Los apuntes de la asamblea de las comunidades de Europa del este con Julián Carrón, donde tuvo lugar un “diálogo a distancia” con el desafío lanzado por Rosa Montero en El País. ¿Por qué el aquí y ahora no es el fin, sino el principio?
(en conexión por video, 29 de mayo de 2021)
Jean-François Thiry. ¡Buenos días a todos! Nos hemos reunido casi doscientas personas, conectadas desde varios países. Julián, te agradezco muchísimo haber sacado tiempo para verificar con nosotros el camino que estamos haciendo estos meses. Hemos recibido muchos testimonios y preguntas, que muestran que este tiempo no ha pasado en vano y que podemos comprobar si tenemos o no esperanza.
Daiva. En marzo mi marido regresó a los brazos del Padre. Murió en el trabajo. Cuando llegué, los médicos estaban intentando reanimarlo. Recé, fuera, en la puerta, sostenida por las personas que estaban allí. Recé, pidiendo no perder a mi marido, pero añadiendo continua y conscientemente estas palabras: «Sea cual sea la voluntad de Dios, la acepto». La acepté, y no culpé ni a Dios ni mucho menos a mi marido por marcharse. Sabía que hasta las cosas más duras suceden por nuestro bien. Esta conciencia no elimina la ausencia ni el dolor, pero me ayuda a mantener viva la esperanza. Esa misma noche, después de la muerte de mi marido, nos conectamos con los amigos del movimiento para rezar el Rosario. Me conmoví al ver allí a tantos amigos. En la pantalla veía muchas ventanitas minúsculas, no solo con la cara de mis amigos, sino también con sus familias. Gracias a ellos me sentí abrazada por Dios en medio de mi dolor. Cuando le preguntaban: «¿cómo estás?», mi marido siempre respondía: «Cada día más cerca del Paraíso». Siempre trató de vivir aquí y ahora. Creo que ya está en brazos del Padre y desde allí podrá cuidarme, a mí, a nuestros hijos y amigos, que en momentos de dificultad también piden su intercesión. Él no está a mi lado, pero me ha dejado muchos amigos, gracias a los cuales no me siento sola y vivo la experiencia del pueblo de Dios. He recibido muchas cartas y mensajes. Mucha gente fue a despedirse de él. Aunque su vida no fue muy larga, hizo mucho bien a los que le rodeaban. Le acompañaban mucho las palabras de don Giussani: debemos amar a nuestra mujer, a nuestros hijos, nuestro trabajo, por amor a Cristo. Mi marido siempre intentó vivir así. No sé qué sería de mí ni cómo viviría el dolor de esta pérdida si no perteneciera al movimiento. La educación que recibo aquí me da fuerza y esperanza. Doy gracias a Dios por darme estos amigos y mostrarme el camino que merece la pena recorrer para seguir a mis amigos y para seguir a Cristo.
Julián Carrón. Te agradezco este testimonio porque cuando suceden cosas tan dolorosas nos damos más cuenta de la gracia que hemos recibido al encontrar el movimiento. De hecho, no es inmediato decir –como has hecho tú, sin reprochar nada a nadie, ni a Dios ni a tu marido–: «Es la voluntad de Dios y yo la acepto». Documenta el camino que has hecho. Este primer testimonio nos pone delante del método con el que cada uno puede verificar su propio camino, porque la verificación del camino no son nuestros pensamientos e interpretaciones, sino nuestro yo en acción. Cuando estamos delante de la realidad, sea cual sea el rostro que asuma, ahí emerge la mirada definitiva que tenemos hacia la vida. Se ve así hasta qué punto, como dice nuestra amiga, la educación del movimiento, lo que nos ha comunicado don Giussani, ha penetrado en nuestra vida. No es tanto una medida de nosotros mismos sino la sugerencia de un camino. La realidad no deja de ofrecernos signos para comprobar si la educación que hemos recibido penetra en nosotros, es decir, si el movimiento es realmente el movimiento. En cada momento del camino, cada uno puede ver si se cumple en su vida la razón por la que don Giussani comenzó el movimiento, una razón que él tuvo clara desde el primer día que subió los escalones del Berchet: «Mostrar la pertinencia de la fe a las exigencias de la vida» (Educar es un riesgo, Encuentro, Madrid 2006, p. 19). La verificación no se da en nuestras interpretaciones o discusiones, ni en lo que dicen los periódicos. La verificación del camino realizado se da en la «estructura de la reacción» que tenemos frente a la realidad, citando la expresión de Giussani en el capítulo décimo de El sentido religioso (Encuentro, Madrid 2008, p. 145), ante cualquier acontecimiento. Y el mayor desafío de todos es la muerte. Por eso te lo agradezco, porque con tu testimonio nos has mostrado el camino, el método mediante el cual podemos reconocer siempre si estamos haciendo el camino educativo que nos propone el movimiento o no. Lo demás no importa, así que no perdamos tiempo en medirnos. Lo que nos interesa es si la propuesta del movimiento, la mirada en la que nos educa («Esta es la voluntad de Dios y yo la reconozco, la acepto, la abrazo»), hace crecer cada vez más dentro de nosotros un juicio tan lleno de luz que facilite nuestra adhesión, un juicio lleno de afecto. Lo vemos todos los días, desde que nos despertamos por la mañana, ¿qué sentimiento prevalece en mí? No hace falta una muerte ni algo que nos haga sufrir, basta con darse cuenta de qué nos da la vida en el instante en que nos despertamos.
Anna Kim. Cada punto, cada juicio y cada testimonio de los Ejercicios espirituales de la Fraternidad han sido para mí palabras vivas, que tocaban mi corazón y tenían que ver con mi vida. Nos has hablado con un amor de padre, confiando en nuestra libertad adulta. Por eso te doy las gracias. Uno de los puntos más importantes para mí ha sido «El lugar de la esperanza», cuando decías que es «un lugar [donde] […] Cristo está presente y vivo» (J. Carrón, ¿Hay esperanza?, Huellas 2021, p. 143); es la cuestión de la compañía. Todo el año pasado fue muy dramático, para mí y para todos. Pero también ha sido un tiempo de gracia porque a través del dolor, las privaciones, las dificultades y las pruebas me he dado cuenta claramente de que necesito como el aire estos testimonios, mis amigos del movimiento, nuestra comunidad de Karagandá. He visto que fuera de la comunidad mi vida se desvanece, se marchita. Mi yo se aplana y me convierto en «un barco que suspira por el mar y le tiene siempre miedo», y me descubro diciendo: «Esperemos…» pero sin esperanza. Pronto tendré que marcharme de Karagandá durante un largo periodo y tendré que vivir una situación difícil, afrontando numerosos desafíos. Estaré en un lugar donde internet no siempre funciona bien. ¿Cómo no perder la esperanza? ¿Cómo experimentar la “plenitud de Cristo” fuera de la comunidad?
Carrón. ¡Estupendo! Este traslado te ayudará a saber qué entiendes con las palabras «comunidad», «compañía». Será la prueba de cómo has vivido la compañía durante todo el tiempo que has estado en Karagandá. Te darás cuenta si la has vivido por lo que ella es –es decir, lo que nos introduce sin cesar en el descubrimiento de un significado para la vida, como una mirada que aprender constantemente, que por tanto tendrás que seguir aprendiendo allí donde vayas– o como algo mecánico que, por el hecho de estar dentro físicamente, debería hacer crecer nuestra autoconciencia de manera automática. Ante la nueva situación que vas a afrontar, podrás entender qué es lo que te hace compañía de verdad. Eso no significa que no necesites esta compañía, o que no tengas una compañía allí donde vayas. Dependerá de ti reconocerla, de la manera en que Cristo te la permita experimentar, de cómo te hará compañía en esa nueva situación. Tu traslado será una ocasión para profundizar en el contenido de la compañía que has encontrado en Karagandá. Es un auténtico desafío para ayudarte a entender que no son solo palabras que nos decimos. Basta con que cada uno piense cómo ha vivido este tiempo de pandemia, en el que muchos de nuestros gestos no se han podido hacer presencialmente. Todos hemos visto que quien ha estado verdaderamente disponible para dejarse acompañar, mediante las modalidades que el Misterio permitía –gestos en conexión por video, como los Ejercicios y la Escuela de comunidad, los textos propuestos–, ha aprendido y comprendido algo esencial para vivir. Todos, lo queramos o no, podemos comprobar ahora si durante el tiempo de la pandemia hemos aprendido y entendido algo o no que nos pueda servir para afrontar los nuevos desafíos. ¡Cuántos de nosotros pensaban que la llegada del virus, con la consiguiente imposibilidad de hacer los gestos del movimiento de la manera habitual, nos haría sentir huérfanos, nos privaría de la comunidad, impidiéndonos disfrutar de los testimonios! En cambio, lo que hemos visto estos meses nos ha hecho conscientes de que Cristo sigue acompañándonos de manera insospechada, imprevisible. Por tanto, puedes ir donde tengas que ir con curiosidad: «A ver cómo me acompaña Cristo en esta nueva situación». Más aún, con las posibilidades actuales de comunicación, nada de lo que has vivido hasta ahora se te quitará. Podrás conectarte a los gestos de la comunidad de Karagandá, podrás seguir cuidando la relación con tus amigos, podrás visitar la web de CL para leer las noticias de la vida del movimiento, podrás seguir recibiendo toda la riqueza de vida de la comunidad cristiana de Comunión y Liberación. La comunidad te acompañará allí donde vayas, ¡aunque te vayas al fin del mundo! La única cuestión es si tú, en tu nueva situación, aceptas una compañía de una cierta manera, tal como la has aceptado durante el tiempo de la pandemia. Así podrás ver qué nivel de madurez puedes alcanzar profundizando en el valor de la compañía. Después nos lo contarás.
Anna Kim. ¡Gracias!
Lali. Cuando hablabas en los Ejercicios espirituales de la espera, me acordé de una compañera de trabajo a la que pregunté cómo estaba, si le gustaba lo que hacía. Cuando pregunto estas cosas, mis compañeros me dicen que es mejor no esperar nada, porque se corre el riesgo de desilusionarse después. Mejor no esperar nada para no desilusionarte. Entonces me acordé de que eso me pasó una vez. Esperaba que ciertos acontecimientos evolucionaran como yo quería y cuando algo salió de otra manera sentí una inmensa desilusión y tristeza. Lo recordé leyendo el texto de los Ejercicios y escuchando la Escuela de comunidad contigo, me impactó cuando dijiste que lo que leemos, lo que nos testimoniamos en la Escuela de comunidad y en nuestros encuentros, solo podemos entenderlo después de haberlo visto. Para mí fue como responder a una pregunta que ya tenía antes, porque después de unos hechos catastróficos que se habían producido en mi vida, sobre todo la muerte de mi marido, me quedé bloqueada, no identificaba en mí la esperanza ni la espera. Ayer, mi madre y mi tía salieron del hospital. Aún están muy débiles y agradezco que estén mejor, pero cuando estaban en estado crítico, entre la vida y la muerte, no podía entender nada y me preguntaba: «¿Qué está pasando en mi vida? ¿Qué quiere Dios de mi vida? ¿Por qué todo esto me tiene que pasar a mí ahora?». Presa de este terror, de repente me di cuenta, percibí con una claridad que nunca había tenido, que Dios me estaba abrazando. Y al sentirme abrazada así brotó en mí la esperanza, comprendí que me habían quitado todo y solo me habían dejado la esperanza. Pero esa esperanza me permitía quitarme de encima al menos un poco del peso que llevaba, porque podía compartir mis preguntas con Aquel que realmente puede responder. Releyendo la Escuela de comunidad comprendí que esta esperanza, que apareció hace un mes o tres semanas, ha hecho nacer en mí la espera y la fe. Una espera que no es como la de antes, cuando sabía qué quería y cómo tenían que ir las cosas, sino una espera abierta, llena de necesidad, de atención y sed de cumplimiento. Entonces me preguntaba: «¿Pero qué es esta espera?» y comprendí que es espera de ser feliz, de vivir con apertura y sencillez.
Carrón. ¿Puedo hacerte una pregunta?
Lali. Claro.
Carrón. ¿Cómo has llegado a la conciencia, totalmente inesperada, de que Dios te estaba abrazando? Parecía que ya no esperabas nada y te preguntabas: «¿Qué quiere Dios de mi vida?». Y de repente sucede algo: «Percibí […] que Dios me estaba abrazando, […] y brotó la esperanza». ¿Cómo nace en ti esta sensación?
Lali. En aquel momento, mis pensamientos, mis fuerzas, mi manera de mirar, mis intentos, eran tan pequeños y en cambio era tan fuerte el sentimiento de ser nada, una mendiga, que en mi mendicidad, miseria y pobreza, en aquel momento es como si me hubiera quedado en silencio. Lo más “ruidoso” que había era la espera. Me di cuenta de que no podía hacer nada, porque soy impotente, soy necesitada, solo puedo gritar, rezar, pedir. Y en ese momento entre las lágrimas brotó en mí una sonrisa, y la sensación física de que, aparte de la esperanza, no hay nada más. Me lo habían quitado todo, excepto la esperanza. O bien yo había permitido que saliera algo que siempre había estado en mí.
Carrón. Quiero que nos demos cuenta de si solo ha sido una reacción instintiva a tu impotencia o se trataba de otra cosa. ¿Por qué de repente, dentro de tu sensación de impotencia, justo cuando te parecía que ya no podías esperar nada, brota en ti la certeza de que Dios te está abrazando? Si no te das cuenta de lo que te ha pasado, si no percibes la importancia de la experiencia que has vivido, mañana podrás volver a encontrarte indefensa ante una situación distinta, inesperada. ¿Es razonable esperar? ¿Por qué es razonable esperar, por qué no es simplemente un sentimiento pasajero que mañana puede ser barrido por un imprevisto? ¿Se entiende la pregunta?
Lali. Sí. Probablemente lo que me sucede desde enero, desde que murió mi marido, es que este acontecimiento ha cambiado radicalmente mi mirada, mi modo de ver. Porque, como decía la amiga de antes, la muerte de mi marido ha hecho nacer una experiencia en la que me topo con el hecho de acoger la voluntad del Padre.
Carrón. ¿Y en qué consiste esta manera distinta de mirar?
Lali. En que por fin me he dado cuenta de que lo que pasa en mi vida no pasa porque alguien me esté castigando, porque haya hecho algo mal, sino porque hay Alguien que me ama y está conmigo en esta tempestad.
Carrón. ¿Pero cómo sabes que hay Alguien que te ama? No basta con decirlo –«Alguien me ama»–, hay que entender por qué es razonable decir una frase como esta.
Lali. Porque, como decía, todos los días estaban conmigo mis amigos y yo recibía respuesta a través de rostros concretos.
Carrón. ¿Por qué la presencia de tus amigos no es solo un consuelo, puesto que no pueden darte lo que se te ha quitado?
Lali. Porque hay algo que responde a mi corazón. Esta experiencia de mendicidad, de pobreza, este vivir sin nada delante de Él, me hace entender que hay algo que no estoy haciendo yo y que no depende de mis pensamientos, de mis acciones, de mis esfuerzos. Yo no podría generarlo.
Carrón. Entonces, ¿qué es ese «algo»? Si no es algo que tú haces ni algo que hacen los demás, ¿qué es? ¿Qué es? Hay que llegar a identificar claramente qué es ese «algo».
Lali. Cristo a mi lado todos los días.
Carrón. ¿Cómo lo sabes?
Lali. No sabría decirlo, lo sé por mi diálogo con Él, por una Presencia cuando te despiertas por la mañana y te das cuenta de que no estás sola, por una esperanza que no estaba y ahora está. Cuando entiendes que no puedes con nada pero Otro te sostiene.
Carrón. ¿Cuál es el signo más evidente de que hay «Otro que te sostiene»? ¿Cuál es el signo más evidente nada más despertarte?
Lali. Que todo se resuelve de una manera que no podía ni imaginar.
Carrón. ¡Aún no sabes cómo será la mañana, pero nada más despertar ya está todo!
Lali. Sí, porque es un amor y una misericordia. No sé cómo describirlo, pero te despiertas por la mañana y sabes que no tienes miedo, porque tu padre te ama.
Carrón. Fijémonos en esto. Delante de los desafíos de la vida, cualquiera de nosotros puede comprobar, verificar el camino que ha hecho. Todos podemos hacerlo, no solo aquellos a los que les suceden desgracias como las que has contado, o que se ven despojados de todo. También ahora, en este momento, mientras empezamos –al menos en Italia– a volver lentamente al modo habitual de vivir, cada uno puede verificar si ha desperdiciado el tiempo de la pandemia o si ha crecido. Tú ahora estás verificando si lo que te ha pasado y has contado –la muerte de tu marido, la enfermedad de tu madre– te ha hecho crecer, te ha hecho aprender a tener una mirada que antes no tenías. Esto es crucial. Un amigo español me ha enseñado un artículo publicado en El País, de Rosa Montero (ver p. 10), donde la escritora cuenta que ha visto por la ventana, en su barrio de Madrid, el retorno a la vida de mucha gente que esperaba ansiosamente volver a ver a sus amigos, salir a cenar fuera, volver a disfrutar de la noche con un «hambre insaciable de felicidad», con «tantas ansias de quemar la noche, de poseer la vida». Pero enseguida se pregunta «cuántos se fueron contentos a la cama esa madrugada» y «cuántos volvieron a caer en la consabida insatisfacción del ser humano y en esa fastidiosa incapacidad que parece que tenemos para vivir lo cierto, lo tangible, la simple realidad». Y añade: «La pandemia debería habernos enseñado algo, […] pero me temo que no aprenderemos nada». En la reseña de prensa de hoy hay una entrevista a la Premio Nobel bielorrusa Svetlana Aleksievich que empieza así: «Olvidaremos este tiempo de pandemia», no nos acordaremos de esto. «Así está hecho el hombre. Olvida fácilmente todo el mal que le sucede», y pone como ejemplo el hecho de que se haya construido una nueva central nuclear precisamente en Bielorrusia, la más afectada por el desastre de Chernobyl. «Así está hecho el hombre. Olvida» (S. Aleksievich, «Il nostro futuro comincia adesso», entrevista de R. Castelletti en Robinson, La Repubblica, 29 de mayo de 2021). Es parecido a lo que dice la escritora española sobre la pandemia. Estamos hechos así, no aprendemos de lo que sucede. Montero afirma que ya lo ha visto muchas veces, por ejemplo en amigos a los que diagnostican un cáncer. En el instante en que se dan cuenta, delante de una evidencia que les hace temblar, «aseguran que la enfermedad les ha abierto los ojos», es decir, les ha abierto la mirada –justo como te ha pasado a ti– y prometen que, «si salen de esta, nunca más volverán a desperdiciar el tiempo ni a preocuparse por tonterías ni a dejar de apreciar los verdaderos valores de la vida», es decir, las cosas esenciales para vivir. Cualquiera, incluso en la distracción más absoluta, delante de una circunstancia dramática se ve obligado a abrir la mirada. Pero luego, añade la columnista, cuando esos amigos «se curan (menos mal) […] a los pocos años vuelven a recaer en el mismo atropello mental, en la misma confusión sobre lo que son y lo que desean», volviendo así a la misma manera de mirar y de vivir que tenían antes. Esta es la cuestión. Que un hecho como la muerte o la enfermedad nos abra la mirada es comprensible. Pero eso no basta para que una persona aprenda algo. Y si no aprende, al cabo de un tiempo volverá al viejo tran tran. Por eso insistía en preguntarte qué es ese «algo» del que hablabas. Montero sigue hablando de sí misma: «A mí me pasa igual. […] Llevo años escribiendo sobre eso y dando doctos consejos sobre la necesidad de aprender a vivir el presente», pero «hay una diferencia abismal entre lo que uno piensa y la posibilidad de hacer que ese pensamiento te atraviese el cuerpo», es decir, que el pensamiento atraviese la vida y llegue a ser mío. «Cuesta conseguir vivir conforme a lo que crees» (nosotros diríamos que el gran problema es la experiencia). ¿Entonces qué hacemos? «Así que por ahora aquí estoy, como casi todos, postergando inconscientemente la felicidad a un tiempo que siempre queda a desmano, un poco más lejos». Siempre, subraya Montero, se pospone el cumplimiento al futuro. «Vivimos esta vida como si lleváramos otra en la maleta», escribe citando a Hemingway. Y añade: «Malgastamos de manera estúpida nuestros días posponiendo la conciencia plena de vivir a otro momento, como si el presente solo fuera una estación de paso, una etapa tediosa en nuestro agitado camino hacia no sé dónde. Se diría que estamos permanentemente subidos a la cinta transportadora de un aeropuerto, pasajeros en movimiento eterno hacia la nada», pensando cada uno: «Seré feliz cuando llegue a destino», es decir –diríamos nosotros– cuando llegue al destino. «La mala noticia», concluye la escritora, «es que jamás se llega. Solo el hoy existe, el aquí y el ahora».
Si te he provocado para percibir con claridad lo que has vivido es porque no quiero que esta sea la conclusión a la que lleguemos nosotros con el tiempo: posponiendo la felicidad al futuro, pero en el fondo solo como una ilusión porque en realidad solo existe el hoy, el aquí y el ahora.
Partiendo de lo que decías, ¿qué responderías a esta columnista que ha tenido el coraje de escribir una cosa así? Podemos decir que el 90% de su relato es parecido al tuyo. Tú también te has sentido provocada, puesta en cuestión, y al principio pensabas que era mejor no esperar nada para no desilusionarte. En esos momentos, delante de una gran tristeza, cuando muere tu marido y enferma tu madre, has verificado la consistencia de tu camino. ¿Hay algo en tu experiencia que oponer a lo que dice esta escritora? La vida de ahora es tan global que Madrid dialoga con Jarkov y Jarkov responde a Madrid.
Lali. Ante todo el hecho de que yo vivía como he dicho, al principio estaba yo con mis planes, pero luego sucedió algo. Yo pido no olvidar nunca lo que ha pasado. La diferencia es que ahora estoy más atenta a la realidad que a mis planes.
Carrón. Entonces, ¿cuál es la diferencia en el presente? Relanzo la pregunta. Aquí, entre nosotros, ha sucedido algo y cualquiera que intervenga debe dialogar con lo que ha salido a partir de lo que ha pasado. De esta manera comprobaremos si durante la pandemia hemos aprendido algo o si hemos desaprovechado la ocasión y todavía tenemos que aprenderlo.
Thiry. ¿Puedes ayudarnos a aclarar la cuestión?
Carrón. La cuestión es darnos cuenta de lo que ha introducido nuestra amiga con su relato: un factor nuevo, decisivo para responder a la escritora española. ¿Cómo podemos decir de un modo que no sea piadoso: «Dios me está abrazando ahora»? Normalmente decimos estas cosas de manera piadosa y así no se responde al problema real que tenemos, por eso al final no sabemos qué decir.
Miko. Soy de Azerbaiyán. Solo tengo una pregunta a propósito de la pandemia. Para nosotros que tenemos fe, que somos creyentes, es fácil entender la existencia de la esperanza. Pero no estamos solos, tenemos un pueblo alrededor, tenemos gente a la que queremos, tenemos amigos. Debido al Covid, hay gente a nuestro lado que ha perdido su trabajo, o a sus seres queridos, y viven con mucho estrés. No es fácil explicarles la existencia de la esperanza porque o no creen o bien han renunciado. ¿Qué método deberíamos elegir para explicarles mejor lo que es la esperanza?
Carrón. ¡Esta es «la» cuestión! Como no hemos llegado a ser conscientes de la razón por la que esperar, no sabemos qué decir a los que nos hacen esta pregunta. Por eso le insistía a nuestra amiga en la necesidad de darse cuenta de la razón de su esperanza y de la nuestra, pues de otro modo no podremos testimoniarla al mundo. No es un problema de los demás, sino nuestro. El problema es nuestra falta de autoconciencia. Por eso te doy las gracias, porque has agudizado aún más la pregunta. Aún queda por encontrar algún rastro de respuesta.
Julja. Soy de Almaty. Escuchando esta intervención y cómo tú la desafiabas, yo también me preguntaba qué me ayuda a mí a vivir los momentos dramáticos y la vida cotidiana… Ante lo que más suele quemarme en mi vida, ¿cuál es el signo más evidente de que Cristo está presente y me ayuda? De hecho, Cristo no es algo abstracto. Yo digo: ese signo eres tú, que me ayudas a hacer un cierto camino dentro del movimiento. Para mí también es importante cómo lo haces, no consolándome en los momentos difíciles, sino desafiándome sin tomar atajos, sin bajar el listón.
Carrón. ¡Hoy también lo haré!
Julja. Lo sé.
Carrón. No creas que estoy aquí para responder a tus preguntas. Yo me limito a ayudarte, provocando el uso de tu razón y libertad ante los desafíos de la vida. De hecho, muchas veces hacemos el mismo camino que describe nuestra amiga, o la escritora española, a todos en ciertos momentos se nos abren los ojos y decimos: «¡Por fin he cambiado mi manera de mirar!». Pero solo podemos estar realmente seguros de ello si nos damos cuenta de lo que nos ha pasado. Giussani siempre nos decía –¡y de aquí no me muevo!– que probar ciertas cosas no es hacer experiencia. Todos probamos ciertas cosas, ¿no? El que se enfrenta a un tumor prueba ciertas cosas y dice: «¡No volveré a malgastar mi tiempo!». Pero, pasada la enfermedad, vuelve al viejo tran tran. Solo podrá no volver atrás, digo yo, si crece como conciencia de sí, si se compromete a juzgar lo que ha probado. Entonces, volvemos a la cuestión, ¿en qué consiste la diferencia de mirada de la que hemos hablado? De otro modo, repetimos frases pero en el fondo sin entender de qué estamos hablando.
Julja. En mi vida y en el camino constante que estoy haciendo, que pasa por la Escuela de comunidad...
Carrón. De acuerdo, la Escuela de comunidad. Pero no te puedes limitar a decir solo eso. ¿Cuál es el paso de conciencia que la Escuela de comunidad te ha ayudado a dar? De lo contrario sería como ir a la escuela sin entender lo que nos dicen. Deja abierta la pregunta, y al final compara la respuesta que tú habrías dado con la que salga al final. No ganaremos nada por adivinar la respuesta correcta “por casualidad”. La cuestión fundamental es ante todo estar atentos y tomarse en serio las preguntas para poder captar la respuesta adecuada.
Darina. Soy profesora. En los Ejercicios nos invitabas a darnos cuenta de lo que ha sucedido este año. Durante este tiempo, gracias al camino que nos has propuesto y a los amigos que, aunque no viven cerca de mí, me acompañan igualmente en este camino, he descubierto algo muy grande. Recorriendo un largo camino, he llegado a entender que quiero vivir esa plenitud que he encontrado, pero no es fácil. Sin embargo, tus preguntas me enseñan a mirar con verdad mi vida y mi propio yo.
Carrón. Explica eso mejor.
Darina. Sí, porque en realidad lo que me propones es mirarme, pero no tiene nada que ver con la manera en que vivía antes ni cómo otros me invitan a mirarme. Pongo un ejemplo para indicar dónde está mi dificultad. Cuando tú preguntas si tenemos esperanza, yo estoy dispuesta a gritar: «¡Claro! ¡Claro que tengo esperanza! Nuestra esperanza es Cristo». Pero cuando me enfrento a los desafíos de la vida real me doy cuenta de que no basta con decirlo. Después de lo que pasó en Kazán –donde un chico de diecinueve años entró armado en un colegio, disparando a estudiantes y profesores– mis alumnos, que tienen la misma edad que las víctimas, se me acercaron preguntándome: «¿Cómo vamos a seguir viviendo? Tenemos miedo». En ese momento vi más claro que nunca que repetir con meras palabras que Cristo es mi esperanza es demasiado poco para poder mirar sin miedo a los ojos de mis alumnos. Yo necesito vivir constantemente con su Presencia. Para mí supone un desafío enorme, porque Él me llama para que lo mire todo a la cara, incluso cuando yo, por miedo a las circunstancias o a la responsabilidad, preferiría mirar para otro lado. Mi lucha cotidiana consiste en que no me quiero perder esa novedad de vida que he encontrado, pero veo que a veces me da miedo responder. ¿Qué puede ayudarme a vencer este miedo?
Carrón. ¡Esta manera de estar delante de las preguntas no te la ahorraré nunca! ¡Pero nunca jamás! Y no te permitiré decir –porque la propia vida no te lo permite– que Cristo es la esperanza como si solo fueran palabras, porque las palabras no bastan para vivir. Podemos “sabernos las palabras”, pero cuando sucede lo que has contado de los estudiantes muertos en Kazán es como si no fueran lo suficientemente reales como para poder ponerse en juego delante de ellos. Entonces no tenemos nada que ofrecerles porque no tenemos nada que ofrecernos a nosotros mismos. La única manera de poder comunicar algo a los demás es siendo serios, como tú has dicho claramente, con nosotros mismos, con nuestras preguntas. No importa si necesitamos tiempo para comprender. La cuestión es que la realidad no nos permite conformarnos. Cuando te encuentras delante de los estudiantes muertos en Kazán no bastan las palabras. Uno podría enfadarse porque después de años de permanencia en el movimiento todavía no es capaz de estar delante de una situación como esa, pero yo digo: menos mal que se da cuenta, porque así podrá hacer un camino que le permita afrontarla y ofrecer a sus alumnos algo útil para su camino. No os provoco para ver si estáis a la altura o no, sino para ayudaros a ser serios con vosotros mismos. Los más críticos no son tus alumnos, los más críticos debemos ser nosotros, no aceptando una respuesta que no esté a la altura de la razón. Porque, como señala Giussani, no podemos –no sería digno de nosotros mismos y mucho menos de la fe– pronunciar frases que la razón no ilumine. «Es indigno de nuestra amistad, indigno de esta historia en el mundo, el beber lo que decimos o afirmar un valor sin que nuestra razón lo haya iluminado» (L. Giussani, ¿Se puede vivir así?, Encuentro, Madrid 2007, p. 199), sin mostrar su razonabilidad.
Ahora, como el tiempo del que disponemos casi ha acabado, intento responder yo. Hoy me basta con que lleguemos a darnos cuenta del problema.
La cuestión crucial es la que planteaba nuestra amiga. Debemos ayudarnos a entender qué es lo más decisivo para “responder” a la escritora española. «Solo el hoy existe, el aquí y el ahora», escribe. De aquí es de donde debemos partir. De lo que ella no se da cuenta es de que su razonamiento resultaría impecable («Seré feliz cuando llegue a destino. Pues bien, la mala noticia es que jamás se llega. Solo el hoy existe, el aquí y el ahora») si no fuera porque precisamente «el hoy, el aquí y el ahora» remiten, testimonian, a Otro. De hecho, el problema no es dar una explicación a la muerte o al sufrimiento, «la» cuestión es sobre todo dar razón de la vida. Desde que uno se despierta por la mañana, tiene que dar razón de su existencia, de su vida, de su ser: hoy, aquí y ahora. ¿Por qué nuestra amiga, al llegar a un cierto punto, se da cuenta de que Dios la está abrazando? No por una idea o una emoción extrañas, sino porque ella no se está dando la vida hoy, aquí y ahora, como es evidente desde el momento de su despertar: le viene dado. Como tantas veces este despertar nos parece mecánico, no nos damos cuenta de que justamente el hoy, el aquí y el ahora de nuestra existencia, de nuestra vida, gritan que existe Alguien que nos está dando la vida. Todos hemos leído el capítulo décimo de El sentido religioso y nos sorprendemos por las cosas que ahí leemos, pero es como si repetir la afirmación de Giussani: «Yo soy “Tú-que-me-haces”» (El sentido religioso, op. cit., p. 152) fuera en último término algo piadoso. En consecuencia, cuando nos encontramos ante una escritora que declara que la felicidad, el destino, no existe, que solo existen el hoy, el aquí y el ahora, nos parece que ya se acabó. ¡No! Justo ahí es donde empieza todo. Pero si nosotros, a pesar de la educación que nos ha dado Giussani, no nos damos cuenta, si no tomamos conciencia, nos entra el pánico. «¿Qué quiere Dios de mí?», decía nuestra amiga. Hasta que sucede algo: «Dios me está abrazando». Pero debemos comprender que no se trata de un sentimiento: «Siento que Dios me está abrazando», sino de un acto de la razón: «Reconozco que Dios me está abrazando porque existo, hoy, aquí y ahora. Por eso tengo una percepción distinta de mí misma y de la realidad». Si nuestra compañía no nos lleva hasta ahí, hasta darnos cuenta del significado último de la realidad, no somos amigos. El mejor amigo que tenemos –se llama don Giussani– nos ha regalado el capítulo décimo de El sentido religioso para acompañarnos. ¿Cómo? Adentrándonos en la única compañía que nos permite mirarlo todo de manera positiva, reconociendo el fondo último de la realidad, «un significado que está más allá» (L. Giussani, El sentido religioso, op. cit., p. 157), como dice al final del capítulo. Solo si alguien se da cuenta de la compañía de Aquel que le hace hoy, aquí y ahora, «puede meterse en cualquier situación existencial», puede afrontar hasta la muerte de su marido y la enfermedad de su madre, «con una tranquilidad profunda, con una posibilidad de estar alegre» (ibídem, p. 153). Id a releer este capítulo. La mejor respuesta que podemos dar a este desafío ya está en la realidad, no hay que posponerlo al futuro. Yo puedo tener esperanza en el futuro porque ahora hay Alguien que abraza mi vida y la tuya, que abraza también la vida de tu marido y la de las víctimas del teleférico que se derrumbó en Italia el mismo día de la reapertura.
Me sorprende que esta mirada sea lo que más llama la atención a los demás. Recientemente, el escritor español González Sainz ha publicado un libro que capta justamente ese instante de asombro por lo que existe ahora, que habla de ese «asombro del ahora» que abre al reconocimiento de la consistencia última del vivir y que despierta la espera de algo que venga y dé sentido. Dice textualmente: «El asombro del ahora. Va creciendo el mundo, va creándose, mientras somos capaces de mirarlo con asombro. […] Asombro de existir ante lo que existe, comunión de existencia. […] Ese imán […] era ya una plegaria […] de que algo venga a nosotros desde otro reino y se haga una voluntad de sentido» (J.Á. González Sainz, La vida pequeña, Editorial Anagrama, Barcelona 2021, p. 66). El asombro del ahora es lo que decía nuestra amiga hablando del despertar, el «asombro de existir ante lo que existe». La respuesta a la pregunta de hoy es el asombro: el asombro que nos invade, de manera consciente y no sentimental, es decir, con toda la plenitud de nuestra razón, ante lo que existe. Esto es lo que nos permite mirar la realidad sin darla por descontado. La mayoría de las veces, como escribe esta escritora española, se da por descontado. No darla por descontado significa tener la mirada que nos ha enseñado Giussani en el capítulo décimo de El sentido religioso. De modo que nuestra amiga tiene razón. La respuesta es que «Dios me está abrazando ahora», y tenemos que entender hasta el fondo lo que decimos: «Dios me está abrazando ahora porque me hace existir ahora». De lo contrario, mañana podemos volver muy fácilmente al viejo tran tran.
Ante los desafíos que tenemos que afrontar ahora, es como si nos viéramos obligados a verificar qué es lo que hemos aprendido este año de confinamiento, si hemos aprendido o no a mirar el hoy, el aquí y el ahora, con profundidad, con esa mirada cargada de razón como acabamos de decir. Si no, nos aferraremos a afirmaciones que se ajusten a nuestra manera racionalista de ver las cosas pero que resultarán inútiles a la hora de afrontar la urgencia de nuestros jóvenes después de una tragedia como la de Kazán. La cuestión es si, delante de su pregunta: «¿Cómo vamos a seguir viviendo? ¡Tenemos miedo!», ella tiene las cartas necesarias para poder desafiarles, poniendo ante sus ojos el hecho de que ellos existen, y ayudándoles a entender qué quiere decir que existen, adentrándolos así en el reconocimiento de Alguien que les da la vida ahora. Solo así podrán seguir viviendo sin censurar nada y podrán mirar con esperanza hasta la muerte de sus amigos.
Si no hacemos este camino de conciencia, si no encontramos una respuesta para nosotros, no podremos poner en juego en la realidad las respuestas que damos “con palabras”, sobre todo porque no nos convencen ni a nosotros mismos.
Esto es el movimiento, esta es la razón por la que don Giussani comenzó el movimiento, como decía: mostrar la pertinencia de la fe a las exigencias de la vida, ¡a las exigencias de la razón! Todo lo que sucede forma parte entonces del camino que el Misterio nos permite recorrer para que la experiencia de la fe llegue a ser cada vez más nuestra. Así podremos ver la credibilidad o no de lo que hemos recibido, de la educación que se nos propone. De hecho, solo si crece nuestra conciencia, podremos mirar con verdad, hasta llegar a reconocer con nuestra razón el Misterio que hay dentro de la realidad, este Misterio al que llamamos Dios y que está abrazando nuestro ser. «Con amor eterno te amé, tuve piedad de tu nada» (Jer 31,3). Imaginad lo que sería despertarse cada mañana sin dar por descontado el hoy, el aquí y el ahora, llenos de asombro porque existimos, y porque hoy Él ha vuelto a tener piedad de nuestra nada y nos hace existir. «Solo así desaparece la soledad: en el descubrimiento del Ser como amor que se entrega a sí mismo sin cesar. La existencia se realiza sustancialmente como diálogo con la gran Presencia que la constituye, como compañero inseparable. La compañía está en el yo […]. Toda amistad humana es reflejo de la estructura original del ser» (Los orígenes de la pretensión cristiana, Encuentro, Madrid 2011, p. 112). La compañía está en el yo. Si nuestra compañía no es para hacernos descubrir la compañía que está en el yo, no es adecuada, porque nosotros no tenemos poder, ni siquiera todos juntos, para desafiar a la muerte. De modo que, si uno tiene que trasladarse a un sitio donde no hay nadie, verá si su pertenencia al movimiento le ha hecho aprender que la compañía está en el yo y que la puede reconocer desde que se despierta por la mañana, y no porque tenga quinientos amigos alrededor. Yo me pregunto: ¿cuántos en Milán, con quinientos amigos alrededor, se despiertan cada mañana con esta conciencia de la que estamos hablando? No podemos darlo por descontado. En cambio, uno puede estar aparentemente solo como un perro, en medio de la estepa siberiana o en Kazajistán, y despertarse con esta conciencia. Esta es la verificación que nos propone la educación del movimiento.
Thiry. Julián, ¿puedo hacerte una pregunta? Algunos amigos dicen que esta autoconciencia de la que hablas no es suficiente y se preguntan qué será del movimiento y de la Iglesia católica en Rusia. ¿Por qué lo que nos acabas de decir no es intimismo?
Carrón. El camino de la autoconciencia no es para nada intimista, es el único que puede generar un verdadero cambio en nuestra historia. Lo que nos enseñó Giussani es que uno puede levantarse por la mañana, como decía nuestra amiga, con la conciencia de que Dios le está abrazando ahora. Si esta conciencia no ha entrado en nosotros después de “siglos” de movimiento, no entrará aunque cambie la situación eclesial, política o social. La cuestión es la seriedad con que cada uno hace suya la propuesta del movimiento. Y el movimiento no es una organización, ¡el movimiento es una vida! Cuando surgen las cuestiones fundamentales es cuando vemos lo decisiva que es la autoconciencia de la que hemos hablado. Ante ellas sale a la luz el camino que cada uno ha hecho. Si hacemos el camino propuesto por el movimiento, nosotros mismos empezaremos a comprobar si eso es intimismo o no. Si no queremos hacerlo, también lo comprobaremos en nuestra propia piel. No se puede vivir imaginando cómo podrá ser el movimiento de aquí a unos años. Si no puedo vivir ahora, si nuestra amiga no puede vivir ahora, después de la muerte de su marido, con una autoconciencia nueva, acabaremos como dice Rosa Montero en El País: posponiendo la felicidad a no sé cuándo ni dónde, pero al final vencerá la mala noticia de que no se llega jamás.
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