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Huellas N., Mayo 1984

CRITICA

Fanny y Alexander

Fanny y Alexander es una de las películas que ahora se están proyectando en las pantallas de los cines de Madrid. Sin embargo, no pode­mos considerarla como una película más, estamos ante una de las mejores películas de las últimas décadas. Es una obra maestra. La mayoría de los espectadores suele destacar sola­mente los valores técnicos: la direc­ción, que corre a cargo del sueco I. Bergman; la fotografía, que tiene evo­caciones pictóricas; la interpreta­ción magistral de los actores... ; al­gunos de estos valores han sido galar­donados con el Osear de Hollywood. Aunque todas estas alabanzas sean me­recidas, sería muy superficial el con­siderar esta película desde esta pers­pectiva. Quizá la mayoría centra su conversación en estos aspectos como un medio de encubrir su ignorancia, su incomprensión de lo que Bergman nos ha querido decir a través de este film.
Pero situémonos. Trataré de reseñar a grandes rasgos el argu­mento de la película que, aparentemen­te, es muy sencillo. Narra la histo­ria de una familia. sueca de la alta burguesía relacionada con el teatro; compuesta por una madre viuda, Elena, y tres hijos varones casados, Osear, Gustav Adolf y Karl, con sus respecti­vas esposas e hijos. Forma también parte de ella un judío, Isaac, amante y amigo de la madre. Oscar, padre de Fanny y Alexander, dirige el teatro familiar, a la vez que participa con toda la familia como actor en las representaciones teatrales. El exceso de trabajo le lleva a la muerte. Su mujer se casa de nuevo con un obispo protestante-calvinista. En esta boda se inicia un verdadero cambio en la vida de los niños y de su madre; viviendo en el palacio episcopal se hallan en un infierno, en una pri­sión. La abuela, por medio de Isaac, consigue sacar a los niños de esta penosa situación. Escondidos temporal­mente en la casa de Isaac, se sucede­rán vertiginosamente una serie de a­contecimientos fatales que provocarán la muerte del obispo.
Pero lo que hasta ahora os he dicho no es más que la excusa, la ocasión para plantearse los grandes temas humanos: el sufrimiento, las relaciones humanas, la muerte, el mal, Dios... El espacio es reducido y me he de limitar a dar unas pincela­das sobre algunas de estas cuestiones.
Bergman, con frecuencia, plantea en sus películas el problema de la comunicación humana. Para expre­sar esta relación, o falta de relación, interpersonal, no sólo se sirve del diálogo, sino también del cuerpo, principalmente de las manos. En va­rios momentos de la película la mano humana es la protagonista de la esce­na: la mano de Alexander contra el cristal; las manos de Oscar en el lecho de muerte, en el diálogo con su madre en la casa de campo, en la conversación con Alexander en casa de Isaac; las manos de la hija recién nacida de Gustav...
Comunicación en el estrechamiento o acercamiento de las manos, incomunicación y ruptura en las manos separadas, alejadas. Comunicación e incomunicación en los diálogos, en las relaciones sexuales. Bergman consigue sus escenas más gro­seras en relación con el sexo. La realidad que presenta es la del egoís­mo, la del placer rápido. Son unas escenas duras, pero desmitificadoras.
El sufrimiento y la muerte son también argumentos que han servi­do de base en otras de sus películas.
La agonía y muerte de Osear, la enfer­medad y muerte de la tía del obispo, la misma muerte del obispo, el sufri­miento de Fanny y Alexander... Pero junto a la muerte, la pervivencia en el más allá. Osear, después de muer­to, no abandona a su familia, está más cerca de ellos que cuando vivía con ellos. Vestido de blanco, en me­dio de la luminosidad del sol, apare­cerá siempre en momentos críticos. En su papel de "fantasma" velará por su familia, intentará apaciguar el sufrimiento de los suyos.
Otro de los grandes temas es el mal, la influencia en los demás de nuestros pensamientos y acciones pecaminosas. El odio puede provocar la muerte. Hay un momento cumbre de la película en el diálogo de Ismael, un sobrino de Isaac y Alexander. Isma­el, la representación del Mal, del príncipe de la mentira -de ahí su personalidad meliflua: es hombre y sin embargo tiene rostro y voz femeni­nos-, consigue seducir a Alexander y provocar la muerte del obispo y su tía. En realidad la fuerza del mal no está fuera de Alexander, está en su interior, es, en cierto modo, él mismo (se subraya en el diálogo la identificación de Ismael y Alexan­der). Es el ángel que guía al niño para conseguir lo que en su interior deseaba desde hacía tiempo. Es Alexander, y al mismo tiempo es Ismael, quién desea la muerte del obispo. Por eso el origen de esta muerte se halla en la imaginación de Ismael (primera escena de la tía ardiendo) y en la aceptación de Alexander (se­gunda escena de la tía ardiendo).
¿Y Dios? ¿Está impasible an­te tanto sufrimiento? Quizá es que no existe; y si existe es algo inú­til, una mierda, piensa Alexander... Es justamente en la casa de Isaac donde tienen lugar las escenas más impresionantes y estremecedoras. Ale­xander quiere ver a Dios, quiere pe­dirle cuentas de lo que sucede... y la oportunidad le llega tras la puer­ta del escenario de un guiñol. Aterro­rizado se esconde bajo una mesa y espera inquieto la aparición de Dios. ¡Allí está! Y una gran marioneta, que pronto caerá por el suelo destro­zada, aparece en escena. Una marione­ta construida por Aarón, el mago del guiñol, el conocedor de todos los trucos. Alexander ha sufrido demasia­do y Aaron, queriendo suavizar su dolor, le lleva a ver la momia: una realidad misteriosa que ha muerto ha­ce cuatro mil años y todavía respira, despide luz y es sensible al calor humano. A lo largo de estas escenas tiene lugar uno de los diálogos más reveladores sobre la realidad de Dios, del Misterio, que tanto inquieta y molesta al hombre. Se ha dicho, quizá apoyándose en el discurso de Gustav en el bautizo de su hijo o en las palabras finales de Elena, que esta película es la más arreligiosa y atea de Bergman. No creo que sea verdad. El Misterio, el más allá, el milagro son afirmados explícitamente, pero sin resultar evidentes. Y en realidad es que no puede ser de otro modo. En la vida humana no se nos imponen estas realidades como apodíc­ticas, sino dentro de un ámbito de duda, del puede ser. El hombre es superado por estas realidades, le des­conciertan, quisiera manejarlas, sen­tirse seguro ante ellas. El hombre puede creer en estas realidades, pero también puede interpretarlas, expli­carlas racionalmente, o evitar plan­teárselas reduciéndose a vivir en el pequeño mundo de las realidades tangi­bles.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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