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Huellas N.7, Febrero 1985

CINEFÓRUM

Hollywood y el mesías oculto

Javier Ortega

Extraño pero verdadero. Increíble pero cierto. Las producciones cinematográficas de mayor éxito dejan entrever, tras histo­rias de ciencia ficción o de aventuras, imágenes y símbolos bíblicos.

Los Estados Unidos constituyen un país lleno de contra­dicciones; probeta de los fermentos «laicistas» que desde la posguerra mundial hasta hoy nos han sido imbuídos a noso­tros los europeos (aunque los hayamos digerido con años de retraso). Pero son, por otra parte, hijos del puritanismo in­glés armado de Biblia, de Moralidad y Operatividad que di­visó las costas del Nuevo Mundo a bordo del «Mayflower». Ese puritanismo de los «Pilgim Fathers», con su equipaje de valores religiosos y civiles, ha permanecido allí, y se deja sentir en el americano medio, en su modo de entender la vi­da, en ese «American Way Of Life» que unifica de algún modo el orgullo de ser «pioneros», la ingenuidad del ado­lescente asediado por la novedad, y el «In God We Trust» (Confiamos en Dios) grabado sobre la moneda americana.
Pero quizá no es del todo exacto, como algunos dicen, que la televisión, el cine y la publicidad sean ídolos que marginan la profunda religiosidad de un pueblo que en su 85 % declara la práctica religiosa como «bastante importan­te» o «muy importante» para sus vidas. Incluso podría no haber contradicción entre las expresiones laicas modernas y la religión (los Estados Unidos han visto convivir lo sacro y lo profano, a Dios y a Satanás, al Hollywood de los colosos bíblicos y a Babilonia). Y esto es propio del cine americano, de esa fábrica de sueños que es Hollywood, tanto en el pa­sado con Cecil B. de Mille, como en el presente con Steven Spielberg. Hollywood es todavía creador de aquello que de inconsciente e imaginario existe en el pueblo americano asediado por la novedad; creador, por tanto, de ese «espec­táculo maravilloso», del «mayor espectáculo del mundo». Aunque quizá atolondrado por el progreso y el bienestar, el americano medio siente un vacío en el fondo; vacío que le hace estar siempre atento a cualquier cosa «externa» a él mismo, que pueda salvarle de la catástrofe de un mundo sa­turado a todos los niveles. Cada vez más se hace necesario y urgente «Alguien» capaz de afianzarse como el nuevo pio­nero de los hábitos modernos del hombre «de a pie».
Este «Alguien Distinto», positivamente «salvador», ha sido imaginado y expresado por el cine americano de muy diversos modos, pero siempre enmascarado de algún mo­do el trasfondo bíblico-cristiano, y teniendo presente esa necesidad de espectáculo y de reconocimiento en la trama que se representa. Este substrato mítico-simbólico o religio­so, incluso por encima del «laicismo» de sus creadores y rea­lizadores, puede ser sensatamente interpretado como parábolas modernas, si bien conservando en mayor o menor gra­do una ambigüedad. La tendencia mesiánica del americano medio se funde, pues, con los objetivos «laicos» del cine a nivel de consumo de masas: principalmente en la ciencia­ficción. Pero tal vez algunos ejemplos den espesor a este fenómeno y tendencia americanos, que tienen una precisa decodificación en los géneros del cine «Made in USA».
Se hace necesario citar en primer lugar a Steven Spiel­berg, el hombre cuyas películas han contemplado más per­sonas, con diferencia, en la historia del cine. Ese cine en el que Spielberg ha innovado una fórmula visual del tipo Biblia-Walt Disney-estereotipos hollywoodianos; y él es ciertamente consciente de ese cocktail que nos hace pasar el rato.
La primera modernización bíblica de su cine nos intro­duce en un clima mágico y mítico con Encuentros en la ter­cera fase, que suscitó profundas reacciones de sugestión reli­giosa (e incluso místicas) en la población norteamericana. El film, en líneas generales, se basa en el encuentro entre seres humanos y naves espaciales extraterrestres. Pero aquí los protagonistas no son los seres extraterrestres (como sucederá en ET), sino que el acento recae sobre el Hombre: sobre el protagonista, que se ve envuelto en un camino etimológica­mente «religioso», es decir, que tiende a re-ligar, a unir de nuevo, a reconocerse con la Presencia que lo ha llamado a la cita en la dantesca «Devil's Tower» (el lugar de encuentro), y ha dejado en su mente una vaga pero persistente huella que lo hará llegar hasta Ellos. Él, de este modo, deja su fa­milia y el orden constituido para reconstruir y recordar esa importante Imagen que lo atrae allí, y que contemporáneamente atrae a otras once personas con las que él no tiene na­da en común excepto esa Llamada. Estas personas se unirán a el en la Gran Revelación Final de la astronave extraterres­tre y de los seres que la habitan (mientras los científicos no hacen sino contemplar la escena incrédulamente, diciendo «¡¡Dios mío!!». Y los doce (el mismo número que otros «elegidos» dos mil años atrás), santiguándose, partirán por el espacio infinito con aquellos seres azules y delicados que irradian luz y esperanza. Esta memorable secuencia del en­cuentro, recoge y combina perfectamente la espectaculari­dad técnica de los efectos especiales, con un esplendor reli­gioso, de estupor, como frente a una 'teofanía'. La magia de Spielberg es la magia de los seres a los que siempre había­mos esperado y que nos traen la perfección, la armonía del Universo (como en la comunicación que se establece en un lenguaje universal a través de cinco notas musicales).
Siempre con Spielberg, llegamos a una de sus últimas producciones, a la película más taquillera de la historia del cine: ET-el extraterrestre; esa fábula de amor entre él (ET) y el niño con el que se comunica sensorialmente. Los modelos son Peter Pan y Walt Disney, pero existen multitud de si­tuaciones extraídas casi directamente del Evangelio, empe­zando por el hecho de que los superpoderes de ET no son de cualquier tipo, sino que tienen el común denominador de hacer renacer la vida en las cosas, y de influir en el am­biente circundante. Él, como Jesús, morirá y resucitará, -por amor de su pequeño amigo- (el hecho de que ET se vea acogido por la pureza de los niños es también un dato evangélico), y después de un profundo deseo de «llamar a casa», partirá por el espacio (con una nueva «ascensión» que recuerda la de Encuentros en la tercera fase), no sin antes saludar al chico con un abrazo paterno, y de ponerle el dedo luminoso sobre la frente diciéndole -repitiendo al pie de la letra el evangelio de San Mateo-, «permaneceré siempre aquí, entre vosotros».
Dejando a Spielberg, llegamos a la película Superman, donde la situación es análoga a la de ET, aunque aquí se in­siste más en la relación Padre-hijo en Dios/Jor-El que man­da a la Tierra a su hijo, Cristo/Kal-El dentro de una nave parecida a la tradicional estrella que guía a los Reyes Magos: y Kal-El, superhombre entre los hombres, fascinará a las personas y tratará siempre de comunicarse con su padre pa­ra reconocer y comprender el porqué de su misión de justi­cia y de defensa de la Humanidad.
Por último, existe una película, menos conocida que és­tas, del año 75, llamada El último hombre vivo (The Ome­ga Man) que es, quizá, la parábola cristológica más bella del cine americano, proyectada hacia el futuro de la Humani­dad. El «redentor» está encarnado por el último ser humano superviviente a una gran catástrofe bacteriológica; un cien­tífico que en un Los Angeles completamente arrasado, se debe defender de un grupo de mutantes albinos encapu­chados (una especie de secta satánica -y no por casualidad-) que quieren aniquilarlo porque es todavía «humano», y mantiene su sangre incontaminada de la epi­demia final. Pero descubre una comunidad de supervivientes que han resistido a la mutación; al final, el morirá de manos del jefe de los mutantes albinos, pero habiendo de­jado una probeta con una muestra de su sangre, para así ga­rantizar la inmunidad a las mutaciones y la continuidad de la raza humana. La muerte del científico es realmente sim­bólica e inequívoca: con una lanza clavada, permanece apo­yado sobre una escultura en medio de una fuente, con el agua que lo salpica y lo moja (símbolo de la Gracia y el Bau­tismo), asumiendo la imagen del Crucificado.
Me gustaría terminar este artículo con un comentario del protagonista de ésta película, uno de los actores más prestigiosos de Hollywood, Charlton Heston, que fue Moi­sés en Los diez mandamientos, y que explica y sintetiza per­fectamente la actitud inteligente del hombre frente a la vi­da y a los interrogantes que se le plantean, partiendo de su propia experiencia en esta película:
«A mí me interesa una ciencia ficción que, a través de la sugestión que crea en el espectador debido a lo fascinante del misterio, de lo desconocido y lo fantástico, pueda servir de metáfora, de alegoría para que se replantee en su inte­rior problemas universales que todo hombre tiene, sin que nadie pueda quedar excluido.( ... ) La película es una pará­bola evangélica moderna, donde el papel ·del Salvador está sim balizado por un científico que se sacrifica a sí mismo por la salvación del género humano y con su propia sangre redi­me al mundo, asegurando a los hombres una nueva vida. Esa nueva humanidad es, de hecho, aquella que acepta el mensaje del científico -llevar a los otros su sangre para que puedan salvarse-. La humanidad antigua, caduca, está re­presentada por los que lo refutan y hacen de la noche y las tinieblas su reino.( ... ). El final de la película es lo que de­muestra cómo el hombre, por cuanto confía en el propio destino y en el propio futuro, en último extremo debe acep­tar que la solución de sus problemas y de sus interrogantes no puede estar confiada a sus débiles e inciertas fuerzas, si­no que necesita de la intervención divina. Y la certeza del infinito amor de Dios hacia el hombre debe ser el motivo de nuestra esperanza».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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