Todas las múltiples actividades que nuestro compromiso cristiano nos lleva a promover, dentro o fuera de las parroquias son, o tratan de ser, una forma de presencia de la Iglesia en el mundo. Pero esta necesidad de enseñar la Buena Nueva a las gentes no es un invento moderno. Ni es "invento", ni es "moderno". Lo que sí ha de estar revestido de modernidad, o al menos adecuado al signo de los tiempos, es la forma de presentar este espíritu evangélico a la sociedad actual. Más en concreto, a la sociedad española de ahora en el que, no sólo el ambiente, sino la propia clase dirigente -socialista en este caso- está en abierta contradicción con los ideales más íntimos, que no sólo llevamos dentro los cristianos, sino que queremos transmitir y hacer partícipes a todos nuestros hermanos (léase amigos, vecinos, compañeros de trabajo, de estudio, etc... ). Y nuestro desacuerdo no es únicamente debido a ciertos acuerdos, ciertas decisiones, o a aspectos y leyes concretas y puntuales que la sociedad actual -y el gobierno como representante de ella- adopte, sino que nuestra confrontación es total; nuestro distanciamiento es absoluto en cuanto a la concepción del mundo y de la sociedad, en cuanto al clima o modelo de relación entre los hombres, que nosotros -basados exclusivamente en el Magisterio de la Iglesia defendemos. Es una lucha o confrontación de culturas. Y nuestro desacuerdo general, precisamente por abarcar la totalidad, nos lleva a entrar en diálogo con respecto a lo particular; disentimos también en esos aspectos concretos o decisiones puntuales a los que antes aludía, como es el caso de la reciente ley de despenalización del aborto que el gobierno socialista está tramitando en estas fechas. No se trata de una oposición particular a la promulgación de ley (con la que estamos en desacuerdo), ni se trata de intentar desestabilizar o desprestigiar al gobierno, sino se trata de ofrecer nuestra postura crítica a la sociedad: se trata de saber enfocar y enjuiciar las actitudes fundamentales del hombre y no conformarnos con el actual servilismo de los medios de comunicación o con las posturas ideológicas que "otros" nos ofrecen ya masticadas y conformadas.
Y así planteamos nuestro testimonio, nuestro acto de presencia en la calle el pasado sábado día 23. Presencia que comenzó mucho antes de ese día y desde estas mismas páginas de N.T. (recordar aquel primer artículo sobre el aborto de J. Restán en el N.T. de febrero) y que continuó con la redacción de manifiesto, reuniones, cursillos, etc... Presencia que tomó una inesperada forma al ir solventando, una a una, todas las múltiples dificultades que la administración municipal ¡en plena campaña de promesas y caras sonrientes! nos iba tendiendo. ¡No entendían nuestra autonomía ni nuestra independencia! No comprendían que un grupo de jóvenes universitarios quieran manifestar públicamente sus ideas sin ningún tipo de interés. Rechazaban la idea de gratuidad que se les presentaba, buscando razones encubiertas o solapadas ambiciones. No obtener ningún beneficio del trabajo era algo que no aceptaban. Tras una serie de interminables esperas y discusiones obtuvimos, el mismo sábado por la mañana -horas antes del acto-la autorización del Sr. Concejal y concluimos las primeras dificultades ¡cuando no debían siquiera de haberse presentado!
Tras una reunión técnica en la parroquia del Buen Suceso, donde nos organizamos para presentarnos públicamente, quedamos concentrados en la Avda. de Felipe II a las 6 de la tarde, donde instalamos una mesa y la gran pancarta que resumía nuestra oferta: ACOGER y PROMOVER SIEMPRE LA VIDA ES EL COMIENZO DE UNA NUEVA HUMANIDAD (ver la portada del número anterior de N.T.) . Algunos de nosotros portaban pancartas con frases cortas y slóganes alusivos; otros recogían firmas para forzar un referendum; otros repartíamos el manifiesto -que, por cierto, despertó por lo menos curiosidad por lo inusual-y otros, hasta los 67 que acudimos, simplemente estaban; porque nuestra presencia y actitud fue mucho más importante que los 10.000 ejemplares del manifiesto repartidos, que las 21 pancartas que portábamos o que los numerosos folios llenos de firmas que acumulamos. Y esta presencia, humilde presencia, fue mucho más importante que el frío que pudimos pasar en aquella esquina o que el número de personas a las que hicimos cambiar de opinión. Pero creo que dimos un testimonio claro y revelador. Hubiéramos deseado más diálogo personal -que en algunos casos se mantuvo-, más contacto con la gente... pero mucho más de lo que se logró sería utópico esperar ¡por lo menos con estas técnicas de manifestación pública! Hubo, desde luego, muchas cosas que corregir. Hubo muchos detalles que limar, pero el objetivo principal de ofrecer nuestra presencia, gratuita y necesaria, se cumplió. Superamos, de una forma tranquila y pacífica ese "miedo" inicial que nos tenía de alguna forma cerrados al bien que podemos hacer en la sociedad... con nuestra sola presencia. Dimos un primer paso, vacilante pero ilusionado, que rompió ese "respeto" que -teóricamente-nos suponía el salir a les aceras de las calles y demostrar a los demás, cristianos o no, jóvenes o no, que nuestra barca está ahí y estamos dispuestos a manejarla. No hemos hecho sino soltar amarras.
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