Robert Hugh Benson
Señor del mundo
Palabra
pp. 320 - 16,50 €
Estamos ante un libro escrito allá por el lejano 1907. Un libro histórico que habla de una vieja y nueva tentación: la de apartar a Dios del principal lugar que ocupa en el mundo.
En toda la literatura religiosa esta tentación tiene un nombre bien preciso: el ídolo. Ya desde el Antiguo Testamento el pueblo de Israel cayó una y otra vez en la generación y seguimiento de ídolos que los apartaba de la Alianza que Dios había hecho con ellos. Saúl, que pretendió matar a su sucesor nombrado por el mismo Dios, David, Salomón y grandes jefes del pueblo de Israel sucumbieron a la suculenta tentación de seguirse a sí mismos en vez de cumplir los planes de Dios y, de este modo, lo sacaron de la historia humana.
¡Qué debió de ver Benson en el precioso camino de su vida, que transitó desde la Iglesia anglicana hacia el catolicismo, para escribir en 1907 una obra que anticipa el grandísimo paganismo que llegaría tan solo unos años después con los regímenes totalitarios!
La forma social del futuro que describe está, lógicamente, un poco trasnochada y ningún autor presente escribiría sobre el futuro de esta manera. Atravesando esta dificultad, el contenido es de rabiosa actualidad.
Escribe por ejemplo cómo la psicología fue en ayuda del materialismo (ya a comienzos del siglo XX se sabía que el materialismo era demasiado burdo como para reducir el mundo a esa ideología), cubriendo todo el campo de acción y abriendo, dice Benson, un gran agujero de tristeza, desesperación y soledad.
Tiene otra derivada a veces difícil de captar. La ideología tiene un discurso ideal y abstracto, situado fuera de la historia que parece hacerla perfecta e inoponible. Mientras que la Iglesia es concreta, histórica, carnal, localizable en la tierra y, por tanto, aparece como imperfecta, no completa, deleznable, algo a eliminar.
La gran paradoja de la encarnación de Dios es que podemos saber lo que piensa sobre las circunstancias concretas que nos toca atravesar individualmente y como sociedad. Seguirle o no es la gran decisión del hombre de todos los tiempos y la gran tentación es sustituirlo incluso, como describe el libro, en nombre de un Bien. «El terror más absoluto siempre se ha basado sobre un bien, en nombre de la Humanidad, Paz, Vida y Verdad». Ya en aquella época se vislumbraba la eutanasia como la gran expresión de un horror en nombre del Bien, como la expresión de esa «bondad» por el prójimo que no es más que egoísmo puro.
Efectivamente, Cristo solo es necesario para el hombre real: imperfecto e incapaz de cumplir su vida por sí mismo. Si quitas al hombre real, la sociedad real y pones su imagen perfecta, entonces Dios ya no es realmente necesario.
Señor del mundo describe una sociedad donde no se diferencia qué es el bien del mal, qué es amar al prójimo o afirmarse a sí mismo. Todos dicen actuar por un Bien –con B mayúscula– pero mienten como bellacos. Uno exalta la figura humana, al rey; y otro se abre paso humildemente en nombre de un Dios todopoderoso pero que ha elegido la poquedad para actuar y manifestarse.
A lo largo de la historia la verdadera ascesis cristiana ha sido la lucha entre uno mismo y Dios. Afirmarse o aparcar los caprichos e imágenes para dejar cada vez más hueco a Otro. Cuando se oscurece esta diferencia y hay personas, gobiernos, poderes que se asemejan a Dios por los atributos que se dan, entramos en tiempos tenebrosos y oscuros.
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