¿Se puede crecer y hacer crecer en pandemia? El diálogo público de Julián Carrón con profesores y padres abre un camino. Con una pregunta dentro que afecta a la vida de todos
«¿Pero no podemos hacer nada?», escribe un profesor a Pigi Banna, que da clase de Teología en la Universidad Católica. La pregunta se refiere a los alarmantes datos del informe publicado sobre el malestar juvenil en clase: desinterés, desmotivación, riesgo de abandono. En el chat de algunos amigos profesores con los que comparte la experiencia de los bachilleres, Pigi lanza esta provocación: «¿Qué decís?». Francesco Barberis, director de un instituto, que esos días había tenido un encuentro con varios directores debido a la complicada situación educativa, exclama: «Hay que volver a clase». «¿De qué estamos hablando?», interviene inmediatamente Francesca Zanelli, profesora de Lengua. «La dispersión, todos esos problemas ya estaban antes, la enseñanza a distancia los ha puesto en evidencia, abriendo la caja de pandora a una cuestión de fondo: el dolor y el malestar de los chavales». Nadie duda de que volver a las clases presenciales sería lo mejor. También coinciden en la importancia de analizar las posibles soluciones a los diversos problemas técnicos. Todo ello son cosas importantes, ¿pero bastan para sanar la herida que ven en sus alumnos? Surge entonces la pregunta que ha dictado estos meses el camino de su amistad: «¿Qué transmitimos a los chavales? ¿Por qué estamos con ellos?». Esta es la verdadera cuestión, lo que está en el origen de la relación educativa. Y es algo que uno no puede quedarse guardado. Tras varias conversaciones telefónicas, escriben una carta donde no proponen recetas ni soluciones precocinadas, sino el relato de una experiencia «vital» de bien, que despierta el corazón de los chicos, pero primero su propio corazón. Y da esperanza.
La carta, reducida por problemas de espacio, se publica en el Corriere della Sera. Es una piedra lanzada en un estanque cuyos círculos concéntricos se van ensanchando cada vez más, llegando a profesores, padres, educadores… pero no solo a ellos. A los pocos días de su publicación, Francesca recibe un WhatsApp de una chica a la que no ve desde hace diez años y que ahora es enfermera: «Gracias por compartir en pocas líneas lo que habéis aprendido. Doy gracias por haberos encontrado».
Justo en ese momento, Giovanni Sama, agente comercial y padre de familia, está leyendo el libro Educación. Comunicación de uno mismo, de Julián Carrón. «¡Pero esto tiene que ver conmigo, con todos!», piensa. «Educa aquel que transmite con su vida una pasión por la persona. A todos los niveles: en casa, en la familia, en el trabajo. Esto cambia la realidad». Habla con varios amigos y escribe a Carrón: «Creo intuir que en la cuestión educativa se juega mi verificación de la fe, y la nuestra. No hay otra presencia en el mundo o en la familia más que un “yo” cambiado por el encuentro con Cristo ahora que, viviendo como todos, comunica una vida distinta, algo que todos desean. Por eso te propongo un encuentro sobre este libro».
La carta, que suscitó preguntas, perplejidades, preocupaciones, junto a la propuesta de Giovanni, eran señales de una profunda urgencia. Nace así el encuentro del 30 de enero titulado “Educación, comunicación de uno mismo. Crecer y hacer crecer en tiempo de pandemia”. Se trata de un diálogo, retransmitido por el canal de YouTube de CL, entre educadores, padres y profesores con Carrón. Cuentan la provocación de un hijo, algo que ha sucedido en clase, y en las respuestas del sacerdote español, nada de instrucciones de uso sino ante todo una confianza ilimitada en el corazón humano. Y un desafío: ¿tú para qué vives? Solo se educa de verdad comunicando lo que hace viva la propia vida. Así, en el fondo, es más sencillo. El chaval que tienes delante tiene algo que decirte.
Aquella noche, once mil personas se conectaron en directo. En los días sucesivos, la cifra creció hasta superar las 45.000 visualizaciones. El encuentro era el inicio de un camino. «Solo una vida distinta y nueva puede revolucionar estructuras, iniciativas, relaciones, todo en definitiva», como decía don Giussani para indicar de dónde esperaba respuesta para esta urgencia educativa. A continuación intentaremos mostrar algunas chispas de esta vida nueva.
El profe de gimnasia
Claustro docente de un instituto, obviamente online. Orden del día: nuevo horario para volver a las clases presenciales al 50%. El retorno es importante pero… el instituto tiene dos sedes y eso supone para los profesores carreras continuas de un centro a otro, aparte de una yincana entre las clases presenciales y online. «Perfecto, entro a las ocho y salgo a las tres para dar dos horas de clase», suelta un profesor. Después de dos horas de descontento y reproches, la directora se dispone a cerrar la reunión cuando un profesor de Educación física pide la palabra: «Comprendo todo vuestro malestar. Yo mismo he calculado que de aquí a junio solo tengo siete clases presenciales, que para alguien que da gimnasia comprenderéis que no es el ideal. Pero quiero deciros algo: estoy tan cansado como vosotros pero las circunstancias no me han aplastado. Lo más bonito que podemos transmitir a nuestros alumnos es que hay algo positivo y que nosotros estamos dispuestos a vivirlo todos los días al entrar en clase, dando clase o corriendo de un centro a otro. Necesitan ver esto en nuestras caras, en nuestras palabras. Yo quiero estar así delante de ellos. Ya veré cómo me reinvento en clase». Hubo unos segundos de silencio, nadie más pidió intervenir. Luego se despidieron y apagaron las cámaras. Unos días más tarde, la directora se encontró por la escalera con este profesor y le paró: «Quería darle las gracias por lo que dijo a todo el colegio». No era la única que se había quedado impactada. Una lluvia de mensajes llegó a su teléfono. «Gracias, he podido respirar». «Has dado un vuelco a una situación paradójica». Saliendo del centro, el profesor le comenta a una amiga: «Sin el encuentro con Carrón, no habría tenido la lucidez de decir esas palabras. Al escucharlo, ese bien se ha hecho presente».
Asamblea de clase
Jueves por la tarde. Una madre se conecta a la asamblea de la clase de su hija en el instituto. Un saludo rápido, varias informaciones técnicas sobre el posible retorno a las clases presenciales y luego la profesora de referencia ilustra la situación: la mitad de los alumnos ha seguido las clases online, la otra mitad se ha conectado esporádicamente, con todas las consecuencias que ello conlleva en el rendimiento. «¡¿Eso es todo?!», piensa esta madre. «Todos sabemos que algunos alumnos no han encendido nunca la cámara y que están atravesando un momento complicado». Un padre pide la palabra: «¿No creen que hay problemas de los que sería mejor hablar?». Un profesor le interrumpe: «Vuestros hijos son mayores. Consultad sus notas y si hay problemas podéis pedir una tutoría». Fin. Acabada la discusión, se acaba la conexión. Inmediatamente esta madre llama a la representante de la clase: «No estoy de acuerdo con el profesor, no podemos hacer como si no hubiera problemas. Intentemos ponernos en contacto con los padres de estos alumnos para decirles que pueden contar con nosotros, tal vez se nos ocurra alguna idea para poder ayudarlos. Mientras tanto, te mando el link de un encuentro educativo que vi el sábado pasado. A mí me ha ayudado». Al día siguiente, la llama la representante: «He visto el video y se lo he mandado a los demás delegados». Unos segundos de pausa. «Nunca me había encontrado con una mirada tan abierta hacia el problema educativo, hacia los chavales, hacia los padres. No se puede dejar pasar algo así. He pensado en abrir un chat para invitar a algunos padres a hablar de este tema: cómo los adultos podemos ayudar a nuestros hijos. Podríamos extender la invitación a algunos profesores. No todos piensan que las notas son el factor más importante». Esa misma noche, junto a otros padres, esta madre recibe un mail con el link al video del encuentro con Carrón. Lo firman los representantes de clase.
El “joven señor” y Jep
Mientras sigue el encuentro sobre educación, un joven profesor de literatura piensa: «Entonces un buen profesor es alguien apasionado por su materia que busca todas las “estrategias” posibles para comunicarla de la mejor manera». En su mente empiezan a aparecer personas así, que nunca bajan el listón. Pero a medida que avanza el diálogo tiene la sensación de que están hablando de algo distinto, más interesante. La materia es importante, pero solo encontrará su lugar adecuado si hay un “yo” que se implique en su comunicación. Ya no es una cuestión de estrategias, sino de ponerse en juego uno mismo. Una apuesta interesante.
Al día siguiente tiene que preparar la clase para los alumnos de cuarto del instituto técnico de mecánica donde da clase. Toca la poesía Il giorno de Parini. No le entusiasma demasiado, y eso ya supone una objeción para poder comunicarse uno mismo. Cuando empieza a leer se da cuenta de que el “joven señor” le recuerda a Jep Gambardella, el protagonista de la película La gran belleza. Se enciende la chispa de la pasión. Extrae algunos fragmentos donde encuentra analogías entre Parini y Sorrentino, y poco a poco la lección va tomando forma. En clase, los chavales se entusiasman con esta nueva “explicación”, hasta el punto de que cuando el profesor pregunta: «¿Qué os parece esta obra?», responden: «¡Mucho más interesante que las otras!». Las “otras” son de Tasso, Dante, Petrarca… En la siguiente clase tres alumnos casi compiten por ver quién recitaba el texto.
Gambardella y el “joven señor” despiertan en los chicos una serie de preguntas sobre su futuro. El profesor los escucha, les pregunta para entender mejor y descubre que están perdidos, sujetos a las expectativas de los adultos. Al terminar la hora, les invita a un encuentro por la tarde para los que van a hacer la selectividad y añade: «Y si queréis, cuando se pueda, comemos juntos». Durante la semana les llena de interrogantes, tareas, pero son muchos los que responden: «Vale, profe, buena idea».
Por la noche, le cuenta a una amiga: «Desde que empecé a dar clase, me sigo preguntando por mi destino laboral. Es una sorpresa estar acompañado de esta manera, incluso con un encuentro como el del sábado por la noche. Son los rasgos de una caricia amable y misteriosa hacia mi vida, que vuelve una y otra vez».
Un padre y un director
«Director, hay unos padres que querrían hablar con usted. Han venido con su hijo». Nada más verlo, el director piensa inmediatamente en un chico de primero que desde marzo, con el confinamiento, desapareció. Nunca se conectó. Se presentaba a los exámenes y los superaba de manera brillante, porque tiene cabeza, y al final tuvieron que aprobarlo. En septiembre volvió a ir unos días, y nada más. «Que pasen», le dice a la secretaria. El hombre, con ropa de trabajo, lleva a su hijo de la mano. «Buenos días, señor director. Iré directo al grano. El sábado por la noche vi el encuentro sobre educación y sé que usted ha sido uno de los organizadores. Escuché las respuestas de ese cura. Solo estudié hasta quinto de primaria, pero lo entendí todo. No quiero perder a mi hijo, quiero que lo eduque». El director miró al chico: «Ven conmigo». Luego a los padres: «Ustedes también». Suben las escaleras y llegan al aula del chaval. El director llama, entra y dice: «Ha vuelto vuestro compañero». Aplauso.
Al despedirse, el padre le dice al director: «Estos meses, mi hijo ha hecho varios trabajos para ayudarnos a pagar la matrícula. Es un buen chico. Yo ya no sabía qué hacer. Pero ese encuentro me ha dado el valor de venir. Más aún, me ha dado esperanza».
Médico de familia
Una doctora, médico de familia, se conecta al encuentro con Carrón pensando sobre todo en sus hijos, en cómo ayudarles en este tiempo tan complicado. Pero el diálogo acaba siendo todo un descubrimiento para su propia profesión. Sin duda, en su trabajo hay una parte “laboral”, que se declina en dar diagnóstico, tratamiento, prevención, seguimiento, pero también hay mucho más, está la posibilidad de «entrar en relación con el que tienes delante». Concretamente, sobre todo en este último año tan agotador, es la manera en que acompaña y sostiene a los que se encuentran delante del dolor de su enfermedad, o los que tienen que enfrentarse a la decadencia y discapacidad propias del envejecimiento. Es el respeto y la discreción con que entra en las casas para certificar la muerte de una persona.
Con el video apagado, vuelve a pensar en la multitud de solicitudes de pruebas PCR entre sus asistentes en los últimos tres meses. Muchos no tenían ningún motivo adecuado, solo buscaban algo que les diera seguridad dentro de la incertidumbre que ha envuelto todo este año. Y ahora, con la vacuna, la misma expectativa. Como una señora que le dice: «Doctora, se acaba la pesadilla. Volveremos a la normalidad». Laura le responde sencillamente: «Nuestra vida no nos pertenece y cuando se siguen las indicaciones médicas y se hace lo que hay que hacer, la única seguridad consiste en confiar la propia salud y por tanto la propia vida a Aquel que nos ha donado la vida y la salud».
La carta de los profesores de CL en el Corriere della Sera del pasado 10 de enero. El texto completo de la carta y el video del encuentro del 30 de enero “Crecer y hacer crecer en tiempo de pandemia” está disponible en www.clonline.org
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