Poco antes de la pandemia me quedé embarazada de mi tercera hija. Por esa época se quedó embarazada también la mujer de uno de mis alumnos de doctorado. En realidad, me enteré cuando ya habían perdido al bebé y él vino a pedirme un par de días libres. Tenía la cara descompuesta y no pude evitar preguntarle si había pasado algo. Me confesó que quería tomarse unos días para acompañar a su mujer, que acababa de abortar.
Al cabo de unas semanas, comuniqué mi embarazo al grupo de estudiantes que trabaja conmigo. Me sentía un poco mal, pero no evité el hecho de mirarle a la cara. Cuatro semanas después, nos confinaron a todos.
En abril, al terminar una reunión online, tímidamente me preguntó si podía hacerme una pregunta personal. «Si usted hubiera sabido que iba a pasar todo esto, ¿volvería a hacerlo?, ¿volvería a traer un hijo al mundo?». Enseguida me di cuenta de la profundidad de su pregunta. No podía responderle con un discurso, nunca le habría convencido, ni tampoco a mí misma. Su pregunta también me hería a mí. Y no podía huir de ella. Así que tuve que preguntarle si para él esa urgencia que sentía –que la pandemia y la pérdida de su bebé habían hecho aún más apremiante y consciente– no era, en el fondo, la misma urgencia con la que uno, también yo, comienza la jornada de cada día. ¿Cómo vivía antes de la pandemia? ¿Qué le hacía implicarse o esforzarse en el trabajo? ¿Cómo decidió pasar el resto de su vida con su mujer?
De modo que le estaba respondiendo con nuevas preguntas. Las mismas que me hago yo para seguir mi camino.
El diálogo que surgió me ha seguido acompañando mucho y me ha invitado a ser más consciente todos los días.
Por eso, en otra ocasión, le pregunté a mi alumno por qué me había hecho aquella pregunta justo a mí. «Porque no hay mucha gente a la que se le pueda preguntar algo así». ¿Qué había visto en mí para poder decir eso? Había visto a alguien que podía acoger su pregunta, su necesidad.
Me he dado cuenta de que yo entro en las circunstancias con certeza, con una última alegría, solo porque Jesús vuelve a aferrarme una y otra vez. Estoy llena de gratitud. Cuanto más avanzo y permanezco en el cauce del movimiento, siguiendo la paternidad de Carrón, más cuenta me doy de que cada circunstancia, cada jornada, es una ocasión para darme cuenta de qué es capaz de regenerar y hacer crecer mi corazón, mi humanidad y mi inteligencia. Vuelvo a caer en el olvido, pero Jesús me rescata continuamente (como hizo con la pregunta de mi alumno), volviendo a mostrarme cuánto me atrae.
Ilaria
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