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Huellas N., Marzo 1983

IGLESIA

El sacerdote de manos desnudas

A. Frossard

El Señor Andropov no ha tardado en dar la plena medida de su "liberalismo" haciendo abrir todo un pro­ceso de Moscú del género más brutal (como acostumbra en estos casos) con­tra Juan Pablo II y la Iglesia, desde la totalidad -necesariamente unánime­ de sus órganos de prensa, agencia oficial incluida. Nos vienen a la memoria los tiempos de Vychinski, aquel famoso juez que reconocía bas­tarle una línea de Stalin para hacer condenar a un hombre.
Una de estas consignas, en­venenada como las demás por la tarán­tula de la requisitoria, denuncia las actividades subversivas del Vaticano en los países del Este, las fechorías de sus especialistas en propaganda religiosa, la mala fe de la Iglesia que confunde a su mundo sobre su verdadera situación -realmente flore­ciente- en la comunidad socialista. ¡Pobres Iglesias de las de­mocracias populares, constantemente forzadas a defender aquellas cosas en las que no pueden transigir, a transigir en aquellas cosas que no pueden defender! Helas aquí ahora acu­sadas de antisocialismo militante, en particular -¡no faltaba más!- esa Iglesia polaca culpable de haber dado origen al movimiento SOLIDARIDAD, "símbolo de la crisis provocada por las fuerzas antisocialistas desde allende el Atlántico", y no por los desórdenes sociales debidos a la incu­ria y a la negligencia de los gober­nantes polacos, como en determinados momentos ellos mismos se atrevieron a reconocer.
Pero el enemigo es el Papa, maquinalmente descrito según los tópi­cos al uso: "A diferencia de sus predecesores, el Jefe de la Iglesia Católica, Juan Pablo II (cardenal K. Wojtyla, antiguo arzobispo de Cracovia), pruebas de un conservadurismo creciente y de endurecimiento fren­te al mundo socialista" y "la orienta­ción de clase de sus discursos es evidente".
Uno no tiene más remedio que alegrarse al saber que el Kremlin apreciara la dulzura de los predeceso­res de Juan Pablo II, y sólo lamente que no hubiera juzgado bueno hacérnos­lo saber en el momento oportuno. Pero escuchar a esos "tiernos senti­mentales", capaces de imaginar, orga­nizar y regir el gulag, deplorar la dureza de un sacerdote de manos desnu­das es una de esas sorpresas sólo comparable a la que nos produce su empeño por mantener una dialéctica absolutamente agotada, superada.
¿Por qué esta agresión? No faltan razones. Veamos algunas.
- Es necesario ayudar al partido de Varsovia a continuar su obra suminis­trándole las razones que justifiquen en su momento la cólera del gran hermano de Moscú. El viaje de Juan Pablo II a Polonia inquieta al Kremlin más de lo que sería decente admitir; así que prefiere hacerlo imposible antes que verse obligado a cancelarlo en el último momento, como ya sucediera en el vera­no del 81.
- El Kremlin es consciente de que se enfrenta a un defensor de los dere­chos del hombre insobornable en los principios de su fe y cuyo prestigio espiritual desbarata de tal modo las campañas de propaganda que, actualmen­te, en el mundo entero, se considera más urgente que nunca difundir estos derechos incluso donde no se les pue­de hacer respetar.
- Finalmente, la "filial búlgara" des­cubierta por la justicia italiana dis­trae la atención del mundo entero.
Como es bien sabido, no hay mejor defensa que un buen ataque.
Pero el procedimiento es tan burdo que no se lo creen ni los mismos que lo emplean. Caricaturizar así al Papa, agredirlo con tamaña violencia, señalarla como el adversa­rio principal de la ''causa" quizá no equivalga a una confesión de culpa pero, desde luego, si en algún momen­to un nuevo Ali-Agca apretara el gati­llo, ya sabríamos quién le habría puesto la pistola en la mano o, al menos, quién le habría llenado de odio el corazón.

(Le Figaro 31-XI-82)

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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