Extraño pero verdadero. Increíble pero cierto. Las producciones cinematográficas de mayor éxito dejan entrever, tras historias de ciencia ficción o de aventuras, imágenes y símbolos bíblicos.
Los Estados Unidos constituyen un país lleno de contradicciones; probeta de los fermentos «laicistas» que desde la posguerra mundial hasta hoy nos han sido imbuídos a nosotros los europeos (aunque los hayamos digerido con años de retraso). Pero son, por otra parte, hijos del puritanismo inglés armado de Biblia, de Moralidad y Operatividad que divisó las costas del Nuevo Mundo a bordo del «Mayflower». Ese puritanismo de los «Pilgim Fathers», con su equipaje de valores religiosos y civiles, ha permanecido allí, y se deja sentir en el americano medio, en su modo de entender la vida, en ese «American Way Of Life» que unifica de algún modo el orgullo de ser «pioneros», la ingenuidad del adolescente asediado por la novedad, y el «In God We Trust» (Confiamos en Dios) grabado sobre la moneda americana.
Pero quizá no es del todo exacto, como algunos dicen, que la televisión, el cine y la publicidad sean ídolos que marginan la profunda religiosidad de un pueblo que en su 85 % declara la práctica religiosa como «bastante importante» o «muy importante» para sus vidas. Incluso podría no haber contradicción entre las expresiones laicas modernas y la religión (los Estados Unidos han visto convivir lo sacro y lo profano, a Dios y a Satanás, al Hollywood de los colosos bíblicos y a Babilonia). Y esto es propio del cine americano, de esa fábrica de sueños que es Hollywood, tanto en el pasado con Cecil B. de Mille, como en el presente con Steven Spielberg. Hollywood es todavía creador de aquello que de inconsciente e imaginario existe en el pueblo americano asediado por la novedad; creador, por tanto, de ese «espectáculo maravilloso», del «mayor espectáculo del mundo». Aunque quizá atolondrado por el progreso y el bienestar, el americano medio siente un vacío en el fondo; vacío que le hace estar siempre atento a cualquier cosa «externa» a él mismo, que pueda salvarle de la catástrofe de un mundo saturado a todos los niveles. Cada vez más se hace necesario y urgente «Alguien» capaz de afianzarse como el nuevo pionero de los hábitos modernos del hombre «de a pie».
Este «Alguien Distinto», positivamente «salvador», ha sido imaginado y expresado por el cine americano de muy diversos modos, pero siempre enmascarado de algún modo el trasfondo bíblico-cristiano, y teniendo presente esa necesidad de espectáculo y de reconocimiento en la trama que se representa. Este substrato mítico-simbólico o religioso, incluso por encima del «laicismo» de sus creadores y realizadores, puede ser sensatamente interpretado como parábolas modernas, si bien conservando en mayor o menor grado una ambigüedad. La tendencia mesiánica del americano medio se funde, pues, con los objetivos «laicos» del cine a nivel de consumo de masas: principalmente en la cienciaficción. Pero tal vez algunos ejemplos den espesor a este fenómeno y tendencia americanos, que tienen una precisa decodificación en los géneros del cine «Made in USA».
Se hace necesario citar en primer lugar a Steven Spielberg, el hombre cuyas películas han contemplado más personas, con diferencia, en la historia del cine. Ese cine en el que Spielberg ha innovado una fórmula visual del tipo Biblia-Walt Disney-estereotipos hollywoodianos; y él es ciertamente consciente de ese cocktail que nos hace pasar el rato.
La primera modernización bíblica de su cine nos introduce en un clima mágico y mítico con Encuentros en la tercera fase, que suscitó profundas reacciones de sugestión religiosa (e incluso místicas) en la población norteamericana. El film, en líneas generales, se basa en el encuentro entre seres humanos y naves espaciales extraterrestres. Pero aquí los protagonistas no son los seres extraterrestres (como sucederá en ET), sino que el acento recae sobre el Hombre: sobre el protagonista, que se ve envuelto en un camino etimológicamente «religioso», es decir, que tiende a re-ligar, a unir de nuevo, a reconocerse con la Presencia que lo ha llamado a la cita en la dantesca «Devil's Tower» (el lugar de encuentro), y ha dejado en su mente una vaga pero persistente huella que lo hará llegar hasta Ellos. Él, de este modo, deja su familia y el orden constituido para reconstruir y recordar esa importante Imagen que lo atrae allí, y que contemporáneamente atrae a otras once personas con las que él no tiene nada en común excepto esa Llamada. Estas personas se unirán a el en la Gran Revelación Final de la astronave extraterrestre y de los seres que la habitan (mientras los científicos no hacen sino contemplar la escena incrédulamente, diciendo «¡¡Dios mío!!». Y los doce (el mismo número que otros «elegidos» dos mil años atrás), santiguándose, partirán por el espacio infinito con aquellos seres azules y delicados que irradian luz y esperanza. Esta memorable secuencia del encuentro, recoge y combina perfectamente la espectacularidad técnica de los efectos especiales, con un esplendor religioso, de estupor, como frente a una 'teofanía'. La magia de Spielberg es la magia de los seres a los que siempre habíamos esperado y que nos traen la perfección, la armonía del Universo (como en la comunicación que se establece en un lenguaje universal a través de cinco notas musicales).
Siempre con Spielberg, llegamos a una de sus últimas producciones, a la película más taquillera de la historia del cine: ET-el extraterrestre; esa fábula de amor entre él (ET) y el niño con el que se comunica sensorialmente. Los modelos son Peter Pan y Walt Disney, pero existen multitud de situaciones extraídas casi directamente del Evangelio, empezando por el hecho de que los superpoderes de ET no son de cualquier tipo, sino que tienen el común denominador de hacer renacer la vida en las cosas, y de influir en el ambiente circundante. Él, como Jesús, morirá y resucitará, -por amor de su pequeño amigo- (el hecho de que ET se vea acogido por la pureza de los niños es también un dato evangélico), y después de un profundo deseo de «llamar a casa», partirá por el espacio (con una nueva «ascensión» que recuerda la de Encuentros en la tercera fase), no sin antes saludar al chico con un abrazo paterno, y de ponerle el dedo luminoso sobre la frente diciéndole -repitiendo al pie de la letra el evangelio de San Mateo-, «permaneceré siempre aquí, entre vosotros».
Dejando a Spielberg, llegamos a la película Superman, donde la situación es análoga a la de ET, aunque aquí se insiste más en la relación Padre-hijo en Dios/Jor-El que manda a la Tierra a su hijo, Cristo/Kal-El dentro de una nave parecida a la tradicional estrella que guía a los Reyes Magos: y Kal-El, superhombre entre los hombres, fascinará a las personas y tratará siempre de comunicarse con su padre para reconocer y comprender el porqué de su misión de justicia y de defensa de la Humanidad.
Por último, existe una película, menos conocida que éstas, del año 75, llamada El último hombre vivo (The Omega Man) que es, quizá, la parábola cristológica más bella del cine americano, proyectada hacia el futuro de la Humanidad. El «redentor» está encarnado por el último ser humano superviviente a una gran catástrofe bacteriológica; un científico que en un Los Angeles completamente arrasado, se debe defender de un grupo de mutantes albinos encapuchados (una especie de secta satánica -y no por casualidad-) que quieren aniquilarlo porque es todavía «humano», y mantiene su sangre incontaminada de la epidemia final. Pero descubre una comunidad de supervivientes que han resistido a la mutación; al final, el morirá de manos del jefe de los mutantes albinos, pero habiendo dejado una probeta con una muestra de su sangre, para así garantizar la inmunidad a las mutaciones y la continuidad de la raza humana. La muerte del científico es realmente simbólica e inequívoca: con una lanza clavada, permanece apoyado sobre una escultura en medio de una fuente, con el agua que lo salpica y lo moja (símbolo de la Gracia y el Bautismo), asumiendo la imagen del Crucificado.
Me gustaría terminar este artículo con un comentario del protagonista de ésta película, uno de los actores más prestigiosos de Hollywood, Charlton Heston, que fue Moisés en Los diez mandamientos, y que explica y sintetiza perfectamente la actitud inteligente del hombre frente a la vida y a los interrogantes que se le plantean, partiendo de su propia experiencia en esta película:
«A mí me interesa una ciencia ficción que, a través de la sugestión que crea en el espectador debido a lo fascinante del misterio, de lo desconocido y lo fantástico, pueda servir de metáfora, de alegoría para que se replantee en su interior problemas universales que todo hombre tiene, sin que nadie pueda quedar excluido.( ... ) La película es una parábola evangélica moderna, donde el papel ·del Salvador está sim balizado por un científico que se sacrifica a sí mismo por la salvación del género humano y con su propia sangre redime al mundo, asegurando a los hombres una nueva vida. Esa nueva humanidad es, de hecho, aquella que acepta el mensaje del científico -llevar a los otros su sangre para que puedan salvarse-. La humanidad antigua, caduca, está representada por los que lo refutan y hacen de la noche y las tinieblas su reino.( ... ). El final de la película es lo que demuestra cómo el hombre, por cuanto confía en el propio destino y en el propio futuro, en último extremo debe aceptar que la solución de sus problemas y de sus interrogantes no puede estar confiada a sus débiles e inciertas fuerzas, sino que necesita de la intervención divina. Y la certeza del infinito amor de Dios hacia el hombre debe ser el motivo de nuestra esperanza».
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