(Un acercamiento al movimiento ecologista español)
"En el movimiento ecologista subyace una propuesta cultural, cuya fuerza e inspiración proviene principalmente de los jóvenes. Encuadrada dentro de unos grupos que son como una prolongación de lo que fue la rebelión juvenil y estudiantil de los años 70.
Un movimiento que supone un reto al estado de cosas actual. Una propuesta cultural insuficiente que ha abierto para muchos una ventana a la esperanza''.
El ecologismo surge en España, como en otros países industrializados, a finales de los años sesenta, en plena década desarrollista, como reacción precisamente ante este desarrollo que amenzana con destruir el medio ambiente. Y surge en una doble dirección: por un lado los naturalistas que se hacen portavoces de una naturaleza degradada en su flora y fauna y por otro aquellos que atienden más a los problemas del urbanismo, los recursos energéticos, la contaminación industrial y demás aspectos relacionados con el medio humanizado. Estas dos vías de acceso a la lucha en defensa del medio se han mantenido bastante diferenciadas. La primera vía (naturalistas) a su vez ha dado lugar a dos vertientes: los conservacionistas y los propiamente ecologistas que poseen una carga ideológica y teórica elaborada.
La primera asociación con fines conservacionistas fue ADENA, creada en 1968 como delegación española del WWF, que contribuyó decisivamente a despertar la sensibilidad de gran parte de la población española, sobre todo gracias a la labor de su vicepresidente Félix Rodríguez de la Fuente.
La vertiente «urbana» tuvo como precursora a AEORMA (Asociación Española para la Ordenación del Territorio y Medio Ambiente), disuelta en 1976 por discusiones internas. Pero fue la conferencia de las Naciones Unidas, celebrada en 1973 en Estocolmo, la que supondría un auténtico espaldarazo que impulsó la creación de nuevos grupos, en la vertiente naturalista, de ámbito regional o encuadradas en entidades de carácter profesional.
Todo este conglomerado de grupos se reúnen por primera vez en septiembre de 1974 en una convención; pero es en el año 1976 cuando se hace el primer intento serio de aunar fuerzas convocando una asamblea para constituir una Federación del Movimiento Ecologista Español que englobe a todos los grupos militantes. La iniciativa surge de AEPDEN (Asociación Española de Protección y Defensa de la Naturaleza) creada en ese mismo año, que alcanza popularidad por sus célebres batallas contra la urbanización de Gredos, Valcotos, Rascafría y muchas otras. Pero la gran diversidad de grupos asistentes al congreso (desde grupos anarquistas, de la izquierda extraparlamentaria y objetores de conciencia, hasta grupos de talante conservador) impiden que el esfuerzo cristalice en una federación efectiva y no supere la tercera convocatoria.
El resultado de la última reunión de la fallida federación fue la formulación de principios del ecologismo en el «Manifiesto de Daimiel» que recoge los puntos mínimos que deslindan el movimiento ecologista de otras posiciones en torno al medio ambiente. El manifiesto se encabeza con una definición reveladora: «Entendemos por ecologismo un movimiento socio-económico basado en la idea de la armonía de la especie humana en su medio, que lucha por una vida lúdica, creativa, igualitaria, pluralista y libre de explotación y basada en la comunicación y la cooperación de las personas».
De esta reunión surgen no una, sino muchas organizaciones de grupos afines: principalmente los grupos antinucleares, la Coordinadora para la Defensa de las Aves (CODA) y se constituye en España la Federación de Amigos de la Tierra (F.A.T.) que ya funcionaba desde hacía tiempo en Europa.
Desde esta última reunión en Daimiel, la acción ha superado en mucho a la reflexión y no se ha vuelto a dar casi atención al contenido teórico. Pese a ello, y quizás por su causa, asistimos actualmente a una verdadera efervescencia de grupos ecologistas, casi todos ellos de carácter local y con miembros muy jóvenes.
UNA NUEVA MENTALIDAD
Hay algo en el movimiento ecologista que resulta desconcertante ¿Por qué la protesta por la destrucción de la naturaleza lleva a una confluencia tan generalizada de individuos y grupos de nuestra sociedad?. ¿De dónde le viene su poder de atracción?. La clave la encontramos en el fondo de las propias tesis ecologistas: «No hay posibilidad de una política ecológica sin acciones globales que vayan más allá de los estrictamente ecológico, de ahí el rechazo del modelo de sociedad productiva y desarrollista en que nos encontramos». Efectivamente en el movimiento ecologista subyace una propuesta cultural, cuya fuerza e inspiración proviene principalmente de los jóvenes. Se puede decir que el ecologismo está estrechamente ligado a la juventud e incluso se encuadra dentro de otros grupos alternativistas, pacifistas, contra-culturales que son como una prolongación de lo que fue la rebelión juvenil y estudiantil de los años 70. Tras los impulsos de cambio de la juventud, a finales de la década de los 60, se pasó de la gran ilusión a una variada gama de respuestas: unos optaron por la integración al sistema, unos pocos derivaron en la lucha armada y para la mayoría de los jóvenes, la protesta ilusionada se hace desilusión, desencanto, rechazo de toda práctica militante y compromiso. Hijos de la sociedad de consumo, optan por el pasotismo, por la cultura de la evasión. Sobre estas cenizas aparecen en Europa los alternativistas o grupos alternativos, que enlazan con el ecologismo, en muchos casos confundiéndose, y recogen las grandes protestas de la juventud europea de aquellos años: contra la autoridad, contra la mentalidad racionalista y técnica, contra el burocratismo, por la recuperación del sentimiento, por una nueva concepción de la sexualidad; los asumen y los incorporan a su lucha contra la sociedad de consumo y en búsqueda de una mayor armonía con la naturaleza. Así son valores exaltados por los ecologistas el retorno a la vida sencilla, lo lúdico, lo festivo, la simplicidad, lo artesanal (frente a lo artificial), la espontaneidad... la búsqueda del «ser» sobre el «tener». Esto lleva consigo una desvalorización de la moral del trabajo. La simpatía por los grupos marginales y posturas tercermundistas suelen situarles en ideologías de izquierdas, pero critican la política monopolizadora y centralizadora que éstos practican. La idea de la autonomía, la participación y la autogestión de los colectivos de trabajo se ha hecho muy fuerte en los grupos ecologistas. La propuesta cultural sobre todo en grupos naturalistas, quizá se encuentra un poco apagada en la actualidad; se ha pasado a la acción y abandonado la reflexión. Pero su influencia se manifiesta en sectores cada vez más amplios de la sociedad.
La búsqueda de contactos con la naturaleza, el auge de los artesanal y la vuelta a lo primitivo aparece casi como una moda, al igual que la preocupación por la calidad de los alimentos y la búsqueda de fibras naturales en el vestir, la práctica de deportes al aire libre, etc. Todas estas realidades anecdóticas del vivir cotidiano muestran como, si no de forma global y consciente, la amplia protesta ecologista y muchos de su valores han terminado por formar parte del modo de ser de jóvenes y también de adultos.
ECOLOGISTAS Y ADMINISTRACIÓN
Hace pocos meses se celebró en Madrid la XVI Asamblea General de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (U. I. C. N) a cuyos estatutos se adhirió España el pasado mes de Mayo. Esto ha supuesto un paso importante para la política medioambiental en nuestro país. En ella han expuesto sus ponencias, junto al ICONA -en su calidad de agencia gubernamental-, grupos ecologistas y conservacionistas: ADENA, ASCAN, FAT, INCAFO.
La colaboración internacional de ecologistas, técnicos y estudiosos del medio ambiente, supone un esfuerzo muy esperanzador para lograr la integración de medidas medioambientales en los programas de desarrollo económico de cada país y una toma de conciencia a nivel internacional para la consecución de su único objetivo: que conservación y desarrollo dejen de ser términos antagónicos.
UNA ALTERNATIVA ECÓLOGICA
Aún cuando, los grupos ecologistas corren el peligro de perder sus planteamientos globales enfrascados en acciones inmediatas, o por el lado contrario, de ideologizarse excesivamente buscando la rentabilidad política, el ecologismo sigue siendo una de las alternativas más subversivas al sistema, pues cuestiona el concepto de desarrollo como incremento del consumo y producción de bienes materiales. Pero el ecologismo español dista mucho de hacer una propuesta cultural tan amplia como el europeo, principalmente porque las circunstancias históricas son todavía distintas y las inquietudes que este movimiento encarna (descontento con los modos de vida americanos, miedo intenso a una guerra nuclear, degradación extraordinaria del medio natural...) no son vividas con tanta fuerza en nuestro país. A pesar de ello la simpatía y seguimiento de esta «propuesta verde» se da en gran parte de nuestra juventud.
Este carácter juvenil constituye su fuerza pero también su debilidad, pues está por ver que las propuestas ecologistas resisten a una sociedad que absorbe todos los intentos de cambio. Siendo el ecologismo una posición insuficiente, y a menudo inconsciente de sus propios presupuestos, ofrece una salida para los problemas de un hombre insatisfecho por las ideologías, por el «estado de bienestar» o por ciertos planteamientos religiosos ya caducos incapaces de comunicar la fe cristiana al hombre de hoy. El gran auge del ecologismo revela la ausencia de propuestas capaces de ofrecer una novedad, no sólo a la juventud, sino a toda la sociedad.
El ecologismo debe buscar para mantener sus valores positivos una propuesta más global para el hombre. Pero no como un problema de fundamentación teórica. El problema es encontrar el lugar desde donde se pueda realizar plenamente esa existencia humana creativa y armónica, el lugar donde pueda surgir un sujeto nuevo capaz de vivirla.
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