Había dejado atrás la Costa Brava, había dejado atrás la primera parte de mis vacaciones la primera parte de miradas incitantes.
Bordeaban la Costa Azul, montado sobre mi moto, me sentía orgulloso de ella, del rugido de su motor y pensaba en Italia, quería conocer Italia y además conocer a las gentes del movimiento, tendría que descartar todo lo que acababa de dejar atrás y sustituirlo por la contemplación de los vestigios monumentales y por la charla tranquila amena y profunda de las personas que allí iba a encontrar.
No más de las cinco y media entraba en Carate-Brianza, un pueblecillo próximo a Milán, un pueblecito tranquilo de casas bajas, amplias y cómodas, allí había de contactar con unos amigos de me esperaban un día después. Uno de ellos me había hablado de Medjugorje, de unas apariciones de la Virgen, y yo le había preguntado sobre ello, acordamos que esa misma noche me mostraría unas diapositivas. Sintiéndome tranquilo por tener preparada mi ruta a Venecia, le pedí a Rosaria que me enseñase las diapositivas, veo las primeras enfrentándolas con la bombilla del techo. En una de ellas hay cuatro niños de distintas edades, arrodillados, mirando todos a un mismo punto de una pared azul cielo, Venecia comienza a desvanecerse en mi mente, Venecia se está muriendo ciertamente, pero aquello que tenía ante mis ojos seguro que se hundiría antes que la bella ciudad de los canales.
Estaba decidido ir a Medjugorje.
La mañana siguiente me despedía de mis amigos de Carate y esa misma tarde llegaba a algunas personas del Movimiento, gentes jóvenes, se interesaron en conocer mi ingreso en el Movimiento, mi experiencia en él, y el surgimiento de C.L. en España. Yo les hablaba, les veía tan atentos, tan ilusionados que no podía decirles que me sentía cansado, cansado de hacer equilibrios, cansado de intentar encontrar una gracia que estabilizara mis pasos que ya había elegido. También me preguntaron a cerca de mi viaje a Medjugorje, y les seguía viendo con los ojos tan abiertos y brillantes que tampoco puede decirles que allí iba a buscarla.
Todos ellos me acompañaron al puerto, aborde el Tiziano, el ferry que me llevaría a Yugoslavia a través del Adriático, hacía calor y desde cubierta despedí a aquellos que me decían adiós, a aquellos amigos que en veinticuatro horas me habían mostrado su ilusión, su seguridad, su amistad.
Hacía tiempo que no navegaba, el mar estaba tranquilo, y el Sol lucía en lo alto, había muchos italianos a bordo, yo no sabía italiano, me dedique a observar, ellos no sabían lo de Medjugorje, pensaban en sus vacaciones, en sus días de descanso, en las fotos que sacarían con las cámaras que colgaban de sus cuellos, mientras en mi cabeza danzaba Medjugorje, mi curiosidad, mi incertidumbre se acrecentaba, recé, recé por la intención de aquél viaje.
Anochecía, el Tiziano buscaba el puerto de Split, a través de islotes que surgían de la penumbra, vi las luces, luego oí música, a escasos metros de donde atracábamos un hotel ofrecía a sus clientes una velada agradable en la terraza.
No esperé más, volví a montar mi moto, quería llegar a Medjugorje aquella misma noche. Serían las dos de la mañana cuando vislumbro la iglesia, las dos torreones se recortaban contra el cielo azul estrellado. Aparqué en el atrio rodeado de árboles, en un primer momento no me di cuenta pero después de unos segundos pude vislumbrar a decenas de personas durmiendo allí bajo que surgió de las árboles. El ruido de la moto debió de alertar a un hombre alto que surgió de las sombras, le pregunté por el padre Tomislav, me lleva hasta una casita de piedra, allí me reciben dos mujeres que me aconsejan que duerma en la iglesia. Entro en ella, estaba abarrotada de gente que dormía y roncaba a la luz de las velas de ofrenda, pensé que allí tenía que haber algo serio, no podía esperar, me dirigía a la sacristía. Allí dentro solo había un altar a la derecha repleto de ofrendas, adosado a la pared donde se aparecía la Virgen, frente a la puerta de entrada una ventana con rejas, en una esquina una imagen de la Virgen y bancos a lo largo de las paredes, todo ello iluminado por tenue luz de las velas, y allí recé y rogué ser un buen cristiano, poder vivir el cristianismo seriamente. Luego me acomodé entre aquella gente que llenaba la iglesia.
A las cinco de la mañana se comenzaron a levantar, recogían sus cosas son apenas quebrantar el silencio, me sentía algo extraño allí, hacía lo que todos hacían.
Me llamó la atención la heterogeneidad de la gente, muchos llevaban los zapatos en la mano, los hombres portaban grandes bigotes eslavos, eran personas humildes, vestidas con colores oscuros y secos. Estudio periodismo y no pude remediar la objetividad.
Pensé que se trataba de gente humilde, de gente que se lo cree todo, y dentro de mí la duda se cruzaba a gran velocidad, aunque esto no fuese cierto Dios existe, la Virgen también, ellos conocen mi buena intención.
Se lavaron en un pozo frente a la iglesia, las mujeres sacaron pañoletas con comida, carne seca, tocino, una anciana me ofreció un pedazo, hablaban yugoslavo, no puedo preguntar a nadie nada. Un gran número de ellos se aglutinan y marchan hacia una montaña que llaman "de la cruz". De nuevo la duda vuelve a cruzarse en mi cabeza, veía tanta rutina en la práctica de ese cristianismo, pero también pienso que su educación es tan diferente a la nuestra.
Sabía que a las dos de la tarde tendría que entrar en la sacristía para poder reservar sitio, y así hice, sabía que allí estaría cuatro horas en silencio, un grupo de italianos comienzan a rezar el rosario, yo también me uní.
Cuatro horas más tarde, uno de los franciscanos que atienden esa parroquia nos echó de la sacristía, intenté verlo todo a través de la ventana pero echaron las cortinas. Los chavales ya estaban dentro, solo escuché sus rezos, sus invocaciones en una lengua desconocida para mí.
A mi lado encontré a un italiano, alto con gafas, con ojos que van perdiendo su rundión, encontré a un italiano con fe solo en curarse, símbolo de todos aquellos que buscan la fórmula matemática del cristianismo, símbolo de todos aquellos que olvidan que se trata de vivir todos los días cristianamente, de todos aquellos que buscan el espectáculo donde solo hay esperanza y fe.
Después, por la tarde hubo una misa, unos padres franciscanos confesaban a multitud de persona fuera de la iglesia. De nuevo apareció la objetividad en mí, ¿era aquello una iglesia medieval? Pero al mismo tiempo cómo explicar la devoción de aquel albañil arrodillado, cómo explicar la devoción de su rostro duro, o sus manos juntas manchadas de cal.
Conocí a una pareja de italianos que hablaban el español, eran misioneros seglares en centroamérica y el poder hablar con ellos me unió a aquel matrimonio y a ellos les pude contar mi desilusión, yo quería vivir lo de Medjugorje, pero no lo conseguía, ¿qué me ocurría? Al día siguiente el padre Tomislav nos había citado en la sacristía para explicarnos lo que allí ocurría.
El italiano que perdía la vista llegó a la sacristía con el magnetofón más grande que a visto, y gracias a él ahora puedo tratar de resumir lo que allí nos contó el padre:
Las apariciones comenzaron el veinticuatro de junio de 1981 cuando seis videntes cuatro chicas y dos chicas, vieron a la Virgen en lo alto de un cerro.
La Virgen les dijo que estas apariciones eran las últimas que tendrían lugar en la humildad. El principal mensaje que les comunicó fue la salvación del mundo a través de la Paz, esta Paz solo se obtiene encontrando a Dios, pues el encuentro con Dios produce un gozo interior y una Paz que dá lugar a la Paz mundial. La Paz se posee mediante la conversión y para convertirse es necesario renunciar a todo, ayunar, orar y recurrir a la vida sacramental. "Vosotros habéis olvidado que con la oración y el ayuno podéis alejar las guerras y cambiar las leyes naturales". "El verdadero ayuno es renunciar al pecado y ayunar con agua y pan, ayunar también renunciando a los placeres al alcohol y al tabaco".
Al día siguiente volví a intentar presenciar la aparición en la sacristía, el lugar se empezó a abarrotar de gente, minutos antes de que los videntes entraran allí no cabía un alfiler, los chavales llegaron, se arrodillaron y en aquel lenguaje que no entendía comenzaron a invocar a la Virgen, yo los miraba, luego miraba a la pared y luego miraban a la gente de mi alrededor, cada uno con una actitud distinta.
Los muchachas entraron en éxtasis, recuerdo la cara de una chica, pensé por unos momentos que tenía cara de subnormal, todo aquello era un impacto bastante fuerte, los chavales seguían mirando a la pared, a un punto de la pared. Estaba ahí pensé, está ahí y ya no la veo, no dudaba, sabía que ella me entendería. Después los chavales se levantaron y se fueron, y yo con temor de perder el barco que había de llevarme de nuevo a Italia me despedí de todas las personas que allí había conocido. Esto me sucedió en Medjugorje, y es ahora, ocho meses después cuando estoy empezando a conocer la experiencia, cuando estoy empezando a darme cuenta que no podía ver a la Virgen, porque yo no quería verla, cuando me doy cuenta de que Ella, de que Dios, de que Jesucristo, se muestran a todos y que solo los ven los que lo desean, los que hacen de su vida, de su trabajo, de su quehacer diario una forma diferente de vivir y de sentir, de los que saben esperar mediante la fe, mediante la esperanza, de los que imploran vivir cristianamente, el resto bien por añadidura, el resto Él lo concede. Por ello no esperemos el milagro, el milagro lo llevamos nosotros mismos si tenemos verdadera intención de encontrar a Dios a través de la compañía de otros que ya realizaron antes el encuentro con Cristo.
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