Un clima de incertidumbre nos empuja a buscar seguridad en la ciencia. Pero ella «tampoco puede prescindir de la confianza», que es un acto de la razón. Hablamos con el neurolingüista Andrea Moro
Su oficio, desde hace casi cuarenta años, consiste en enfrentarse al misterio del lenguaje humano. Al escucharle, a él y a su maestro, el mayor lingüista vivo, el americano Noam Chomsky, no queda claro que se puedan alcanzar respuestas unívocas sobre su origen. Para Andrea Moro, nacido en 1962, neurolingüista y vicerrector de la Escuela superior universitaria Iuss de Pavía, el lenguaje se puede comparar con un laberinto del que conocemos una parte, pero del que no podemos obtener una visión completa, por muy bien que lo usemos. Sus estudios sobre la sintaxis y el cerebro le han llevado a demostrar, mediante la técnica de la neuroimagen, que el lenguaje tiene más raíces en la biología que en la cultura. Un dato que ha generado nuevos problemas y observaciones. Hemos querido preguntarle de qué sustancia está hecha la certeza en la ciencia. Y esto es lo que nos cuenta.
Aunque “las matemáticas no son una opinión” y “están científicamente comprobadas”, el lenguaje común parece traicionar esa convicción de que nuestra necesidad de certeza encuentra respuesta principalmente en el ámbito científico, ¿es así realmente?
El clima de incertidumbre cultural y social en que vivimos nos lleva a buscar un ámbito en el que la certeza parezca más sólida, como el lógico matemático y el experimental. Lo primero ya lo reconocía Galileo Galilei, al sostener que las matemáticas eran el único ámbito donde el hombre podía conocer como conoce Dios. En efecto, un teorema geométrico, si es verdadero, es verdadero. En cambio, una adquisición experimental solo es verdadera mientras no se pruebe lo contrario. Por tanto, sí, hay ámbitos experimentales donde se alcanzan pruebas importantes y muy sólidas, pero debemos ser conscientes de que nunca se trata, por definición, de verdades plenas, absolutas: son las mejores posibles en el momento en que se reconocen.
Entonces nos acercamos a la verdad progresivamente, pisando por un camino que comenzaron otros…
Lo que pasa en el mundo científico no es distinto de lo que sucede en todos los ámbitos de empresas humanas donde el individuo debe basarse necesariamente en una cadena de informaciones transmitidas por otros individuos. Cuando te dedicas a la ciencia, no puedes ponerte cada vez a recapitular todo lo que ha habido antes. Si vas a un laboratorio de biología, no puedes ponerte a repetir cada mañana los experimentos que sentaron las bases de las teorías de Darwin, Lavoisier y Pasteur, igual que antes de resolver un problema de matemáticas no te pones a reconstruir todo el sistema de números naturales, racionales, reales. Esto también nos indica que para dedicarte a la ciencia tienes que fiarte. No existe un método científico en el que no haya confianza. Sobre la naturaleza del método del conocimiento, en la ciencia y en la fe siguen siendo fundamentales las reflexiones de Giussani, que en vez de someter la confianza al dominio de la fe, la introduce en la vida cotidiana y, en definitiva, también en el método científico. Siempre digo a mis alumnos que, si es verdad que la conquista de la ciencia avanza mediante pasos racionales, también es cierto que para llegar hay que pasar por la confianza en la experiencia del otro. No es distinto del método que usamos para vivir.
En este sentido, ¿qué significa para un científico estar delante del misterio, de lo que aún no se conoce?
Un científico que no utilice la palabra “misterio” en el glosario de su trabajo, o no alcanza la profundidad necesaria para poder entender la realidad, o alardea de un conocimiento irracional, que suele ir teñido de nihilismo, como escribí en un comentario sobre el final del libro de Jacques Monod El azar y la necesidad. Chomsky distingue entre dos tipos de misterio: un misterio contemporáneo, al menos potencialmente (como, por ejemplo, la pregunta de si ha habido vida en Marte), y el misterio inaccesible (como sería el nacimiento y naturaleza del lenguaje humano). No es un paso atrás, sino una constatación necesaria. En el caso del lenguaje, además, vivir inmersos en el objeto que investigamos y utilizar como herramienta el propio objeto podría condenar la comprensión del lenguaje a un misterio definitivo. Resulta imposible, al menos para mí, poder decir algo seguro ahora.
Durante la emergencia sanitaria, la comunidad científica también ha pasado por una cierta confusión, mostrando el equívoco de que la ciencia pueda proporcionarnos respuestas seguras y unívocas. ¿Qué nos dice esta crisis?
Hay que estar atentos. Si la filosofía dice que la ciencia, por definición, no puede dar respuestas seguras y unívocas, también dice que son las únicas aceptables y que no tenerlas en cuenta no solo es irracional e inmoral sino, a fin de cuentas, totalmente estúpido. Sin embargo, aquí también hay que entender de quién nos fiamos. Cuando me subo a un avión, no voy a sustituir al piloto para valorar la ruta o la velocidad del despegue. Del mismo modo, si voy a vacunarme no me pongo a opinar de la vacuna, sino que me fío. No hacerlo sería como entrar en la cabina del piloto sin ser piloto y sustituirlo. Esta crisis afecta, por tanto, a nuestra capacidad de confianza y, como tal, a todos los niveles sociales, empezando por el núcleo familiar o la pareja, el colegio, el trabajo, la política, la Iglesia. Por todo ello, sería un error reducirlo solo a una crisis de confianza en la ciencia.
En su novela Il segreto di Pietramala parece que subyace esta idea de confianza. Hay un diálogo donde le preguntan al protagonista si es verdad que la Tierra es redonda. Él responde aportando como prueba las fotografías de la Tierra tomadas por los satélites, desde las misiones espaciales y la Luna. Su interlocutora responde bruscamente: «Esto en todo caso demuestra que usted lo cree, no que la Tierra sea redonda». ¿Hasta qué punto la confianza es un acto razonable?
Siempre lo es. Si no, no es confianza, es inconsciencia. La confianza forma parte del reconocimiento de que el otro no solo no me engaña sino que percibe mi bien y me permite tender hacia él. Además, un acto de confianza, para serlo, debe comprender forzosamente que quien se fía es consciente de que no conoce todo lo que la otra persona conoce. Esta mezcla de conciencia de la propia limitación y la capacidad de los demás para conocer y actuar por mí es fundamental. Pero no solo en la ciencia sino siempre, insisto. En este sentido, la novela, con ese contenido imprevisible y lleno de emociones que caracteriza la escritura narrativa, más similar a una experiencia onírica que a un recuerdo real, fue para mí una ocasión para abordar la experiencia de la confianza de una manera diferente a la típica comunicación ensayística. De algún modo, también se transformó para mí en una experiencia de confianza en el sentido de que instauró un nuevo tipo de relación con los lectores, más comprometida pero sobre todo imprevista. Justamente la noción del “imprevisto” va ligada a la certeza porque el imprevisto forma parte necesariamente de la relación de confianza. Por tanto, aunque sea paradójico, forma parte de nuestra comprensión de la certeza.
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