Sobre el escenario, tres músicos. Uno, sentado ante el piano. Delante del segundo, una batería. El tercero sostiene un contrabajo. No hay partituras. El del piano recorre con un dedo el teclado, y comienza a tocar, moviendo sus manos vertiginosamente sobre los maderos blancos y negros. El del contrabajo mueve su cabeza acompasadamente, y empieza a hacer vibrar las cuerdas del instrumento, rítmicamente, casi sin sentirse, completamente unido al sonido del piano. El batería tienta los platillos, tímidamente primero, con decisión después. El sonido, el ritmo, llenan el aire. Esto es JAZZ.
Quedan ya lejanos los tiempos de Nueva Orleans, cuna del jazz. Y aún más lejos en el tiempo están sus orígenes. La caída de la tarde, las plantaciones del sur de los Estados Unidos, los esclavos negros cantando sus tristezas, sus esperanzas, su fe. Todo un ambiente que el cine nos ha puesto muy cerca. La música era la única vía de libertad para las comunidades negras. Era, también, su única seña de identidad, su única propiedad.
Al nacer el siglo XX, los negros ya son libres, al menos ante la ley. Siguen siendo, sin embargo, una parte en la sociedad americana. Sus formas de expresión permanecen, todavía, encerradas en sus «ghettos». Sus cantos están llenos de notas lánguidas, que ellos llaman las «notas azules», los BLUES (técnicamente, las «Notas azules» son constantes bemolizaciones sobre el tono dominante).
En Nueva Orleans, la ciudad a orillas del Mississippi, empiezan a acompañar los cantos con instrumentos musicales. Pronto, los músicos negros comienzan a reunirse para tocar su música, para improvisar melodía y acompañamientos. Ritmos propios, sonidos peculiares, dan forma a una nueva música. Son las «jass musics». En el argot negro, jass, que más tarde derivaría en la palabra que todos conocemos, designaba todo aquello relacionado con el sexo. Su sentido es, como vemos, despectivo. Es en el año 1913 cuando un periódico de San Francisco recoge por primera vez esa palabra.
Y es en 1917 cuando se graba por primera vez música de jazz en disco. Proliferan entonces, y anteriormente, las bandas.
Los músicos, desarrapados, miserables, tocan instrumentos destartalados, de segunda mano. Para compensar, sus nombres son largos, pomposos: «Excelsior Brass Band», «Eureka Brass Band».
La orden de cierre de locales de Storyville, en Nueva Orleans, obliga a un gran número de músicos a emigrar y establecerse en Chicago. Entre gangsters, ley seca y felices años 20, el jazz empieza a extenderse, y a hacerse famoso.
El jazz se pone de moda. La «música de negros» la tocan ahora tanto blancos como negros. Los jóvenes americanos se sienten atraídos por los nuevos ritmos. Los locales donde suena jazz se abarrotan de gente que se mueve a su compás.
El jazz va derivando. La improvisación deja paso a la comercialización, a la preparación minuciosa de las notas. No es que se vulgarice; es que cambia. Las exigencias de un público que es, en su mayoría, blanco, que pide bailar la nueva moda, hace que una música que comenzó siendo la manifestación de una raza, vaya transformándose en un producto comercial. El jazz se aleja de sus fuentes primitivas.
No obstante, algunos músicos -como los míticos Louis Armstrong o «Duke» Ellington- continúan cultivando el jazz clásico, aportándole singularidad, e introduciendo el individualismo, el «star system», en su música.
Así hasta ahora. Toda la música moderna, todas las tendencias de la música actual, tienen su raíz en los ritmos de jazz. Son el resultado de la transformación de una corriente que pervive hoy en día, conservando más o menos sus características iniciales, y que adquiere poco a poco un auge extraordinario. Crecen los festivales, las jornadas de jazz. El padre, junto a sus hijos.
La música clásica también quiso hacerse con los servicios del jazz. De su mezcla surgió lo que se llamó «jazz sinfónico»; Irving Berlin, Paul Whitemann y, sobre todo, George Gershwin, que con su «Rapshody in blue» marcó la pauta de esta movimiento.
Hoy en día el jazz puro -el descendiente directo de los músicos de Nueva Orleans- ha pasado ya al campo de la música llamada culta. En España, el año pasado, un músico de jazz pisaba por primera vez el escenario del Teatro Real, el santuario del sinfonismo madrileño, para un concierto con música de jazz únicamente: el pianista Osear Peterson. Para algunos, una intromisión. Para otros, un acto de justicia hacia una música «made in USA».
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