En 1937, Bernanos escribía que "la cólera de los imbéciles llena el mundo". Los muertos que esa cólera ha producido se cuentan por millones, en Europa y fuera de ella. Ni la Inquisición ni las Cruzadas, ni siquiera los Hunos, en aquellos tiempos bárbaros fueron tan fecundos ni tan sistemáticos en sus devastaciones. Un fenómeno de tamaña magnitud -no puede pensar- debería llenar las primeras páginas de los periódicos, ocupar a los pensadores, quitar el sueño a los políticos. Naturalmente no es así, en parte porque al menos dos de los tres estamentos mencionados comen de cebar a los imbéciles, y en parte porque es constitutivo del imbécil el no darse cuenta de que lo es.
En un magnífico análisis del imbécil moderno que llena los primeros capítulos de los Grandes cementerios bajo la luna, Bernanos explica que una de las características más prominentes del imbécil es su incapacidad de pensar positivamente. El imbécil es "anti" por naturaleza, sólo piensa en contra de alguien o de algo. En realidad, el imbécil no piensa ni siquiera en contra de nada. Lo que hace es marcar a su adversario, que normalmente no es adversario sino en la medida en que envidia mi bienestar, o en que dispone del bienestar que yo '"envidio, y ya no necesita pensar para nada. Basta con marcar con un signo negativo todo lo que el otro propone. Y proponer todo lo que el otro ha marcado con el signo negativo. Como el proceso es recíproco, la situación ideológica resultante está en los antípodas del diálogo civilizado, es absolutamente caótica. Al caos ideológico sucede, como su fruto natural, el caos político. Europa ha muerto porque la civilización europea exigía, para conservar su maravilloso equilibrio, un determinado tipo de hombre. Ese tipo de hombre era -¿para qué andarnos con remilgos?- el hombre cristiano. Cuando ese tipo de hombre ha sido paulatinamente sustituido por el imbécil, con la complicidad hipócrita, primero de la burguesía, después del socialismo-, y finalmente, de casi todo el mundo, la vieja casa familiar se ha desmoronado y la historia de los tres últimos siglos es la historia de una liquidación. Naturalmente esa liquidación se ha hecho de diversas maneras, según el temperamento y el gusto de los pueblos, con salsa bearnesa o con bulldozer, pero el resultado es el mismo. Allí donde la tradición de la libertad -esencialmente cristiana-, gozaba de un prestigio secular, era peligroso pronunciarse abiertamente contra ella, y los productores de imbéciles dan oficialmente culto a la diosa, al mismo tiempo que siembran en el corazón de los hombres el desamor por ella, seguros que no hay imbécil más trabajador ni más productivo que el que se cree libre aunque no lo sea. Si es lo suficientemente imbécil -y la tecnología garantiza el éxito en este terreno-, jamás se dará cuenta de que no lo es. En otras latitudes, menos profundamente cristianas o con otra historia a las espaldas, esa politesse para con el contribuyente se ha visto como un derroche innecesario, y se ha recurrido a métodos más expeditivos.
Todo esto daría materia para muchas páginas. Lo cierto es que Europa ha muerto, la civilización europea ha muerto, y Occidente no tiene para ofrecer más que dos ideas de sociedad, igualmente penosas: la del Sr. Andropov y la del Sr. Reagan (omitiendo, por insignificantes, les múltiples bastardos obtenidos a base de mezclar, en diferentes dosis, la una y la otra).
Da lo mismo que Europa se sigua llamando Europa. También el Guadalquivir y la Alhambra conservan sus nombres quinientos años después de la expulsión de los árabes. También las modernas factorías de imbéciles costeadas por el Estado conservan el nombre de universidades mucho después de que han dejado de serlo. Europa ha muerto al mismo tiempo que ha muerto las cristiandad europea, y cualquiera que no sea un doctrinario o lea algo más que los periódicos sabe de sobra que no se rehará sin ella. Que sin ella, la sociedad humana -se compre el modelo que se compre- se parecerá cada más a un termitero. Que sin ella no existe el futuro, porque el futuro no será humano. Que esos dos modelos de sociedad no son el paso a nada, son hongos crecidos en la mugre, representan un punto final, y detrás no hay nada.... a no ser que nazca una nueva sociedad, un nuevo tipo de hombre. Y que ese tipo de hombre no lo forja más que la fe.
No me interesa apenas la política. El único verdadero problema del hombres es el de su destino, el del significado de su vida y de su muerte, y no soy tan bobo como para esperar de los políticos o de los sociólogos que me lo resuelvan. Pero sí es preciso esforzarse porque esta tierra sea un hogar para los hombres, es necesario rehacer a Europa. Y para ello es necesario rehacer la cristiandad, según la liturgia, es participar de la divinidad, puede ser un gran pecador, un cobarde, puede ser mediocre, puede ser casi todo, pero es casi imposible que sea un imbécil.
Luego es casi imposible que los imbéciles sean cristianos. Luego el ser cristiano está más en relación con el no ser imbécil de lo que les pudiera parecer a los que hablan del "humanismo cristiano" como otros hablan del cambio: como un reclamo para atraer imbéciles, igual que la miel atrae a las moscas.
(Continuará)
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