La fe se nos da y la cultura la adquirimos, unos con más fortuna que otros, esa es la verdad. En cualquier caso, la primera de las virtudes teológicas es un regalo, no un premio, como la propia vida. La cultura, en cambio, se conquista a lo largo de los años: es un producto humano.
Si analizamos la historia, fe y cultura no han ido siempre de la mano, como tampoco han ido Dios y los hombres. Es más, se ha intentado disociarlos y, en ocasiones, contraponerlas, como si la afirmación de la racionalidad fuera en detrimento del nexo inexorable entre Dios y el hombre.
Uno de los fenómenos culturales más genuinos de este siglo es la comunicación, sobre todo desde que ésta se convirtió en masiva. En la piedra, la cera o el papel se dejaba constancia de un hecho, que apenas era conocido por unos pocos iniciados. Con los medios de comunicación masivos una noticia, un acontecimiento, un dato es percibido por millones de personas a la vez.
Esto es ya en sí un acontecimiento de capital trascendencia, sobre todo desde que se inventó la televisión. Pero aún hay más. Los "mass media" o "multimedia" están generando una nueva cultura, por cuanto conforman unos hábitos y unas formas de pensar que muy poco o nada tienen que ver con los mecanismos lógicos de épocas anteriores. En este sentido, operan como un gran poder ( hay que rectificar el dato de la prensa como cuarto poder y empezar a hablar de los "multimedia" como poder omnímodo) sobre los individuos.
Uno de los grandes resortes de este poder es la inefabilidad. Si nos fijamos atentamente en un anuncio de televisión nos venden productos sublimados por lo que no son: juventud (en los casos de pantalones, coca-cola), virilidad (coñacs y automóviles), alegría (refrescantes), evasión (chicles), etc. La indefensión de la audiencia ante tal avalancha de arengas consumistas radica en el desconocimiento de los códigos. En el Informe McBride se asegura: "Cuando los individuos no tienen los conocimientos necesarios para descifrar o comprender los mensajes, se alza otra barrera entre quienes los emiten y quienes los reciben en el proceso de comunicación".
Aquí reside la fuerza de la persuasión, tan bien aprovechada por las marcas comerciales y los propios políticos. No se da información, para que el espectador juzgue, sino que se persuade con las técnicas más sutiles de la psicología y la publicista. La audiencia se encuentra así desarmada ante unos poderosos medios, aparentemente inocentes.
Lo grave de todo esto es que nos están proponiendo una determinada concepción de la vida y de las relaciones entre los seres humanos sin que nosotros tomemos parte en el invento. Del "teleniño" al "robot" hay un paso. Esto no lo percibió Marshall Mac Luhan en sus visiones de aldeas globales.
La revolución telemática va a agravar aún más las cosas y la informática está ya modificando algunas conductas. Ese "ágora informacional" de que hablan Nora y Mine en su famoso Informe está controlada por unos pocos. ¿Los más nos moveremos a su antojo?
Es preciso meter a Dios en los teletipos, si no queremos que los dioses agazapados en los chips y en el "palcolor" acaben por exigirnos tributo de pleitesía. ¿Nos encontramos ante el nuevo becerro de oro? De nosotros depende. Todo progreso -como el átomo- puede convertirse en un admirable trampolín de bienestar o en el peor de los medios genocidas.
Hay que inculturar la fe en esta nueva etapa histórica, para que no acabe ahogando al hombre, sino elevándolo aún más. Dios anda siempre metido entre los hombres. El problema es que nosotros jugamos a los ciegos o inventamos vendas tan gruesas y opacas que resulta difícil vislumbrarlo. Otras veces lo reducimos a nuestros modos y maneras, de forma que lo achicamos como jíbaros presuntuosos.
Si, como decía Raul Follereau, "una civilización sin amor es un termitero", una cultura sin fe es una cerilla sin fósforo. Le guste o no a los iconoclastas de turno. Dios no engaña ni manipula, porque el autor de la creación no es un partido ni un slogan: es la Vida y la Cultura. Así, con mayúsculas.
Dios no tiene códigos restringidos; están al alcance de cualquiera. La Biblia es un amplio "manual de estilo" con una regla de oro muy precisa: ama a tu prójimo como a ti mismo, como Dios te ha amado a ti. Sin vender nada; sin pedir nada.
Cuando todos aprendamos esto, hagamos esto, vivamos esto, otro gallo quebrará los albores, las bombas destilarán perfumes y los "multimedia" nos ayudarán a ser más. Por esta utopía sí merece la pena combatir.
*Es periodista, padre de familia. Redactor jefe de la Revista "Mundo Negro" y experto en temas del Tercer Mundo
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