La falto fundamental del actual pacifismo, sobre todo el más cercano a nosotros por lo que se puede conocer, está en su falta de identidad. La paz está pensada como un equilibrio no armado, apoyado por buenas intenciones de hermandad y concordia. Es una paz débil, intelectual, sustancialmente no realista. En efecto, mientras se grita "paz", por doquier se hace la guerra, y los jóvenes, sobre todo ellos, son incapaces de resistirse a ser carne de cañón, bien ideológica o real.
No es problema de buenas intenciones; se puede admitir tranquilamente que la gran mayoría de los pacifistas tengan buenas intenciones y que actúen a partir de una exigencia justa. El problema está en una falta de cultura, en la falta de un juicio, en una incapacidad en distinguir la verdad de la mentira. Esta es la barbarie científica de hoy. La paz no es un equilibrio ecológico, donde hombres y cosas tengan indefinidamente su lugar, que es justo simplemente porque es natural. La paz es el resultado de una lucha, que en cuanto tal es violenta siempre en el ánimo del hombre, pero en casos extremos incluso en contra de otros hombres. Es una lucha por la verdad, en contra de la mentira. Como decía S. Mounier: "Las virtudes viriles de la guerra son atributos de los pacíficos, de aquellos que buscan la verdad y la justicia" (cfr. también la portada de este número).
Al pacifismo de hoy le falta totalmente esta dimensión cultural. Y esto porque, aunque reconoce que hay dos partes en conflicto, favorece a una de ellas, la más agresora en su interior y hacia el exterior. Las manifestaciones de Occidente, aunque admitiendo (pero no es así) que están en contra de ambos contendientes, no pueden ser ní oídas ni imitadas por los pueblos del Este, por su total falta de información y de todo posibilidad de disentimiento. Probablemente los soldados rusos son enviados a Afganistán con las mismas motivaciones con las que, por ejemplo, soldados italianos o franceses son enviados el Líbano. Sin embargo los rusos, a diferencia de los occidentales, desconocen totalmente el escenario en que se desarrolla su acción. No son más que, junto a todo su pueblo, instrumentos ciegos de un poder del cual desconocen el proyecto, Esta ceguera sistemática, ya sea total o parcial, es el principio de la guerra, pues es lo primera y fundamental mentira en cuanto negación de la verdad.
En efecto la primera condición de verdad para el hombre no es la de no equivocarse, sino la de poder darse cuenta del error y corregirlo. Precisamente luchar contra ello. Esa posibilidad es el comienzo de le libertad que debe ser ofrecida a todo hombre, pues lo pide su dignidad de protagonista de la historia.
Occidente ha tenido muchos errores, sin embargo no ha privado nunca a sus pueblos, por lo menos en estos últimos treinta años, de un principio de libertad. Hay que tener muy en cuenta este principio, pues su defensa, para nosotros y para los demás pueblos, constituye lo autentica - lucha por la paz. No se puede tratar con los representantes de gobiernos que han destruido culturas y han exterminado a millones de opositores, como si ellos fuesen directores de un colegio de niñas. Es preciso reivindicar, en favor de los pueblos oprimidos por esos gobiernos, además de la misma posibilidad de disentir también la posibilidad de conocer los posibles objetos de disentimiento.
También los misiles son un problema de libertad: libertad de los condicionamientos económicos, políticos y militares, interiores y exteriores. Si se van a instalar misiles en España esto no será desde luego por un espíritu belicista, sino por nuestra total dependencia económica y cultural de los Estados Unidos de América (decir esto no es uno gran satisfacción, sin embargo siempre será mejor que depender de Rusia). Los misiles irán disminuyendo en proporción al crecimiento de la justicia y de la libertad en el mundo. En esta Europa debería hacer una elección, quizás en la dirección de su propia, común y tan olvidada tradición cristiana.
De otra forma habrá solo misiles: en una o en la otra parte, no importa, no dejan de ser misiles.
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