En su sexta peregrinación a Latinoamérica (desde el 26 de enero hasta el 6 de febrero de este año) Juan Pablo II ha querido hacer el primer gesto de aquella «Nueva Evangelización» que él mismo confió como tarea a la Iglesia de Sudamérica el 12 de octubre de 1984, cuando en Santo Domingo quiso inaugurar una gran novena de nueve años como preparación al V Centenario del Descubrimiento del Nuevo Mundo.
La Iglesia y su misión evangelizadora, las vocaciones y su crecimiento, la catequesis sistemática, el laicado consciente y responsable, la reconciliación entre los pueblos para una auténtica unidad, los grupos étnicos y sus derechos, la evangelización preferente a los pobres, al movimiento de los trabajadores y la evangelización del trabajo y de la cultura: han sido éstos los temas fundamentales desarrollados entre los montes y los valles andinos, en las ciudades de Venezuela, Ecuador, Perú y Trinidad y Tobago.
Sin embargo en toda esta peregrinación se puede captar una característica reiterada con insistencia por Juan Pablo II: la proposición de los movimientos eclesiales como «signo de la comunidad eclesial y de su eficacia evangelizadora... tanto más necesarios y oportunos en un mundo en vía de urbanización y de socialización», de modo que pueden ser considerados «decisivos para los años venideros». Los movimientos eclesiales pueden ser hoy para la Iglesia los continuadores de la obra de aquellos que, por primera vez hace 500 años, llevaron el anuncio libertador de Cristo en aquellas tierras cuyo descubrimiento hizo nuevo el mundo.
Presentamos algunos de los pasajes principales en los que el Papa ha subrayado esta propuesta.
Introducción de Mauro Vandelli
Ser cristianos auténticos y construir una sociedad más justa, más fraterna, más acogedora y pacífica.
La segunda pregunta de vuestra encuesta era: ¿Qué crees que debe hacer la Iglesia frente a la situación del país?
Muchas son las respuestas que habéis dado. Pero dejadme deciros que ante todo la Iglesia cuenta y quiere contar con vosotros, fuerza joven, siempre alerta, generosa y capaz de las mejores entregas y de los más nobles sacrificios.
Por eso ella os pide que, para ser más eficaces, no os quedéis aislados. Uníos a los movimientos del apostolado seglar. En ellos encontraréis un modo concreto de ser y hacer Iglesia, una escuela para vuestra formación, un impulso para vuestra entrega creadora de espíritu nuevo, un modo de realizar vuestra vida como comunión y participación.
¡Qué gran cauce, queridos jóvenes, para el desarrollo de vuestra personalidad podéis encontrar en la Iglesia! En ella tenéis la palabra orientadora de Dios que da sentido a vuestra vida; la acción de Cristo que hermana a todos los hombres, haciéndolos hijos del Padre común; la fuerza impulsora para vuestras energías creadoras de un mundo nuevo, justo y fraternal.
Por eso la Iglesia se propone también como centro impulsor de justicia, de verdad, de lucha contra el pecado en todas sus formas. Por eso quiere guiar hacia una sociedad más justa mediante las normas que da en su enseñanza social. Una enseñanza que vosotros, jóvenes, debéis estudiar para empeñaros en llevarla a la práctica.
Estoy convencido de que una de las cosas mejores que puede hacer la Iglesia, para reanimar la fe de los venezolanos y contribuir a una sociedad mejor, es dedicarse a una formación seria y cristiana de la juventud, y a la unificación de la misma. Por eso aliento hacia una acción revitalizada en las parroquias y familias cristianas, en la escuela, el liceo y la universidad. Es un desafío para la Iglesia de vuestro país.
(Encuentro con los jóvenes en el estadio olímpico de la Ciudad Universitaria de Caracas, el 28 de enero).
Ser testigos de Jesús resucitado y constructores de la nueva sociedad según Dios.
Quiero dejaros, laicos católicos, tres consignas fundamentales.
Ante todo, creed en el Señor. Porque, en efecto, «la fecundidad del apostolado seglar depende de la unión vital de los seglares con Cristo» (Apostolicam actuositatem, 4). Estáis llamados por el bautismo a ir configurando vuestra vida, siempre en modo más radical y transparente, hacia la plena madurez en Cristo ¿Acaso no sois «christifideles»? Abrid pues siempre más vuestro corazón a Cristo, acoged su presencia misteriosa y fecunda, cultivad la intimidad con Él en ese encuentro que cambia la vida, que la hace más plenamente humana, que potencia y da horizontes sin confín a la verdad, a la dignidad, a la felicidad del hombre.
El mensaje de la Iglesia puede sintetizarse en la exhortación que Pedro dirigió a los judíos en el Pentecostés de la Iglesia, y que como sucesor suyo os dirijo a vosotros, laicos venezolanos: Convertíos a Cristo, para recibir el don del Espíritu (cfr. Hech. 2,38). Esa exhortación está dirigida a todos los hombres y mujeres, a vuestros compatriotas de las ciudades, de los pueblos y de los llanos, de las islas, de las montañas y de las selvas. ¿Cuántos son aún los bautizados que no han desplegado en sus propias vidas la gracia de esa presencia y encuentro con el Señor? ¿Cuántos no son también los profesionales católicos?
Si hoy nos alegramos por los 100.000 venezolanos evangelizadores, hombres nuevos que quieren testimoniar y proclamar que Cristo es el Señor, no dudéis de que vuestra tierra está ya trabajada por la siembra del Evangelio; y está preparada para que puedan ser muchos más, sí, muchísimos más, los cristianos que superen toda separación entre fe recibida y vida personal, familiar y social; que ahonden y maduren una fe vivida, eclesial, con todos sus frutos de santidad, de comunión, de apostolado, de servicio al hombre.
Se trata de promover -como señalé en México- una vasta tarea de evangelización y catequesis, un empeño capilar e intenso de formación de laicos de fe segura, unidos dinámicamente a la Iglesia, bien anclados en Cristo, «Perseverantes en el testimonio y en la acción evangélica, coherentes y valientes en sus compromisos temporales, promotores de paz y justicia contra toda violencia u opresión, agudos en el discernimiento crítico de las situaciones e ideologías a la luz de las enseñanzas sociales de la Iglesia» (A las Organizaciones católicas, 29 de enero de 1979, 6).
Sé que no es poco lo que os pido a vosotros los laicos venezolanos que representáis. Por eso, para estar a la altura de todas esas exigencias de vida cristiana integral, creced siempre en el Señor. Creced hacia la plenitud en Dios (cfr. Ef 3, 19).
Os dejo otra consigna: revitalizad vuestros movimientos eclesiales de laicos. Ellos pueden y deben cumplir un papel fundamental. Ya tuve ocasión de señalarlo a vuestros obispos en su reciente visita ad limina: «la organización en grupos y movimientos apostólicos diversos va a ser decisiva en los años venideros»; pero han de contar con «la suficiente formación, sentido de unidad eclesial y profunda espiritualidad» (A los obispos de Venezuela, 30 de agosto 1984, 8) Los movimientos apostólicos constituyen un signo de la comunión eclesial y de su eficacia evangelizadora -ya lo afirmaba el Concilio Vaticano II-, tanto más necesarios y oportunos en un mundo en proceso de creciente organización y socialización.
La Iglesia en Venezuela sabe reconocer el bien que han aportado, su contribución indispensable y enriquecedora, lo mucho que se espera aún de ellos. Pero se requiere una mayor revitalización de ese tejido asociado a los laicos, en Venezuela y en América Latina, para que entre la labor conductora de los pastores y el arraigo cristiano en el pueblo fiel operen fuerzas vivas, vigorosas y multiplicadoras de vocaciones cristianas, en todos los campos profesionales laicales.
En comunión sincera con los obispos y en fidelidad inquebrantable a la verdad sobre Cristo, sobre la Iglesia y sobre el hombre; animados por sus respectivos carismas; abiertos al diálogo, colaboración y enriquecimiento recíproco; disponibles para la actuación de los planes pastorales, sean vuestros movimientos escuelas de formación cristiana, experiencia de comunión y participación, lugares irradiantes que tanto necesita vuestra comunidad eclesial, fermentos misioneros en todos los ambientes de vida, embriones germinales de nueva sociedad.
(Discursos a los laicos en la catedral de Caracas, 28 de enero)
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