En plena promoción de su última película, hablamos con Benito Zambrano, el director de la adaptación cinematográfica del libro del mes, Intemperie
Saltó a la fama con una película que narraba el reencuentro de una madre y una hija con muchas heridas. Se titulaba Solas y recogió numerosos premios, entre ellos el de mejor director novel y mejor guion. Ahora Benito Zambrano se prepara para el estreno de su próxima película, Pan de limón con semillas de amapola, que llega a la gran pantalla de los cines españoles el 12 de noviembre y también narra el reencuentro de dos mujeres, esta vez dos hermanas. A lo largo de su carrera, nos ha sorprendido retratando las heridas más íntimas de sus personajes con una ternura que los hace brillar. No se apresura en mostrar el origen de esa herida, pero sí la marca de ese dolor, que convierte a sus personajes en personas continuamente necesitadas. Por eso no sorprende que él fuera el destinatario del guion adaptado de la novela de Jesús Carrasco que se nos propone como libro del mes, Intemperie.
¿Qué te pareció la historia cuando le leíste?
Para ser honestos, el guion ya me llegó escrito, solo tuve que adaptarlo un poco a mi manera. Lo que más me interesó fue ese encuentro con una humanidad capaz de abrazar tus heridas, quería contar una historia sobre cómo cerrar heridas, el aprendizaje de la vida. Porque la vida te hiere, vivir es herir y ser herido, es inevitable. A veces hacemos daño sin querer, y la vida hace daño de por sí; aunque solo sea envejecer ya tiene una repercusión porque el cuerpo se debilita, enferma, siempre hay algo que te duele. No se puede vivir sin dolor. ¿Qué hacer con ese dolor, con las heridas de la vida? Ese tema me fascinó en esta historia.
Un dolor al que se suma la sed, en un paisaje totalmente desierto.
El contexto es muy interesante en la historia. Yo soy de un pueblo del sur, zona de campiña, pero en verano son tierras muy secas, la tierra da poco hasta que no llega la primavera, y además esta historia se sitúa en la posguerra, cuando se pasaba mucha hambre. Ese contexto físico, árido, duro, es maravilloso para reforzar esa idea de necesidad y dolor. Vivir así es mucho más complicado, al dolor se añade la miseria.
Por no tener, no tienen ni nombre.
Esa es una elección del escritor y me pareció muy interesante cuando vi que Jesús Carrasco los llama “niño” y “pastor”. Al adaptarlo lo respeté completamente porque de hecho me parece una opción muy acertada. Son tan pobres que no tienen ni nombre.
Despojados hasta de nombre, ¿resulta más fácil para el espectador o lector identificarse con el personaje?
Sí, porque se convierten en un anónimo que no tiene nada, son gente casi innombrable. No hay ni que nombrarlos, tampoco es necesario. Son el niño y el pastor, en ese lugar desértico donde se erigen como protagonistas de una historia humilde. Ese detalle me pareció muy bonito.
Decía Leonard Cohen que «hay una grieta en cada cosa; así es como entra la luz». Eso les pasa a tus personajes.
El cine, la literatura, el teatro, el arte en general vive de hablar de las miserias del ser humano y de meterse en las capas profundas del dolor. Cuando empiezas a contar eso puedes abrir una pequeña grieta para que entre una luz que llega hasta el lector o espectador. No me interesa hacer películas de gente feliz, de gente a la que no le pasa nada. La esencia del relato dramático es el conflicto, un personaje desequilibrado, roto, que tiene una necesidad, es fundamental para el drama; necesita enfrentamiento, a veces con la sociedad, con el otro, con uno mismo, y de ahí luego surgen los distintos géneros. Me interesan personajes que siempre remiten a algún tipo de fallo, carencia, necesidad, algo incompleto que es propio del ser humano. Por eso acabas contando una y otra vez historias humanas, porque el personaje siempre trae una mochila, la vida empezó antes y la vida continúa después de la película. La historia es un fragmento de sus vidas que comparten con el espectador, y ahí pueden encontrarse.
En Intemperie el mal parece inmenso en comparación con el bien, que se ve minúsculo. Sin embargo, ese bien casi imperceptible en medio del desierto consigue lo que parecía imposible, que el niño vuelva a confiar. Y tú dedicas la película a las personas que enseñan el perdón.
Forma parte de la esencia de la película y de lo que yo creo. Hay mucha gente que siempre ha luchado por la paz, por el entendimiento, gente solidaria, mucha gente buena, con una actitud muy comprensiva, de ayudar. Gente que encarna unos valores y que nos hace mejores. Creo firmemente que gracias a esas personas podemos seguir avanzando. Parte de la importancia que tiene el arte es el objetivo de colaborar en la construcción de una sociedad mejor, que viva lo mejor posible. Es nuestra misión, aunque muchas veces no seamos conscientes de ello. Con un cuadro, con una canción, con un libro, podemos crear una emoción honesta, sincera, inteligente, lo quieras o no, que se encuentra con el espectador, y este se enfrenta consigo mismo y sintoniza contigo, porque hay algo que nos resuena dentro, que conecta con nosotros. Es una manera de aprender y mejorar. En general, el arte mejora a las personas, o al menos en mi caso me mejora a mí.
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