«¡La Iglesia metiéndose en política!» El grito de alarma resonó muy pronto en la campaña electoral de 1984, y la controversia sobre este eterno dilema de la vida política americana aún no se ha extinguido. Algunos acontecimientos han catapultado a la jerarquía católica y su enseñanza moral al foro político, con una intensidad desconocida desde la campaña de John F. Kennedy en 1960. La batalla empezó en julio, cuando la Congresista Geraldine Ferrara, candidato a la Vicepresidencia por el Partido Demócrata, declaró públicamente que el Presidente Reagan «no era un buen cristiano» porque, con su política, discriminaba a los pobres de la nación.
El contraataque fue inmediato: Ferraro, católica practicante que asiste a Misa todos los domingos, es una de las más acérrimas defensoras del aborto legal en la Cámara de Representantes, y de este modo su propio cristianismo era puesto en tela de juicio.
Parecía que, tras una rápida sucesión de acusaciones y réplicas, se había apagado la polémica, pero en agosto reapareció con fuerza cuando el Presidente Reagan declaraba en Dallas que la política y la religión están íntimamente relacionadas en los Estados Unidos. A partir de entonces el tema Iglesia-Estado se ha encendido con una virulencia no recordada desde la campaña de 1960.
La relación entre religión y política hace aflorar una profunda fisura de la sociedad americana, dividida entre los secularistas y los que sostienen un sistema religioso de valores. La piedra de toque en el debate es la cuestión del aborto. Ferrara y algunos otros políticos católicos se encuentran en una situación ambigua, al apelar, por un fado, a la lealtad de sus correligionarios, en cuanto que son laicos católicos, y oponerse activamente, por otro, a la enseñanza de la Iglesia, apoyando con su trabajo legislativo el aborto legal y financiado por el Estado. Esta dicotomía entre lo que confiesan y lo que practican requiere una explicación.
En la década que ha transcurrido desde la legalización del aborto, han intentado justificarla argumentando que el mandato constitucional sobre la no confesionalidad del Estado impide a los católicos introducir sus enseñanzas como ley americana. Han llegado a la conclusión de que la oposición al aborto es algo intrínsecamente «católico», y ofendería al ideal americano de la tolerancia religiosa oponerse de esa forma a la «ley de la tierra», por mucho que cada uno de ellos pueda sentir personalmente que el aborto es inmoral.
Hasta la actual campaña los Obispos norteamericanos habían dicho muy poco frente a esta postura. Con mucha frecuencia han denunciado la práctica del aborto, pero no han emitido nunca un juicio valorativo sobre los políticos católicos que defendían esta teoría de la separación Iglesia-Estado aplicada al aborto. El silencio se rompió repentinamente este verano, cuando el Presidente de la Conferencia Episcopal USA, monseñor James Malone, afirmó que «no es lógicamente sostenible» esta dicotomía entre la vida política pública y la moralidad personal. Con mayor claridad se manifestó poco después el arzobispo de Nueva York, monseñor John O'Connor: «No veo cómo un católico puede votar en conciencia a un candidato que apoya explícitamente el aborto.»
La intervención del Arzobispo O'Connor disparó las reacciones de los políticos católicos «pro-choice» (favorables al aborto), entre los que se cuentan la Congresista Ferraro, el Senador por Massachusetrs, Edward Kennedy, y el Gobernador del Estado de Nueva York, Cuomo.
Todos ellos señalaban que el Arzobispo tenía perfecto derecho a opinar sobre el aborto, pero que la sugerencia sobre el voto de los católicos a candidatos favorables al aborto era una violación de la separación Iglesia-Estado. En otras palabras: siendo un líder religioso se había involucrado demasiado en el mundo de la política, al ofrecer una aplicación política concreta de un principio moral. Monseñor O'Connor respondió reconociendo que no tenía derecho a auspiciar a ningún candidato concreto, pero se ratificó en su convicción de que los votantes católicos deberían sopesar muy mucho las posiciones de los candidatos sobre el aborto, antes de emitir su voto.
En un movimiento inesperado, Cuomo corrió el riesgo inaudito de desafiar directamente las palabras del Arzobispo en un estado de gran población católica. En el curso de una conferencia pronunciada en la Universidad de Notre-Dame, y luego ampliamente difundida, expuso su visión sobre la correcta relación Iglesia-Estado y afirmó que su apoyo político al aborto legal no sólo era aceptable sino que debía ser alabado. Insistió una vez más -en que la separación Iglesia-Estado le impide imponer sus valores religiosos a los americanos no católicos. «Los Obispos americanos, señaló, tienen que sopesar la enseñanza moral católica en el marco de un país pluralista donde nuestra postura es minoritaria, reconociendo que no siempre es posible el ideal deseado». Y concluía proponiendo como obligación legal de los políticos católicos una actuación pública basada en valores diferentes, más «neutrales».
La intervención de Cuomo provocó duras críticas de la jerarquía, de otros políticos católicos y de políticos antiabortistas no católicos. Un evidente punto flaco de la teoría de Cuomo, que le ha valido ataques: desde todos los campos, es la consideración del aborto como un problema enteramente católico. Esto no deja de ser sorprendente en un país donde las circunscripciones de mayoría fundamentalista protestante suele elegir a los más acérrimos defensores del derecho a la vida dentro del Congreso, y donde destacados líderes del movimiento «pro-life» no tienen ninguna confesión religiosa. Burke J. Balach, abogado «pro-Iife» agnóstico, lo aclaraba cuando, replicando al discurso de Cuomo, escribía: «Si el feto es una persona humana entonces el aborto atenta contra alguien distinto de la madre y el aborto es una materia de moralidad pública, en la que también los líderes religiosos pueden apelar a la ley.» Más claramente: por el hecho de que la Iglesia enseñe que robar es malo no se sigue que el robo de coches sea un problema católico.
En segundo lugar, y esto es más importante, se ha criticado a Cuomo por su teoría de que actuar en la vida pública apoyado en valores morales católicos sea una violación de la separación Iglesia-Estado.
El Congresista católico de Illinois, Henry Hyde, destacado defensor del derecho a la vida en la Cámara de Representantes, ofreció una amplia refutación de la postura de Cuomo en un discurso pronunciado en la Universidad de Notre-Dame el 24 de septiembre, pocas semanas después de la alocución del Gobernador de Nueva York.
En su discurso Hyde puntualizaba que la Cláusula de Religión de la Constitución americana tiene dos metas principales: evitar que una institución religiosa juegue algún papel en el proceso político y evitar la discriminación de las minorías religiosas por el gobierno. La Iglesia católica no tiene derecho, pues, a incorporarse como tal a la estructura de gobierno, y no tiene derecho a utilizar al gobierno para obligar a los ciudadanos a aceptar su enseñanza en materia de conciencia. Nadie ha osado sugerir que la Iglesia haya violado la primera condición, y respecto a la segunda, el aborto implica dos vidas y por tanto constituye materia de política pública y no es meramente un problema religioso privado.
Hyde acertó con el quid de la cuestión cuando indicó cuál es la verdadera fuente del apasionamiento de muchos católicos y fundamentalistas protestantes en esta campaña electoral: la estrategia, sutil y muy extendida, de los sectores secularistas de la sociedad para apropiarse el foro de la vida política: como su coto exclusivo apartando de él a los defensores de valores religiosos. Al explicar la sorprendente coalición de católicos y fundamentalistas protestantes Hyde declaró: «Si los valores apoyados en la religión, que son sostenidos por una gran mayoría del pueblo americano, no hubieran sido declarados sistemáticamente fuera de juego en el discurso político de los últimos veinte años... Si los católicos no hubieran tenido que soportar que una materia de gran importancia para ellos fuera categóricamente marginada como un "problema católico", y eludida en la discusión pública, no habría existido esta coalición... »
Más sencillamente: los valores «neutrales» de Cuomo no existen. Si se rechaza un conjunto de valores, inevitablemente se escoge otro. La gran falacia de Cuomo es que la Constitución insiste en la adopción de principios no religiosos.
El hecho de que el Gobernador de Nueva York, la candidato Ferraro, y sus seguidores prefieran actuar a partir de valores secularistas queda enteramente a su arbitrio. Como americanos tienen el derecho de hacerlo, pero en ese momento abandonan, de modo un tanto alegre, su derecho a actuar desde los principios católicos.
Con el tiempo se irá apagando la virulencia de un debate que ha hecho derramar ríos de tinta, pero muchos de los problemas que se han planteado con motivo de esta campaña no desaparecerán porque no eran meros productos marginales del período electoral, sino que ponen de manifiesto una grave tensión en el subconsciente de la vida americana. En última instancia la pregunta que deben afrontar los católicos americanos, y en general todos los americanos, es la siguiente: ¿Los Estados Unidos son una nación oficialmente secular o tiene todavía sus puertas abiertas tanto a creyentes como a no creyentes? La pregunta aún espera contestación.
Traducción: J. Prades
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