Casi nadie sabe que el día 2 de este mes de Diciembre, primer Domingo de Adviento, fue el Día de Año nuevo para la Iglesia católica.
El año solar empieza, por una convención, en Enero.
El año de la Iglesia empieza, más naturalmente, en este periodo de gestación de la naturaleza que es el otoño.
Este es parecido a la historia de una semilla; se la pone debajo de la tierra en el otoño, se abre a la vida, casi a escondidas, en el invierno, crece en juventud en la primavera y tiene su madurez en el verano.
La vida de la semilla es igual a la del hombre: ésta también tiene sus estaciones.
Y así el año de la Iglesia, que empezó con el primer domingo de Adviento, nos vuelve a presentar todas las etapas de la vida del hombre, a través de los acontecimientos da la vida del hombre. Es un hombre particular, extraordinario por potencia y por capacidad da perdón, un hombre tan auténtico y grande que era imposible no seguirle.
Este hombre es Cristo, y el año litúrgico nos presenta su vida, a fin de que cada uno de nosotros pueda conocerla y participar en ella.
Así, en el mes de Diciembre tenemos su nacimiento, en Enero su bautismo, en febrero y marzo su vida pública, en Abril su pasión y su muerte, y su resurrección y su permanencia entre nosotros en el tiempo da verano.
Ahora estamos en la espera de la Navidad, en el Adviento (llegada) de Cristo.
En el mes de Diciembre cada hombre está invitado a prepararse para este nacimiento. El hecho de que Dios se haga hombre es tan extraordinario e impensable, que está más allá de toda previsión humana. Es un hecho tan loco que hace falta, lo decimos de verdad, un tiempo de preparación.
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