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Huellas N.03, Marzo 2021

PRIMER PLANO

Sentido común

Luca Fiore

El «valor civil» de desafiar a todos con el significado de la vida. ¿Qué tienen que ver las grandes preguntas con la necesidad social de recuperar un sentimiento colectivo? El alcalde de Brescia, Emilio Del Bono, se confronta con la emergencia educativa

Emilio del Bono es alcalde de Brescia desde 2013. Candidato en las listas del Partido Democrático, tiene una larga carrera política que hunde sus raíces en la tradición más a la izquierda de la Democracia Cristiana local. Estos meses, cuando la comunidad de CL de su ciudad pidió el patrocinio del Ayuntamiento para un ciclo de encuentros sobre El sentido religioso de don Giussani («Queríamos que fuera una contribución para todos», explica Luca Luzzani, uno de los organizadores), no solo atendió la petición sino que quiso dar un breve saludo al principio del primer encuentro. Podía resolverlo con una intervención formal, pero no se limitó a dar rodeos. «Os doy las gracias porque, ofreciendo una reflexión sobre este libro, estáis haciendo algo muy concreto por esta ciudad. Hoy, sobre todo después de lo que hemos vivido con la pandemia, la gente siente la necesidad de plantearse la cuestión del sentido de la vida. La ciudad lo necesita para volver a empezar. Lo que hacéis es un servicio civil».

El alcalde sabe de qué habla porque, aunque nunca ha sido de CL, el libro de don Giussani lo leyó ya en los años noventa y, después de retomarlo recientemente, confiesa que lo encuentra «carente de retórica, realmente persuasivo».
Y si volver a proponer El sentido religioso es un «servicio cívico», ¿qué piensa Del Bono de la provocación lanzada por Julián Carrón el pasado 30 de enero y la del Papa haciendo un llamamiento por la «emergencia educativa»?

El alcalde parte de su experiencia personal como cargo público oficial cuando le llaman para celebrar bodas civiles. «El legislador lo dice claramente, los padres tienen el deber de mantener, instruir y educar a sus hijos. Y yo se lo recuerdo siempre. Todos estamos llamados a educar. No podemos pensar en delegar esa tarea en la escuela, que sin duda tiene que participar en esta misión. Si uno no educa, está traicionando el pacto civil que hace posible una comunidad más estable». Pero la pandemia, que en Brescia ha golpeado duro, ha supuesto un terremoto social que ha sacado a la luz debilidades que ya había. «Ha golpeado sobre todo allí donde éramos más frágiles. Estamos ante un déficit educativo que se ha creado durante décadas y no se puede solventar en un día. Hace falta un cambio de ruta. Pero no es fácil porque para educar hay que hacer un trabajo sobre uno mismo. Y eso cuesta, pero al final nos hace mejores. Hace falta un impulso que suscite el deseo y el gusto de “sacar afuera”, como indica la etimología de la palabra educar, llevar de la mano».

Pero es fácil caer en la objeción: lo verdaderamente urgente es volver a abrir las clases, reanudar la actividad económica, volver a producir. Nada que ver con el sentido de la vida. «Permítame citar a Bob Kennedy cuando decía que no todo se puede traducir a cifras del PIB. Yo soy una persona bastante práctica y no subestimo los indicadores, pero nuestra fuerza no radica ahí porque, para reanudar la actividad económica, sobre todo hace falta un motivo para hacerlo. Y eso es lo que tiene que hacer sobre todo la educación: movilizar la energía de la persona. Si uno no tiene un sentido por el que hacerlo, ¿por qué va a reanudar su actividad económica? ¿O por qué volver a las clases presenciales?». De hecho, los datos nos dicen que los chavales no solo rechazan la educación online, sino que tampoco tienen ganas de volver a clase. «Lo sé muy bien porque tengo una hija de 16 años que ha vivido toda la crisis del confinamiento. Está claro que, para que haya educación, hace falta una relación física, pero como padre, y también como alcalde, estoy convencido de que el drama va más allá de la situación contingente». Piensa que demasiadas veces nos limitamos a ser espectadores. «Pero yo quiero decir a los chavales: ¡recuerda que tú puedes cambiar el mundo! Hay que decírselo a los hijos, pero también a la gente que nos encontramos, que pueden ser protagonistas de su propia vida. Es una cuestión cultural y educativa, que vale también para empresarios, profesionales y empleados de la administración pública».

No es un problema de recursos económicos, «tiene que ver con la posibilidad de activar en la cabeza de cada uno la conciencia de sus energías y su coraje porque cada uno es único, y capaz de cambiar su propia vida y lo que le rodea». ¿Por qué no es ingenuo pensar así? «En mi experiencia como alcalde lo he visto. La gente tiene una fuerza increíble para cambiar las cosas. Los recursos se encuentran. La estructura y los instrumentos organizativos se inventan. Hoy todos fijan su atención en estos elementos, más que en la necesidad de recuperar el sentido de lo que están haciendo». ¿Esto tiene que ver con la educación? «Los educadores son personas capaces de suscitar la euforia necesaria para volver a ponerse en marcha. Son aquellos que te muestran hacia dónde dirigir tus fuerzas. Puesto que energía tienes mucha, pero corres el riesgo de desaprovecharla o utilizarla de manera dañina o autolesiva».
La autolesión, de hecho, es un problema cada vez más extendido entre los jóvenes. «Sin duda es energía que se expresa de manera equivocada. El educador tiene que ayudar a utilizarla en su dimensión constructiva». ¿Existen en la sociedad lugares donde sea posible volver a empezar? «Lucho a diario para que existan cada vez más lugares y comunidades donde la educación sea posible: asociaciones, mundos que se encuentran, relaciones. No pueden quedarse encerrados en casa, acabaríamos entregando a nuestros jóvenes al terrible cáncer del aburrimiento, al que solo haremos frente si hay lugares donde ese aburrimiento no exista. Por tanto, hay que ayudar a estos lugares: normativa, física y jurídicamente. Estamos llamados a ser una sociedad plural, rica, no homologada. A no tener miedo a la confrontación que, si es constructiva, será un fuego que mejore la convivencia».
La experiencia de la pandemia, concluye Del Bono, al ponernos delante del drama de la muerte de tanta gente, nos ha obligado a volver a preguntarnos por el sentido de la vida. «No debemos desaprovechar esta lección porque nuestro país necesita encontrar un “sentir común”. Y ese sentir común se recupera cuando no se evitan las grandes preguntas».


 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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