Jornadas fuera del trabajo y reuniones sobre la belleza con un equipo de trabajo donde el jefe no hace de jefe «sino que es como un padre»
En mayo, Pietro, 45 años, director corporativo de una importante institución financiera, dio la noticia a su equipo: en septiembre se marcha. La noche del anuncio, Begonia, de treinta años, llama a Julia: «¿Te has enterado? Pietro deja Ginebra, regresa a Italia. Mañana mismo preparo la solicitud para la sede de Nueva York. No tengo ningún motivo para quedarme. Cuando lo ha comunicado, algunos se han puesto a llorar. Y no es una cuestión de dinero o de carrera, lo hace por su familia, por sus hijos, ya no quiere estar viajando por el mundo lejos de su casa. ¡Caramba, pero nosotros también somos su familia! Ha sido como un padre para todos. Trabajar con él era otra cosa». A medida que habla se le quiebra la voz. Parece imposible. Finanzas significa dinero, en este caso gestión de ingentes patrimonios familiares, y uno se imagina un ambiente de lobos, donde el jefe exige al máximo y las relaciones humanas son nulas. «Para mí es una combinación de personalidad y educación, en la familia y en el movimiento. Los preciosos años de la universidad con la intuición de una vida llena de sentido que permitía afrontar cada instante de manera plena no se han quedado en un bonito recuerdo, sino que se han convertido en una manera muy sencilla de afrontar el trabajo, buscando la humanidad de cada persona», cuenta. Y añade sonriendo: «Por temperamento, tiendo a trabajar mucho. Soy muy pragmático y la queja no tiene cabida en mí. Aunque, bien pensado, esto también lo he aprendido en el movimiento».
Casi todos los meses, Pietro cruza el océano para reunirse con sus clientes, jefes y colegas, dejando sola a su mujer, Teresa, y a sus tres hijos. Pero cuando está en el despacho, la puerta siempre está abierta. Sus colaboradores discuten con él sobre estrategias y le piden consejo y ayuda en cuestiones personales. Una tarde, un compañero le detuvo para decirle: «Pietro, mi mujer está embarazada». «¡Qué buena noticia!». «Quiere abortar porque nuestro primer hijo sufre una enfermedad degenerativa». «Comprendo. Pero no tiene por qué volver a ser así esta vez». Se quedaron hablando hasta última hora de la tarde. Luego Pietro subió al coche para salir pitando hacia su tierra, Lecco, pues le habían llamado para decirle que su padre estaba en coma. «Murió poco antes de que yo llegara. Pero ese niño nació. Si lo piensas, es la vida y la muerte». Durante la pandemia, cayó enfermo un compañero que era como su brazo derecho. Varias veces le había hablado, incluso con rabia, de su divorcio, pues no podía ver a sus hijos todo lo que quería. Ahora estaba solo. Pietro le llamó para decirle: «Te acompaño, te llevo las medicinas. Respecto al divorcio, intenta cuidar la relación con tus hijos, no les involucres en vuestras discusiones».
Cada año, los directores organizan con sus equipos una jornada offsite: una mezcla de actividades lúdicas y reuniones de trabajo. Es decir, un rato de diversión en la discoteca, unas horas de rafting por el río y luego alguna clase de estrategia financiera. «Yo deseaba algo más, que esas jornadas fueran la posibilidad de percibir un cierto acento de belleza. A medida que pasa el tiempo, me doy cuenta de que siento como una preocupación por la vida de cada uno de ellos, quiero que puedan ser felices». En una ocasión invitó a Lucio Rossi, profesor de Física en la Universidad Estatal de Milán, que «nos contó su vida. Vamos, dio lo que nosotros llamamos un “testimonio”». Al terminar preparó un momento de cantos con dos amigos de la comunidad de Ginebra. Unos días más tarde, un compañero le dijo en la oficina: «¡Vaya día! Tienes suerte por tener amigos así, dispuestos a venir por ti». También ha pasado más veces, aunque no para la jornada offsite. En estos 25 años, entre viajes y decisiones que tomar, ha habido momentos complicados. ¿A quién pedir ayuda, consejo? Pietro nunca lo ha dudado. «Agarraba el teléfono y llamaba a cinco amigos con los que comparto la experiencia del movimiento. Ellos y mi familia han sido mi punto firme». Cuando hacía falta, se subían al coche o a un avión e iban a verlo a Holanda, Luxemburgo, España, Londres, Ginebra.
No solo sus colaboradores han captado su innovador “método” de trabajo. Para la reunión de su equipo con los cinco directores mundiales de su sección, Pietro organizó una velada titulada “La gran belleza”. Alquiló una bodega adaptada como un espacio de convivencia, con un menú rigurosamente italiano y luego… una sorpresa. Llevaron a la sala un equipo de estéreo, Pietro tomó la palabra y presentó una audición del Arpeggione de Franz Schubert y la Moldava de Bedrich Smetana. «Solamente repetí lo que nos enseñó Giussani y cuando empezó la música se hizo un silencio lleno de espera». Después, durante la degustación, uno de los directores se acercó para decirle: «Es la primera vez que asisto a algo así. Felicidades. Tienes una sintonía con tu equipo que raras veces he visto». Los frutos de esta manera de relacionarse se ven también en el trabajo. En una encuesta a los empleados sobre la capacidad de innovar y hacer equipo entre sus directores, Pietro consiguió la máxima puntuación. «No hago discursos, pero me gusta hablar de mí, contar lo que hago con mis amigos, con mi familia, hasta los libros que leo. Ven que no soy alguien que solo piensa en tasas, bonos y fines de semana. Según casi todos en la empresa, esos son los tres puntos “fundamentales” para vivir bien aquí».
¿Entonces por qué dejarlo todo? «Han sido unos años preciosos, gracias también a ciertos rostros de la comunidad de Ginebra. Pero después de 24 años viviendo en cinco países, hemos pensado volver a mi ciudad, Lecco. La muerte reciente de mis padres también ha hecho nacer en mí el deseo de volver al lugar donde me educaron, para educar allí a nuestros hijos, y también a nosotros mismos». A su jefe, que no entendía esta decisión, Pietro le dijo: «¿De qué sirve conquistar el mundo si te pierdes a ti mismo? Yo no me he perdido, pero ahora se abre para mí una nueva aventura».
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