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Huellas N.11, Diciembre 2021

PRIMER PLANO

El “incómodo” ejercicio de conocer

Yolanda Menéndez

Francisco Carrión ha sido testigo de los diez años más intensos de la historia reciente de Egipto. Al volver a España le sorprende la dificultad que tiene nuestra sociedad para mirar a la cara la realidad. «Cuando conoces a alguien estableces una relación que desafía todo lo que creías saber»

Al poco tiempo de acabar la carrera obtuvo una beca en la agencia EFE que le ofrecía dos años de trabajo: el primero en España y el segundo en un destino a elegir. La curiosidad le llevó a elegir El Cairo, adonde llegó en 2010, en un año que le sirvió de rodaje para aprender a «buscarme la vida». Lo que no se esperaba Francisco Carrión es que al año siguiente Egipto se convirtiera en el centro de las miradas de la prensa internacional y en modelo para numerosos países orientales con una plaza Tahir a rebosar de jóvenes que reivindicaban libertad en lo que fue el pistoletazo de salida de la llamada Primavera Árabe. Durante los diez años que permaneció en Egipto ha sido testigo de hechos históricos pero también dolorosos, como la masacre de manifestantes coptos que aún hace que le tiemble la voz y que recuerda con especial afección porque coincidió con el día de su cumpleaños, un fatídico 9 de octubre de 2011. También cubrió dos visitas papales, en El Cairo y Emiratos Árabes Unidos, pero lo que más le ha sobrecogido del cristianismo es la resistencia de las minorías cristianas en una época de tanta hostilidad.

La Unión Católica de Informadores y Periodistas de España acaba de concederte el Premio “Lolo” de periodismo joven. Se suma a tu largo listado de premios recibidos estos años, pero en este caso se debe especialmente a tu cobertura de las condiciones de vida de las minorías cristianas en Oriente Próximo. ¿Qué significa este premio para ti?
Me emociona porque reconoce la labor intensa de diez años de trabajo con unas minorías cristianas muy perseguidas, muy sufridas, y creo que el premio es realmente a ellos, a los que todavía luchan en muchos países de Oriente Medio por permanecer, por resistir y porque siguen afirmando que tienen tanto derecho como cualquiera a permanecer en su tierra. Cuando fui a Egipto hace diez años ya era consciente de que allí vivía una de las minorías más vibrantes de Oriente Medio y me interesaba, me movía ese factor de la curiosidad que te empuja a desear conocer. Quería conocer personalmente a esa porción de población, de hecho una de mis primeras visitas fue al barrio copto porque quería conocer cómo una comunidad que en las últimas décadas ha ido perdiendo fieles resiste en estas condiciones. Es uno de los sitios donde ser cristiano es un ejercicio de valentía absoluta, donde resistir es seguir defendiendo unas raíces y la historia de una región. Todo ello en un contexto de transición y turbulencias políticas que lo hace aún más interesante. Además, he visto que una de las razones por las que resisten es que sigue habiendo una convivencia y lazos de amistad con los musulmanes en la vida real, a pesar de todos los recelos que se han ido generando en los medios y en las redes durante las últimas décadas para sembrar discordias entre ambas comunidades, pero es algo que también sucede aquí con la inmigración. Cuando tú conoces de manera directa a alguien estableces una relación que desafía todo lo que creías saber o has podido recibir como teórico, y eso en Egipto tiene mucho que ver con la resistencia de las minorías cristianas.

¿En qué sentido?
Siguen allí porque numéricamente aún son muchos, pero también porque sigue habiendo muchos lazos de convivencia entre cristianos y musulmanes que no se rompen por mucho odio que venga desde fuera. Porque a nivel local, en Egipto es muy frecuente que se creen bulos para enfrentar a musulmanes y cristianos, un rumor o cualquier información que genera hordas y ataques sectarios contra toda una población. Luego vas allí y preguntas, pero nadie sabe en realidad cuál es el origen de todo ese odio, y ves que la población ha actuado de manera reaccionaria y manipulada. Y en muchos casos se acaba resolviendo que para restablecer la paz los cristianos se tienen que ir del pueblo. Es gravísimo pero sucede una y otra vez. Y no es nuevo. En Oriente Medio se ha producido en estos años un proceso de homologación de la población que es muy preocupante porque no responde a la verdad y porque solo acaba alimentando conflictos, en una espiral que hace que las mayorías vayan aplastando aún más a las minorías, que al final acaba cambiando por completo el mapa multiétnico de los países, como hemos visto en Siria, que ya no podrá ser lo mismo porque muchas poblaciones se han movido internamente o se han ido fuera del país, y además se han creado unos recelos que es casi imposible curar.

¿Ese fenómeno nos afecta también a nosotros? ¿Tiene algo que ver con la polarización que últimamente domina nuestra escena política?
Sí. De hecho, al volver a España me ha sorprendido ver cómo la gente está muy segmentada en lo que quiere escuchar y lo que quiere leer, y se da por informada cuando ha conseguido reafirmar lo que ya pensaba previamente. Lo veo también en los partidos políticos. Todo se retroalimenta y genera un nivel de sectarismo preocupante porque cada uno se queda cómodo en su realidad, que a fin de cuentas no es la realidad. Porque la realidad debe ser incómoda, la verdad irrita, no se limita a ser como nosotros la queremos ver. Hace falta ser capaces de ir más allá de la superficie y no quedarse en la ideología de cada cual. Es algo que me preocupa de España desde que he vuelto, porque me he encontrado con una sociedad que mira allí donde cree que le van a decir lo que piensa previamente y que está quizá demasiado cabreada por un odio inoculado desde fuera. Ahí los periodistas tenemos una tarea importante, ser capaces de agitar las conciencias y plantear situaciones que son complejas y contradictorias, para que la gente sea capaz, aunque le moleste, de ver y reconocer que no es como lo cuenta una parte. Reducimos el conocimiento a la autosatisfacción: “ya he oído lo que quería oír, con esto me basta”. ¡Y el mundo es tan grande! ¡Hay tantas historias y realidades que exceden lo que uno podría pensar! Ahí fuera hay historias que son mejores que cualquier novela, que podrían parecer ficción pero no lo son, es realidad pura y es apasionante.

¿Alguna historia de minorías cristianas que hayas conocido en estos diez años en Egipto te acompaña especialmente?
En teoría todo el mundo sabe que existe esa iglesia perseguida, pero para mí ha sido un descubrimiento. Valoro mucho la espiritualidad de esas minorías en lugares tan perseguidos, donde uno casi literalmente se juega la vida por resistir y permanecer, por no sumarse a la diáspora. He visto cosas absolutamente fascinantes. Recuerdo haber conocido en mitad del caos político de Egipto, en un verano muy intenso como el de 2013, a una monja española, sor Adela, que llevaba allí más de medio siglo y que había hecho muchísimo por el pueblo donde vivía. Tardamos mucho en llegar hasta allí, era un territorio rural de acceso complicado y en cuanto empezamos a preguntar vimos que todos la conocían como “la española”. Era un pueblo de mayoría cristiana y ella había hecho una labor de transformación del pueblo que pocas veces se cuenta. Había conseguido erradicar la mutilación genital femenina, que en Egipto es una práctica cultural que hacen tanto los musulmanes como los cristianos, y ella había logrado en ese pueblo erradicar una práctica que es común en todo el país. Era una labor de la iglesia muy desconocida, que ella había llevado a cabo integrándose e implicándose en el pueblo de tal manera que toda la gente con la que luego hablé en el pueblo mostraba su agradecimiento. Esa labor la he visto en otros muchos sitios, por ejemplo en Iraq, donde miles de personas tuvieron que huir de la llanura de Nínive hacia Erbil, donde fueron acogidos en circunstancias muy complicadas, o un ejemplo de resistencia y entereza en unos monjes que se negaban a irse de un monasterio que estaba en la línea del frente de batalla entre el Estado Islámico y los peshmerga, las fuerzas kurdas, y resistieron allí porque no querían que pasara lo mismo que en otros edificios cristianos de la zona que habían sido arrasados. Hay ejemplos de pervivencia, de defensa de las raíces, que me parece importante dar a conocer aquí porque estamos hablando de un lugar donde la religión cristiana tiene sus orígenes, y es el principio de muchas cosas. Resistir allí también supone un ejercicio de memoria y para mí ha sido un proceso de descubrimiento de una historia muy rica.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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