¿Qué se entiende por “Iglesia sinodal”? Al inicio del camino diocesano y continental que llevará hasta Asís a los obispos en 2023, hablamos con el cardenal Mario Grech, secretario general del Sínodo
El objetivo de un sínodo, según el papa Francisco, no es producir documentos sino «suscitar profecías y visiones, hacer florecer esperanzas, estimular la confianza, vendar heridas, entretejer relaciones, resucitar una aurora de esperanza, aprender unos de otros, y crear un imaginario positivo que ilumine las mentes, enardezca los corazones, dé fuerza a las manos». El 10 de octubre se inauguró el Sínodo titulado “Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión”. La Iglesia reflexiona sobre sí misma y lo hace mediante un proceso de consultas a nivel diocesano y continental, que tendrá su momento culminante en la asamblea de los obispos en Roma en octubre de 2023. El Papa invita a participar a todos los bautizados porque este tema afecta a todos.
Preguntamos qué se entiende por “Iglesia sinodal” al cardenal Mario Grech, maltés que fue obispo de Gozo y que desde septiembre de 2020 es secretario general del Sínodo. Responde con un giro: «Es una Iglesia a la escucha del Espíritu Santo. Escuchar no significa ratificar el resultado de la asamblea de los obispos, sino reconocer al Espíritu, que se comunica mediante la vida de la gente para darnos a entender lo que quiere de nosotros ahora. Francisco desea que nos ayudemos a redescubrir la belleza de un estilo que debería afectar a todos los niveles de la experiencia eclesial».
¿Por qué un Sínodo sobre la sinodalidad?
Es una manera de retomar el discurso que comenzó con el Concilio Vaticano II, que subrayaba la importancia del pueblo de Dios. Es un tema muy querido para el Santo Padre, que ya mencionaba en la Evangelii Gaudium. Su invitación a participar en el camino sinodal es un acto de fe en el pueblo de Dios, que es infalible in credendo, es decir, en el ejercicio de la fe. Es la propuesta de redescubrir el don, demasiadas veces descuidado, de ser un pueblo, de compartir un sacerdocio común, fundado en el bautismo, desde el último bautizado hasta el Papa. Todos debemos aprender a escuchar y saber que el más pequeño o el último en llegar puede aportar su contribución. Mi sueño es que la historia recuerde este siglo como el siglo de la Iglesia sinodal. No se trata de un hallazgo ni de la invención de nadie. Se trata de volver a los orígenes de la Iglesia.
Como pastor, ¿ha habido momentos en que ha podido reconocer la voz del Espíritu de esta manera?
Fui párroco durante un año y obispo de Gozo durante quince. Aunque nunca me había imaginado siendo secretario general del Sínodo, siempre he creído que necesitaba escuchar. Muchas veces, al salir de un consejo pastoral o presbiteral, me he encontrado en la situación de cambiarlo todo. Porque escuchando se aprende. No solo una técnica humana o un contenido cultural, también se entiende cuál es la voluntad del Señor.
En una entrevista a La Civiltà cattolica, usted ha dicho que la fe ya no constituye «un presupuesto obvio de la vida común». En este contexto, ¿no es autorreferencial hablar de dinámicas internas de la Iglesia?
No. El discurso sobre la Iglesia sinodal presupone la fe porque si falta el reconocimiento de la presencia del Espíritu, habremos fracasado ya de entrada. Quedará reducida a un análisis sociológico o a un debate de opiniones y no será un discernimiento eclesial sobre lo que el Señor quiere de la Iglesia hoy. Presupone la fe, pero tiene la finalidad de ayudar a encontrar o madurar la fe. En este sentido, no es un discurso autorreferencial. Dice el Santo Padre: «La Iglesia es constitutivamente sinodal porque es constitutivamente misionera». Para este trabajo la fe es un presupuesto, sí, pero también una finalidad. La Iglesia no puede perder la ocasión de hacerse más sinodal precisamente por el bien de su misión: la evangelización.
El Sínodo cuenta con una maquinaria organizativa impresionante. ¿Cómo es posible no perder de vista lo esencial y no limitarse a producir un documento quizá solo para expertos en la materia?
Mentiría si dijera que no me da miedo correr ese riesgo. Pero, al mismo tiempo, tengo mucha esperanza porque sé que este no es un proyecto de mi departamento o de la Curia romana, sino del Señor. Todo dependerá no de nuestras fuerzas, sino de lo que nos abramos al Espíritu. Sí, es un esfuerzo imponente porque implica a la Iglesia de todo el mundo. Pero no podría ser de otra manera. Es de la Iglesia local de donde todo debe partir y a donde todo debe volver.
Uno de los riesgos señalados por Francisco es el centralismo, que se puede vivir tanto en Roma como a nivel local.
Por eso hablaba de la circularidad. No hay Iglesia local si no es en comunión con las demás iglesias y no hay Iglesia universal si no tiene esos sarmientos vivos. Esto evita el peligro del centralismo, pero también el riesgo de que cualquier iglesia particular se sienta autónoma. La Iglesia es un único cuerpo, el Cuerpo místico.
¿Qué se pide a un movimiento como el nuestro en este camino? ¿Cómo podemos colaborar?
Lanzaos. Lanzaos a este camino en las diócesis. Porque vuestro movimiento, que tuve la suerte de conocer en Malta, tiene mucho que ofrecer. Si falta la contribución de realidades como la vuestra en la Iglesia local, habrá un empobrecimiento de la Iglesia y también de vuestro movimiento. Tratad de derribar los muros que la historia –y nosotros también– ha construido a lo largo del tiempo y que nos quitan el gusto de escuchar lo que el Espíritu nos quiere decir. No solo mediante nuestros hermanos cristianos, sino también a través del mundo, porque no todo está mal en el mundo. La sociedad actual tiene mucha sed del Espíritu, tal vez no lo exprese adecuadamente, pero la tiene.
En varias ocasiones, el Papa se ha dirigido a las realidades asociativas diciendo: «Vuestra contribución más preciosa podrá llegar, una vez más, de vuestra laicidad, que es un antídoto a la autorreferencialidad». ¿Qué quiere decir?
La autorreferencialidad es la abstracción. Pienso en Dietrich Bonhoeffer cuando decía que el cristiano debe tener en una mano la Palabra de Dios y en la otra el periódico. Solo si conocemos la experiencia del hombre de a pie, podremos iluminar la historia con la Palabra de Dios. ¿Quién puede llevar la experiencia humana a la Iglesia sino cualquier bautizado, especialmente los laicos? Su contribución es inestimable para ayudar a la Iglesia a crear puentes con el mundo para encontrar respuesta a sus preguntas a la luz de Cristo. La alternativa es encerrarse en una jaula de oro, que será de oro pero sigue siendo una jaula.
«No hay que hacer otra Iglesia, hay que hacer una Iglesia diferente». Francisco citaba al teólogo y cardenal dominico Yves Congar al inaugurar el camino sinodal. ¿Por qué hace falta una Iglesia diferente y en qué se debe diferenciar?
La Iglesia, como todo ser viviente, es dinámica, no estática. Vive y, como cuerpo, madura. La Iglesia de hoy está llamada a reflexionar sobre lo que el Espíritu, que está vivo, trata de comunicar en el presente. Juan XXIII lo llamaba “aggiornamento”. Hace falta una Iglesia que se actualiza, de ahí una Iglesia diferente, no otra Iglesia. El Verbo se encarnó hace dos mil años, pero se sigue encarnando hoy. Eso no significa que no sea el mismo Verbo o que la doctrina haya cambiado. Pero debe cambiar la forma de comunicarlo y hay que profundizar en lo que ya conocemos para dar una respuesta a las preguntas humanas del hombre de hoy tal como vive hoy. Forma parte de nuestra misión.
El Papa ha repetido mucho que el Sínodo no es un “parlamento católico”. ¿Qué puede ayudar a no confundir el significado del Sínodo cuando haya que aprobar el documento final?
Lo que dice el Papa no pretende faltar al respeto a la institución del parlamento democrático, que es un sistema válido para el gobierno de la sociedad. Pero la Iglesia no es una sociedad cualquiera. Su fundador es el Señor y quien la guía es el Espíritu Santo. Por tanto, no se puede razonar en términos de mayorías o minorías, las decisiones no se pueden tomar en función de quién es más fuerte o quién tiene la voz más alta. El método es el discernimiento eclesial. En las posiciones minoritarias puede haber semillas de verdad que necesiten tiempo para madurar. Debemos escucharlas y darles tiempo. Escuchar, discernir, rezar. Todas son acciones que se adaptan poco a la cultura contemporánea del “todo enseguida”.
En los últimos sínodos, la cuestión del voto ha creado división. Usted ha planteado la posibilidad de que solo se recurra al voto en caso de que no haya acuerdo. ¿La alternativa al desencuentro es el compromiso?
No, la alternativa es el consenso. El Concilio usa el término latino conspiratio, que indica una situación en que se decide escuchándose mutuamente y escuchando al Espíritu. En la Iglesia no hay partidos, no hay ideologías que nos separen. Nosotros tenemos a Cristo y el Evangelio, que nos une. Ese es el fundamento que permite la escucha en un clima de oración y que permite alcanzar el consenso, la conspiratio. No tenemos nada que perder. Si tengo algo que perder es que yo me pierda. Porque lo que nos une y nos mueve es que amamos al Señor y deseamos que todos puedan experimentar este amor.
¿Qué le ayuda a volver a este amor?
El camino sinodal también es un camino de conversión. Lo que más me apremia es que yo sea el primero en convertirme. Si todos estamos dispuestos a abrirnos al Señor y profundizar nuestro amor por Él, seremos capaces de profetizar, es decir, de interpretar adecuadamente la voluntad del Espíritu. La alternativa es intentar que prevalezcan solo nuestras opiniones.
¿Cómo trata de mantener esta apertura?
Intento desarrollar mi misión con la máxima sencillez posible. Fiándome no solo de mis capacidades y las de mis colaboradores, sino también del Espíritu, que sopla las velas de esta barca. La organización es importante, sí, pero también lo son las relaciones. Para poder crear relaciones significativas, necesito cada día hacer examen de conciencia y custodiar el discernimiento personal. Sé que hay un límite muy sutil entre cumplir con mi ministerio y gestionar mi trabajo como si fuera el gerente de una empresa. Echo mucho de menos una comunidad, pero en Roma estoy encontrando otra comunidad, que son mis hermanos en el episcopado.
¿Es una amistad?
Es más que una amistad. Es compartir la misma pasión por Jesús, por la Iglesia y por el hombre.
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