Carta a Andrea Nembrini. Mi corazón también es como un slum
Querido Andrea, soy una estudiante de 4º de Medicina en Bilbao, España. Te escribo para contarte lo que me ha pasado hoy a raíz de leer tu artículo.
Esta mañana he ido a la biblioteca para estudiar el examen que tengo el miércoles. Antes de estudiar me gusta ir a tomar un café para tener un rato para leer. Cuando he llegado a la cafetería me he encontrado con unas amigas que me han invitado a sentarme con ellas. Desayunando juntas el único tema de conversación era el examen, el agobio, lo duro que es el profesor o cuánto nos faltaba por estudiar. Y salía del desayuno con un agobio… Me he sentado a estudiar y enseguida me he dado cuenta de que no podía; si todo mi horizonte es el examen, me ahogo. Así que he abierto la revista Huellas por tu artículo “Mi corazón es como un slum”. Comienzo a leer y enseguida se me empiezan a saltar las lágrimas… ¡Pero si yo estoy hecha para esto! Como te decía Rose, «cuando fui a ver a don Giussani a Italia, comprendí “de Quién era” y volví a África. Pero ya no me derrumbé. Porque cuando sabes “de Quién eres”, también sabes quién eres. Tú también lo tienes que entender, porque de otro modo, aunque consigas un colegio perfecto, no serás feliz. Tienes que entender si es verdad que tu nombre está escrito en el cielo. Es lo único que importa». Podré sacar muy buena nota, pero si no entiendo de Quién soy, quién soy ahora, no seré feliz. O cuando hablabas de tu amigo que decidía pagar los estudios a un desconocido y que «eso en África equivale a salvarte la vida». O cuando caías en la cuenta de que «el problema en la vida no es moverse sino conmoverse. Si me falta esta conmoción ¿qué puedo hacer?». Si me falta esta conmoción delante de los apuntes, ¿cómo me pongo a estudiar? Yo ya no sé ponerme a estudiar si no es a partir de esto. Total, que según acabo de leerlo voy a enviárselo a mi novio pero pienso: «no, esto tiene que leerlo ahora», y me pongo el abrigo, agarro la revista y echo a correr.
Llego a su casa y me abre muy sorprendido. «¡Qué sorpresa! ¿Qué haces aquí tan pronto?». Y entre lágrimas le empiezo a leer el artículo. Lo leemos juntos y cuando acaba, solo silencio… «¿Pero has venido solo a leérmelo?». «Sí». «¿Tú te das cuenta? Eres una persona pura… La gente no sale corriendo de una biblioteca para leerte algo y se echa a llorar así. No cambies, por favor». Entonces me doy cuenta, efectivamente no es normal, ¿qué me arranca así de la silla? ¿Qué tesoro tengo entre mis manos que me hace salir corriendo por la ciudad para contarlo?
Vuelvo a la biblioteca y ahora sí, empiezo a estudiar. Sin embargo, veo en otra mesa a una amiga que está agobiada. Me acerco y le pregunto. «Estoy muy agobiada, no me va a dar tiempo, no me lo sé bien». Le digo que tengo un regalo para ella. Le enseño la revista y le digo que lea ahora mismo el artículo. Me mira sorprendida. Vuelvo a mi sitio y al rato alguien viene a abrazarme. Es mi amiga que tiene los ojos vidriosos y me dice: «gracias… es justo lo que necesitaba». Salgo con ella y empieza a decirme que en días de tanto estudio lo único que recibe son inputs negativos: las compañeras del piso agobiadas, su novio agobiado, ella que se ve incapaz, esta mañana el desayuno hablando del examen… y por eso leer esto es justo lo que necesitaba. «Ayer llamaba a mi madre agobiada diciéndole que no quería estar así, que yo sabía que esto no era todo y sin embargo los exámenes me estaban superando. Y es que es justo esto», me enseña la revista y empieza a señalar «cuando dice que “lo único que importa es esto, saber de Quién eres”. Necesito esto todos los días porque no me vale con ir a misa los domingos, yo necesito volver a esto todas las mañanas porque si no me ahogo». Le contesto que yo soy como ella, que me pasa lo mismo, y que por eso mismo necesito todas las mañanas, antes de ponerme a estudiar, dar espacio a esto, leer cosas como estas que hacen que se abra el horizonte y que pueda ponerme a estudiar cierta de esto que, como dice Rose, es lo único que importa. «Yo también quiero… Y esta revista, ¿de dónde la has sacado?». Le cuento un poco cómo surge la revista, que la escribe gente del movimiento de Comunión y Liberación. «¿Y yo puedo también suscribirme? ¡Qué regalo! Era justo lo que necesitaba. Gracias».
Gracias por tomarte en serio tu vida en Kampala, porque esta mañana ha abierto el horizonte de tres jóvenes en Bilbao. Gracias por recordarme que, efectivamente, «el problema de la vida no es moverse, sino conmoverse».
Gloria, Bilbao
Una extraña alegría
Una pareja de Venezuela que lleva algo más de un mes instalada en España vino a Osuna a pasar unos días en Navidad, invitada por unos amigos. Pensamos en un principio organizar un rato de cantos y así presentar a estos nuevos amigos al resto de la comunidad. Al final, terminamos haciendo una tarde de cantos para colaborar con CESAL y su campaña Manos a la Obra por la juventud y el empleo.
Después de todos estos días de ajetreo, de preparar cantos, de fiarme de amigos, llega el día... pleno en aforo, todo sale conforme a lo previsto... ¿Y ahora? ¿A esperar con nostalgia la próxima actuación? Al acostarme, no podía quedarme dormida, ya me ha pasado muchas veces después de un día intenso. ¿Será el éxito?
El Señor no hace las cosas a medias, la alegría del éxito dura muy poco. No, es esa misteriosa leticia que se experimenta cuando uno reconoce al Señor en medio de lo que hace: en la propuesta recibida, en los preparativos... No ha sido una capacidad mía, sino un seguir lo que el Señor me iba poniendo delante a través de rostros concretísimos que nunca me han dejado sola, sino que han abrazado mis miedos y mi forma de ser.
Maritere, Osuna (Sevilla, España)
¿Qué quieres de mí?
La carta de Navidad escrita por Davide Prosperi me llevó a preguntarme: ¿qué puede pedirme a mí el Rey de Reyes acostado en un pesebre? Este año fue difícil, trabajoso y absolutamente doloroso. En marzo le diagnosticaron un tumor cerebral a mi amado esposo y cuatro meses después estábamos despidiéndolo con la esperanza de que prontamente alcanzara la Paz eterna para su alma.
Nuevamente ese Niño, ¿por qué me extiende sus brazos para que lo tome en los míos? Una sola respuesta se me viene a la mente y al corazón. Necesita mi «sí», como necesitó el «sí» de mi esposo, para que quien pudiera acercarse a nosotros descubriera en este destino, aunque doloroso, los ojos del Misterio que nos abraza primero, como alguna vez nos ha sucedido a nosotros, al descubrir esa mirada en las personas que han sido testimonio de Su presencia en nuestra vida diaria.
Hoy renuevo a través de esta carta el significado de aquel «No soy yo, eres Tú que me haces». Esa postergación de mi yo para darle lugar a Él, que viene a mí transfigurado en una circunstancia especial. Él se da a conocer a través de nosotros, solo necesita nuestro «sí». Y nosotros necesitamos toda una comunidad que nos ayude para que podamos responderle afirmativamente. Para que podamos alzar a ese Niño en el Pesebre. Solos no podemos, porque solos nos perderíamos en ese dolor que nos provocan las circunstancias y anularíamos la gran pregunta: Señor, ¿qué quieres de mí? Cómo abrazarte si casi no puedo conmigo misma, pero aguarda, mis amigos me sostienen y te he podido levantar a pesar de todo. Cuánta generosidad encontré en aquellos días y encuentro ahora mismo. Hoy mi corazón está en paz y no estoy sola.
Marina, Venado Tuerto (Argentina)
Vacaciones en Merlo. Jesús tuvo piedad porque era gente confundida
Con estos pobres tipos, mejores que yo, Dios hizo una fiesta. La verdad es que fui con pocas expectativas y casi dudando por varias dificultades en torno a la pandemia que se agravaron, pero al final gracias a Dios fuimos.
Se recrudeció la pandemia, lo que nos asustó a todos, y el positivo de muchos nos redujo una veintena, se ajustaron las precauciones sobre los cuidados y con la mayoría de los recaudos que pudimos fuimos con nuestros cuatro hijos. La incertidumbre de la llegada y el acomodo inicial fue roto por la primera homilía del padre Leo al aire libre: «El evangelio del día dice que Jesús tuvo piedad de ellos porque eran como ovejas sin pastor, eran gente confundida como nosotros, y tuvo piedad de ellos». Agregó: «como nosotros, gente confundida, con problemas y cosas que parecen no tener solución». En ese momento me invadió esa piedad por mí y los que me rodeaban, sobre todo porque uno siempre se está recriminando errores propios y ajenos y no sabe cómo salir, como gente perdida. La gracia de ese estupor que empezó a cambiar el ambiente se percibía, se vivía. El gesto de esa noche generó aún más conmoción, era una mirada sobre el Cartel de Navidad: mirar, todo se ve, se ve en las miradas, en las actitudes de la gente, es como si se empezara a oler la piedad y misericordia del encuentro.
Esto se ve en un lugar concreto, en una historia concreta que se dilata. Las excursiones, juntarse a tomar algo, las ganas que nacen de ahí, de esa piedad como la llamo yo, que es el acontecer del encuentro que se siente en la piel, sucede y hace que se dejen de lado los prejuicios y la extrañeza, se ve la alegría por lo que sucede y lo miras todo a contraluz de este hecho, los rostros toman otra dimensión, ya no es más tu medida lo que prevalece, se respira. No hay dudas: es otra cosa, otro mundo que entra y cambia la mirada, uno no puede más que quedar estupefacto y ser un mendigo de esta gran gracia. Volvimos a casa antes por un amigo que estaba siendo internado de Covid en estado grave, pero aun en medio de todo esto lo que pedimos en casa es que siempre prevalezca la alegría del encuentro.
Eduardo, Santa Fe (Argentina)
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