En esta sección de FUENTES presentamos hoy un artículo sobre un punto en el que la historia religiosa, eclesiástica, civil y cultural se relacionan más estrechamente: el nacimiento de «las órdenes mendicantes». El fin de éste es mostrar la respuesta que dieron dichas órdenes a las exigencias del mundo y de la Iglesia del siglo XIII. Comenzamos analizando brevemente la situación de la época.
Desde un punto de vista socio-cultural una nueva situación aparece ante la Iglesia. Los retos planteados son dos principalmente: -La actuación de una sociedad que se empieza a estructurar en torno al comercio, a una economía de mercado, de oferta y demanda. La sociedad rural, feudal, estática de los siglos anteriores, es superada y surge una Europa comercial, urbana, libre. Una consecuencia de esta nueva sociedad será el incremento de la desigualdad económica: el comercio y sus beneficios permanecieron en manos de unos pocos. -Al mismo tiempo surge una nueva intelectualidad, fruto del intercambio comercial y de la incorporación definitiva de España a Europa (lo cual supuso la entrada de la filosofía árabe y aristotélica en las universidades europeas). Ello desemboca en una forma de pensar más racionalista, más crítica y secular. Comienza el peligro del laicismo y del racionalismo.
La situación eclesial del último tercio del siglo XII y comienzos del XIII está reflejada en la reforma llevada a cabo por el papa Inocencio III, culminada en el Concilio Lateranense IV. Para comprender dicha situación he aquí algunos textos de la época:
- En la bula de convocatoria del Concilio «vienam Domini Sabaoth» (1213) escribía el papa: «a ejemplo de los antiguos Padres, me he decidido convocar un Concilio general que reformará las costumbres, aniquilará las herejías, restablecerá la paz, defenderá la libertad, dictará sabias disposiciones para el clero alto y bajo... ».
En el discurso pronunciado por Inocencio III en el Concilio dejaba constancia de cual era la razón de la corrupción del pueblo: «toda la corrupción del pueblo procede principalmente del clero... De aquí han dimanado todos los males al pueblo cristiano. Aparece la fe, la religión se deforma, la libertad se perturba, la justicia se pisotea, pululan los herejes, se insolentan los cismáticos, se enfurecen los pérfidos, prevalecen los agarenos».
- El canon 66 del Concilio IV de Letran constata que «ciertos clérigos exigen y extorsionan dinero en los funerales, casamientos, etc; y ponen impedimentos ficticios, si alguien se resiste a su codicia».
Esta situación de decadencia moral, unida a la situación socio-cultural de la época explica el nacimiento de los movimientos pauperísticos (subrayan la pobreza evangélica y la itinerancia apostólica). Algunos de ellos desembocarán en posteriores herejías (valdenses y cátaros); otros en la fundación de nuevas órdenes y otros en el nacimiento de las órdenes mendicantes. Juntamente con estos movimientos pauperísticos aparecen otros de tipo herético que atacan a la jerarquía y declaran inútiles los sacramentos (albigenses).
El concilio Lateranense IV trató de corregir esta situación:
- En referencia a la salud espiritual del pueblo se decreta la confesión de los laicos al menos una vez al año; no practicar las ordalías, luchar contra los herejes y acudir a la catequesis dominical.
- A los clérigos se les prohibió la caza clamorosa, entrar en tabernas, tener concubinas, hacer comedias y poseer más de un beneficio.
- Referente a los monjes se determinaron unas penas para aquellos que no guardaran clausura. No podían pedir limosnas sin licencia apostólica. Se prohibió fundar órdenes nuevas, y recibir iglesias o diezmos de manos de los laicos sin el consentimiento de los obispos.
Se ordenó a los obispos residir en la diócesis, no acumular riquezas, sino más bien amasar la pobreza y la sencillez evangélica, visitar las parroquias.
LAS ORDENES MENDICANTES
Pero muy difícilmente hubiera progresado la labor de Inocencio III y del Concilio sin la presencia en la Iglesia de las Ordenes Mendicantes. Los problemas planteados eran los siguientes: el de la burguesía, el de la pobreza, el anticlericalismo y el de la intelectualidad. Estas órdenes, mediante una vida en común, vivida en pobreza colectiva y en predicación itinerante y mendicante, criticaron aquella sociedad injusta y aquella Iglesia poderosa y en decadencia mediante un testimonio de vida pobre y evangélica dado en y por la Iglesia. Las soluciones fueron las siguientes:
Ante las diferencias sociales y económicas desarrollaron un verdadero amor a la gente sencilla, se mezclaron con ellos y vivieron sus necesidades. Ejemplo claro de este espíritu es San Francisco; movido por su gran amor a Jesucristo vivió e impregnó a su orden de este carisma. Escribía: «Empeñense todos los hermanos en seguir la humildad y pobreza de Nuestro Señor Jesucristo... Y deben gozarse cuando conviven con gente de baja condición y despreciada, con los pobres y débiles, con los enfermos y leprosos, y con los mendigos de los caminos ... ».
El arma para combatir la riqueza y el lujo es la pobreza. Esta virtud fue tomada tan en serio que vivían totalmente de forma contraria a los ideales de su tiempo. Así ante expresiones como «elevarse sobre los demás», y «destacar», muy propias del tiempo, los mendicantes se disputaban ser los más humildes. En las reglas para los hermanos menores, San Francisco expresa esta disponibilidad y desprendimiento: «el mencionado aspirante venda todas sus cosas y procura distribuírselo a los pobres... Guárdense los hermanos, dondequiera que estén de apropiarse para sí ningún lugar, ni de vedárselo a nadie. Y todo aquel que venga a ellos, amigo o enemigo, ladrón o bandido, sea acogido benignamente... Y si en algún lugar encontráramos dineros, no les demos más importancia que el polvo que pisamos, porque vanidad de vanidades todo vanidad... ».
El anticlericalismo provocado por los albigenses y los errores difundidos por ellos encontraron el dique más fuerte en los mendicantes. El amor a la Iglesia que demostraron los franciscanos y dominicos, y más tarde, los carmelitas y agustinos, fue un ejemplo para el pueblo y la nobleza. Sabido es que St. Domingo no se cansaba de recomendar a los Hermanos Predicadores, que estuviesen siempre al servicio de los obispos y párrocos.
Su actuación no se limitó a luchar contra los herejes, a dar testimonio y predicar; también inauguran una nueva etapa de predicación y estudio en la vida religiosa. Su método era el siguiente: enviaban a los sujetos mejor preparados a las universidades; crean casas de estudio dotadas de un buen cuadro de profesores y buena biblioteca. Cuando juzgaban que estaban preparados les enviaban a predicar y confesar por las ciudades y villas. Pronto se pusieron a la cabeza de la intelectualidad del tiempo, dando respuesta al hombre culto, de sus días, creando sistemas intelectuales válidos que encauzaron a los jóvenes provenientes del campo de los laicos, sin salirse del regazo de la Iglesia. Los Mendicantes crearon, pues, un nuevo estilo de vida. No huían del mundo; todo los contrario, iban a su encuentro para iluminarlo y salvarlo. No se encastillaban en abadías y monasterios sino que vivían en casas pequeñas y pobres. No se contentaban con copiar manuscritos y fundar escuelas agregadas a sus monasterios, sino que fueron a conquistar en las universidades a la juventud ávida de aprender.
NUESTRA EPOCA
Por último llama la atención las convergencias que existen entre nuestra época y la del nacimiento de las Ordenes Mendicantes. Algunos de sus problemas (riqueza y lujo de unos hombres frente a la pobreza de otros, la búsqueda de un orden social diferente al verticalismo feudal, el anticlericalismo, la necesidad de responder a las inquietudes intelectuales de su tiempo) y la situación de búsqueda y reforma de la propia Iglesia están presentes en nuestros días. Hoy, más que nunca existe la diferencia socio-económica plasmada en la división del mundo entre países ricos y pobres; hoy la sociedad busca un sistema económico diferente a los que vivimos; hoy la Iglesia sufre la incomprensión, aunque de forma diferente a la del siglo Xlll; hoy necesitamos responder a los retos intelectuales; y también hoy la Iglesia busca nuevas formas de llegar a los hombres. Quizás el talante de vida de estas Ordenes pueda ayudarnos a vislumbrar algunos aspectos de la respuesta que, hoy, los cristianos tratamos de dar a las necesidades del mundo y de la Iglesia.
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