Visitamos La Paranza, la cooperativa social encargada de la rehabilitación y gestión de las catacumbas de Nápoles. Cincuenta chavales del barrio de la Sanità se enfrentan a un patrimonio escondido: ellos mismos
Lo imprevisto se impone a lo inevitable. La razonabilidad del corazón vence al fatalismo y la resignación. Una potencia “subterránea” sale a la luz, devolviendo la esperanza a un barrio, el de la Sanità, permitiendo que Nápoles redescubra así su historia milenaria. La Paranza es la cooperativa que ha reestructurado y gestionado los trabajos de las catacumbas de la ciudad (que cada vez recibían un mayor número de visitantes, hasta alcanzar su récord en 2019, justo antes del Covid, con 160.000 personas). Parece un cuento, impensable hace solo quince años, pero es una realidad que merece la pena ir a conocer.
Los protagonistas son los chavales del barrio, que actualmente son unos cuarenta. Al acabar sus estudios, decidieron remangarse para sacar brillo a este inmenso patrimonio escondido, para sacarle provecho, para la ciudad y para el mundo entero. «Las piedras que los constructores desecharon se han convertido en piedras angulares», cuenta Antonio Loffredo, párroco de Santa María de la Sanità, promotor de toda esta historia, mientras recibe a los jóvenes en la entrada superior de las catacumbas, situada en la ladera, en el barrio de Capodimonte, frente a la basílica de la Coronada Madre del Buen Consejo (mientras que la entrada inferior está en la iglesia de San Jenaro Extramuros, en el barrio de la Sanità). «Se habían desechado estas piedras olvidadas de nuestro patrimonio artístico y religioso. Pero también las piedras que representan estos chicos, que han recuperado su dignidad», cuenta Loffredo. La intuición de este párroco “visionario” ha venido a colmar un vacío evidente en una ciudad capaz de hornear mentes excelentes en los ateneos de la ciudad, empezando por la Universidad Federico II, sin obtener beneficio alguno para los lugares donde estos jóvenes han crecido, al que irremediablemente permanecen ligados para siempre.
«La nuestra», explica el párroco de la Sanità, «es una historia de subsidiariedad, de aplicación concreta de la Doctrina social de la Iglesia, en un barrio olvidado por todos y donde falta de todo». Empezó en 2006, con la gestión de las catacumbas de San Gaudioso, pertenecientes a la iglesia de la Sanità, y siguió con la rehabilitación y gestión de las catacumbas de San Severo y San Jenaro, cerca de 5.600 metros cuadrados, excavadas estas últimas en la toba de la colina de Capodimonte, en dos niveles, con casi dos mil tumbas. En el siglo V también se trasladaron a la catacumba superior los restos del protector de Nápoles.
Desde el principio contaron con la ayuda decisiva que les prestó la Fundación Con el Sur, pero también algunos sacerdotes, como el párroco adjunto, Giuseppe Rinaldi, y el padre comboniano Alex Zanotelli, que estableció en la Sanità su última tierra de misión. “Paranza”, en dialecto, significa “compañía de amigos” y evoca el sistema de pesca con que dos barcas echan las redes en perfecta sintonía. Un modelo que ha dado vida a toda una trama de actividades, desde la ONG La Otra Nápoles con una red de restaurantes, hasta la Fundación de las Comunidades de San Jenaro.
La Casa del Monacone y la Casa Tolentino son dos instalaciones fruto de la restauración de antiguos conventos. Una obra compleja que valora el capital humano del barrio, pero antes que de cooperación, que en el fondo es un mero instrumento económico, Loffredo prefiere hablar de «fratría», término con que los antiguos griegos llamaban a sus comunidades familiares, del que se apropiaron los cristianos que luego continuaron con ellas. Sin la «fratría», sin sentirse hermanos, miembros de la misma comunidad, «que hace que todo se ponga en común, como los apóstoles», esta obra no habría resistido en el tiempo ante tantos problemas, intereses y escepticismo. «Hoy sería un error hablar de frutos sin preguntarse antes qué es lo que ha hecho posible todo esto», explica Loffredo. «Ha sido la responsabilidad, el haber puesto a la persona en el centro, haber tomado conciencia del hecho de que si Jesús ha vencido a la muerte, todo es posible». Lo que se ha afirmado es sobre todo «un método». Desde esta perspectiva, los puestos de trabajo que se han creado son un «efecto colateral», casi un imprevisto dentro del imprevisto.
Pero llama la atención que una apuesta que partía de la nada haya permitido a tantos jóvenes una estabilidad económica para poder formar una familia. Ha sido La certeza de los sueños, como dice el título de un documental realizado por Conchita Sannino, periodista de La Repubblica, que narra este pequeño gran “milagro” en el barrio de la Sanità. Con los rostros sonrientes que aparecen también en el libro Vico esclamativo, de Chiara Nocchetti, que recoge las muchas historias particulares que han generado esta gran historia colectiva. Da gusto ver tal derroche de humanidad en sus caras. Entre ellas está la de Susi Galeone: «Cuando la “visión” de don Antonio cobró vida no podíamos creer lo que veían nuestros ojos», cuenta esta graduada en Letras, madre de tres hijos y casada con Salvatore, que también es socio de la cooperativa y responsable de mantenimiento. «Unos pocos nos encargábamos de todo», recuerda, «desde la limpieza hasta la acogida. Con el tiempo se ha convertido en una historia que nos ha rescatado a todos nosotros, pero también a un barrio entero, a toda la ciudad de Nápoles, pues recupera así una historia milenaria y saca a la luz lugares que ya existían en la época pagana y se habían echado a perder».
Luego llegó la pandemia. Pero los de Paranza no se quedaron parados, ni siquiera con la declaración de zona roja, que paralizó toda actividad cultural. Desde luego no se paró Vincenzo, más conocido como “Calimero”, apodo que se debe a sus rasgos físicos, de tez oscura y pequeña estatura, recordando a un antiguo personaje de dibujos animados. Lleva a sus espaldas una historia complicada que le llevó a estar interno en la prisión de menores de Nisida. «Hasta que un día oí: “¿No estás cansado de tanto correr, Calimé?”. Era don Antonio, proponiéndome entrar a formar parte de esta tribu. “No puedo hacerlo”, pensé. Sin embargo», cuenta, «observando y aprendiendo de otros, mi vida ha cambiado. Desde que conocí a mis amigos de La Paranza, mi vida tiene un sentido y una meta». Solo que Calimero ahora tiene que correr aún más que antes. Dedicado al mantenimiento, ni siquiera pudo parar durante los largos meses de confinamiento. «Hay que estar pendiente de muchas cosas», explica, «empezando por la instalación de iluminación que durante el cierre, debido a la condensación, había que revisar continuamente. Gano al mes lo que antes ganaba en una hora», dice pensando en su vida anterior al margen de la ley, «pero este tiempo no me pesa, porque es un tiempo que crea, que construye».
Otro sector que nunca se ha parado, a pesar del cierre, es el de la formación. Su responsable es Adele, con una historia increíble que cuenta ella misma. Graduada en Arquitectura e Historia, es una de las pioneras en esta aventura. Sus primeras visitas guiadas por el barrio dieron comienzo en 2003, mucho antes de que existiera La Paranza y de esa propuesta de don Antonio que le cambió la vida en todos los sentidos. Siempre se ha dedicado a las visitas guiadas y a la formación de los guías, que actualmente son casi una veintena. Pero no es lo único que hace. Proporciona la información necesaria a los que se interesan por conocer el “caso” Sanità. Fue el caso de la tesis de Vittorio hace seis años, un joven graduado en Turismo que fue a estudiar la historia de La Paranza y quedó atrapado en sus redes. Se enamoró de su guía y ahora Adele y él son marido y mujer, y ambos trabajan en la cooperativa. «Durante el cierre», cuenta Adele, «no hemos parado nunca. Hago el seguimiento de siete personas que realizan aquí el servicio civil más los dos becarios, y también hablamos con los guías para ir actualizándonos continuamente. Es una manera de recordarnos mutuamente que este tiempo acabará y tenemos que estar preparados, más fuertes que antes».
Sin duda, «esta es la situación más difícil que hemos afrontado desde que reabrieron las catacumbas en 2008», afirma Enzo Porzio, responsable de comunicación y marketing en La Paranza. «Somos conscientes del camino recorrido, sabemos dónde estábamos antes del Covid y está claro dónde empezaremos cuando se den las condiciones necesarias. Llevamos un año de ERTE y gracias a ello, y al trabajo de todos estos años, la cooperativa está afrontando esta tempestad y el oleaje de incertidumbres que nos acecha. Nuestra experiencia se ha convertido en un modelo virtuoso para otros contextos donde hacen falta proyectos de desarrollo y rescate social». La experiencia madurada durante trece años en el ámbito de la evaluación de bienes culturales nos ha permitido poner en marcha técnicas de comunicación y estrategias de marketing que han llamado la atención al más alto nivel. «Estoy colaborando con grandes universidades italianas y extranjeras –Bocconi, Ca’ Foscari, Federico II de Nápoles, Luigi Vanvitelli, Luiss, Parthenope, Fukui (Japón)– como asesor externo en los cursos de gestión, marketing, fundraising y desarrollo social. Me piden que les cuente esta historia de rescate, que nace desde abajo y que ha dado unos resultados inesperados. Ahora estamos preocupados, como todos, pero sabemos que volveremos a empezar, necesitamos volver a maravillarnos. No vemos el momento de volver a mostrar toda esta belleza, lo necesitamos».
La Paranza sigue mirando hacia delante. Su última iniciativa, en un barrio que ostenta niveles récord de fracaso escolar, se enmarca en el sector de la formación y es una “Escuela de oficios”. Ha nacido en colaboración con los salesianos, en el instituto Don Bosco de Doganella. Forma a chavales de 14 a 17 años en dos sectores muy prometedores en la región de Campania, el del automóvil y el de logística. Otra semilla más, destinada a dar fruto, en un barrio que empieza a levantar la cabeza. «El objetivo que nos propusimos al principio era que se hablara de este barrio que vio nacer al famoso actor Totò», concluye el padre Antonio, «para que las noticias positivas puedan ocupar al menos el mismo espacio que las crónicas de sucesos o degradación».
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