En la carta de una joven española, continúa este “diálogo a distancia” entre Jarkov y Madrid sobre el desafío del “aquí y ahora”
En el camino de Escuela de comunidad, surgía hace poco la pregunta: ¿qué diferencia existe entre esperar algo y decir que «somos espera»? Esa pregunta se me quedó grabada, y durante la semana me pasó algo que me ayudó a comprenderlo mejor. Una tarde estaba sola en casa, fue una tarde de tormentón en Madrid y por la noche me puse a mirar el cielo y empecé a pensar en mis amigos, en la gente que más quiero, en mis padres, y de pronto me invadió una gran nostalgia. ¿Hay alguien que se esté acordando de mí en este momento?, ¿hay alguien que desearía, que daría su vida por estar conmigo en este momento? ¿Que yo me despierte sola, esta nostalgia puede ser tan concreta como un hombre que me diga: «buenos días, preciosa»? Me sorprendió poder estar delante de estas preguntas, conmovida, pensando: ¿pero quién eres Tú, que me has hecho conocer un amor tan concreto que ya nada me basta, que todo me hace desear este amor? En ese momento mi deseo, mi sed, era el signo más evidente de esa Presencia que yo he conocido y que me ha aferrado. Yo he conocido a Cristo realmente y me conmuevo solo de pensarlo.
Me conmovió profundamente caer en la cuenta de que mi deseo, mi necesidad, ha crecido conforme ha crecido la conciencia de este Tú que yo he conocido y que me llama de tal modo que mi reacción inmediata si no tendría que ser buscar en otro lado inmediatamente, y sin embargo sabía que si me separo de la fuente, hasta mi deseo se hace más pequeño, yo sería menos yo. Este paso me ha conmovido profundamente a la hora de mirar mi propio deseo, a la luz solo de lo que me ha sucedido.
Rocío
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