Hemos llegado a un punto en que, por unas causas o por otras, Centroamérica siempre es noticia. Ahora le toca el turno a El Salvador.
Para una mejor comprensión de la situación actual conviene retroceder poco más de un año comprendiendo lo acaecido antes de las elecciones en Marzo del '84.
Llegados a este punto, tras cuatro años de guerra civil, sin entrever solución alguna, la guerrilla destruye el Puente de Oro, reconstruido al poco tiempo, pero más tarde es destruido el Puente de Cuscatlán. Estos son los dos puentes más importantes sobre el río Lempa, que atraviesa el país de Norte a Sur. Parece ser que con las destrucciones de los puentes se intentaba separar el Oeste del Este, zona dominada por la guerrilla y que produce el 65% del algodón, el 50% del café y el 40% del azúcar del país.
Los guerrilleros, aunque fuertes y bien armados, no podían modificar sustancialmente la situación del país, y en caso de que llegaran a triunfar, se encontrarían con una situación de proceso de reconstrucción más difícil y compleja que en Nicaragua. Por este motivo intentaban hacerse con un territorio propio para cultivarlo y proveer de alimentos y de refugio sólo a sus hombres y familiares, y escogieron la zona más fértil del país.
Pero el entusiasmo fue dejando paso al realismo. La guerrilla sabía que para que triunfara la revolución era necesario el apoyo de todo el pueblo; y el pueblo salvadoreño ya no simpatiza con la guerrilla, de la que sólo conoce su capacidad de destruir y de hostigar, pierde las ilusiones y sólo quiere vivir en paz. De 600.000 a 700.000 salvadoreños abandonaron su lugar de origen. La mitad de ellos han abandonado el país, la otra mitad se ha marchado a los alrededores de la capital o de ciudades importantes, y viven en una situación de precaria necesidad, ayudados por CARITAS. Y llegan las elecciones. El candidato J. N.Duarte declaró antes de ser elegido: «No hay solución militar exclusiva para la guerra. Tendrá que ser negociada. Pero antes debemos fortalecer la democracia y acelerar las reformas que privarán a la guerrilla de apoyo popular. Cuando el pueblo vea que disminuyen las desigualdades, que desaparecen los escuadrones de la muerte, defenderán el sistema. Sólo entonces puede haber una negociación y unas elecciones en las que participen quienes tomaron las armas. Este es el único camino para acabar con la cultura del terror».
Bonitas palabras y promesas, como siempre. Pero a los pocos meses, Duarte sorprende a propios y extraños con una propuesta precisa y detallada para dialogar con la guerrilla, y el 15 de octubre se reúnen en La Palma. Convencidas las dos partes que ninguno podría vencer al otro por las armas y que el pueblo desea la paz, se dio el primer paso para llegar a una solución. No hubo acuerdo de tregua ni de alto el fuego definitivo, pero ambos bandos se mostraron satisfechos y decidieron crear una comisión conjunta compuesta por cuatro representantes de cada lado, y volver a reunirse al mes siguiente para continuar las negociaciones.
Hasta ese día hubo importantes combates, como en Suchitoto, con más de doscientas bajas. El 30 de noviembre se reúnen otra vez en un centro religioso de Ayagualo con la Iglesia como intermediaria, al igual que en el encuentro de La Palma. Pero tras doce horas de conversaciones, Duarte rechaza las propuestas de la izquierda por considerarlas anticonstitucionales, y ni siquiera se llegó a un acuerdo sobre la tregua en Navidad ni sobre el próximo encuentro.
Ahora en marzo habrá elecciones legislativas para la Asamblea. Era deseo común que para entonces se hubieran solucionado todas las diferencias entre gobierno y guerrilla, pero tal y como están las cosas parece que queda para largo.
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