«Por una creación poética innovadora, que ilustra la condición humana en el cosmos y en la sociedad de la hora presente, a la par que
representa la gran renovación, en la época de entreguerras, de las tradiciones de la poesía española».
Con estas palabras justas y exentas de protocolo, el Director de la Academia Sueca destacaba al Premio Nobel de Literatura Vicente Aleixandre. Estas líneas pretenden esclarecer, un poco ese carácter ilustrador que ofrece al hombre y, al mismo tiempo, impulsar a la lectura directa de su obra.
No es nueva en la condición poética la tarea de ilustrar al hombre en su propia condición: Jorge Manrique, Juan de la Cruz, Antonio Machado, Vicente Aleixandre; cada uno a su aire, sin querer adoptar posturas de orientadores personales, pero con un testimonio o con una obra que, indudablemente, ilustra al hombre que, limpiamente, quiera acercarse a esta creación.
La obra poética de Aleixandre, al margen de sus valores literarios, ilustra al hombre por su cosmovisión, por su congruencia y por el camino recorrido.
«UNIDAD EN ELLA»
A todo poeta auténtico corresponde siempre una visión completa del mundo y en esta complejidad ha de interpretarse cualquiera de sus versos. Un buen poema lo es, no sólo por los hallazgos formales que ofrezca sino también, y mucho más, por el trasfondo que presente de esa visión completa del mundo. Cuando Vicente Aleixandre inicia «Sombra del Paraíso» con dos versículos dedicados al poeta:
«Para ti, que conoces cómo la
piedra canta, y cuya delicada
pupila sabe ya del peso de
una montaña sobre un ojo dulce».
no sólo está construyendo unas metáforas más o menos nuevas, sobre todo, nos está dando su visión del poeta y, más aún, parte de su visión del mundo.
Toda la producción literaria de Aleixandre, él lo ha repetido en muchas ocasiones, presenta una absoluta unidad interna en la que se traba como algo homogéneo, incluso único, aunque con absoluta diversidad, desde «Ambito», el libro con temblor de juventud, hasta «Diálogos del Conocimiento» obra llena también de temblores, pero ya de ocasos y cercanías.
Las tres épocas en las que se suele dividir su poesía: solidaridad amorosa con el cosmos, -los libros extremos son «Pasión de la Tierra» y «Sombra del Paraíso» -solidaridad amorosa con el hombre histórico- Historia del Corazón, «Retratos con nombre»- y solidaridad del poeta consigo mismo- «Diálogos del Conocimiento»-, ofrecen temática y formas diferentes, pero nunca podremos considerarlas, ni siquiera cada libro, aisladamente y menos aún como novedades buscadas por hastío o agotamiento de la inspiración anterior sino como progreso en su marcha constante hacia una visión más completa del mundo y del hombre. «Toda mi poesía ... es un camino hacia la luz, un larguísimo esfuerzo hacia ella».
Sin duda, la poesía que más llega al gran público, en conjunto, es «la segunda parte de mi labor donde he visto al poeta como expresión de la difícil vida humana, de su quehacer valiente y doloroso»; pero si esos libros se presentan de una forma más accesible, no podemos, por ello, desarrigarlos de los primeros, de los orígenes oscuros y torturados; el poeta no ha llegado a esa claridad expresiva por caminos prestados o robados; son cauces propios, largos, depurados en recorridos personales, los que él empleará en estos momentos de luz. Leed «En la plaza» de Historia del Corazón y veréis que la solidaridad humana, la autenticidad personal que lo anima, perdería sus resonancias multiplicadoras sin ese:
... olor a gran sol descubierto,
a viento rizándolo,
un gran viento que sobre las
cabezas pasaba su mano,
su gran mano que rozaba las
frentes unidas y las reconfortaba.
Ese sol y ese viento, tan presentes en la poesía de Juan Ramón y Lorca, esconden, sin duda, una realidad más trascendente en los tres versículos anteriores; no son una pura imagen, son el sol y el viento en sí mismos, sin imágenes, lo que en la plaza, es decir unidos los hombres con la naturaleza, se encuentren a sí mismos.
Cuando se escribe este libro, por los años cincuenta, se hacía en España la llamada poesía social que, hoy, en su mayor parte, nos resulta añeja y nos hastía tanto como en su época fatigó pronto a muchos de sus creadores. A parte de inspiración, a muchas de aquellas obras les faltan raíces, cauces largos y escarpados; en cambio, estos libros de Aleixandre continúan, o tal vez, empiezan a estremecernos.
VISIÓN DEL MUNDO
Para el poeta que se nos marchó, dolorosamente como había vivido y por la misma herida que se le abrió en su misma juventud primera, el hombre no ha venido de una estrella, ni del mundo de las ideas, ni de una probeta de laboratorio; el hombre histórico es una parte del cosmos, o más lisamente, materia de esta tierra nuestra, arcilla, cal o arena. Tiene que identificarse con su propia materia, cuanto más sesimile a ella, tanto más auténtico será en sí mismo. Por esta asimilación los «Hijos de los campos».
Musculares, vegetales, pesa
dos como el roble, tenaces
como el arado que vuestra
mano conduce
......................................................
Yo os veo como la verdad
más profunda,
modestos y únicos habitantes
del mundo,
última expresión de noble
corteza,
por la que todavía la tierra
puede hablar con palabras.
En cambio, las joyas, los dijes, las ciudades, el propio vestido son símbolos de la falsedad del hombre; al contrario, las fieras, la vida vegetal, la materia inerte pura y sobre todo el desnudo humano son los cauces de autenticidad para el hombre concreto.
El proceso medieval de ennoblecimiento progresivo: mineral, vegetal, animal, fiera, hombre, se invierte en Aleixandre. No hay que considerar esta concepción de sus primeras obras como un estancamiento materialista, sino como un paso previo, aunque inicialmente cerrado, a la concepción posterior «Creo que la visión del mundo del poeta alcanza una primera plenitud en esta obra (se refiere a «La Destrucción o el Amor»), concebida desde el pensamiento central de la visión amorosa del mundo».
Ese mirar las fuerzas naturales de la tierra como algo absoluto darán a su poesía una dimensión de grandiosidad que tanto necesita el hombre de hoy. Nuestra sociedad ha reducido las fieras a piezas de zoo de safari, las montañas o rocas de jardín, el sol a energía para calefacción. Hay que volver a «Sombra del Paraíso» donde la lluvia, el Sol, la Tierra, el fuego... adquieren el rango de inmortales y la realidad paradisiaca la constituyen ellos solos con las fieras, sin la presencia perturbadora el hombre a quien increpa: Humano, nunca nazcas.
IRRACIONALIDAD
Esa visión amorosa del mundo no tiene nada de filosófica, no es una de esas cápsulas mentales que tanto horrorizaban a Don Antonio Machado. Precisamente uno de los rasgos más destacados de la poesía moderna y especialmente en Vicente Aleixandre es la irracionalidad; y ya sabemos que concepción y expresión van siempre unidas en este poeta. El mundo afectivo tendrá en él más vigencia que el lógico.
Querámoslo o no, tenemos una formación intelectual, o peor aún, racionalista: todo lo queremos reducir a un mundo lógico; a la vida diaria no han bajado todavía las investigaciones, ya viejas, de las zonas oscuras del hombre. La lectura de Freud y de Joyce, que sin duda son los padres de la literatura moderna, aunque cada uno en su órbita, influyeron en su momento preciso de una forma decisiva. No es tan nueva en nuestra Literatura esta irracionalidad del lenguaje: de alguna manera la adivinamos en Antonio Machado, se intensifica en Juan Ramón, se generaliza en Lorca, incluso desde el Romancero Gitano y es imprescindible en Vicente Aleixandre; para comprenderlos a todos ellos, busquemos el camino de las emociones mucho mejor que el de las reducciones lógicas. De todas las maneras sigue siendo el tributo que hay que pagar a las auténticas obras maestras en su lectura, la dificultad de comprensión.
LA DESTRUCCIÓN O EL AMOR
Uno de los tópicos fundamentales de cualquier Literatura es el amor. El tratamiento de este tema es lo que constituye lo específico de una época o un autor: la identidad amorosa con el cosmos sí que es un rasgo singular de Aleixandre. Amor-identidad y amor-pasión son los modos que ahora nos interesan porque en definitiva son claves de la obra; por otra parte en esta dirección no encontramos muchos textos en la poesía española. Carlos Bousoño, el crítico a quien necesariamente hemos de citar al hablar algo extensamente de Aleixandre, encuentra en solo cuatro libros treinta y siete poemas de amor, de sentido erótico.
Para expresar esa supremacía del amor recurrirá a las formas elementales de vida: roca, río escapando, liviana piedra, río luminoso en que hundo mis brazos... Junto a estas realidades elementales empleará dos hallazgos distantes en el tiempo: el surrealismo y la Literatura mística. Profundos sustratos expresivos de «La Destrucción o el Amor» están tomados de nuestros autores clásicos, aunque con un sentido bien distinto: son canciones «a lo humano», lo contrario de lo que hicieran nuestros místicos. Los amantes quieren la muerte para fundirse en un amor único que supere la dualidad personal; la muerte, para el místico y para Aleixandre, no separa, une; rompe las barreras de la identidad personal, fundiéndose en una realidad única, el amor:
Ven, ven, muerte, amor; ven
pronto, te destruyo;
ven, que quiero matar o amar
o morir o darle todo
POESIA ES COMUNICACIÓN
Visión del mundo, etapas asumidas de vida y poesía, expresión poética, todo es uno y lo mismo. Nada viene de fuera, sino que surge con el sentimiento, con la intuición entrevista. Desde las formas tradicionales de «Ambito» hasta el aparente prosaísmo de algunos de sus últimos poemas, pasando por el caos circulatorio y turbulento de «Pasión de la Tierra», todo obedece a la necesidad de expresar con autenticidad las emociones que nacen. A pesar de la novedad de los recursos expresivos -triunfo del surrealismo, aclimatación decidida del verso libre-, la forma se queda siempre en función del contenido, al servicio de la comunicación. No hay manierismo alguno. «No creo que el poeta sea definido primordialmente por su labor de orfebre. La perfección de su obra es gradual aspiración de su factura, y nada valdrá su mensaje si ofrece una tosca o inadecuada superficie a los hombres. Pero la vaciedad no quedará salvada por el tenaz empeño del abrillantador del metal triste».
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