Al acercarse a ese fresco barroco, magnífico y desigual, que es la última película de Ingmar Bergman, donde se une la tragedia a la farsa, el drama a la comedia, el miedo al humor, la fantasía surrealista a un naturalismo desbordado, crece el interés por desvelar las claves de una filmografía extensa e importante de la que Fanny y Alejandro se presenta como summa a la vez que se nos regala como testamento artístico del autor.
Será este abordar las claves, o constan te de Bergman, un modo de conocer a la vez la obra y al hombre, porque el maestro sueco transmite siempre en ese "diario fílmico" que es su cine, las propias preocupaciones y experiencias. Bastará referirse, en concreto, a las constantes ideológicas o, mejor dicho, a las de su temática mental y vivencial, y tocar luego, de un modo más rápido, las técnico-artísticas que en él forman una sólida unidad con las primeras.
EL UNIVERSO MENTAL Y VIVENCIAL
Las relaciones familiares y matrimoniales de Bergman, los problemas íntimos, la frecuente desestabilización anímica (que él considera ahora superada), los "procesos" a sí mismo como artista, han tenido de modo permanente su expresión cinematográfica. Desde su propia problemática, Bergman ha intentado acercarse a los otros, convertido en un explorador del alma humana. Las ideologías materialistas le han acusado de "metafísico", de alejamiento de los problemas reales de nuestro tiempo; pero, no hay duda de que el alma aprisionada de sus personajes refleja de modo veraz los problemas y las angustias del hombre contemporáneo.
¡LA PREGUNTA!.- Es quizá la clave más decisiva de su cine. Una interrogación sin límites. ¿Por qué?¿Por qué?¿Por qué?; las cuestiones -escribe J. Siclier- se suceden como gotas de lluvia. Bergman se interroga sobre el bien, sobre el mal, sobre la condición humana; a propósito del egoísmo, del orgullo... " Preguntas que se descubren pronto pretendidamente sin res puesta, para demostrar, y esto es evidente en sus primeras películas, Crisis (1945) y Prisión (1948), -influenciadas por el pesimismo sartriano-, lo absurdo de la existencia. Bergman ha dado respuestas llenas de humanidad en algunas de sus grandes películas (Las fresas salvajes, Cara a cara, Sonata de otoño); pero, generalmente, ha preferido dejar la cuestión planteada. Ha rechazado hacer propuestas formales y su al terna ti va ha sido la huída, el suicidio o el amor-refugio en el círculo estrecho de ra pareja. Fanny y Alejandro, por ejemplo, acaba ambiguamente: mientras Gustavo, el "donjuan" de la familia, se decide en alta voz por un hedonismo a ultranza, invitando a dejar de lado los "grandes interrogantes", Alejandro sigue amenazado por el miedo y el fantasma del padrastro muerto, y la abuela se decide a volver al teatro, el mundo de los sueños, "donde todo es posible".
DIOS.-Es el gran problema de Bergman, y la pregunta por su existencia y por el sentido de nuestra vida el tema permanente -oculto o no- de su cine; desde Prisión ( "Habría respuesta si se creyera en Dios. Como no se cree, no hay salida"), hasta los planteamientos dudosos de su última obra. El cine del periodo 1955- 1962 presenta una etapa de búsqueda, finalmente frustrada. (El séptimo sello, Las fresas salvajes, Como en un Espejo, Los comulgantes). Desde 1963, con El Silencio, Bergman ha preferido mover su cámara "sobre una tierra desolada, bajo un cielo vacío", haciendo padecer a sus personajes, según Gibson, "la angustia que devora al hombre liberado de Dios". Sin embargo, su cine no ha dejado de preguntarse por el tema religioso, evidente siempre. "Quien ha afrontado estos problemas una vez, no puede volverse atrás", dice un personaje de El Rostro.
Al tema de Dios se le han unido otros afines: la preocupación por el más allá, la obsesión por conocer la "otra cara del espejo", lo que hay "detrás de la puerta" (Gritos y susurros, Sonata de otoño, Cara a cara, entre las últimas).
También el de un anticlericalismo agudo, la condena de un cristianismo poco evangélico y descarnado, utilizado como máquina de poder. Fanny y Alejandro no es el único film que ilustra a este respecto.
LA MUERTE.- En 1974 Bergman escribía a su equipo, poco antes del rodaje de Cara a cara: "El film trata, como de costumbre, de la Vida, del Amor, de la Muerte; porque nada cuenta más que estas tres cosas ... " Las "matemáticas sangrantes de la muerte" constituyen para Bergman, como para Camus, el gran absurdo. El horror a la Muerte, a la vez que la relación necesaria Muerte-Vida, es una constante especialmente cultivada por la cámara de Bergman, insistente en su última creación. Como en Kierkegard, aparece con frecuencia en el punto de partiida del viaje interior de sus personajes ( El Séptimo sello, Las fresas salvajes, Gritos y susurros). La vejez temida y el paso fugaz del tiempo son temas unidos al de la muerte.
EL MIEDO.- "Es mi única respuesta", ha confiado en más de una ocasión el realizador. La Vergüenza fue la película bergmaniana del miedo; pero este sentimiento es algo natural en sus personajes, Miedo a la muerte y al dolor, miedo al "silencio de Dios" que hace posible la incomunicación entre los humanos y la soledad real en medio de las gentes, (Persona, Sonata de otoño).
EL AMOR.- Es la defensa de Bergman frente a todo esto. El amor de la pareja permanente. Un amor que traspasa lo epidérmico, pero que se quiere tangible y sentido. Amor que en los últimos films se ha ensanchado en la familia; amor añorado en Gritos y susurros, admirado en los ancianos de Cara a Cara, deseado en Sonata de otoño ( "si alguien me amara como soy, quizás osaría mirarme de frente"), vivido en Fanny y Alejandro, con la casa de la abuela como espacio entrañable.
LA MUJER.- Es otro dato positivo en el universo de Bergman; puntal de su cine. "Todas las mujeres me impresionan, ha dicho él. El mundo de las mujeres es mi universo". Una mujer, la abuela Helena, es el corazón de su última película y cierra el plano postrero.
Habría que añadir la pasión de nuestro autor por el Arte y los artistas, por el Teatro y los comediantes de cualquier género, son contenido temático de su cine y clave de su visión del mundo como "Representación" y "gran teatro", del que Bergman se siente marioneta y, simultáneamente, mago y manipulador.
EL PLACER DE RODAR
Durante cuarenta años Bergman se ha entregado al rodaje de cada uno de sus 50 films con pasión y responsabilidad. Su hacer se ha apoyado en tres factores impuestos por su "conciencia moral": Divertirsiempre; no aburrir al público que con su dinero sostiene al artista. Sin prostituir nunca el arte, como le reclame el segundo imperativo: Seguir siempre la conciencia artística. Y atender, como garantía de perfección, la máxima Todo film es mi último film.
Desde estos presupuestos, Bergman ha hecho un cine de enorme calidad. De ritmo lento, para adentrarse en la interioridad de los personajes. De grandes y primeros planos detenidos; pensados con una sabia simplificación de elementos y servidos por la hermosa fotografía de Sven, Nykvist, su favorito.
Su cine no ha abusado del surrealismo, aunque en Fany y Alejandro sea extremoso en este punto, fantástico e hiperreal. Ha sido, en cambio, amigo de las alegorías y de los símbolos: los espejos que nos devuelven la propia imagen; los relojes, que miden el tiempo huidizo; las puertas, cerradas o abiertas; los títulos, incluso, de sus films, siempre significativos; los colores... Bergman emplea el color con un valor sustantivo. Los rojos, los blancos, los negros, los weiges otoñales, son siempre expresivos de ambientes y estados anímicos.
La música es frecuentemente clásica; pero le importa, sobre todo, la sinfonía pictórica de los rostros. Los de sus actores, bien elegidos, procedentes habitualmente del Teatro Real de Estokolmo, dirigido por él.
El hombre de las dudas se ha despedido del cine. Pero aun se espera que el maestro de la imagen vuelva a prepararnos alguna sorpresa nueva, tal vez una respuesta, desde la fuerza prodigiosa de su linterna mágica.
*CRITICA DE CINE DE LA REVISTA "CRITICA"
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