitud, aun no naciendo por un interés polí­tico, contiene en sí, en su núcleo esencial, el compro­miso político, que en el curso de los años se ha ido explicitando, junto con todos los otros compromisos.

Frecuentemente se acusa al movimiento de CL de mantener posturas integristas, ¿qué dices a esta acusación?
La acusación de integrismo nace en quien tiene miedo de que cualquier identidad se exprese en la so­ciedad. La acusación de integrismo nace de quien ha­biendo perdido un rostro, no teniendo ya una cultu­ra, ni una fe, estando ya plenamente reducido al ano­nimato, tiene terror de que pueda sobrevivir en la so­ciedad un rostro, una cultura, un pueblo. La mayor desgracia de la sociedad de hoy, sobre todo de la euro­pea, es justamente que en la misma ya no hay rostros, culturas, identidades. Cuando se manifiesta una iden­tidad, sea cual sea, inmediatamente surge la acusación de integrismo. De lo que se deduce que la acusación de integrismo suele designar un interesante fenómeno en la sociedad. Porque solamente un hombre que tenga una cultura, un rostro, una identidad, puede valorar y aceptar las otras culturas, rostros, identidades. Tan­to es así que en las elecciones universitarias, muchos estudiantes extranjeros, musulmanes en su mayoría, se acercan a nosotros y nos dicen que nos votarán, por­que defendiendo nuestro derecho a existir, a tener una identidad, están también afirmando su propio dere­cho a tener su propia identidad, mucho más que si votaran a los laicistas, que no tienen ninguna identi­dad propia.
El modelo de sociedad a que tiende la cultura mo­derna, tanto de derechas como de izquierdas, es una sociedad anónima, arrasada, con rostros irreconocibles. La sociedad que nos gusta a nosotros, por el contrario, es una sociedad con cien colores, donde cien rostros distintos conviven y se pueden expresar. La sociedad que nos gusta es una sociedad democrática, mientras que la que se está construyendo en Europa es una so­ciedad totalitaria.
Toda la prensa italiana, sea del color que sea, tie­ne que reconocer que nuestro movimiento es el más vivo y el que incide más en los jóvenes de hasta 35 años. Y esto porque el movimiento conjuga dos caracterís­ticas: una identidad religiosa clarísima, y una capaci­dad de compartir y dar respuesta a las necesidades con­cretas y fundamentales de los hombres.

Pero esta actitud del movimiento en la afirmación de una identidad cristiana clara, en la superación del dualismo de la fe por una parte, la vida por otra, la globalidad con que el movimiento quiere vivir todas las dimensiones de lo humano, crea también proble­mas con otros sectores de la Iglesia. Hay gente que no entiende la dimensión política del movimiento...
Es un problema grave, pues la mayoría de los cris­tianos piensan que la actitud más consecuentemente cristiana es la de esconderse, la de no aparecer frente a la sociedad, con lo que reducen el cristianismo a al­go vago, abstracto, que no interesa para la vida, y por lo tanto no interesa a los hombres. En Italia existe una gran discusión sobre estos temas. CL ha afirmado siem­pre que el cristiano debe estar presente en el ambien­te. A esta postura, la Acción Católica y otras entida­des de la Iglesia contraponen el término opción reli­giosa. Frente a presencia, opción religiosa, diciendo que el cristiano como tal debe interesarse sólo por las cosas religiosas. Como he dicho antes, el cristianismo es una vida. Si sólo fuera un aspecto añadido a mi vi­da, ¿para qué me interesaría?
El movimiento propugna una presencia directa, mientras que el resto opina que hay que hacer una me­diación. El cristianismo necesita -dicen-de un puen­te, de algo intermedio para presentarse en la política o en la cultura, para de esa forma no aparecer como tales católicos. Luego si tu no haces mediaciones, te llaman integrista. Pero nosotros no somos integristas, ¿qué es ser integristas? La mayoría de la gente que te acusa de ello no lo sabe. El integrismo es un fenóme­no histórico dentro de la Iglesia que pretendía dedu­cir mecánicamente líneas de comportamiento político del Evangelio. Nosotros no afirmamos la unidad y la identidad entre el plano político y religioso, sino lo que afirmamos es la unidad de la persona, la unidad del hombre que vive la fe religiosa y hace política. El problema es no estar roto en dos como persona.
A partir de la unidad de este sujeto, si existe este sujeto unificado en sí mismo, si reflexiona cultural­mente, entonces juzga, hace cultura, se relaciona con otras gentes, contacta con otras culturas, etc. De he­cho, nuestro movimiento es lo más abierto, lo más va­lorizador de otras culturas que existe.
Pero no tengo miedo de todos estos ataques que nos vienen de dentro y de fuera de la Iglesia. Nuestra experiencia tiene tal nivel de madurez, que ya no es atacable desde fuera. Desde fuera pueden arrasamos físicamente, pueden meternos en la cárcel, pero no po­drán arrancar ni un pelo de la identidad del movimien­to. La única posibilidad es que seamos nosotros mis­mos los que nos destruyamos desde el interior. Que seamos infieles al encuentro hecho. Que lleguemos a negar este encuentro, la verdad de lo que ha sucedi­do. Porque la traición que cada uno de nosotros pue­de hacer es negar la verdad de lo que ha sucedido. Cuando uno se va del movimiento, no se va diciendo: pensaba que era justo, pero me doy cuenta de que es­taba equivocado. Sino que para marcharse, uno se sien­te obligado a decir: no era verdad, no ha sucedido, lo que me ha ocurrido era un sueño. Porque el movi­miento no es una teoría, de la que se pueda afirmar que era equivocada, sino es una vida, ante la cual, uno sólo puede adherirse o rechazarla diciendo que en rea­lidad era un sueño.

Por último, hablemos un poco sobre tu actividad ac­tual en el Parlamento europeo. ¿Cuáles fueron los motivos por los que te presentaste a las elecciones al Parlamento europeo?
Existen tres motivos. El primero es la excepcional im­portancia del tema «Europa». Contrariamente a lo que el clima dominante en los periódicos induce a pensar, creo que realmente estamos en un punto en el que o se consigue construir una Europa que tenga una iden­tidad, que realice la unidad entre pueblos y culturas diversas, o será difícil conjurar el riesgo de una autén­tica corrupción de la convivencia. Me ha empujado en ésta dirección la concepción de Europa que tiene Juan Pablo II; desde el inicio de su pontificado, el Papa lan­za llamamientos a Europa para que recupere sus raí­ces cristianas, su identidad, para que se conciba a sí misma como una, desde el Atlántico a los Urales e in­tente superar la división debida al tratado de Yalta. Me parece que es una causa por la que vale la pena comprometerse.
El segundo motivo está indicado por la palabra mi­sión: el movimiento en estos años me ha educado a concebir la vida como algo que se hace por un ideal, por grandes causas de unidad entre los hombres, y de anuncio del Reino de Dios en la historia. Esta ocasión se ofrece a nuestra historia, a mi historia, para inten­tar este anuncio, a través de un trabajo cultural y po­lítico, a una realidad más amplia, que va más allá de nuestro país.
El tercer motivo consiste en nuestra concepción de cultura. Como decía antes, el hombre tiene el peligro de una involución y un empobrecimiento de su vida, la pérdida de un significado de la existencia, la pérdi­da de una identidad con la cual afrontar los proble­mas cada vez más complejos y graves que surgen hoy debido a las rápidas transformaciones en curso. Es ne­cesario por lo tanto una vuelta a una cultura del hom­bre. Quiero estar entre los que trabajan por esto, y elijo el campo de Europa para llevar adelante más que na­da esta concepción plena e integral del hombre.

¿Pero no es un poco ingenuo hablar de cultura ante los graves problemas políticos, económicos, de todo tipo que asolan a Europa?
Precisamente porque en el Parlamento se discuten los problemas económicos, que se palpan, precisamente por eso, es necesario que ahí dentro esté presente una voz que impulse el ideal. Porque lo que pone en mo­vimiento la materia no es la materia. Lo que hace que se llegue a un acuerdo económico, en las contradic­ciones del Parlamento, no es precisamente un interés económico. Porque la economía está hecha por los hombres. Y por eso voy al Parlamento, para dar testi­monio de esto. La misma crisis actual de Europa ates­tigua esto. Se ha querido construir la unidad europea precisamente a través de un Mercado común europeo, pensando que al partir directamente de los problemas reales, económicos, y al dejar a un lado las cuestiones culturales, morales, que podrían distraer la atención, entonces se llegaría más pronto a la unidad. El resul­tado es el que vemos todos.
Yo estoy allí justamente para hacer explícito lo que en la conciencia de muchos se empieza a ver claro. Es decir, que el punto de partida debe ser distinto. La unidad se debe basar en lo que hemos llamado las raí­ces cristianas de Europa, la convergencia en unidad de las culturas europeas. Sólo afirmando esta unidad de culturas se podrá empezar a solucionar los problemas de otro tipo, ya sean económicos o políticos.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

Vuelve al inicio de página