Justamente sólo un mes antes de que la noticia saltara a los medios de comunicación de que Karl Rahner nos había dejado, recibía yo una breve carta del mismo, escrita a mano y con letra un tanto insegura, en la que el gran trabajador, pero que tenía siempre tiempo para la amistad, se disculpaba de algunas correcciones en un texto adjunto escrito por él a máquina: "Viajo ahora mismo - escribe- a Hungría. Por eso las huellas de la prisa..."
Quizá sea ahora el momento de empezar a profundizar con calma en el pensamiento de Rahner. Cuando ya hace bastantes años le propuse que dirigiera mi tesis doctoral en filosofía (entonces se encontraba Rahner de profesor en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Munich -no en la de Teología, como se ha escrito en algún diario- sobre un filósofo alemán entonces recién fallecido y antiguo compañero del propio Rahner, éste comentó: "Tiene, uno que morir, para que empiecen a hacerse tesis doctorales sobre el muerto... " Efectivamente, aunque sobre el pensamiento filosófico-teológico de Rahner ya existen varias publicaciones, creo que la figura de Rahner será vista en su verdadera dimensión histórica después de su muerte.
A mi modo de ver, la gran aportación de Rahner, como teólogo y filósofo en una pieza, es la de haber acercado el misterio de Dios (Dios era para él esencialmente misterio y futuro absoluto) el misterio del hombre. Hacer teología era para Rahner una manera, la más honda e importante, de hacer antropología. Según ·Rahner, el hombre moderno ha perdido en cierta medida el sentido de admiración hacia un mundo cada vez más tecnificado, es decir, cada vez más estructurado por el propio hombre. De rechazo, sin embargo, el hombre es para sí mismo cada vez más misterioso e inabarcable. Es precisamente en las profundidades de la vivencia humana, en donde Rahner intenta hacer presente al hombre el misterio de Dios; la alegría, la felicidad, el pensamiento, la soledad, la responsabilidad y la conciencia moral, son otras tantas dimensiones humanas, en donde se realiza -anónimamente muchas veces- el encuentro con el Absoluto, con Dios. Para el primer Rahner -esto lo he puesto de relieve en mi colaboración en el libro-homenaje a Rahner "Wagnis Theologie. Erfahrungen mit der Theologie Karl Rahner" (Freiburg, Herder 1979)- Dios aparecía todavía más bien como la meta de la búsqueda religiosa humana; en sus últimas obras Dios es también y sobre todo Aquel que suscita en el hombre su inquietud, su incansable búsqueda de un más allá, su eterno cuestionamiento de la realidad. Para Rahner, pues, Dios no se encuentra en una pretendida esfera "religiosa", apartada de la vivencia humana, sino que es el que hace íntimamente posible la vivencia humana. De ahí que la visión rahneriana del ateísmo y de la negación de Dios en general sea una visión fundamentalmente optimista, en principio al menos: no está excluido que Dios sea íntimamente aceptado aún por aquel que aparentemente lo rechaza, supuesto que la aceptación de Dios se esconde tras la aceptación de la verdad, de la felicidad, del amor. Dicha persona podría ser además, según Rahner, no solamente un "teísta" anónimo, sino también -y esto da idea del íntimo acercamiento realizado por Rahner entre cristianismo y vivencia humana un "cristiano" anónimo. De este modo el talante del que se confiesa a sí mismo cristiano con respecto a los que no se conocen como tales adquiere un matiz nuevo: el cristiano es así alguien que, en su diálogo con el no creyente, puede suponer o sospechar el "cristianismo anónimo", pero real y salvífico, de su interlocutor.
Quizá sea esta visión central antropológico-teológica de Rahner la que más críticas suscitó de una teología "escolar" ( según la formulación de Rahner), que sabía manejar conceptos, pero que no había repensado a fondo el mensaje cristiano y al mismo tiempo la que proporcionó a Rahner esa enorme capacidad de diálogo, de escucha y de confianza en el afrontamiento de prácticamente todos los problemas de la teología y del mensaje cristiano. (Los grandes diccionarios de teología y pastoral, dirigidos por él, así como sus "Escritos de Teología" son buena prueba de ello).
Después de ocho años de convivencia con Rahner, creo poder afirmar que fue, al mismo tiempo, un hombre "devoto" (entendido en su más amplio sentido), es decir, "entregado" no solamente al duro trabajo de la investigación, sino que sabía convertir en vida personal e íntima sus reflexiones especulativas. Hombre sencillo y espontáneo, nada engreído por la fama, en definitiva un hombre de a pie, que aceptaba y necesitaba el calor de la amistad (hasta el de la "queimada" gallega, como pude comprobar no hace mucho con él, en el recinto "enxebre" del restaurante "Portonovo" de la carretera de la Coruña en Madrid) y que nunca vivió disociado entre su experiencia humana y su fe teológica.
Karl Rahner, maestro y amigo, se nos ha ido, pero nos queda su obra, un gran campo sembrado de verdad y de amor, que ya empieza a germinar.
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