Creo en mi pueblo. Pero sobre todo yo estoy aquí como un hombre pequeño que cree en Dios. Esta tarea que llevamos a cabo no está dentro de la capacidad de ningún hombre, porque ninguno de ellos tiene fuerzas para llevarla a cabo. («Del discurso de Vorster al tomar posesión de la presidencia de su país en 1966, días después del asesinato de Venwoerd, creador de las leyes del «apartheid»).
La sublimación del esperpento surafricano la constituye el siguiente dato: el 80% de los surafricanos son cristianos, en su mayoría protestantes. Pertenecen a una docena de diferentes Iglesias, sin contar los miles de sectas, independientes de las grandes confesiones, que reagrupan a unos tres millones de africanos. Durante mucho tiempo estas Iglesias, calvinistas y luteranas en gran parte, aceptaron el «apartheid» e incluso lo practicaban en su seno.
Y es que las autoridades, sostenidas por el magisterio de la Iglesia protestante hasta hace muy poco, acostumbran a presentar el «apartheid» como inspirado en la escritura y como necesario para la defensa de los valores del cristianismo.
Con ello no se pretende mantener que el calvinismo surafricano sea contrario a la igual dignidad de todos los hombres. Tal principio le haría automáticamente incompatible con el Evangelio. El planteamiento es mucho más sutil: no existe odio ni hostilidad hacia el negro. Los blancos, depositarios de la Verdad, deben conducir a los negros y demás gentes de color a la autonomía en las regiones que le han sido reservadas. El «apartheid» intenta dar al negro sus propias instituciones ofreciéndole la posibilidad de trabajar en bien de sus semejantes. Dentro de esta fórmula se encierra la posibilidad de ofrecer a blancos y negros un porvenir lisonjero dentro de sus propios grupos raciales. En tanto que los negros no estén capacitados, serán guiados por los blancos.
Resulta estremecedor pensar que alguien pueda defender el «apartheid» tomando a Dios como bandera. Eugene Terreblanche, líder de un grupo ultraderechista, afirmaba este mismo año: «Si los blancos ceden en su postura, Suráfrica, la tierra prometida, será entregada a no creyentes». Ya advertimos que el problema surafricano no era tan simple como la prensa acostumbra a describirlo.
EL FACTOR HUMANO
En los últimos años, sin embargo, todas las Iglesias no sólo se oponen abiertamente al «apartheid», sino que lo denuncian como algo que se opone al Evangelio.
La Iglesia católica -minoritaria frente a la protestante- ha iniciado una clara ofensiva, contraviniendo la legislación surafricana sobre la discriminación racial en las escuelas. Mons. A. M. Zwane, obispo de Manzini (Ngwane) y miembro de la Conferencia Episcopal de África del Sur, ve muy difícil el papel de la Iglesia: «Contra el «apartheid» se han pronunciado ya todas las declaraciones razonables posibles, tanto lógicas como teológicas. La experiencia dice que han sido inútiles. La Iglesia debe actuar, debe dramatizar su rechazo. Esta es la ocasión que a la Iglesia (cuya cabeza es Cristo) se le presenta de actualizar en su propia vida el sufrimiento de su cabeza».
Mons. Hurley abunda sobre la dificultad de la misión de la Iglesia en su país: «El problema que se le plantea al cristiano blanco (laico o religioso) que quiere jugar un papel importante en Suráfrica es un problema difícil. En efecto, debe llegar a hacerse capaz de militar a favor de un cambio radical, lo que implica pasar de la aceptación ciega e instintiva del «establishment» blanco a una colaboración activa en la instauración de una sociedad dominada por los negros».
Durante la visita que realizaron a Europa hace escasos meses, el Papa Juan Pablo ll recibió en audiencia a los líderes del país surafricano (nación con la que el Vaticano no mantiene relaciones diplomáticas). Saliendo al paso de posibles malinterpretaciones, la Santa Sede emitió un comunicado -hecho inhabitual- en el que se fijaba el alcance concreto de la entrevista. Su contenido puede resumirse así:
-El Papa recibe a los jefes de los más diversos regímenes que lo pidan. Tales audiencias no suponen la aprobación de la política seguida por un determinado Gobierno.
-La política del «apartheid» no sólo es contraria a la doctrina cristiana, sino que representa un grave obstáculo para que se establezcan una verdadera paz y una convivencia segura con los demás países del continente, sin hablar de la futura paz interior de la misma República Surafricana.
El comunicado es una síntesis de la opinión de la Iglesia católica sobre la situación de África del Sur. La insistencia en la contradicción entre cristianismo y «apartheid» puede tener trascendencia a la hora de ser evaluada por los cristianos surafricanos. La oposición al régimen no es, con todo, monopolio de la Iglesia. En 1912, dos años después de que Gran Bretaña concediera la independencia a la Unión Surafricana, un grupo de dirigentes creó un frente de lucha política, al verse de hecho excluidos y relegados en la marcha de su propio país. Surgió así el African National Congress of South Africa (ANC), agrupando en su seno a representantes de todas las etnias, confesiones y capas sociales. Muy influenciados por el ejemplo de Gandhi, que vivió varios años de exilio en Suráfrica, y por la enseñanza de las Iglesias, los dirigentes del ANC fueron firmes partidarios de la no-violencia. El gran líder de esta doctrina fue Albert Luthuli, jefe zulú y premio Nobel de la Paz en 1961.
El gobierno del Partido Nacional emprendió una lucha sin precedentes contra el ANC, lucha que se transformó en persecución despiadada. En 1960 el ANC quedó fuera de la ley, pasando entonces a la lucha armada clandestina.
Dentro del frente de oposición a la política gubernamental, el obispo anglicano de color Desmond Tutu ocupa un lugar destacado y controvertido. La mayoría de los surafricanos blancos reaccionaron bien ásperamente, bien con indiferencia ante la noticia de la concesión del Nobel. El diario Afrikaan Beeld consideraba que el galardón de la paz era impropio para un hombre con las maneras violentas de Tutu. Botha emitió al respecto dos palabras. Citamos textualmente: «No comment».
No es Tutu, por descontado, profeta en su tierra. El Gobierno le requisó el pasaporte en 1981, y necesita un permiso especial para viajar al extranjero. «Muchos me consideran un político que se esfuerza en hacer de obispo. Personalmente no me considero político; todo lo que hago y digo nace de mi compromiso cristiano. Dios está de parte de los oprimidos, de los pobres, de los que no tienen voz». Condena en todas sus intervenciones públicas el «apartheid» la peor política racista que ha sufrido el hombre después del nazismo por estimarlo anticristiano.
No obstante, no es el Gobierno la única fuente de complicaciones para la acción de Tutu en defensa de la paz. Se ve en una situación muy comprometida cuando ruega a los negros de su país que promuevan la concordia racial y el cambio pacífico. Sin aceptar ninguna apología de la violencia, advierte a su pesar el peligro de un inminente río de sangre si los blancos no se prestan a compartir su poder. Como expresaba en uno de sus escritos, «es un milagro de la gracia de Dios que en Suráfrica los negros traten de hablar todavía con los blancos, con cualquier blanco».
Se duele de la actual política abstencionista de los EE.UU. El líder negro aboga por el establecimiento de presiones políticas, diplomáticas y sobre todo económicas desde el exterior para forzar la apertura del régimen. Pero nunca ha solicitado explícitamente ningún boicot ni la retirada de inversiones, medidas que el ANC exigió al mundo occidental como respuesta a la concesión del Nobel.
Las bases negociadoras que Tutu considera irrenunciables son:
- Los surafricanos forman una sola nación.
- Libre desplazamiento y residencia de los negros por todo el territorio nacional.
- Sistema educativo uniforme para todos.
- Abolición de las leyes que prohíben el matrimonio y las relaciones entre personas de distinta raza (hasta ahora las autoridades prefieren el adulterio entre blancos al matrimonio mixto).
El testimonio de Desmond -Tutu es un ejemplo de cómo la Iglesia quiere añadir su voz al grito, cada vez más generalizado, a favor de la revisión radical del sistema.
EL FUTURO
En el año 2.000, la población blanca habrá crecido ligeramente: de los actuales 4, 7 millones se situará en 5,2 millones. Por su parte, la población negra pasará de 23 a 50 millones de personas.
El destino de Suráfrica, pese a la férrea determinación blanca de sobrevivir, parece inevitable. También Rhodesia, actual Zimbabwe, de régimen blanquista gemelo al surafricano, tuvo que ceder su poder en favor de la mayoría negra. Las palabras de Desmond Tutu resumen el inquietante futuro de su país:
«Personalmente sigo empeñado en una solución pacífica, pero debe quedar bien claro que tenemos ante nosotros sólo dos alternativas. No cabe la menor duda de que tarde o temprano los negros alcanzarán la libertad; la Historia demuestra que cuando un pueblo quiere ser libre no hay nadie que pueda impedírselo. No se trata de saber si seremos libres o no, sino de CUANDO y COMO».
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