El Señor Andropov no ha tardado en dar la plena medida de su "liberalismo" haciendo abrir todo un proceso de Moscú del género más brutal (como acostumbra en estos casos) contra Juan Pablo II y la Iglesia, desde la totalidad -necesariamente unánime de sus órganos de prensa, agencia oficial incluida. Nos vienen a la memoria los tiempos de Vychinski, aquel famoso juez que reconocía bastarle una línea de Stalin para hacer condenar a un hombre.
Una de estas consignas, envenenada como las demás por la tarántula de la requisitoria, denuncia las actividades subversivas del Vaticano en los países del Este, las fechorías de sus especialistas en propaganda religiosa, la mala fe de la Iglesia que confunde a su mundo sobre su verdadera situación -realmente floreciente- en la comunidad socialista. ¡Pobres Iglesias de las democracias populares, constantemente forzadas a defender aquellas cosas en las que no pueden transigir, a transigir en aquellas cosas que no pueden defender! Helas aquí ahora acusadas de antisocialismo militante, en particular -¡no faltaba más!- esa Iglesia polaca culpable de haber dado origen al movimiento SOLIDARIDAD, "símbolo de la crisis provocada por las fuerzas antisocialistas desde allende el Atlántico", y no por los desórdenes sociales debidos a la incuria y a la negligencia de los gobernantes polacos, como en determinados momentos ellos mismos se atrevieron a reconocer.
Pero el enemigo es el Papa, maquinalmente descrito según los tópicos al uso: "A diferencia de sus predecesores, el Jefe de la Iglesia Católica, Juan Pablo II (cardenal K. Wojtyla, antiguo arzobispo de Cracovia), pruebas de un conservadurismo creciente y de endurecimiento frente al mundo socialista" y "la orientación de clase de sus discursos es evidente".
Uno no tiene más remedio que alegrarse al saber que el Kremlin apreciara la dulzura de los predecesores de Juan Pablo II, y sólo lamente que no hubiera juzgado bueno hacérnoslo saber en el momento oportuno. Pero escuchar a esos "tiernos sentimentales", capaces de imaginar, organizar y regir el gulag, deplorar la dureza de un sacerdote de manos desnudas es una de esas sorpresas sólo comparable a la que nos produce su empeño por mantener una dialéctica absolutamente agotada, superada.
¿Por qué esta agresión? No faltan razones. Veamos algunas.
- Es necesario ayudar al partido de Varsovia a continuar su obra suministrándole las razones que justifiquen en su momento la cólera del gran hermano de Moscú. El viaje de Juan Pablo II a Polonia inquieta al Kremlin más de lo que sería decente admitir; así que prefiere hacerlo imposible antes que verse obligado a cancelarlo en el último momento, como ya sucediera en el verano del 81.
- El Kremlin es consciente de que se enfrenta a un defensor de los derechos del hombre insobornable en los principios de su fe y cuyo prestigio espiritual desbarata de tal modo las campañas de propaganda que, actualmente, en el mundo entero, se considera más urgente que nunca difundir estos derechos incluso donde no se les puede hacer respetar.
- Finalmente, la "filial búlgara" descubierta por la justicia italiana distrae la atención del mundo entero.
Como es bien sabido, no hay mejor defensa que un buen ataque.
Pero el procedimiento es tan burdo que no se lo creen ni los mismos que lo emplean. Caricaturizar así al Papa, agredirlo con tamaña violencia, señalarla como el adversario principal de la ''causa" quizá no equivalga a una confesión de culpa pero, desde luego, si en algún momento un nuevo Ali-Agca apretara el gatillo, ya sabríamos quién le habría puesto la pistola en la mano o, al menos, quién le habría llenado de odio el corazón.
(Le Figaro 31-XI-82)
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