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Huellas N.6, Noviembre 1984

ACTUALIDAD

Católicos USA: ¿Demócratas, republicanos o...?

Thomas Tobin

«¡La Iglesia metiéndose en política!» El grito de alarma resonó muy pronto en la campaña electoral de 1984, y la controversia sobre este eterno dilema de la vida política americana aún no se ha extinguido. Algunos acontecimientos han catapultado a la jerarquía católica y su enseñanza moral al foro político, con una intensidad desconocida desde la campaña de John F. Kennedy en 1960. La batalla empezó en julio, cuando la Congresista Geraldine Ferrara, candidato a la Vicepresidencia por el Partido Demócrata, declaró públicamente que el Presidente Reagan «no era un buen cristiano» porque, con su política, discriminaba a los pobres de la nación.

El contraataque fue inmediato: Ferra­ro, católica practicante que asiste a Misa todos los domingos, es una de las más acérrimas defensoras del aborto legal en la Cámara de Representantes, y de este modo su propio cristianismo era puesto en tela de juicio.

Parecía que, tras una rápida sucesión de acusaciones y réplicas, se había apa­gado la polémica, pero en agosto reapa­reció con fuerza cuando el Presidente Reagan declaraba en Dallas que la polí­tica y la religión están íntimamente rela­cionadas en los Estados Unidos. A partir de entonces el tema Iglesia-Estado se ha encendido con una virulencia no recor­dada desde la campaña de 1960.

La relación entre religión y política hace aflorar una profunda fisura de la socie­dad americana, dividida entre los secularistas y los que sostienen un sistema reli­gioso de valores. La piedra de toque en el debate es la cuestión del aborto. Ferrara y algunos otros políticos católi­cos se encuentran en una situación ambigua, al apelar, por un fado, a la lealtad de sus correligionarios, en cuanto que son laicos católicos, y oponerse activamente, por otro, a la enseñanza de la Iglesia, apoyando con su trabajo legislativo el aborto legal y financiado por el Estado. Esta dicotomía entre lo que confiesan y lo que practican requiere una explicación.

En la década que ha transcurrido desde la legalización del aborto, han intentado justificarla argumentando que el manda­to constitucional sobre la no confesiona­lidad del Estado impide a los católicos introducir sus enseñanzas como ley ame­ricana. Han llegado a la conclusión de que la oposición al aborto es algo intrínsecamente «católico», y ofendería al ideal americano de la tolerancia religiosa opo­nerse de esa forma a la «ley de la tierra», por mucho que cada uno de ellos pueda sentir personalmente que el aborto es in­moral.

Hasta la actual campaña los Obispos norteamericanos habían dicho muy poco frente a esta postura. Con mucha frecuen­cia han denunciado la práctica del aborto, pero no han emitido nunca un juicio va­lorativo sobre los políticos católicos que defendían esta teoría de la separación Iglesia-Estado aplicada al aborto. El silencio se rompió repentinamente este verano, cuando el Presidente de la Con­ferencia Episcopal USA, monseñor James Malone, afirmó que «no es lógicamente sostenible» esta dicotomía entre la vida política pública y la moralidad personal. Con mayor claridad se manifestó poco des­pués el arzobispo de Nueva York, mon­señor John O'Connor: «No veo cómo un católico puede votar en conciencia a un candidato que apoya explícitamente el aborto.»

La intervención del Arzobispo O'Connor disparó las reacciones de los políticos católicos «pro-choice» (favorables al abor­to), entre los que se cuentan la Congre­sista Ferraro, el Senador por Massachu­setrs, Edward Kennedy, y el Gobernador del Estado de Nueva York, Cuomo.

Todos ellos señalaban que el Arzobispo tenía perfecto derecho a opinar sobre el aborto, pero que la sugerencia sobre el voto de los católicos a candidatos favo­rables al aborto era una violación de la separación Iglesia-Estado. En otras pala­bras: siendo un líder religioso se había involucrado demasiado en el mundo de la política, al ofrecer una aplicación política concreta de un principio moral. Monseñor O'Connor respondió reconociendo que no tenía derecho a auspiciar a ningún can­didato concreto, pero se ratificó en su con­vicción de que los votantes católicos de­berían sopesar muy mucho las posiciones de los candidatos sobre el aborto, antes de emitir su voto.

En un movimiento inesperado, Cuomo corrió el riesgo inaudito de desafiar di­rectamente las palabras del Arzobispo en un estado de gran población católica. En el curso de una conferencia pronunciada en la Universidad de Notre-Dame, y luego ampliamente difundida, expuso su visión sobre la correcta relación Iglesia-Estado y afirmó que su apoyo político al aborto legal no sólo era aceptable sino que debía ser alabado. Insistió una vez más -en que la separación Iglesia-Estado le impide im­poner sus valores religiosos a los ameri­canos no católicos. «Los Obispos ameri­canos, señaló, tienen que sopesar la enseñanza moral católica en el marco de un país pluralista donde nuestra postura es minoritaria, reconociendo que no siempre es posible el ideal deseado». Y concluía proponiendo como obligación legal de los políticos católicos una actuación pública basada en valores diferentes, más «neu­trales».

La intervención de Cuomo provocó du­ras críticas de la jerarquía, de otros po­líticos católicos y de políticos antiabor­tistas no católicos. Un evidente punto flaco de la teoría de Cuomo, que le ha valido ataques: desde todos los campos, es la consideración del aborto como un proble­ma enteramente católico. Esto no deja de ser sorprendente en un país donde las circunscripciones de mayoría fundamen­talista protestante suele elegir a los más acérrimos defensores del derecho a la vida dentro del Congreso, y donde destacados líderes del movimiento «pro-life» no tienen ninguna confesión religiosa. Bur­ke J. Balach, abogado «pro-Iife» agnóstico, lo aclaraba cuando, replicando al dis­curso de Cuomo, escribía: «Si el feto es una persona humana entonces el aborto atenta contra alguien distinto de la madre y el aborto es una materia de moralidad pública, en la que también los líderes re­ligiosos pueden apelar a la ley.» Más claramente: por el hecho de que la Iglesia enseñe que robar es malo no se sigue que el robo de coches sea un problema ca­tólico.

En segundo lugar, y esto es más im­portante, se ha criticado a Cuomo por su teoría de que actuar en la vida pública apoyado en valores morales católicos sea una violación de la separación Iglesia-­Estado.

El Congresista católico de Illinois, Henry Hyde, destacado defensor del derecho a la vida en la Cámara de Representan­tes, ofreció una amplia refutación de la postura de Cuomo en un discurso pro­nunciado en la Universidad de Notre­-Dame el 24 de septiembre, pocas semanas después de la alocución del Gobernador de Nueva York.

En su discurso Hyde puntualizaba que la Cláusula de Religión de la Constitu­ción americana tiene dos metas princi­pales: evitar que una institución religiosa juegue algún papel en el proceso político y evitar la discriminación de las minorías religiosas por el gobierno. La Iglesia ca­tólica no tiene derecho, pues, a incorpo­rarse como tal a la estructura de gobier­no, y no tiene derecho a utilizar al gobierno para obligar a los ciudadanos a aceptar su enseñanza en materia de con­ciencia. Nadie ha osado sugerir que la Iglesia haya violado la primera condición, y respecto a la segunda, el aborto implica dos vidas y por tanto constituye materia de política pública y no es meramente un problema religioso privado.

Hyde acertó con el quid de la cuestión cuando indicó cuál es la verdadera fuente del apasionamiento de muchos católicos y fundamentalistas protestantes en esta campaña electoral: la estrategia, sutil y muy extendida, de los sectores secularis­tas de la sociedad para apropiarse el foro de la vida política: como su coto exclusivo apartando de él a los defensores de valores religiosos. Al explicar la sorpren­dente coalición de católicos y fundamen­talistas protestantes Hyde declaró: «Si los valores apoyados en la religión, que son sostenidos por una gran mayoría del pueblo americano, no hubieran sido de­clarados sistemáticamente fuera de juego en el discurso político de los últimos veinte años... Si los católicos no hubieran tenido que soportar que una materia de gran importancia para ellos fuera categó­ricamente marginada como un "problema católico", y eludida en la discusión pú­blica, no habría existido esta coalición... »

Más sencillamente: los valores «neutra­les» de Cuomo no existen. Si se rechaza un conjunto de valores, inevitablemente se escoge otro. La gran falacia de Cuomo es que la Constitución insiste en la adop­ción de principios no religiosos.

El hecho de que el Gobernador de Nue­va York, la candidato Ferraro, y sus se­guidores prefieran actuar a partir de valores secularistas queda enteramente a su arbitrio. Como americanos tienen el derecho de hacerlo, pero en ese momen­to abandonan, de modo un tanto alegre, su derecho a actuar desde los principios católicos.

Con el tiempo se irá apagando la viru­lencia de un debate que ha hecho derra­mar ríos de tinta, pero muchos de los problemas que se han planteado con mo­tivo de esta campaña no desaparecerán porque no eran meros productos margi­nales del período electoral, sino que po­nen de manifiesto una grave tensión en el subconsciente de la vida americana. En última instancia la pregunta que deben afrontar los católicos americanos, y en general todos los americanos, es la si­guiente: ¿Los Estados Unidos son una na­ción oficialmente secular o tiene todavía sus puertas abiertas tanto a creyentes como a no creyentes? La pregunta aún espera contestación.

Traducción: J. Prades

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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