Existe en nuestro sistema educativo un curso que debe realizarse al que se le llama C.O.U., como si fuese un curso de orientación universitaria. Tal vez en un principio, cuando se decidió incluirlo en el plan de estudios, se podía decir que cumplía su misión: estaba previsto impartir asignaturas que servían de introducción a algunas carreras. Ahora bien, desde que se implantaron las pruebas de selectividad, dicho curso tiene únicamente una finalidad: la preparación exhaustiva de este examen. Por ello, se ha cargado considerablemente su contenido y se exige más a fin de que el alumno de C.O.U. se encuentre en Junio con su selectividad aprobada. Lo que importa menos es que tenga ideas claras sobre su vocación, especialmente en algunos colegios cuya única preocupación parece ser el prestigio logrado por el porcentaje de alumnos suyos que aprueban en la convocatoria de Junio. Pero bueno, la finalidad de este artículo no es criticar nuestro sistema educativo. Eso es una tarea que, aprovecho la ocasión, invito a que haga algún estudiante de Magisterio. Se trata, como dicen los políticos, de concienciar sobre la importancia del hecho de elegir una carrera. Es muy común no tener ideas claras respecto a este tema al comienzo de C.O.U. Pero también es muy común llegar a Junio y tener que reservar plaza en alguna Universidad sin haberse planteado el tema seriamente, con lo que se acaba decidiendo a la ligera. Esto es impensable en cualquier persona que se tome la vida en serio, aunque sea un poco, pues lo que va en juego es precisamente la propia vida. Y no sirve de nada justificarse culpando el mal enfoque del C. O. U. , porque la decisión hay que tomarla de todas formas. Plantearse el tema con superficialidad es hacer algo típico de nuestros días: evitar el enfrentamiento del hombre consigo mismo y con Dios a fin de no profundizar demasiado en el significado de nuestra vida y encontrarnos con sorpresas "desagradables" por comprometedoras.
O lo que es más simple: huir. Y un cristiano no conoce el significado de esta palabra. Si Cristo da realmente sentido a mi vida tengo que hacer lo que Él espera de mi. Se trata de ser consecuente. Juan Pablo II habló en el Bernabéu de la instauración del Reino de Cristo en la tierra. Esto implica admitir un modelo de vida, el del Evangelio, que nos hace vivir con una escala de valores poco corriente. Según ésta juzgamos y actuamos. Pues bien, la elección de la carrera debemos realizarla teniendo presente dicha escala. Por eso, para analizar el peso que realmente tiene el Evangelio en mi decisión sería bueno responderse a estas dos preguntas. ¿Qué es lo que me mueve a mi a elegir esta carrera? y ¿qué sentido le voy a dar a mi trabajo? Las respuestas pueden ser un termómetro de lo que Dios "pinta" realmente en mi vida y de los valores que mueven mis decisiones. Un ejemplo de respuestas podría ser: voy a hacer Económicas porque es lo que más me atrae. Y voy a procurar estudiar a fondo las distintas doctrinas económicas para ver cómo se considera al hombre en cada una de ellas, las razones de la falta de explotación de recursos en países subdesarrollados, etc. Con ello puedo intentar hacer que se caiga en la cuenta de que el hombre es algo más que un factor de producción y proponer nuevos modelos de empresas, o dar a conocer los problemas de los países más pobres de la tierra... Así, dando un sentido a nuestro estudio, tenemos estímulos suficientes para no abandonar la carrera a pesar de los "palos".
Se podría poner un gran cartel en nuestro planeta en el que pusiese: "Se necesitan cristianos de todas las carreras". Y es que cada una de ellas permite, en su campo concreto, ayudar a descubrir la Verdad. Por eso no hay que tener miedo al elegir. Hacen falta profesores de E.G.B. que hagan percibir a sus chicos los valores auténticos del hombre. Hace falta gente que domine otros idiomas a fin de ayudarnos a conocer culturas y formas de vida diferentes a las nuestras que nos pueden iluminar para enfocar de una forma distinta nuestros problemas. Hacen falta médicos buenos que se preocupen por las deficiencias sanitarias en zonas rurales. Hacen falta filósofos que den a conocer corrientes de pensamiento y autores en el fondo de cuyas ideas, a veces muy escondido, aparece Dios. Y así se podría seguir con todas y cada una de las carreras, abarcando una infinidad de campos de trabajo.
Como ya se ha dicho anteriormente, Juan Pablo II nos habló en su reciente viaje de la misión de crear un nuevo reino, una nueva cultura, una nueva tierra que nace de nuestra voluntad de seguir a Jesucristo. "Un reino donde impera la verdad, la dignidad del hombre, la responsabilidad, la certeza de ser imagen de Dios. Un reino en el que se realice el proyecto di vino sobre el hombre, basado en el amor, la libertad auténtica, el servicio mutuo, la reconciliación con Dios y entre sí".
Pues bien, sólo con esta perspectiva se puede entender lo dicho en estas líneas. Y una vez comprendidas, si se ha decidido seguir a Cristo, no puede plantearse el tema de la elección de la carrera sin la conciencia de que voy a trabajar en la tarea más grande que puede realizar el hombre: la de construir una nueva tierra a imagen del Creador. Como decía Teilhard de Chardin, la creación está incompleta sin nuestra participación. Para ello es necesario estar llenos de Cristo, es decir, rezar y pedir a Dios lo que cantamos en las Vísperas: "Haz de esta piedra de mis manos una herramienta constructiva; cura mi fiebre posesiva y ábrela al bien de mis hermanos".
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