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Huellas N.06, Junio 2021

PRIMER PLANO

«No es demasiado»

Paola Bergamini

«Con razonamientos y discursos nos pueden tomar el pelo, con el corazón estás al desnudo». Después de un podcast viral con su hijo, Gemma Capra, viuda del comisario Calabresi, nos cuenta su camino

El 28 de abril fue detenido en Francia, junto a otros exterroristas de extrema izquierda, Giorgio Pietrostefani, acusado del homicidio del comisario Luigi Calabresi, asesinado la mañana del 17 de mayo de 1972 en la Via Cherubini de Milán, donde vivía. «Nada más conocer la noticia, recé por Pietrostefani y por su familia», me dice Gemma Capra Calabresi cuando nos encontramos en su casa. «Mis nietos adolescentes me decían: “¡Abuela, eso es demasiado, no es posible!”. Pero no, no es demasiado, es uno de los regalos que Dios me ha hecho en estos 49 años de camino en la fe».
Tiene 74 años y descubro en sus ojos y en su voz la misma fuerza que me llamó la atención cuando la conocí en 2010. Quizás ahora hay un rasgo nuevo de conciencia.
Recientemente, en un podcast que alcanzó a sesenta mil oyentes, la señora Calabresi recorrió con su hijo Mario, exdirector de La Stampa y La Repubblica, el lapso de tiempo que ha pasado desde el homicidio hasta hoy. «Mucha gente me ha escrito para darme las gracias. Algunos han usado la palabra testimonio. También jóvenes que no conocían lo que pasaba aquellos años. Me alegro porque significa que hace falta ver, dentro de la tragedia, algo “bueno”, algo “verdadero”», continúa. «Algo que me pasó inesperadamente aquel 17 de mayo».

Entonces usted tenía 25 años, dos niños pequeños y esperaba un tercero.
Esa mañana, cuando me dijeron que habían matado a Gigi, tras una confusión total, me tumbé en el diván, al lado de mi párroco, don Sandro, y poco a poco empecé a sentir una paz interior increíble. Como si Dios me tomara en brazos. No oía a los demás que lloraban, que hablaban, que expresaban su rabia. Fue el don de la fe para mí, que hasta ese día era católica más por tradición familiar. Iba a misa, hacía voluntariado, pero en ese momento me sentí más amada de lo que podía imaginar. Luego no siempre ha sido así, el dolor era terrible, pero inevitablemente volvía a mi mente aquel momento y me decía: «Gemma, tú sabes que Dios está cerca de ti». Comprendí que Dios está con todos, pero eso lo descubrí años después.

¿Cuándo?
En 2011, en la cárcel de Padua hablé con algunos condenados a cadena perpetua que me contaron su encuentro con Dios, su conversión y su cambio. Ese día fue decisivo. Reviví muchas cosas que me habían pasado. A diferencia de lo que me habían enseñado –que debíamos buscar a Dios–, es Él quien viene a buscarnos. Y eso me da una alegría inmensa y me serena. Solo es cuestión de libertad, de aceptar ser amados. Como el hijo pródigo. A mí me pasó en aquel diván, como a esos presos en su celda. Después llega la paz. La de verdad.

¿Eso permite perdonar?
Sí, sentirse amados permite el perdón. El don de la fe significa que comprendes que Dios está contigo siempre: mientras cocino, leo, discuto… Es compañero, amigo. Coincide con la vida. Estos días rezaba por la gente que ha puesto una bomba a la salida de una escuela en Kabul. ¿Qué tienen en lugar de corazón? Una vorágine. Hace falta que Dios les ame. Pido al Señor y al Espíritu Santo que les busque. Pero eso se entiende dentro de un camino que no acaba nunca. Al menos para mí es así.

¿Cómo se hace este camino?
Lo tienes que querer. Mejor dicho, lo buscas, buscas los signos de Su presencia. En una homilía, en la relación con los demás. Yo lo buscaba cuando daba clase de religión a los niños. En un momento dado, me di cuenta de que les estaba dando un “paquete” de amor, de perdón, ¿pero yo había perdonado realmente? Me daba la sensación de que los estaba traicionando. La frase del Evangelio: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen», que mi madre me sugirió para la necrológica y que yo acepté sobre todo por romper la cadena del odio, ha tomado carne, se ha hecho más viva.

¿En qué sentido?
Cuando Jesús realiza un milagro dice: «Tu fe te ha salvado. Vete en paz, tus pecados te son perdonados». Él pide un acto de fe, es decir, un acto de amor, va al encuentro del otro de manera gratuita. El perdón no pide una restitución, ni tampoco la aceptación por parte del otro. El amor es gratuito. Leonardo Marino (reo confeso y arrepentido del homicidio de Calabresi, ndr) durante uno de los muchos procesos pidió nuestro perdón. Mis hijos aún no han perdonado. Últimamente les digo: «El hecho de no odiar, de no buscar venganza, ya es un paso». No fuerzo, no les doy un “paquete” de reglas. Rezo por ellos. Hace poco releí esta frase de Shakespeare: «Dad palabra al dolor: el dolor que no habla gime en el corazón hasta que lo rompe». Hay que gritar el dolor, luego se puede empezar a caminar. Se puede vivir.

A propósito, en el podcast, hay un momento en que su hijo le pregunta, casi con envidia: «No sientes rencor, sino siempre alegría de vivir. ¿Cómo lo has hecho?».
Ante todo intentando no lamerme las heridas. Estoy convencida de haber dado a mis hijos una vida, vida. Llena de amor, mío, de Tonino (el artista Tonino Milite, con el que Gemma se casó en 1982 y que murió en 2015, ndr) y de toda mi familia. Mario cree en la fuerza del hombre, se ve en las historias que cuenta, siempre busca situaciones dramáticas, humanamente imposibles, pero que luego evolucionan positivamente. Yo le pregunto: «En tu opinión, ¿de dónde viene esa fuerza?». Pero eso lo tiene que buscar él.

En ese diálogo dice usted que el perdón se da con el corazón.
Quiere decir con amor. Con razonamientos y discursos nos pueden tomar el pelo, con el corazón estás al desnudo, no hay trampas. Porque es como hacer trampas con Dios. Con esas palabras, «perdónalos porque no saben lo que hacen», Jesús ya lo hizo por mí. Solo tengo que devolver este don tan maravilloso, con el tiempo que necesite. Esto es lo bonito de Dios, que nunca me ha puesto fecha de entrega y me ha hecho sentir que en este camino no estaba sola.

¿Cómo?
Con la oración. La mía, pero sobre todo la de los demás. Incluso de gente desconocida. Hace unos años, paseando por el paseo del lago de Como, me encontré con un hombre, más o menos de mi edad, que me dijo: «Qué alegría encontrarse con una querida amiga, casi de la familia, a la que nunca habías visto». Me quedé atónita. Y él siguió: «El día que mataron a su marido yo me casaba con mi mujer. Nos quedamos tan impactados por el hecho de que nuestro principio coincidía con el fin para usted, que decidimos llevarla con nosotros en nuestro matrimonio. Todos los días rezamos una oración por ustedes». Nos dimos un abrazo. Dios quiere que pidamos para nosotros y para los demás. «Llamad y se os abrirá, pedid y se os dará». Es la comunión mediante la oración. Esto me ha dado fuerza. Por eso puedo decir que nunca cambiaría mi vida. He tenido mucho, de verdad. Ha sido una vida tan intensa, rica, llena de amor, que solo tengo cosas que devolver. Hasta en los momentos más oscuros.

¿Por ejemplo?
Sufrí mucho por la muerte de Tonino. Otra vez viuda. Estaba enfadada y se lo dije a mi párroco. Me dijo: «No tengas miedo de sentirte así. En la Biblia hay muchos ejemplos de personas que gritaban su rabia a Dios. Él te ayudará». Fue una liberación. A veces voy delante del Crucificado y le dijo: «¿Dónde estás?». Y Él responde siempre. Eso es sentirse perdonados, amados. Pero es una certeza a la que solo he llegado en los últimos años. Dios nos quiere tal como somos. Basta pensar en los apóstoles, en Pedro que lo negó tres veces, y Jesús solo le dice: «¿Tú me amas?». Quién sabe cómo se sentiría. Lo pienso muchas veces. Como pienso en la Virgen, allí, delante de la cruz. Le llenó el corazón de un amor más grande que el que sentía por su hijo. Como madre, diría: es imposible.

¿Por eso rezó al conocer la noticia de la detención de Pietrostefani?
Es la paz del perdón. Ser capaces de pensar que esa persona, anciana, enferma, sufre. Ya no me interesa lo que ha hecho, no me toca a mí juzgarlo. Yo rezo porque está sufriendo. Por la misma razón, cuando en el juicio le declararon culpable, lloré mirando a su hija que estaba presente en la sala.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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