EncuentroMadrid acaba de celebrar su última edición dedicada a la esperanza y en el acto de clausura, en el diálogo entre la profesora Guadalupe Arbona y el escritor José Ángel González Sainz, este citaba a la filósofa María Zambrano, que escribió unas páginas extraordinarias sobre la esperanza. La describe como un puente que hace posible algo imposible, elevándose sobre un río impetuoso y un tumulto interior. Reabriendo el flujo del tiempo cuando parece que va a cerrarse. Así la esperanza descubre sus raíces justo delante de aquello que la obstaculiza, contra corriente. Contra una corriente que hoy empuja con fuerza. A veces tiene el rostro del desinterés, de la abstención, no solo política. A veces es un miedo a vivir, como la promesa incumplida de que la pandemia devolvería al centro lo esencial, tanto en la vida personal como en el debate público. En cambio, las cosas vuelven a estar como antes, vuelven a darse por descontado, lo que es importante se consume bajo una capa de reclamaciones: replantear la economía, el trabajo, la educación, la ecología, la sanidad, replantear la vida. Reclamaciones de una orientación distinta que solo generan más reclamaciones.
Pero lo que esperamos no se puede posponer, la necesidad de una luz clara que nos permita vivirlo todo. «Si quieres entender la realidad, si quieres entrar en la realidad, es necesario nacer de nuevo». La radicalidad de las palabras de don Giussani propuestas en la Jornada de apertura de curso de CL, que publicamos en octubre, es el hilo conductor de los testimonios que aparecen en estas páginas. ¿Todavía hay algo que suscite y atraiga todo nuestro deseo, algo que prenda en el corazón humano, sea cual sea la situación en que se encuentre? Ese hombre que, según Pascal, «es un punto invisible dentro de la enormidad del espacio» pero que puede ser más grande que cualquier cataclismo.
Nacer de nuevo, según las palabras de Jesús a Nicodemo (al que dedicamos la portada de este número), es recibir el don de un encuentro que nos otorga una nueva percepción de nosotros mismos de la que nace una capacidad de afecto, una apertura, en medio de las dificultades, la enfermedad, el estudio o el despertar por la mañana hecho pedazos.
Es saberse amados, sin lo cual uno cae en el cinismo o huye de todo lo que aún no se ha resuelto en nosotros. Se renace siguiendo un encuentro así, donde crece la sorpresa por una relación presente con Cristo, ahora igual que al principio. «Hace dos mil años la vida nueva era estar con Su presencia», continúa Giussani. «Estando en Su presencia se producía como una sacudida, una renovación de sí, nacía, ¡nacía el yo! Nacía el yo con su consistencia transparente, cristalina, con su fuerza viva, con su sed y su capacidad de querer, con su humanidad; en definitiva, nacía lo humano dentro de sí». Esa humanidad que María Zambrano veía continuamente constituida e impulsada por el «hambre de nacer del todo».
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