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Huellas N.11, Diciembre 2021

PRIMER PLANO

«Si dejas de conocer, has muerto»

Paola Bergamini

Un diálogo con Luciano Violante, magistrado y profesor de Derecho, sobre la batalla de conocer. Donde siempre quedan cartas por jugar


«El esfuerzo por conocer, por medirse con otro, implica salir de uno mismo. Por eso, este diálogo con usted sobre los temas que me plantea me resulta fatigoso. Sería más fácil una entrevista sobre un determinado caso judicial o político. Pero creo que merece la pena. Si dejas de conocer, has muerto». Son palabras de Luciano Violante, magistrado y profesor de Derecho. En primera línea en la lucha contra el terrorismo, ha formado parte de varias comisiones como la que investigó el asesinato de Aldo Moro o la operación antimafia. Parlamentario del Partido Comunista primero y luego del Demócrata, presidente de la Cámara, es uno de los protagonistas de la historia política y judicial italiana. Desde que dejó la política activa, continúa con su actividad como profesor universitario, escritor y promotor de importantes iniciativas, sobre todo para la formación de los jóvenes.
Lo primero que salta a la vista, con la moderación de sus palabras, es que a los ochenta años aún le quedan muchas cartas por jugar.

En nuestra cultura, entre bombardeos mediáticos, fake news e interpretaciones, parece dominar la confusión. ¿Cómo es posible conocer para llegar a la verdad?
Alcanzar la verdad requiere un proceso dinámico, dramático, no lineal, a veces tortuoso, sujeto a revisiones continuas. Es una de las tensiones de la existencia humana. Estoy hablando de verdades importantes. Ahora quizá sea aún más complejo porque formular una opinión resulta engañoso por falsos sujetos que envían mensajes o falsos mensajes enviados por sujetos reales. Pienso por ejemplo en los chatbot de las redes sociales que proporcionan millones de falsos like. Como dice el papa Francisco, «no estamos viviendo simplemente una época de cambios sino un cambio de época». En este sentido, somos como un péndulo que oscila entre realidades materiales e inmateriales, como la digital. El problema, en mi opinión, es no considerar lo digital como una herramienta sino como un espacio en el que entrar para gobernarlo sin dejarse gobernar. Pero volviendo al tema, la tensión hacia la verdad dura para siempre, no podemos pensar que la hemos adquirido de una vez por todas. Me viene a la mente un episodio de mi vida como juez instructor.

Cuente.
Durante una investigación de terrorismo, interrogué al capellán de una prisión sospechoso de favorecer a las Brigadas Rojas. Se dio cuenta de que yo lo consideraba responsable, aunque él pensaba que no se había equivocado. Pero me surgieron ciertas dudas. Tras firmar la declaración, me dijo: «Para juzgar es indispensable asumir que puedes equivocarte. Sin embargo, vosotros creéis estar en posesión de la verdad después de obtener un título o una oposición». Con los años, esas palabras me hicieron reflexionar sobre la conciencia de la posibilidad de error en cada paso de la vida. Es sabio reconstruir la causa humana de los comportamientos, las razones de quien se ha equivocado. No para justificar, sino para entender. No se puede juzgar sin entender. Juzgar quiere decir elegir, y en ello va implícita la posibilidad del error. Esto también forma parte del dinamismo de la verdad.

¿Qué entiende usted por verdad?
Es un deseo y una correspondencia. La correspondencia de una imagen con el hecho. Es ir al fondo de los procesos vitales y ser conscientes de lo que está pasando. No soy católico, sino creyente. Cuando Jesús dice: «Yo soy la verdad», para mí significa tender hacia esos principios. No es solo un problema de reglas al que deber someterse, sino de tener ciertos comportamientos conscientemente.

¿En qué sentido?
Pongo un ejemplo. No existe una norma que prohíba la antropofagia, pero nadie piensa en “comerse” a su vecino. Cada norma aprobada marca un momento de crisis en la relación humana, un comportamiento inadecuado o la ausencia de un comportamiento requerido. No puede existir una verdad puramente normativa. En las relaciones entre personas y con uno mismo aflora este dinamismo de la verdad. La vida de cada uno está plagada de momentos de verdad. Le contaré un hecho. Durante la universidad, como voluntario en la cárcel, conocí a un preso que por una serie de estafas y pequeños hurtos había sido condenado a 22 años. Estaba desesperado porque con su “trabajo” pagaba los estudios de su hija en el colegio. Junto a otros voluntarios creamos un fondo para seguir pagando la matrícula de la niña. Después de muchos años, como presidente de la Cámara, me invitaron a dar el discurso inaugural del curso académico en una universidad. Al acabar, se me acercó la decana de una facultad y se presentó: era la hija de aquel hombre. Me dijo: «Quería expresarle mi gratitud». Al margen del cargo que ocupaba –podía ser azafata o contable, daba igual–, ver una correspondencia entre algo que has hecho y algo que ha sucedido supone una forma de verdad. Ver el efecto de nuestras acciones es importante. Por eso digo que fue un momento de verdad.

En este proceso, como usted lo llama, se inserta el conocimiento de la realidad.
Conocer no coincide con “saber”, con poseer informaciones. En la vida de cada uno hay pasos cognoscitivos –como ve, volvemos a algo que está en proceso– para llegar a puntos de claridad. Ante todo hay que mirar los hechos. Pero a menudo, pienso en los medios de comunicación, se pone en marcha un mecanismo diabólico: nos quedamos en la apariencia para crear la noticia. Los procesos virtuales de la televisión proporcionan la “verdad”. Es decir, no importa lo que suceda en los palacios de justicia, sino lo que sale. Diría que es necesario un acercamiento humilde a la realidad.

¿Qué quiere decir?
Lo que conocemos hoy, mañana podría cambiar. No es una forma de relativismo, sino de humildad. Significa reconocer el propio límite, no sentir nunca que ya has llegado. Nunca he olvidado lo que me dijo un amigo sacerdote al enterarse de que había alcanzado un cargo importante: «Recuerda que al final todos morimos». Simplemente quería decirme que no debía plantar ninguna bandera por el objetivo alcanzado, sino tener la humildad de comprender lo que todavía podía pasar. En una dinámica de este tipo, también tienes los elementos para poder discernir en consonancia con la realidad.

¿Por ejemplo?
Cuando era vicepresidente de la Cámara había que elegir al presidente de un comité bastante relevante. Yo tenía en mente a una persona que me parecía idónea para el cargo. Un líder de otro partido vino y se presentó para el puesto, diciendo que daría a cambio su voto en otra cuestión. Convoqué a los jefes de grupo de ese partido, expuse los hechos y concluí: «¿Os fiaríais de alguien que “vende” su voto así?». Me habría podido limitar a decir simplemente: «Ni hablar», pero quería que de la realidad de los hechos emanase un juicio, en este caso moral.

Creo entender que en este proceso del conocimiento siempre queda abierta una puerta al cambio.
En 1977, el ministro de Justicia me pidió que dejara la magistratura para ir a trabajar al legislativo. Eso suponía estar en Turín con mi familia solo el fin de semana. Le expliqué la situación a mi mujer y a mi hijo mayor, pero no me pareció necesario contárselo a mi hija pequeña. El primer fin de semana, mi mujer me contó que la niña estaba molesta y por eso, con muy buenos modales, prácticamente no me dirigía la palabra. ¿Qué podía hacer? Me inventé una reunión importante en Venecia y le dije que necesitaba unos documentos que había dejado en un sobre en casa que solo ella podía traerme porque su madre y su hermano estaban ocupados. El sobre obviamente estaba vacío. Con ocho años, tomó un tren desde Turín y se reunió conmigo en Venecia. Pasamos un fin de semana precioso juntos, pero sobre todo, al darme cuenta de mi error, recuperé su confianza. Fue una toma de conciencia del error y la conquista de una pequeña verdad.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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