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Huellas N.6, Noviembre 1984

IGLESIA

Fuentes. Tú, llámate gusano

Eusebio de Cesarea

Hay países en los que la religión cristiana está marginada, pero que en otras épocas fueron focos que iluminaron y clarificaron la revelación de Dios a los hombres. Este es el caso de Turquía. En los primeros pasos de la Iglesia este territorio es clave. En él se predicó la palabra de Dios, se celebraron concilios, vivieron grandes testigos del Resucitado y hubo, cómo no, persecuciones.

Hay una región en la actual Turquía que es inolvidable. Por su vegetación típica, por su población y sobre todo, por su paisaje lunar, Capadocia permanecerá en el recuer­do de todo el que visite estas latitudes. Esta es la tierra de S. Basilio de Cesarea, S. Gre­gorio Nacíanceno y S. Gregorio de Nisa: «los padres capadocios».

Basilio pasará a la historia por sus dotes como estadista y organizador eclesiástico. Na­cido en una familia cristiana, después de acabar los estudios de retórica, decide dedi­carse enteramente a Dios. Fruto de esta decisión será su vida como monje del de­sierto (siendo el gran legislador del mona­cato griego). Después ocupó la sede de Ce­sarea, caracterizándose por su lucha contra el arrianismo, por su esfuerzo por la unidad de la Iglesia (principalmente entre Roma y Oriente), así como por la defensa clara de la fe de Nicea; poniendo, por otra parte, las bases del Concilio de Constantinopla. Fijó definitivamente la terminología trinitaria (una sustancia y tres personas) y la confesión auricular.

Su obra es abundante (escritos dogmáti­cos, tratados ascéticos, tratados de educa­ción, homilías...). Hemos seleccionado parte de unas de sus homilías pensando en la ac­tualización de su mensaje: «Adversus eos qui irascuntur». Frente a la ira y a la vio­lencia desatada, sólo cabe una respuesta para el cristiano: el testimonio de Cristo. La re­nuncia, la abnegación, el sacrificio... , son la única respuesta posible frente a violen­cias, rencores, envidias, iras...


«Alejemos el mal en su comienzo, arro­jando de nuestras almas con todo empeño: la ira. Porque así podremos arrancar a una con este vicio, como con su raíz y fundamento muchísimos males. ¿Te ha maldecido? Bendícele tú. ¿Te ha herido? Súfrelo. ¿Te desprecia y te tiene por nada? Piensa que "eres de tierra y que en tierra te has de convertir" (Gen. 3, 19). Que el que se amuralla con estas reflexio­nes, toda deshonra encuentra menor que la verdad. Y así haces al enemigo imposible su venganza, mostrándote invulnera­ble por las injurias; y ganas para ti gran corona de paciencia, sirviéndote de la locura del otro como de ocasión para tu propia virtud. Y si me crees, aun añadirás tú mismo otros oprobios, a los que el otro te dice. ¿Te llama plebeyo, y hombre sin honor y de ningún valor? Llámate a ti mismo tierra y polvo: que no eres más noble que nuestro padre Abraham, y eso
se llamaba a sí mismo (Gen. 28, 27). ¿Te llama ignorante, pobre e indigno de todo? Tú, llámate gusano y di que tu origen es el estiércol, usando del lenguaje de Da­vid (Sal. 21, 7). Y a este añade la hazaña de Moisés. Injuriado por Aarón y María, no pidió a Dios que les castigase, sino que rogó por ellos. ¿De quien quieres ser dis­cípulo? ¿De los hombres amigos de Dios y justos, o de los que están llenos del espíritu de maldad? Cuando se levante en ti la tentación de injuriar, piensa que estás en esta alternativa: o de acercarte a Dios por la paciencia, o de acogerte por la ira al enemigo. Da tiempo a tus pen­samientos para que elijan el partido ven­tajoso. Porque o aprovechas algo a tu adversario con el ejemplo de la manse­dumbre, o le irritas más ferozmente con tu desprecio. Porque ¿qué cosa hay más acerba para un enemigo que el ver que su adversario le supera en las injurias? No rebajes tu ánimo, ni consientas ponerte al alcance de los injuriadores. Deja que te ladre en vano; que se despedace a sí mismo. Que así como el que azota a uno que no siente, se hace mal a sí mismo, así el que ultraja a uno a quien no alteran los oprobios, no puede encontrar des­canso para su sufrimiento. Por el contra­rio, se despedaza, como dije. Y ¿qué es lo que cada uno de vosotros gana para con los que están presentes? A él le llaman mezquino, a ti magnánimo; a él iracundo y cruel, a ti sufrido y manso; él se arre­pentirá de las cosas que dijo, tú nunca te arrepentirás de tu virtud.

Pero ¿por qué te turba el nombre de pobre? Acuérdate de tu naturaleza; que entraste desnudo en el mundo y desnudo saldrás de él (Job l, 21). Y ¿qué cosa más pobre que un desnudo? Nada grave has oído; sólo que te has apropiado a ti solo lo que te han dicho. ¿A quién han llevado a la cárcel por ser pobre? No es deshon­roso el ser pobre, sino el no sufrir la pobreza generosamente. Acuérdate del Se­ñor que "siendo rico se hizo pobre por nosotros" (Cor. 7, 9). Si te llaman necio e ignorante, acuérdate de las injurias con que los judíos ultrajaron a la verdadera sabiduría: "Eres samaritano y tienes en ti al demonio" (Jn. 8, 48). Y si te enfu­reces, confirmas los ultrajes. Porque ¿hay cosa más irracional que la ira? Pero si permaneces sin airarte, avergüenzas al que se enfurece mostrando con la obra tu virtud. ¿Has sido abofeteado? También el Señor lo fue (Jn. 18, 22). ¿Has sido escu­pido? También nuestro Señor. Porque "no retiró su rostro de la deshonra de las salivas" (Mc. 15, 19; Is. 50, 6). ¿Has sido calumniado? También el eterno Juez. ¿Rasgaron tu túnica? A mi Señor se la desnudaron y "repartieron entre sí sus vestidos" (Mt. 27, 35). Aún no has sido con­denado, aún no has sido crucificado. Mu­cho te falta para que llegues a su imi­tación.

Obedeciendo, pues, el consejo de S. Pa­blo, apartemos de nosotros toda ira, indig­nación y tumulto con toda maldad; y hagámonos humanos y misericordiosos unos con otros, estando atentos a la di­chosa esperanza prometida a los mansos; puesto que: "Dichosos los mansos, por­que ellos poseerán la tierra" (Mt. 5, 4 ), en nuestro Señor Jesucristo, al cual sea la gloria y el poder por todos los siglos. Amén.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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