Hay países en los que la religión cristiana está marginada, pero que en otras épocas fueron focos que iluminaron y clarificaron la revelación de Dios a los hombres. Este es el caso de Turquía. En los primeros pasos de la Iglesia este territorio es clave. En él se predicó la palabra de Dios, se celebraron concilios, vivieron grandes testigos del Resucitado y hubo, cómo no, persecuciones.
Hay una región en la actual Turquía que es inolvidable. Por su vegetación típica, por su población y sobre todo, por su paisaje lunar, Capadocia permanecerá en el recuerdo de todo el que visite estas latitudes. Esta es la tierra de S. Basilio de Cesarea, S. Gregorio Nacíanceno y S. Gregorio de Nisa: «los padres capadocios».
Basilio pasará a la historia por sus dotes como estadista y organizador eclesiástico. Nacido en una familia cristiana, después de acabar los estudios de retórica, decide dedicarse enteramente a Dios. Fruto de esta decisión será su vida como monje del desierto (siendo el gran legislador del monacato griego). Después ocupó la sede de Cesarea, caracterizándose por su lucha contra el arrianismo, por su esfuerzo por la unidad de la Iglesia (principalmente entre Roma y Oriente), así como por la defensa clara de la fe de Nicea; poniendo, por otra parte, las bases del Concilio de Constantinopla. Fijó definitivamente la terminología trinitaria (una sustancia y tres personas) y la confesión auricular.
Su obra es abundante (escritos dogmáticos, tratados ascéticos, tratados de educación, homilías...). Hemos seleccionado parte de unas de sus homilías pensando en la actualización de su mensaje: «Adversus eos qui irascuntur». Frente a la ira y a la violencia desatada, sólo cabe una respuesta para el cristiano: el testimonio de Cristo. La renuncia, la abnegación, el sacrificio... , son la única respuesta posible frente a violencias, rencores, envidias, iras...
«Alejemos el mal en su comienzo, arrojando de nuestras almas con todo empeño: la ira. Porque así podremos arrancar a una con este vicio, como con su raíz y fundamento muchísimos males. ¿Te ha maldecido? Bendícele tú. ¿Te ha herido? Súfrelo. ¿Te desprecia y te tiene por nada? Piensa que "eres de tierra y que en tierra te has de convertir" (Gen. 3, 19). Que el que se amuralla con estas reflexiones, toda deshonra encuentra menor que la verdad. Y así haces al enemigo imposible su venganza, mostrándote invulnerable por las injurias; y ganas para ti gran corona de paciencia, sirviéndote de la locura del otro como de ocasión para tu propia virtud. Y si me crees, aun añadirás tú mismo otros oprobios, a los que el otro te dice. ¿Te llama plebeyo, y hombre sin honor y de ningún valor? Llámate a ti mismo tierra y polvo: que no eres más noble que nuestro padre Abraham, y eso
se llamaba a sí mismo (Gen. 28, 27). ¿Te llama ignorante, pobre e indigno de todo? Tú, llámate gusano y di que tu origen es el estiércol, usando del lenguaje de David (Sal. 21, 7). Y a este añade la hazaña de Moisés. Injuriado por Aarón y María, no pidió a Dios que les castigase, sino que rogó por ellos. ¿De quien quieres ser discípulo? ¿De los hombres amigos de Dios y justos, o de los que están llenos del espíritu de maldad? Cuando se levante en ti la tentación de injuriar, piensa que estás en esta alternativa: o de acercarte a Dios por la paciencia, o de acogerte por la ira al enemigo. Da tiempo a tus pensamientos para que elijan el partido ventajoso. Porque o aprovechas algo a tu adversario con el ejemplo de la mansedumbre, o le irritas más ferozmente con tu desprecio. Porque ¿qué cosa hay más acerba para un enemigo que el ver que su adversario le supera en las injurias? No rebajes tu ánimo, ni consientas ponerte al alcance de los injuriadores. Deja que te ladre en vano; que se despedace a sí mismo. Que así como el que azota a uno que no siente, se hace mal a sí mismo, así el que ultraja a uno a quien no alteran los oprobios, no puede encontrar descanso para su sufrimiento. Por el contrario, se despedaza, como dije. Y ¿qué es lo que cada uno de vosotros gana para con los que están presentes? A él le llaman mezquino, a ti magnánimo; a él iracundo y cruel, a ti sufrido y manso; él se arrepentirá de las cosas que dijo, tú nunca te arrepentirás de tu virtud.
Pero ¿por qué te turba el nombre de pobre? Acuérdate de tu naturaleza; que entraste desnudo en el mundo y desnudo saldrás de él (Job l, 21). Y ¿qué cosa más pobre que un desnudo? Nada grave has oído; sólo que te has apropiado a ti solo lo que te han dicho. ¿A quién han llevado a la cárcel por ser pobre? No es deshonroso el ser pobre, sino el no sufrir la pobreza generosamente. Acuérdate del Señor que "siendo rico se hizo pobre por nosotros" (Cor. 7, 9). Si te llaman necio e ignorante, acuérdate de las injurias con que los judíos ultrajaron a la verdadera sabiduría: "Eres samaritano y tienes en ti al demonio" (Jn. 8, 48). Y si te enfureces, confirmas los ultrajes. Porque ¿hay cosa más irracional que la ira? Pero si permaneces sin airarte, avergüenzas al que se enfurece mostrando con la obra tu virtud. ¿Has sido abofeteado? También el Señor lo fue (Jn. 18, 22). ¿Has sido escupido? También nuestro Señor. Porque "no retiró su rostro de la deshonra de las salivas" (Mc. 15, 19; Is. 50, 6). ¿Has sido calumniado? También el eterno Juez. ¿Rasgaron tu túnica? A mi Señor se la desnudaron y "repartieron entre sí sus vestidos" (Mt. 27, 35). Aún no has sido condenado, aún no has sido crucificado. Mucho te falta para que llegues a su imitación.
Obedeciendo, pues, el consejo de S. Pablo, apartemos de nosotros toda ira, indignación y tumulto con toda maldad; y hagámonos humanos y misericordiosos unos con otros, estando atentos a la dichosa esperanza prometida a los mansos; puesto que: "Dichosos los mansos, porque ellos poseerán la tierra" (Mt. 5, 4 ), en nuestro Señor Jesucristo, al cual sea la gloria y el poder por todos los siglos. Amén.
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