Septiembre de 1260. Una nueva expedición de cruzados se dirige hacia los Santos Lugares, para rescatarlos de manos de los infieles. Meses antes han entrado a sangre y fuego en Edessa, Alepo y Damasco y hace dos años acabaron con el Califato Abasida, arrasando Bagdad. Ahora, tan sólo los mamelucos de Egipto pueden impedir su entrada en Jerusalén.
Acerquémonos, sin embargo, un poco más a la comitiva porque hay algo extraño en ella: no podemos distinguir entre sus soldados los rostros latinos o germánicos de los cruzados europeos; su indumentaria y su armamento nos resultan ajenos; ¿quiénes son, pues, estos guerreros cristianos? Los manda un general, cristiano nestoriano, de nombre Katbaka, y son las tropas del Il-khan de Persia; Hulagu. Se trata de la llamada "Cruzada Mongol".
Los mongoles, que veinte años atrás habían sembrado el terror y la desolación en las estepas rusas y en Centroeuropa, exigiendo orgullosamente al Papa Inocencia IV y a los príncipes de Occidente su sumisión, hoy intentan liberar Palestina del dominio musulmán. ¿Cómo es esto posible? Retrocedamos algunos siglos, para conocer mejor la respuesta.
Ya tenemos noticia de la intensa actividad evangelizadora de la iglesia nestoriana. Los cristianos persas eran viajeros emprendedores y misioneros ardientes. Sus comunidades se encontraban más allá de las fronteras de Persia, llegando a China, India, Ceilán y Mongolia y el Tibet. Su principal centro de erudición era Nisibe, la sede de la famosa escuela teológica, donde se enseñaba no sólo teología, sino también filosofía griega, primero en siriaco y después en árabe. De allí los eruditos árabes y judíos transmitieron a España el conocimiento de Platón y Aristóteles, que luego pasó al resto de Europa a finales de la Edad Media. Otra importante escuela se hallaba en Seleucia, donde se estudiaba medicina. El tercer centro de erudición cristiana era Merv, donde se hicieron multitud de traducciones.
Entre el s. VIII y el X se habían ido convirtiendo distintas tribus de guerreros de raza turca, que habitaban entre el rio Oxus y el rio Amarillo. En 1007, por ejemplo, se convirtieron en masa los Keraitas, en unas circunstancias que recuerdan la conversión de los francos, con Clodoveo al frente, después de la batalla de Tolbiac. Otras tribus, como los Uigor, que servían en los ejércitos chinos, y los Ongut, que guardaban las pasos del rio Amarillo, también fueron ganados para la fe por los obispos y predicadores nestorianos.
Cuando Gengis-Khan unifique todas las tribus, para constituir el imperio mongol, también los cristianos nestorianos van a estar cerca de su corte, ejerciendo una notable influencia hasta la segunda mitad del s. XIV.
El imperio mongol nace, entre finales del s. XII y principios del XIII, cuando el jefe de una de las familias nómadas logró imponerse sobre las restantes, y organizarlas unitariamente. Su nombre era Temujin, y se le conocería en la historia como Gengis-Khan. En veinte años extendió su imperio por China, Asia Central, Afganistán y Persia, amenazando Rusia y Europa. Este inmenso territorio, desde el Eufrates y el Mar Negro hasta el Pacífico, se dividía a su vez en cuatro "khanatos", subordinados al Gran Khan, que reside en Karakorum, y luego en Pekín. De los cuatro khanatos, el llamado Horda de Oro, que controlaba las estepas rusas, y el de Chagatai, en Asia Central, se mantuvieron como seminómadas, mientras que el de Persia, llamado Il-khanato, y el de China evolucionaron hacia una civilización urbana. Los dos primeros, sobre todo la Horda de Oro, acogieron con rapidez el Islam, mientras que el budismo y el cristianismo lograron mayor influencia en Persia y China.
Entre los s. XI y XIII la iglesia nestoriana se encuentra, pues, implantada en muy distintas zonas de Asia, logrando, al amparo de los gobernantes mongoles, alguno de sus momentos de mayor esplendor: en 1264, por ejemplo, Kublai-Khan creó un departamento especial de su administración para cuidar de los asuntos de los cristianos.
En el s. XIII los soberanos mongoles van a mantener frecuentes contactos con Occidente en su lucha común contra el poder musulmán. A los primeros contactos, avasalladores y exigentes, del Khan Kuyuk en 1240, se sucederán diversas embajadas de franciscanos, enviados por Inocencio IV a la corte asiática. También Luis IX de Francia comprenderá la importancia de estas relaciones, pero, mal aconsejado, no será capaz de desarrollarlas. En 1274 el khan Abaka envía una misión al Concilio de Lyon ofreciendo su alianza, y el rey de Inglaterra se entusiasmo ante la posibilidad de una cruzada común. Pero sucesivas dilaciones y vacilaciones dieron al traste con el proyecto. Tan sólo la elección de un nuevo Patriarca de la iglesia nestoriana vuelve a revitalizar los lazos con la Europa cristiana.
En noviembre de 1281, es consagrado en la gran iglesia de Seleucia un nuevo patriarca: Yahballaha III. Era un cristiano de raza Ongut, procedente de Mongolia, y educado bajo la dirección de un monje y asceta chino, Rubban Sauma. La iglesia persa que había desarrollado un inmenso esfuerzo de evangelización hacia Oriente se puso bajo la tutela de un hombre venido de aquellas lejanas tierras, y durante 36 años los destinos del cristianismo nestoriano fueron regidos por un Patriarca mongol, Yahballaha III.
Los primeros años de su gobierno contribuyeron a extender y afianzar la influencia del cristianismo en Asia; sus relaciones con los khanes de Persia son muy estrechas e impulsa al Il-khan Argun a enviar la última gran embajada mongol a Occidente. Vendrá encabezada por Raban Sauma, en 1287, y visita Roma, París y Londres; en todas partes fue recibida con honores; el docto y devoto chino era muy admirado y dio a conocer a los cristianos occidentales una Iglesia cuya existencia no se sospechaba en Europa. No obstante sus esfuerzos por conseguir una alianza militar entre los mongoles y los europeos no llegaron a cuajar.
El Il-khan Argun muria en 1291 y su hijo Ghazan alteró drásticamente la política de su padre. Abrazó el islamismo y éste fue el principio de la progresiva conversión del resto de los mongoles. Serán años de gran padecimiento para Yahballaha, que tiene que mantener a su iglesia en medio de durísimas persecuciones. Los primeros años del s. XIV nos ofrecen la imagen de una cristiandad en progresivo retroceso, con breves periodos de calma y estabilidad.
La muerte de Yahballaha, en 1317, la falta de cohesión de los obispos nestorianos y otras dificultades de tipo político (ruptura entre el Il-khan y el Gran Khan, que cortaron la comunicación de los cristianos de China y Persia) pusieron a esta Íglesia al borde de la extinción. Solo faltaba un golpe de gracia, que no se haría esperar: a finales del siglo el Khan Tamerlan, musulmán fanático, persigue sistemáticamente a los cristianos causándoles pérdidas irreparables.
Los nestorianos no renunciaron a su fe. Les exterminaron físicamente y con su destrucción declinó rápidamente la vida cultural e intelectual del Asia central. Su trágica historia fue una mezcla de gloria y fracaso: eran cristianos doctos y celosos, médicos muchos de ellos, comerciantes y funcionarios del Estado. Pertenecían a una comunidad tolerada que era considerada como inferior y adquirieron muchas facetas comunes a tales minorías, para poder sobrevivir.
Durante ocho siglos la Cruz fue visible en Asia Central como signo viviente de la redención ofrecida por Jesucristo. Las disensiones internas y la presión del Islam barrió a los cristianos de las estepas asiáticas. Algo similar había sucedido 600 años antes en los desiertos de África del Norte. Pero esa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión.
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