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Huellas N.09, Octubre 2021

RUTAS

La historia de una amistad

Yolanda Menéndez

Joseba Arregi murió el pasado 14 de septiembre. Gran amigo de Mikel Azurmendi, la lectura de su libro El abrazo le impactó sobremanera y cambió su forma de vivir la fe

«Alcanzada una cierta edad, uno creía haberse adquirido el derecho a situarse en una zona de confort. Ya no espero grandes cambios y de repente viene el libro de Mikel y me cuestiona de arriba abajo, me saca de quicio y me interpela». Con esta sinceridad desarmante, el que fuera consejero de Cultura del País Vasco, uno de los hombres que hizo posible que Bilbao se convirtiera en una ciudad mundialmente conocida gracias a su impulso al museo Guggenheim, comenzaba a hablar en Madrid, ante un auditorio abarrotado, para presentar el libro que acababa de publicar su amigo Mikel Azurmendi, quien por cierto tenía mucho interés en que fuera su querido Joseba quien presentara aquel relato suyo tan personal.
Confesaba Arregi en aquella ocasión que «normalmente leo los libros estableciendo con ellos una conversación intelectual, pero con el libro de Mikel no se puede hacer eso, hay que acercarse a él de otra forma, tal como él se ha tenido que aproximar, no como antropólogo sino dejándose impactar». Y así lo hizo, dejándose impactar desde la primera página hasta el último de sus días.
Con aquel libro abrió una puerta que dejó entrar en su vida una amistad nueva, cargada de una fe viva que él ya casi había dado por perdida. De hecho, al poco tiempo de presentar El abrazo, Mikel y su mujer Irene (ver carta en p. 4) decidieron invitar a sus amigos Joseba y Amaia a celebrar el cumpleaños de Mikel en su casa, en una comida en la que también habría otros amigos de la “tribu” que Azurmendi había empezado a abrazar. Así fue como Joseba y su esposa Amaia conocieron a Carmen Velasco, una notaria cordobesa que trabaja en Bilbao. «Mikel nos pidió que lleváramos a los Arregi en coche e inmediatamente surgió una conversación apasionante y muy viva con Joseba. Tanto, que mi amigo Álvaro, que nos acompañaba en el coche, pensaba que nos conocíamos de antes, ¡y era la primera vez que nos veíamos!», recuerda Carmen.
Al principio la relación continuó de una manera muy normal, nada forzada, con citas más o menos frecuentes y siempre por motivos profesionales, «pero entre medias le regalé el libro de La belleza desarmada y nos comprometimos a quedar periódicamente para comentarlo». Y así fue. A partir de ese día empezaron a verse esporádicamente, para comer o para tomar un café, midiéndose con las palabras de Julián Carrón con una intensidad que aún hoy conmueve a Carmen al recordarlo. «Le provocó mucho, y no aceptaba muchas de las cosas que leía, pero me daba cuenta de que ese texto y nuestra amistad le daban la energía del diálogo sobre una fe actual. Por eso no lo rechazaba ni se enfadaba por no estar de acuerdo, sino que deseaba confrontarlo, conmigo y con mis amigos».

Dos maneras distintas de vivir la fe se daban cita en aquellas conversaciones y se alimentaban mutuamente. «Él se mostraba muy agradecido por encontrar a alguien con quien compartir su fe y a mí me ilustraba muchísimo. Allí se encontraban la fe teológica, pues era un hombre muy sabio, con la de la experiencia, de quien no sabe nada de teología pero lleva una novedad en su vida que el otro reconoce inmediatamente. A mí me interesaba mucho encontrarme con el teólogo intelectual para entender mejor mi fe y él buscaba una experiencia que diera vida a su fe, que en cierto modo estaba como condenada a vivir solo en los libros».
Más tarde llegó la enfermedad, que fue avanzando progresivamente hasta dejarle bastante limitado, sin poder salir de casa. Pero nunca quiso prescindir de aquella amistad. «Ahí la relación empezó a ponerse intensa. Ya no era una conversación intelectual donde los dos podíamos mostrar nuestras respectivas habilidades y preferencias, nuestras inquietudes e intereses. Ahí estábamos un hombre enfermo y yo, sin más». Carmen empezó entonces a llevarle la comunión a casa todas las semanas. Fue entonces cuando a esa amistad se unió más directamente Amaia, la esposa de Arregi. Uno de los últimos días, cuando ya tenía pocos momentos de conciencia, Amaia acariciaba a su marido y Carmen se sentó a su lado. Mientras rezaba el rosario, la esposa de Joseba se acercó a ella y le preguntó: «¿por qué sonríes?». «Yo ni siquiera era consciente de estar sonriendo, pero le dije: “porque me conmueve ver cómo el amor verdadero vence a la enfermedad y a la muerte. Ya no queda ninguna pretensión, ahora solo le amas porque existe”. Seguí rezando y después me fui».
Además de ser un testigo discreto de la intimidad de la vida de este matrimonio, Carmen también ha podido disfrutar en primera línea de la amistad entre Joseba y Mikel. «A principios de junio, Mikel vino a ver a su amigo enfermo. Recuerdo que Mikel le habló de los santos y también de gente del movimiento que conocía, también le contó que había pedido entrar en la Fraternidad de CL». Curiosamente, fue Joseba quien dio a Carmen la noticia de la muerte de Azurmendi. «Al día siguiente fui a llevarle la comunión y tenía preparado un canto en latín que era el que rezaban en el seminario cuando un amigo moría. Lo cantamos juntos por Mikel». Al igual que su amigo, Joseba estaba preparado y no afrontaba la muerte con angustia, sino con paz. «Hasta una semana antes de morir, él paseaba todo lo que podía y recibía a sus amigos. Es un hombre que ha vivido con tanta certeza que cuando ibas a verle notabas que no estaba aparentando, que se dedicaba a esperar a la muerte disfrutando de la vida, escuchando música clásica, leyendo libros, disfrutando de los versos del Cantar de los Cantares. He tenido el privilegio de asistir al día a día de este hombre, que no vivió aquello como un peso sino que esperaba con gozo el momento en que Dios le llamara».
Ahora Carmen no puede evitar echar de menos tantas cosas, pero la relación con Amaia permanece, de hecho le pidió ayuda para el funeral, «decía que yo sé más de cosas de Iglesia. Pero este encuentro ha sido para mí, sobre todo, la renovación de la promesa que el Misterio me ha hecho trayéndome aquí. Además, todo lo que ha pasado ha confirmado que el encuentro con cualquiera es una vocación, pues si yo hubiera prescindido de quedar de vez en cuando con Joseba, por timidez o por falta de tiempo, mi vida sin duda habría discurrido con normalidad, y la suya también, pero me habría perdido todo esto. Secundar este encuentro, apostar por ver lo que se podría desvelar, ha generado una relación que me ha cambiado y me ha llenado de certeza». Como decía Arregi en aquella presentación de El abrazo en Madrid, hace ya tres años, «de este encuentro sale un impulso de seguir vaciándose y empezar a vivir desde los otros para, desde la mirada de los otros, entenderse uno mismo».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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