«¿No estaréis pensando en suspenderlo? Durante todos estos años he visto cambiar la mirada de ciertos alumnos». Un gesto de caridad que atrae a alumnos, profesores y padres. Tanto que ni las restricciones del Covid ni el cansancio han logrado paralizarlo. Así es el Donacibo, la recogida de alimentos en colegios e institutos
«En el origen de la educación siempre hay un gesto gratuito». Esta es la síntesis que Andrea Franchi, al que todos llaman Branco, presidente de la Federación de Bancos de Solidaridad (BdS), hace de la experiencia de los últimos meses. «En noviembre, después de meses de Zoom con cientos de amigos de los BdS, una modalidad que nos ha permitido encontrarnos mucho más que antes, decidí volver a proponer a todos el gesto del Donacibo». Se trata de la recogida de alimentos en los colegios e institutos, que empezó hace quince años. «Un gesto sencillo, el tercer miércoles de la Cuaresma. Un folleto, el testimonio de algún voluntario en los centros que participan en la iniciativa, y la invitación a los chavales y sus familias para recoger alimentos». Al principio se sumaron diez BdS, frente a los 120 de 2019, última edición pre-Covid, cuando participaron tres mil centros (el 95% públicos), involucrando a 350.000 niños y jóvenes de 3 a 18 años en toda Italia.
«Normalmente nos preparamos en enero pero, dada la situación, en otoño ya nos empezamos a preguntar si valía la pena pensar algo para 2021». Los problemas, con todas las restricciones del Covid, no iban a ser pocos, y tampoco las objeciones. Había muchos que dudaban. Pero decidieron seguir la petición y el deseo de algunos. «Nos dimos cuenta», explica Branco, «de que nunca como en este momento histórico hemos necesitado ser educados para reconocer quiénes somos, para mirar qué sostiene nuestra vida. Los gestos de caritativa siempre nos han ayudado a esto. Ahora más que nunca, estamos experimentado que todos necesitan cada vez más encontrar algo que les dé esperanza, toparse con personas que les testimonien que Jesús hace hermosa la vida».
Así nació el folleto de 2021. Con un fragmento del artículo de Julián Carrón publicado en El Mundo el pasado mes de marzo («quizá no haya ninguna tarea tan decisiva como interceptar esas personas en las que se ve en acto una experiencia de victoria sobre el miedo») y con palabras del padre Felice Casati en Los novios de Manzoni. Durante una homilía en el Lazareto, el fraile se pregunta cuál es la tarea de los supervivientes de la peste: «¿Sino a fin de que, sintiendo ahora más vivamente que la vida es un don suyo [enfervorizado por la gratitud, había dicho poco antes], la tengamos en la estima que merece como una cosa dada por Él, la empleamos en las obras que pueden ofrecérsele a Él?».
Las redes estaban echadas. Volvieron a verse en enero por Zoom para contarse lo que había pasado. «Un espectáculo. Nada de objeciones ni titubeos. Nos vimos arrastrados por los hechos». No solo se sumaron todos los BdS que habían participado en el Donacibo en años anteriores, sino que se añadieron otros nuevos. «Y detrás de cada “sí” había una historia sorprendente».
Paola da clase en una gran escuela superior del hinterland milanés. Aparte de todas las reservas propias de la situación en que nos encontramos, en su instituto además había cambiado la directora. La anterior siempre había fruncido el ceño ante esta propuesta. «Imagínate este año», piensa. «Con todos los problemas y responsabilidades a los que se enfrenta un director con la pandemia, como para meterse en esto…». Sin embargo: «La estaba esperando. Este año más que nunca debemos hacerlo, sin duda», le dice la directora cuando llega Paola con el folleto. Era el mes de diciembre, con todos los alumnos online. Lo hicieron enseguida, antes de Navidad. «En el patio vacío, la directora y algunos profesores se pusieron a llenar cajas con los alimentos que los padres iban llevando poco a poco», cuenta Branco.
En Padua fue el director de la escuela estatal más grande de la ciudad quien llamó al BdS: «¿No estaréis pensando en suspenderlo? Durante todos estos años he visto cambiar la mirada de ciertos alumnos. Aprenden a tratarse de otra manera con el Donacibo. Algunos padres han perdido el empleo y sus hijos y sus amigos han ido a pedir ayuda a los profesores más implicados en esa iniciativa». Raffaella y Lorena no se lo podían creer. «Igual que en otros centros, ya no se trataba de proponer el gesto, solo había que buscar la manera de llevarlo a cabo».
A Barbara, en cambio, siempre le ha costado hacer esta propuesta en su colegio de Ferrara. «Siempre estaba sola y no me veía capaz. Pero esta vez se me acercó una compañera: “¿Por qué no lo haces? Yo te echo una mano”. Empezamos las dos y ahora hay un montón de padres que se han ofrecido para ayudar porque el director pidió expresamente que no se involucrara directamente a los alumnos. «Por primera vez he visto la belleza de hacer un gesto que tiene un rostro», comenta la profesora.
Pescara. Paolo y sus amigos del BdS ya lo habían decidido. «Este año no hay Donacibo. Es demasiado complicado, no se puede hacer presencial». ¿Punto final? Todo lo contrario. Allí se presentaron las madres de varios colegios que habían participado años anteriores: «Perdonad, no hemos recibido el folleto, ¿cuándo lo mandáis?». Fueron vanos todos los intentos de justificarse ante el arma más poderosa de las madres, los chat de clase. «Fueron ellas las que empezaron, cada una en su escuela, buscando puntos de referencia en todas las clases entre los padres», dice Paolo. «No hemos tenido que hacer más que seguirlas… Tal vez recojamos menos comida, pero qué cantidad de nuevos encuentros y relaciones».
Subimos por la Bota un centenar de kilómetros y llegamos a Fermo. Misma escena. En años anteriores solo han llegado a hacer el Donacibo en cuatro escuelas. Pero «la experiencia de la caritativa del último año con el Banco ha hecho que no lo dejemos», cuentan Milena y Sara. Empezaron ellas dos pero luego otros las siguieron y a finales de enero ya se habían sumado veinte institutos.
Sonia es la responsable del Banco de Solidaridad en Como. Una noche volvía a casa «harta y cansada», como les pasa a tantos últimamente, «hasta del Donacibo. Visto el poco entusiasmo que había, decidimos no hacerlo». En la calle donde vive había un mendigo. «Cero ganas…». Sonia aligeró el paso para evitarlo. Subió a casa y su hijo adolescente la saludó enseguida: «¿Has visto al mendigo que hay debajo de casa?». «No». «¿Qué dices? Estaba ahí. ¿Te preocupas por la comida de los pobres y no ves al mendigo que tienes en casa? ¿No vas a hacer nada por él?». «¡Hazlo tú!», contestó de mal humor. Su hijo bajó y volvió al cabo de una hora. «¿Y bien? ¿Por qué has tardado tanto?». «Hemos estado charlando una hora», responde el chaval. «¿Y…?», pregunta su madre. «Hemos decidido que ahora bajas tú y le ayudas». Touché. «El buen Dios no te deja», comenta ella. «Cierras la puerta y entra por la ventana». Al día siguiente, Sonia llamó a sus amigos del Banco: «Hagamos el Donacibo». A los pocos días de “campaña”, en el listado de centros había setenta “sí”.
«Sin duda, en un momento como este, para muchos la experiencia de la caridad y la necesidad de una esperanza son más importantes que nunca, si no vitales. Pero no es solo eso», dice Branco, y cuenta un episodio muy sencillo que tuvo lugar en Varese. En una clase presencial, el profesor, como preparación para el Donacibo, después de presentar el folleto, invitó a un amigo del BdS a dar un testimonio. «Al acabar su charla dice: “¿Tenéis alguna pregunta?”. Se alzaron cinco manos. Ninguna pregunta era sobre el Donacibo, sobre la pobreza ni sobre las actividades del Banco… No. Todos querían saber más de la amistad entre el profesor y su amigo». ¿Qué les había parecido tan extraño e interesante en esa relación? «Es algo fascinante, una novedad que acontece. Esos chicos percibieron algo que tenía que ver con lo que ellos desean», comenta Branco. Pero pasa lo mismo con Sonia, con Barbara y con todos los demás. «Es una gratuidad que reconoces en ti y que te cambia. Como en los orígenes del cristianismo: “¿Qué buscáis? Venid y veréis”, dijo Jesús a Juan y Andrés. Uno se mueve entonces por un afecto a su propio corazón, a su propia humanidad».
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