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Huellas N.2, Marzo 1985

FUENTES

Un reto a Europa. Las ordenes mendicantes

Eusebio de Cesarea

En esta sección de FUENTES presentamos hoy un artículo sobre un punto en el que la historia religiosa, eclesiástica, civil y cultural se relacionan más estrechamente: el nacimiento de «las órdenes mendicantes». El fin de éste es mostrar la respuesta que dieron dichas órdenes a las exigencias del mundo y de la Iglesia del siglo XIII. Comenzamos analizando brevemente la situación de la época.

Desde un punto de vista socio-cultu­ral una nueva situación aparece ante la Iglesia. Los retos plantea­dos son dos principalmente: -La actuación de una sociedad que se empieza a es­tructurar en torno al comercio, a una eco­nomía de mercado, de oferta y demanda. La sociedad rural, feudal, estática de los siglos anteriores, es superada y surge una Europa comercial, urbana, libre. Una con­secuencia de esta nueva sociedad será el in­cremento de la desigualdad económica: el comercio y sus beneficios permanecieron en manos de unos pocos. -Al mismo tiempo surge una nueva intelectualidad, fruto del intercambio comercial y de la in­corporación definitiva de España a Europa (lo cual supuso la entrada de la filosofía árabe y aristotélica en las universidades europeas). Ello desemboca en una forma de pensar más racionalista, más crítica y secular. Comienza el peligro del laicismo y del racionalismo.

La situación eclesial del último tercio del siglo XII y comienzos del XIII está refleja­da en la reforma llevada a cabo por el pa­pa Inocencio III, culminada en el Concilio Lateranense IV. Para comprender dicha si­tuación he aquí algunos textos de la época:
- En la bula de convocatoria del Concilio «vienam Domini Sabaoth» (1213) escri­bía el papa: «a ejemplo de los antiguos Padres, me he decidido convocar un Concilio general que reformará las costumbres, aniquilará las herejías, restablecerá la paz, defenderá la liber­tad, dictará sabias disposiciones para el clero alto y bajo... ».
En el discurso pronunciado por Inocencio III en el Concilio dejaba constancia de cual era la razón de la corrupción del pueblo: «toda la corrupción del pueblo procede principalmente del cle­ro... De aquí han dimanado todos los males al pueblo cristiano. Aparece la fe, la religión se deforma, la libertad se perturba, la justicia se pisotea, pululan los herejes, se insolentan los cismáti­cos, se enfurecen los pérfidos, prevale­cen los agarenos».
- El canon 66 del Concilio IV de Letran constata que «ciertos clérigos exigen y extorsionan dinero en los funerales, ca­samientos, etc; y ponen impedimentos ficticios, si alguien se resiste a su codi­cia».
Esta situación de decadencia moral, uni­da a la situación socio-cultural de la época explica el nacimiento de los movimientos pauperísticos (subrayan la pobreza evangé­lica y la itinerancia apostólica). Algunos de ellos desembocarán en posteriores herejías (valdenses y cátaros); otros en la funda­ción de nuevas órdenes y otros en el naci­miento de las órdenes mendicantes. Junta­mente con estos movimientos pauperísticos aparecen otros de tipo herético que atacan a la jerarquía y declaran inútiles los sacra­mentos (albigenses).
El concilio Lateranense IV trató de corregir esta situación:
- En referencia a la salud espiritual del pueblo se decreta la confesión de los laicos al menos una vez al año; no practicar las ordalías, luchar contra los herejes y acudir a la catequesis domini­cal.
- A los clérigos se les prohibió la caza clamorosa, entrar en tabernas, tener concubinas, hacer comedias y poseer más de un beneficio.
- Referente a los monjes se determinaron unas penas para aquellos que no guar­daran clausura. No podían pedir limos­nas sin licencia apostólica. Se prohibió fundar órdenes nuevas, y recibir igle­sias o diezmos de manos de los laicos sin el consentimiento de los obispos.
Se ordenó a los obispos residir en la diócesis, no acumular riquezas, sino más bien amasar la pobreza y la senci­llez evangélica, visitar las parroquias.

LAS ORDENES MENDICANTES
Pero muy difícilmente hubiera progresado la labor de Inocencio III y del Concilio sin la presencia en la Iglesia de las Ordenes Mendicantes. Los problemas planteados eran los siguientes: el de la burguesía, el de la pobreza, el anticlericalismo y el de la in­telectualidad. Estas órdenes, mediante una vida en común, vivida en pobreza colectiva y en predicación itinerante y mendicante, criticaron aquella sociedad injusta y aque­lla Iglesia poderosa y en decadencia me­diante un testimonio de vida pobre y evan­gélica dado en y por la Iglesia. Las soluciones fueron las siguientes:
Ante las diferencias sociales y económi­cas desarrollaron un verdadero amor a la gente sencilla, se mezclaron con ellos y vi­vieron sus necesidades. Ejemplo claro de este espíritu es San Francisco; movido por su gran amor a Jesucristo vivió e impregnó a su orden de este carisma. Escribía: «Em­peñense todos los hermanos en seguir la humildad y pobreza de Nuestro Señor Je­sucristo... Y deben gozarse cuando convi­ven con gente de baja condición y despre­ciada, con los pobres y débiles, con los en­fermos y leprosos, y con los mendigos de los caminos ... ».
El arma para combatir la riqueza y el lu­jo es la pobreza. Esta virtud fue tomada tan en serio que vivían totalmente de for­ma contraria a los ideales de su tiempo. Así ante expresiones como «elevarse sobre los demás», y «destacar», muy propias del tiempo, los mendicantes se disputaban ser los más humildes. En las reglas para los hermanos menores, San Francisco expresa esta disponibilidad y desprendimiento: «el mencionado aspirante venda todas sus co­sas y procura distribuírselo a los pobres... Guárdense los hermanos, dondequiera que estén de apropiarse para sí ningún lugar, ni de vedárselo a nadie. Y todo aquel que venga a ellos, amigo o enemigo, ladrón o bandido, sea acogido benignamente... Y si en algún lugar encontráramos dineros, no les demos más importancia que el polvo que pisamos, porque vanidad de vanida­des todo vanidad... ».
El anticlericalismo provocado por los al­bigenses y los errores difundidos por ellos encontraron el dique más fuerte en los men­dicantes. El amor a la Iglesia que demos­traron los franciscanos y dominicos, y más tarde, los carmelitas y agustinos, fue un ejemplo para el pueblo y la nobleza. Sabi­do es que St. Domingo no se cansaba de recomendar a los Hermanos Predicadores, que estuviesen siempre al servicio de los obispos y párrocos.
Su actuación no se limitó a luchar con­tra los herejes, a dar testimonio y predicar; también inauguran una nueva etapa de predicación y estudio en la vida religiosa. Su método era el siguiente: enviaban a los sujetos mejor preparados a las universida­des; crean casas de estudio dotadas de un buen cuadro de profesores y buena biblio­teca. Cuando juzgaban que estaban prepa­rados les enviaban a predicar y confesar por las ciudades y villas. Pronto se pusie­ron a la cabeza de la intelectualidad del tiempo, dando respuesta al hombre culto, de sus días, creando sistemas intelectuales válidos que encauzaron a los jóvenes pro­venientes del campo de los laicos, sin salir­se del regazo de la Iglesia. Los Mendicantes crearon, pues, un nue­vo estilo de vida. No huían del mundo; to­do los contrario, iban a su encuentro para iluminarlo y salvarlo. No se encastillaban en abadías y monasterios sino que vivían en casas pequeñas y pobres. No se conten­taban con copiar manuscritos y fundar es­cuelas agregadas a sus monasterios, sino que fueron a conquistar en las universida­des a la juventud ávida de aprender.

NUESTRA EPOCA
Por último llama la atención las conver­gencias que existen entre nuestra época y la del nacimiento de las Ordenes Mendican­tes. Algunos de sus problemas (riqueza y lujo de unos hombres frente a la pobreza de otros, la búsqueda de un orden social diferente al verticalismo feudal, el anticle­ricalismo, la necesidad de responder a las inquietudes intelectuales de su tiempo) y la situación de búsqueda y reforma de la pro­pia Iglesia están presentes en nuestros días. Hoy, más que nunca existe la diferencia socio-económica plasmada en la división del mundo entre países ricos y pobres; hoy la sociedad busca un sistema económico diferente a los que vivimos; hoy la Iglesia sufre la incomprensión, aunque de forma diferente a la del siglo Xlll; hoy necesita­mos responder a los retos intelectuales; y también hoy la Iglesia busca nuevas for­mas de llegar a los hombres. Quizás el ta­lante de vida de estas Ordenes pueda ayu­darnos a vislumbrar algunos aspectos de la respuesta que, hoy, los cristianos tratamos de dar a las necesidades del mundo y de la Iglesia.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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