Los hombres han creído siempre que la felicidad era patrimonio de los dioses, exclusivo e inalcanzable. Esta cucaña difícil de trepar ha hecho del mundo un ajetreado gimnasio de desconsuelos; y cuanto más obsesionados los atletas de este empeño, más caídos y agotados. Pero resulta que Jesucristo ha venido para consolar a un mundo de "bienaventurados" de fatigas y, de su pecho, como de una veta inagotable, ha brotado "otro" Paráclito que es el refrigerio de amor, éxtasís de belleza para los ojos - ciegos aquí - de otra luz, verdad y bien que embarca consigo para andar sin barca y a flote sobre las aguas atormentadas de estos mares. Ha llegado para Simeón el único mayo de mundo donde Dios verdea, el Año Santo.
La Doncella (no hay mayo sin flor) abre su seno al amor y se deja llevar de un Verbo que, tan sólo pronunciado, es acto: FIAT. El amor es entrega y en el dar la vida "como Yo os he amado" el discípulo recibe a su maestro y se convierte a su oficio: el desahuciado ayuda, el condenado redime, el olvidado es amante, el humano evangelizador. Por eso la Llena de Gracia es consuelo de los afligidos, la Virgen María es corredentora. Sustentada por Dios desborda sobre todos el consuelo que recibe de su Esposo el Espíritu; y como el fuego hace hogar, Dios hizo de su alma las paredes de la Iglesia para que la humillación de su esclava, ensalzada y alegre en Dios, siga haciendo obras grandes por Ella de generación en generación. Nosotros somos esas "piedras vivas" hechas con madera de "Madre" (que no es de cucaña sino madera de cruz) para acoger la misericordia de Dios y reconciliar a todos los hombres en una vida renovada y verdadera.
Renovar la Redención es dejar obrar a ese Espíritu de Cristo para que nos mueva desde dentro, como a María, al dialogo con Dios (espíritu de oración) y al espíritu de misión. Con la Virgen recibimos en Pentecostés el don divino (lenguas de fuego) de comprender y abrazar todos los pueblos, tiempos y mentalidades para abrasarlos y confortarlos. Porque el fuego de Jesús vino a prender la tierra el valor para vivir y morir, la sabiduría que está en el olvido de sí mismo, la pureza y la inocencia que enciende plenitud y progreso. En ese gozo nupcial han bebido los Apóstoles, los mártires, las vírgenes y los confesores que son primavera de la humanidad. Bebieron en ella y conocieron la Nueva Tierra.
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