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Huellas N.2, Marzo 1985

MÚSICA

Jazz, «Made in USA»

Julio Bravo

Sobre el escenario, tres músicos. Uno, sentado ante el piano. Delante del segundo, una batería. El tercero sos­tiene un contrabajo. No hay partituras. El del piano recorre con un dedo el teclado, y comienza a tocar, moviendo sus manos vertiginosamente sobre los maderos blan­cos y negros. El del contrabajo mueve su cabeza acompasadamente, y empieza a ha­cer vibrar las cuerdas del instrumento, rít­micamente, casi sin sentirse, completamen­te unido al sonido del piano. El batería tienta los platillos, tímidamente primero, con decisión después. El sonido, el ritmo, llenan el aire. Esto es JAZZ.
Quedan ya lejanos los tiempos de Nueva Orleans, cuna del jazz. Y aún más lejos en el tiempo están sus orígenes. La caída de la tarde, las plantaciones del sur de los Esta­dos Unidos, los esclavos negros cantando sus tristezas, sus esperanzas, su fe. Todo un ambiente que el cine nos ha puesto muy cerca. La música era la única vía de liber­tad para las comunidades negras. Era, también, su única seña de identidad, su única propiedad.
Al nacer el siglo XX, los negros ya son libres, al menos ante la ley. Siguen siendo, sin embargo, una parte en la sociedad americana. Sus formas de expresión per­manecen, todavía, encerradas en sus «ghettos». Sus cantos están llenos de notas lánguidas, que ellos llaman las «notas azu­les», los BLUES (técnicamente, las «Notas azules» son constantes bemolizaciones so­bre el tono dominante).
En Nueva Orleans, la ciudad a orillas del Mississippi, empiezan a acompañar los cantos con instrumentos musicales. Pron­to, los músicos negros comienzan a reunir­se para tocar su música, para improvisar melodía y acompañamientos. Ritmos pro­pios, sonidos peculiares, dan forma a una nueva música. Son las «jass musics». En el argot negro, jass, que más tarde derivaría en la palabra que todos conocemos, desig­naba todo aquello relacionado con el sexo. Su sentido es, como vemos, despectivo. Es en el año 1913 cuando un periódico de San Francisco recoge por primera vez esa pala­bra.
Y es en 1917 cuando se graba por prime­ra vez música de jazz en disco. Proliferan entonces, y anteriormente, las bandas.
Los músicos, desarrapados, miserables, tocan instrumentos destartalados, de se­gunda mano. Para compensar, sus nom­bres son largos, pomposos: «Excelsior Brass Band», «Eureka Brass Band».
La orden de cierre de locales de Storyvi­lle, en Nueva Orleans, obliga a un gran nú­mero de músicos a emigrar y establecerse en Chicago. Entre gangsters, ley seca y fe­lices años 20, el jazz empieza a extenderse, y a hacerse famoso.
El jazz se pone de moda. La «música de negros» la tocan ahora tanto blancos como negros. Los jóvenes americanos se sienten atraídos por los nuevos ritmos. Los locales donde suena jazz se abarrotan de gente que se mueve a su compás.
El jazz va derivando. La improvisación deja paso a la comercialización, a la prepa­ración minuciosa de las notas. No es que se vulgarice; es que cambia. Las exigencias de un público que es, en su mayoría, blan­co, que pide bailar la nueva moda, hace que una música que comenzó siendo la manifestación de una raza, vaya transfor­mándose en un producto comercial. El jazz se aleja de sus fuentes primitivas.
No obstante, algunos músicos -como los míticos Louis Armstrong o «Duke» Ellington- continúan cultivando el jazz clásico, aportándole singularidad, e intro­duciendo el individualismo, el «star sys­tem», en su música.
Así hasta ahora. Toda la música moder­na, todas las tendencias de la música ac­tual, tienen su raíz en los ritmos de jazz. Son el resultado de la transformación de una corriente que pervive hoy en día, con­servando más o menos sus características iniciales, y que adquiere poco a poco un auge extraordinario. Crecen los festivales, las jornadas de jazz. El padre, junto a sus hijos.
La música clásica también quiso hacerse con los servicios del jazz. De su mezcla surgió lo que se llamó «jazz sinfónico»; Ir­ving Berlin, Paul Whitemann y, sobre to­do, George Gershwin, que con su «Raps­hody in blue» marcó la pauta de esta mo­vimiento.
Hoy en día el jazz puro -el descendien­te directo de los músicos de Nueva Orleans- ha pasado ya al campo de la música llamada culta. En España, el año pasado, un músico de jazz pisaba por pri­mera vez el escenario del Teatro Real, el santuario del sinfonismo madrileño, para un concierto con música de jazz únicamen­te: el pianista Osear Peterson. Para algu­nos, una intromisión. Para otros, un acto de justicia hacia una música «made in USA».

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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