Las “mujeres de Rose” llegaron desde Kampala, en Uganda, y fueron las protagonistas de una de las exposiciones más visitadas del Meeting, titulada “Tú tienes valor”. Así vivieron esos días en Rímini
Anifa. Con todo lo que he visto en mi vida, no podía ni soñar que llegaría a venir aquí. En nuestro clan, nadie ha salido nunca de Kampala, creo que lo publicarán los periódicos. Me sorprende la gente. Este corazón “italiano” que ya había visto antes en Rose. Tenéis una amistad que brota del corazón. Me sorprendió una niña de once años que vio el video de nuestra historia y se echó a llorar. Yo pensaba: ¡qué corazón ha dado Dios a esta gente! Nunca he visto personas tan amigas. Estoy acostumbrada a que te quieran por lo que tienes, por la apariencia, nadie tiene en cuenta quién eres. Ahora crece la certeza y la pregunta: ¿quién soy yo? Cuando vuelva a casa le diré a mis hijos: no estamos solos, no somos ricos, pero no estamos solos. Hay alguien que nos ama. Si toda la gente tuviera este corazón, tal vez el mundo cambiaría. Yo soy musulmana y muchos me preguntan por qué sigo a personas que no son de mi religión. Me preguntan por qué vendo la revista Huellas si no sé leer. La vendo porque sé que lo que está escrito ahí dentro tiene valor. Solo tiene belleza y nunca dejaré de venderla. Cuando me preguntan por qué camino con católicos, me parece irrelevante. Yo sé lo que gano. De hecho, los que me critican porque sigo a personas católicas me ayudan a redescubrir lo que estoy siguiendo. Lo hago porque eso incrementa mi vida. Incrementa mi ser. Sigo los encuentros con Carrón, aunque no lo entienda todo. Miro y siento que todo lo que dice entra en mi corazón. A la mañana siguiente vuelvo a pensar en las palabras de ese hombre, me vuelve a dar la vida, el ser. Si no siguiera, no estaría viva. Lo que contamos en la exposición es poco en comparación con lo que hemos vivido. Es como un botón. Hemos vivido una vida que da miedo.
Akello Florence. Es mi primera vez en Italia y en el Meeting. Al llegar aquí empecé a ver algo que no había visto nunca. Rose siempre me dice: «No te reduzcas, porque tienes un gran valor». Si no te reduces, empiezan a sucederte cosas grandes si Dios quiere. Al llegar aquí encontré rostros que poco a poco me fueron dando respuestas. Estoy experimentando la certeza de que siempre hay alguien conmigo. Todo el afecto que recibo es una llamada de Dios: «Acercaos, acercaos más a mí». La gente aquí me mira con amor, ni siquiera soy capaz de describirlo. Eso es lo que me llevo a casa, también para mis seres queridos, no solo para mí. Vuelvo sabiendo que esa llamada existe, allí donde vivo es el lugar adecuado.
Agnes. Todos los que han visto la exposición se han sentido removidos, tocados. Antes de llegar aquí me preguntaba: ¿habrá gente que venga a ver todo esto? Pensaba que nadie se acercaría ni a decir «hola». Sin embargo las personas que salían de la exposición nos preguntaban si podían darnos un abrazo y lloraban. No nos conocían, pero se han sentido tocados igualmente. Para mí, esta es la demostración de que lo que dice Rose de nuestro valor es lo mismo que descubren de sí mismos los que visitan la exposición. Porque eso permite una verdadera identificación con el dolor que hemos sufrido. He visto esta reciprocidad de amor, no solo recibido sino también dado a la gente que nos encontramos. Por eso los que han visto la exposición han sentido mi dolor, estaban a mi lado, aunque no hayan sufrido todo eso. Ahora lo cuento y la pregunta permanece: ¿quién soy yo? Con esta pregunta, todos pueden llegar a entender.
Claire. Estar aquí es un regalo de Dios. Antes de llegar tenía muchas preguntas, sobre todo sobre la amistad. Era como si Dios me dijera: ve, te daré respuestas en Italia. He encontrado un interés sincero en la gente que me hacía preguntas reales, no circunstanciales. Es sorprendente. Cenaba y comía con gente con la que he compartido cosas importantes y ellos también han compartido muchas cosas conmigo. He descubierto una amistad que nunca había vivido con otros amigos. Estuve en la exposición “Vivir sin miedo en la edad de la incerteza” y entendí que el cristianismo es algo que atrae, no es un discurso lleno de reglas. Lo que he experimentado aquí es algo realmente interesante. No creo que haya alguien diciendo a estas personas: «Sé educado con quien te encuentres o intenta tener una conversación profunda». Es impresionante e interesante, me suscita muchas preguntas. Me siento amada. ¿Pero quién soy yo para recibir todo este amor de personas que nunca había visto y que no conocía?
Apolot Florence. Estoy descubriendo que no estoy sola. Para mí era un sueño. Día y noche pensaba: ¿quién soy yo para ir a Italia? ¿Por qué Rose me abraza a pesar de que soy seropositiva? Cuando la conocí, llevaba encima todas las marcas de la enfermedad e igualmente me abrazó, tal como era. Y aquí he encontrado el mismo abrazo. Para mí era increíble el mero hecho de poder subir a un avión. Yo que vivía en el bosque, con todo lo que he pasado. Estaba aislada por ser seropositiva. Me negaban el tratamiento. Pero cuando conocí a Rose, ella me acogió, no me preguntó a qué etnia pertenecía, y me dijo: «Tú tienes valor». Ni siquiera sabía lo que significaba eso. Pensaba que el valor era algo que tiene que ver con la gente rica o con carrera. Yo no sabía que tenía valor, pues soy seropositiva y la gente me decía continuamente que podía contagiarlos. Rose atendió a mis hijos y los llevó al colegio, allí reciben este mismo amor. Cuando acepté a Cristo en mi vida, comprendí que mi valor es más grande que la pobreza, que la enfermedad y el nivel educativo. Ahora, cuanto más vivo, más siento que Cristo vive dentro de mí.
Ketty. Lo primero que experimenté es que la gente me mostraba amor. Me habían dicho que aquí la gente era distante por miedo al Covid. Pero ha sido algo increíble. Esto ha vuelto a poner en marcha lo que llevo dentro, me está rescatando, me da muchas cosas. Lo que más me ha sorprendido es que la gente me llamara por mi nombre: «Ketty, Ketty…», pero no sé cómo lo sabían. Después de ver la exposición me hacían muchas preguntas. Me decían: «¿Por qué eres feliz? ¿Por qué sonríes? Lo que has vivido es tremendo, pero tú bailas y cantas». A veces respondía llorando porque estas preguntas se clavaban en mi corazón. Luego pensé que si me preguntaban estas cosas era porque ellos también sufren, y me decía: ¿cómo podemos estar riendo? Me preguntaban por la Luigi Giussani High School. Antes nuestros hijos iban a colegios donde odiaban su vida. Yo no quiero que vivan lo que he vivido yo. Quiero daros las gracias a todos porque este colegio ha salvado literalmente la vida de nuestros hijos. Por eso cantamos, para dar gracias. No podemos dar las gracias de otra manera, con el canto sí podemos hacerlo. La pregunta es: ¿quién soy yo? Y la respuesta es lo que estoy experimentando aquí.
Rose. He vivido dos años difíciles con el aislamiento porque no podía encontrarme con la gente ni ir a ver a nuestras mujeres. Cuando les dije que tuvieran cuidado para no contraer otro virus, me sorprendió una de ellas que me respondió: «Será lo que Dios quiera». Yo estaba retirando a Dios del instante, del hecho del Covid. Este año han muerto dos chavales, uno de leucemia y otro porque no se cuidó bien. Me enfadé. Luego escuché a Carrón diciendo de una persona que había muerto que estaba mejor que nosotros. ¡Qué bofetada! Decía: «Juzgáis la realidad sin fe, como si Dios no tuviera nada que ver con la realidad, con el instante». Entonces dije: no Te he perdido. Estando con Él puedo decir: Danielino, no te he perdido. Puedo decir: Mark Trevor, no te he perdido. No perdemos nada si tenemos la mirada puesta en Alguien que es más grande que nosotros. Soy feliz, aunque hay cosas que me dejan sin aliento. Pero aun así, como dicen nuestras mujeres, tenemos dónde poner nuestras preguntas. Puedo decir: no pierdo el instante porque en él habita mi Amigo. Que habita en mí y habita en el instante. Vengo contentísima del Meeting, porque te renueva la mirada y la fe. Te renueva la certeza de qué es lo que está en juego ahora. No es tanto la exposición. De hecho, dicen que la exposición podía llenar la Feria. Tal vez la vida de Anifa podría llenar la Feria. Entonces empiezas a preguntarte: ¿pero quién soy yo para tener esta predilección? Soy nada y Tú me quieres. ¿Quién soy? ¿Y quién es Dios que se ocupa de mí? Si me mido, no encuentro nada que progrese, voy dando pasos pero nada avanza. ¿Por qué Él me cuida?
No es que hayamos encontrado la respuesta, pues siempre es una conmoción decir: ¿quién soy yo? No es que haya alguien que me dé la respuesta. Es más bien un llanto dentro de mí que me hace decir: ¿quién soy yo para que Tú me cuides? Porque no soy nada, lo sé.
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