“¿Hay esperanza?”. Algunos fragmentos de las muchas cartas recibidas después de los Ejercicios espirituales de la Fraternidad de CL
He participado por primera vez en los Ejercicios espirituales y los he seguido con un nudo en la garganta. Cada palabra resonaba en mi corazón. A pesar del cansancio del día a día, y de la melancolía que esta pandemia ha agudizado, escuchar los cantos y todo lo que se decía ha colmado mi alma. Una de las citas que más me ha impactado es que «todo vale en la vida. Hasta una persona que se equivoca o a la que no le sale bien un experimento… porque en todo caso siempre es un experimento, es decir, algo de lo que siempre podemos aprender». Julián Carrón citaba el capítulo cuarto de El sentido religioso de Giussani. Al final de los Ejercicios, sentí una gran curiosidad por ir a leerlo. «La condición para poder sorprender en nosotros la existencia y la naturaleza de ese factor clave, de soporte, decisivo, que es el sentido religioso, es el compromiso con la vida entera, donde debe incluirse todo: amor, estudio, política, dinero, hasta el alimento y el reposo; sin olvidar nada, ni la amistad, ni la esperanza, ni el perdón, ni la rabia, ni la paciencia. En efecto, en cada gesto hay un paso hacia el propio destino». Es exactamente así, nada se desperdicia, todo viene de Cristo y por tanto todo puede llevarnos a Él. Esto es exactamente lo que me pasa últimamente. Hace tres meses, mi marido y yo nos enteramos de que estábamos esperando un bebé. Por desgracia, en la revisión de los tres meses, supimos que el bebé no había salido adelante. Fue un golpe inesperado directo al corazón. De nuevo me descubrí sin defensas. No había nada que mi marido o yo pudiéramos hacer para mejorar la situación. Desde que perdí a mi bebé no he dejado de preguntarme, y aún lo sigo haciendo, si de verdad me creo esas palabras. Es la verificación que estoy haciendo. Por un lado mi corazón pregunta el porqué, por otra siento una mano que aferra y me sigue recordando que todo puede ser un puente que lleva al Cielo, hacia nuestro Destino.
Maria
El movimiento ha estado siempre en mi vida, desde muy jovencita, y he tenido la gracia de oír y ver a don Giussani en la Universidad Católica. Hace muchos años pertenecí a la Fraternidad, pero luego la abandoné tras una gran decepción con un amigo. Hacía trece años que no iba a los Ejercicios. Esta vez he participado con dos queridas amigas, Daniela y Miriam, a las que conozco hace tiempo, una amistad que por gracia ha crecido durante la pandemia. Los Ejercicios han sido para mí una “bomba” que agradezco a Carrón, no solo por lo que nos ha dicho, sino también por cómo nos lo ha transmitido: como un padre. Todo salía a mi encuentro de una manera totalmente correspondiente. Siempre me he mantenido un poco al margen, me da miedo reconocerme totalmente dependiente de Otro, con mayúscula, y de otro, con minúscula. Como si necesitara mantener una parte de mí bajo control. Pero no puedo dejar de reconocer que el camino que se me ha propuesto es el único verdadero. Por el deseo que siento de abandonarme a esta historia, pido la posibilidad de ser admitida en la Fraternidad, por la adhesión que siento, con todos mis límites, la única verdaderamente razonable que da consistencia a todas las cosas.
Giusy
En los últimos ocho años he experimentado lo fácil que es caer en la indiferencia frente a la experiencia de la fe. Bastaba con decir cada vez más frecuentemente que no hacía falta una compañía para ser cristiano. Aunque veía que me estaba perdiendo toda posibilidad de ver mi vida florecer, me resultaba demasiado difícil admitir que yo solo no puedo darme la felicidad. Así que decidí dejar pasar todas las provocaciones que se me hacían, los correos electrónicos e invitaciones de viejos amigos. Pero al recibir el correo de invitación a los Ejercicios de la Fraternidad, la pregunta “¿hay esperanza?” hizo que algo se moviera dentro de mí, por eso decidí apuntarme. Los primeros diez minutos de conexión los pasé pensando: bueno, la música de siempre (preciosa), las imágenes de siempre… “No hay esperanza, ya lo decía yo”. Pero allí estaba Carrón hablándome, por fin había alguien que me decía que para ser feliz no hacía falta mirar hacia otro lado. Mi nostalgia por el significado volvía a ser una aliada. Todo lo que me enamoró del camino del movimiento seguía estando ahí. Al acabar los Ejercicios, lo más natural del mundo fue escribir a un amigo para decirle que los Ejercicios me habían hecho entender que este camino es para mí, y para pedirle que me ayude a seguirlo.
Antonio
Me conecté a los Ejercicios en la habitación de siempre, en la buhardilla. Allí estábamos el ordenador y yo, como todos los días desde marzo del año pasado, una rutina que en las últimas semanas se iba haciendo cada vez más sofocante. Esta vez mi marido decidió no participar. No le dije nada, quería que se sintiera libre. Yo me sentía como dice la letra de la canción Ai vida: «Soy la soledad del tiempo cuando la niebla se hace densa, soy esa extraña flor al viento olvidada de la tierra»... Por eso, antes de que todo comenzase, pedí que esos días no se perdieran. Y así fue. Los cantos, la oración (los laudes que no rezaba desde los últimos Ejercicios), los testimonios, me hicieron sentir como decía Carrón: entre rejas, sí… pero libre. Qué amor tan grande tiene el Señor por mí, que me hace experimentar todo esto aunque mi postura pueda llegar a ser tan escéptica. Mientras comía con mis hijos y mi marido, como un río en crecida, les contaba todo lo que había visto y oído. Cuánto deseo que todo esto pueda ser también para ellos. Y para mí, que no he entendido mucho pero sin duda he sentido el impacto, pido lo que dice la canción First time: «Que pueda reposar siempre en Tu abrazo, recordando el camino para volver a Ti».
Mara
En mi grupo de Fraternidad nos organizamos para seguir la jornada del sábado y el domingo juntos, así que pregunté a los dueños de la empresa agrícola en la que trabajo si podían alquilarnos una sala en la finca para esos días. Unos días antes vi que no iba a conseguir que nadie me sustituyera en el trabajo para la jornada del sábado, lo que me amargó bastante. Me pasé el sábado entero en la tienda, intentando de vez en cuando oír algo con los auriculares, pero apenas podía entender algo. Cuando mis amigos se disponían a preparar la misa, la compañera que estaba conmigo en la caja me miró y me dijo: «¡Venga, ve! Por media hora, me apaño yo aquí». Celebramos la misa al aire libre. En la finca había un continuo vaivén de gente y también un poco de jaleo, pero me impresionó la alegría que yo sentía en aquel momento por el hecho de poder compartir lo que más me importa en la vida, sin ningún miedo a ser juzgada por los clientes, compañeros y jefes. De hecho, el sábado volví a casa feliz, a pesar de haber podido seguir muy poco o nada, porque había podido mirar a mis amigos, que le miraban a Él, y eso también me permitió a mí mirar a Cristo durante todo el día, aunque físicamente estuviera en otra parte. El domingo retomamos la jornada con la misa. Escribí al dueño y le invité a participar. Inesperadamente ellos también fueron. Al final de la mañana, el dueño vino a mi encuentro y me devolvió el dinero del alquiler de la sala que le habíamos pagado el día anterior. Me dijo que nos lo daba como donativo para la beneficencia. Había empezado amargada por no poder participar en el gesto completo, y en cambio Dios siempre nos da más de lo que deseamos.
Valentina
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