Cuando se cerró el mundo, para ellos empezó todo. No querían vivir el confinamiento en apnea y aceptaron la propuesta… La experiencia de un grupo de universitarios portugueses que ha dado lugar a un libro, una revista y un podcast
El libro ya se está reimprimiendo. Las primeras cien copias volaron en tres días, ahora esperan otras tantas. La revista también se acabó enseguida: 150 ejemplares, hacen falta más. Si sumamos las descargas de los podcast, llegamos a cifras que, aunque pequeñas, hablan por sí mismas. Y describen una frescura, una vivacidad con la que no han podido los confinamientos ni las cuarentenas. De hecho, fue justo en esos días en que el mundo entero se encerró en casa cuando empezó todo.
Hace un año exacto, en marzo de 2020, los miembros de CL recibían una carta de Julián Carrón, responsable del movimiento. Explicaba que la vida normal, así como sus gestos más importantes –Ejercicios espirituales, Triduo pascual de bachilleres, Escuela de comunidad–, iban a cambiar drásticamente porque era imposible reunirse. Pero aquellas tres páginas incluían más que una advertencia: abrían una perspectiva. «Compartimos con todos la misma pregunta: ¿cómo estar como hombres frente a esta circunstancia?». ¿Cómo aprovechar incluso este «tiempo inédito y dramático» para verificar que verdaderamente siempre se puede «vivir intensamente lo real», como decía don Giussani? Más aún, «¿cómo acompañarnos en esta situación tan difícil? ¿Cuál es la compañía que necesitamos de verdad?».
Preguntas que van a fondo, por todas partes. Sofia Gouveia Pereira, responsable de CL en Portugal, empezó a compartirlas con todos porque las sentía suyas. «Me impactó la certeza de Julián», cuenta. «Incluso en una situación así era posible vivir y no sobrevivir. Quería entenderlo yo en primer lugar. Pero también que mis amigos me ayudaran. Era una verificación que debíamos hacer juntos». Entonces, cuando un grupito de jóvenes del CLU, los universitarios de CL, le habló de su deseo de no quedarse en estado de apnea, de poder hacer juntos algo bonito que les ayudara a vivir, Sofia les repitió «lo mismo que me decía a mí misma: debemos hacer nuestra esta carta». Lo tradujo en forma de propuesta: «Se han suspendido nuestras reuniones presenciales pero no nuestra compañía, sed creativos».
Aquellos jóvenes lo hicieron. Surgió una idea sencilla pero hermosa: una velada por Zoom, todos los viernes, para ver o escuchar juntos algo que propusieran entre tres o cuatro de ellos. Una canción, un relato… explicando el porqué e invitando a hacer un trabajo para profundizar, tanto antes como durante el encuentro. Lo llamaron O que tem a ver com as estrelas?, “¿Qué tiene que ver con las estrellas?”. La pregunta que afloró como un impulso en don Giussani cuando, siendo un joven sacerdote, se encontró con una pareja de enamorados que se besaban apasionadamente. Lo contaba muchas veces, diciendo que en aquel momento, de golpe, comprendió «la verdadera definición de moral», es decir, la relación entre el instante concreto y el significado de todo, «el nexo entre la acción efímera y la totalidad de las cosas».
Este episodio también se puede releer en el libro que acaban de publicar con ese mismo título, donde estos jóvenes han recogido los textos de estos encuentros (doce en total, entre el 20 de marzo y el 14 de junio). Habla de películas y canciones, de poesía y arte. De la esperanza de Péguy y del dolor de Johnny Cash, de la maravilla según Chesterton y del estupor ante las incisiones rupestres del valle del Côa. Del «siempre falta algo» de Pasolini y del Something’s Missing de John Mayer… En definitiva, de la vida. Con todas las preguntas que el impacto con la realidad saca a relucir.
Lo dice también el editorial de la revista, que coincidió con el libro en los días de su publicación para prolongar el camino y que han llamado O Troco, “el cambio”, como las monedas que te devuelven cuando pagas algo. «Las cosas de este mundo, la fotografía, la música, el teatro, pueden ayudarnos a ir más allá de este misterio desafiante que es la vida cotidiana», escribe Leonor, una de estos jóvenes. «Ser conscientes de lo que nos rodea nos hace ir más al fondo de nuestras preguntas. Esta revista está hecha por personas que quieren mostrar a los demás la belleza que han encontrado, allí donde la han encontrado».
Esa era la idea hace exactamente un año: una propuesta que verificar juntos. En el primer encuentro, recuerda la propia Leonor (que estudia Matemáticas), «éramos cinco, quizá seis». Entre ellos estaba Francisca, a la que todos llaman Kika, amiga y compañera de estudios. «Cuando Sofia nos sugirió leer la carta, no me entusiasmó demasiado. Pero me bastó el primer encuentro para entender mi error. Allí había algo interesante, capaz incluso de cambiar mi mirada hacia las cosas que me gustan. No se trataba de proponerme a mí misma sino de algo que yo seguía».
Algo que se da antes. Kika lo explica así: «La historia que ya había entre nosotros, nuestra amistad, nuestra manera de estar juntos, me hacía estar segura de que lo que vivíamos no se podía perder. De hecho, el confinamiento podía ser una ocasión».
El primer fruto fue descubrir que «la vida no corre por dos vías: lo que nos gusta y lo que la realidad nos pone delante. Solo hay una», dice Constança, estudiante de Filología. «Las cosas que estudio pueden iluminar la historia que he encontrado, y viceversa. Lo mismo vale para mis amigos. Al principio de la pandemia tuve miedo. No tanto de perderlos, no sé… me parecía que todo corría el riesgo de perder intensidad. En cambio, hemos visto que cada instante puede estar lleno de plenitud». Así fue viendo la película La ley del silencio, que suscitó preguntas profundas («en nuestra experiencia, ¿qué vence el miedo?»), o leyendo Being Boring de Wendy Cope, para darse cuenta de que «hasta la casa puede ser un lugar donde uno quiere estar»; yendo al fondo del deseo de Hurt, la preciosa canción de Johnny Cash («If I could start again…»), y de la necesidad que esconde la poesía de la autora brasileña Alice Sant’Anna: «¿Hay algo en nuestras jornadas que nos salve de la nada?».
Poco a poco, han ido verificando que sí, hay algo. Han hecho descubrimientos preciosos. Por ejemplo, el gusto de «ponerme en común», cuenta Maria. Lo dice justo así: «ponerme». No solo compartir las cosas que te gustan o que sabes, sino toda tu humanidad, tu propio ser. «Estas semanas he empezado a dar clase a niños pequeños», continúa Maria, «y me doy cuenta de que la alegría con la que estoy con ellos nace precisamente de este darme. Eso es lo que me pasó con Estrelas, o ahora con la revista. Como he estudiado diseño, yo me encargo de las ilustraciones y de la gráfica. Estoy contenta porque así lo que llevo dentro no se queda encerrado en mi interior». Y cuando lo pones en común, se agranda.
«Para preparar los encuentros, cada uno de nosotros hace un trabajo sobre la propuesta que lleva», explica Constança. «Luego, en los encuentros, este conocimiento se multiplica, se enriquece con lo que aportan los demás».
Otro descubrimiento que señalan todos es la importancia de juzgar. «La primera vez que me pidieron que propusiera algo, sentí miedo», continúa Maria. «Pero me obligaba a hacer un juicio: lo que me gusta, ¿por qué me gusta? ¿Y por qué proponérselo a otros? Solo entonces empecé a saborearlo de verdad y cuando me di cuenta de que juzgar puede cambiar mi vida constantemente, comprendí que ya no podía echarme atrás. Ahora juzgo hasta una película que vemos en familia: ¿por qué merece la pena proponerla y verla juntos?».
A Pedro, en cambio, la propuesta de las Estrellas le llegó de lejos. «Cuando nació Estrelas, yo estaba de Erasmus en Bolonia, y llevaba días confinado. Con un montón de dudas y una pregunta: ¿qué quiere Dios de mí? Ver nacer un trabajo así me hizo entender que la respuesta no pasaba forzosamente por cosas grandes –como estar con mis amigos de CL en Italia, la vida universitaria, la caritativa–, sino también por las pequeñas: leer un poema, ver una película… Dios también está ahí. Todo depende de cómo esté yo delante del Misterio».
Para una de las veladas, él propuso Nirvana, de Charles Bukowski. «Yo estudio Ingeniería, nada que ver con la poesía, y alguien me preguntó qué había estudiado yo para hablar de literatura. Al principio me pareció una crítica lógica». ¿Y luego? «Me di cuenta de que lo que estaba en juego no eran mis conocimientos sobre Bukowski, sino el impacto que me había provocado. Y eso sí lo conozco bien». Él también necesita «algo que sea para siempre», como el «joven» que, en su poesía, mira la nieve desde la cristalera de un café en Carolina de Norte y se da cuenta de que quiere quedarse allí. «Leyendo te das cuenta del deseo que lleva dentro. No es que Bukowski esté hablando de Cristo, para nada. Pero ese “algo que falta” me hacía pensar en Él».
En el fondo, es el descubrimiento más valioso, ahí está el «nexo con las estrellas», el vínculo entre el instante y el Todo. Eso es lo que permite respirar. «Seguir la carta de Carrón a través de las Estrelas me ha ayudado a ser más libre», afirma Leonor. «Porque ser libre quiere decir que tu corazón ha sido conquistado». Y ella se siente así: «Agarrada».
Impresiona oírselo decir así a una chica de veinte años, pero así ha sido como esta belleza radical ha ido creciendo con el paso de los meses, llegando a muchos más que poco a poco se han ido incorporando a estas Estrellas. «¿Cómo? Lo único que recuerdo es que salí del primer encuentro tan contenta que solo tenía ganas de contárselo a todos», dice Kika. «Un espectáculo imprevisto». La primera propuesta la hizo Leonor con Tierra firme, una canción del cantautor local Benjamín. Habla de hombres de mar, de un viaje para «chegar a algum lado», llegar a alguna parte, y de «un puerto seguro donde no tener miedo». «Discutimos mucho y queríamos entender bien qué quería decir, qué era ese puerto para él», recuerda Leonor. «Así que al final dije: vamos a preguntárselo a él». Consiguió el contacto y le escribió contándole lo del encuentro. No se imaginaba que la iba a responder, ni mucho menos que la respuesta fuera así: «Nunca había pensado que en mi canción hubiera tantas cosas. Yo solo quería hablar de inmigración». «Mantuvimos el contacto», cuenta Leonor, «y ahora le he mandado el libro. Estoy muy contenta porque he ganado un amigo».
Hay otros amigos que se han sumado, entre ellos varios adultos porque se ha corrido la voz y la frescura de Estrelas es contagiosa. Pero sobre todo son jóvenes, compañeros de clase. «He invitado a algunos para que me ayuden a hacer los podcast», cuenta Madalena. «Oí que una de ellas le decía a otra: “Es un descanso leer esta revista, ya no estoy sola ante el misterio de la vida”. Y otra, después de leer O Troco, me dijo: “Se nota que ha pasado algo entre vosotros”». ¿Y tú qué dices? «Yo estoy agradecida».
Gratitud. Es el signo de una belleza que recibes, no es algo que nazca de ti sino que acoges, y a través de tu sí («agarrada»…) genera. La creatividad también nace de ahí, de seguir. Y los jóvenes se dan cuenta perfectamente. Después del verano, cuando estaban en medio de la segunda oleada, no querían forzarse a retomar sus encuentros. «Pensamos que era mejor no continuar con Estrelas», explica Leonor. «Nos daba la sensación de que estábamos intentando mantener nosotros la forma de aquel acontecimiento y lo que queríamos era, en cambio, dejarnos sorprender».
O Troco –en papel, digital y en podcast– nació por esa razón. Al hojearlo encuentras la misma vivacidad que te fascina cuando tienes delante, por Zoom, esos rostros felices y piensas en otros rostros, otras preguntas que giran en torno a las mismas palabras: certeza, propuesta, educación... «¿El encuentro de profesores con Carrón? Claro que lo seguí», dice Constança. «Allí vi gente que se ponía en juego totalmente en ese diálogo. Se veía que para ellos la educación es algo más que la relación entre profesores y alumnos. En la cara de los que intervenían se notaba que eran hijos, que tenían alguien a quien seguir. Creo que tiene muchísimo que ver con nosotros». ¿Por qué? «En Estrelas lo que está en juego también es una comunicación de uno mismo. No en el sentido de un “yo” aislado sino un “yo” que quiere verificar junto a otros la experiencia que está viviendo. Y entender quién es. Nosotros también nos hemos descubierto siendo hijos».
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