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Huellas N., Mayo 1984

METER A DIOS EN LOS TELETIPOS

Meter a Dios en los teletipos

Gerardo González Calvo*

La fe se nos da y la cultu­ra la adquirimos, unos con más fortu­na que otros, esa es la verdad. En cualquier caso, la primera de las virtudes teológicas es un regalo, no un premio, como la propia vida. La cultura, en cambio, se conquista a lo largo de los años: es un producto humano.
Si analizamos la historia, fe y cultura no han ido siempre de la mano, como tampoco han ido Dios y los hombres. Es más, se ha intentado disociarlos y, en ocasiones, con­traponerlas, como si la afirmación de la racionalidad fuera en detrimen­to del nexo inexorable entre Dios y el hombre.
Uno de los fenómenos cul­turales más genuinos de este siglo es la comunicación, sobre todo desde que ésta se convirtió en masiva. En la piedra, la cera o el papel se dejaba constancia de un hecho, que apenas era conocido por unos pocos iniciados. Con los medios de comunica­ción masivos una noticia, un acontecimiento, un dato es percibido por mi­llones de personas a la vez.
Esto es ya en sí un aconte­cimiento de capital trascendencia, so­bre todo desde que se inventó la televisión. Pero aún hay más. Los "mass media" o "multimedia" están ge­nerando una nueva cultura, por cuanto conforman unos hábitos y unas formas de pensar que muy poco o nada tienen que ver con los mecanismos lógicos de épocas anteriores. En este senti­do, operan como un gran poder ( hay que rectificar el dato de la prensa como cuarto poder y empezar a hablar de los "multimedia" como poder omnímo­do) sobre los individuos.
Uno de los grandes resortes de este poder es la inefabilidad. Si nos fijamos atentamente en un anuncio de televisión nos venden productos sublimados por lo que no son: juven­tud (en los casos de pantalones, coca-cola), virilidad (coñacs y automó­viles), alegría (refrescantes), eva­sión (chicles), etc. La indefensión de la audiencia ante tal avalancha de arengas consumistas radica en el desconocimiento de los códigos. En el Informe McBride se asegura: "Cuan­do los individuos no tienen los cono­cimientos necesarios para descifrar o comprender los mensajes, se alza otra barrera entre quienes los emiten y quienes los reciben en el proceso de comunicación".
Aquí reside la fuerza de la persuasión, tan bien aprovechada por las marcas comerciales y los pro­pios políticos. No se da informa­ción, para que el espectador juzgue, sino que se persuade con las técnicas más sutiles de la psicología y la publicista. La audiencia se encuentra así desarmada ante unos poderosos medios, aparentemente inocentes.
Lo grave de todo esto es que nos están proponiendo una determi­nada concepción de la vida y de las relaciones entre los seres humanos sin que nosotros tomemos parte en el invento. Del "teleniño" al "robot" hay un paso. Esto no lo percibió Marshall Mac Luhan en sus visiones de aldeas globales.
La revolución telemática va a agravar aún más las cosas y la informática está ya modificando algu­nas conductas. Ese "ágora informa­cional" de que hablan Nora y Mine en su famoso Informe está controlada por unos pocos. ¿Los más nos moveremos a su antojo?
Es preciso meter a Dios en los teletipos, si no queremos que los dioses agazapados en los chips y en el "palcolor" acaben por exigirnos tributo de pleitesía. ¿Nos encontra­mos ante el nuevo becerro de oro? De nosotros depende. Todo progreso -como el átomo- puede convertirse en un admirable trampolín de bienestar o en el peor de los medios genocidas.
Hay que inculturar la fe en esta nueva etapa histórica, para que no acabe ahogando al hombre, sino elevándolo aún más. Dios anda siempre metido entre los hombres. El problema es que nosotros jugamos a los ciegos o inventamos vendas tan gruesas y opacas que resulta difícil vislumbrar­lo. Otras veces lo reducimos a nues­tros modos y maneras, de forma que lo achicamos como jíbaros presuntuo­sos.
Si, como decía Raul Folle­reau, "una civilización sin amor es un termitero", una cultura sin fe es una cerilla sin fósforo. Le guste o no a los iconoclastas de turno. Dios no engaña ni manipula, porque el au­tor de la creación no es un partido ni un slogan: es la Vida y la Cultu­ra. Así, con mayúsculas.
Dios no tiene códigos res­tringidos; están al alcance de cual­quiera. La Biblia es un amplio "ma­nual de estilo" con una regla de oro muy precisa: ama a tu prójimo como a ti mismo, como Dios te ha amado a ti. Sin vender nada; sin pedir nada.
Cuando todos aprendamos es­to, hagamos esto, vivamos esto, otro gallo quebrará los albores, las bom­bas destilarán perfumes y los "multi­media" nos ayudarán a ser más. Por esta utopía sí merece la pena combatir.

*Es periodista, padre de familia. Redactor jefe de la Revista "Mundo Negro" y experto en temas del Tercer Mundo

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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