El relato de algunos estudiantes que se han dejado “contagiar” unos a otros por la posibilidad de vivir al cien por cien. Cuando el deseo no se puede ahogar por miedo a las restricciones
«Este tiempo podía regodearme en el cansancio de estar solo, dejar que la vida ruede como una piedra hasta el valle, o podía ver qué hay para mí. Por eso agarré el teléfono y llamé a amigos que pudieran ayudarme a volver a empezar. Oírles me hizo darme cuenta de que su amistad no se ve amenazada por la lejanía física y me hizo desear vivir al cien por cien», cuenta Luca. «Ahora entiendo por qué me llamaste y estabas tan atento a lo que te decía, a mis dificultades. No siempre has sido así», responde un amigo. Y otro añade: «Si te ha pasado a ti, también me puede pasar a mí». Impactada por este diálogo en Zoom con sus amigos de Medicina, Chiara comenta durante un encuentro de los universitarios con Julián Carrón: «Yo también quiero participar de esta comunión viva entre estas personas».
Salta a la vista: el confinamiento no puede impedir que nos abramos al otro. No es algo que suceda mecánicamente, aunque se lleve años viviendo la experiencia cristiana. Es un camino de amistad con Carrón, que les acompaña en un diálogo intenso y constante, sin dejarles nunca tranquilos, porque al final el desafío es personal, cada uno debe decir su “sí”. Lo maravilloso es ver cómo este ímpetu del corazón genera una “simpatía inevitable” entre quien lo vive y una manera nueva de estar en el mundo.
Hemos intentado sorprender en algunos relatos de la vida universitaria la multiplicación de estas experiencias. La sorpresa ha sido ver cómo cambia la vida de cada uno y, por “atracción”, también la de otros. Pero así es el método de Dios. Lo bonito es que el desafío es para todos. A los veinte años igual que a los cincuenta.
Giovanni, en su primer año de máster de Filosofía en la Estatal de Milán, revisa el WhatsApp en su teléfono. Nada. Estos días ha enviado una serie infinita de mensajes de cara a las elecciones, en las que se presenta como candidato. La mayoría a compañeros de su curso, pero de momento no ha recibido respuesta. Este año, por la pandemia, nada de aperitivos en el patio, nada de meriendas con los candidatos, ni mesas informativas ni nada. Hay que reinventarse. Vibra el teléfono. Es Luca, entusiasmado: «Lo conseguí. ¡Tenemos a Poretti para el encuentro por Zoom! Hemos pensado como título en algo parecido a “¿Cuál es el papel de la cultura?”. Ahora mando los mensajes. ¿Sabes? Por todo lo que estoy viviendo, me gustaría que esta campaña no se acabara nunca. No hay comparación con las anteriores». Unos minutos más tarde, otro mensaje: «Bianca me ha dicho lo de las elecciones, ¿cómo puedo echarte una mano?». Es un amigo de la comunidad del que Giovanni llevaba mucho tiempo sin saber nada. Basta esto para volver a empezar con más ímpetu. «Veía suceder algo nuevo entre mis amigos, algo que me llenaba de gratitud. Y me lanzaba a la batalla de las cadenas telefónicas, los post en Facebook, los Zoom». No por activismo, sino por una vida que te “contagia” y no puedes guardarte para ti mismo.
Una noche, Giovanni tuvo una larga conversación telefónica con un alumno de primero que estaba un poco desorientado por el confinamiento. Solo se habían visto un par de veces. Hablaron de exámenes, cursos, planes de estudio. Al día siguiente, este chico le escribió: «Gracias por el tiempo que me has dedicado, ¿podemos volver a quedar?». «Ni siquiera se me ocurrió hablarle de las elecciones. Me di cuenta de que mi interés por él no iba ligado a eso, y tampoco era cuestión de generosidad. Era gratuito, proporcional a la gratitud que sentía en esas semanas tan frenéticas».
Con dos campañas electorales a sus espaldas, este año volvió a presentar su candidatura al Consejo de Administración de la Estatal. De hecho, Willi ya es un experto en elecciones, con el añadido de que la representación universitaria le apasiona, es una ocasión donde se lo juega todo. Al principio intentó programar las iniciativas que podía poner en marcha y luego… todos los días al teléfono, con WhatsApp de sus amigos proponiendo encuentros en plataformas digitales con personalidades del mundo de la cultura, la información, el derecho. O solo mensajes como: «Gracias por acordarte de mí, de mi nombre». Cada uno encerrado en su casa, pero muy presentes en la vida universitaria.
También se dieron cuenta los estudiantes de una lista rival que publicaron un post insultándole por “ser de CL”. Pero faltaba alguien. Un chico que durante dos años compartió con Willi la tarea de la representación y que le llamó para decirle: «No lo he logrado, no he podido resistir ante las acusaciones que os lanzan». Y publicó un post en Facebook donde, entre otras cosas, afirma: «Estos años he visto en los representantes de Objetivo Estudiantes a los que he tenido el placer de conocer en persona que siempre buscan la confrontación (mejor dicho, el diálogo, el buscar juntos las respuestas, sobre la universidad y sobre el sentido de la vida), nunca de manera fanática, con perspectivas diferentes de las mías pero con posiciones (distintas muchas veces) sencillamente más moderadas. Siempre los he visto afrontar decisiones importantes profundizando seriamente en las preguntas, en su propia conciencia antes aún que en su propia comunidad. He tenido tiempo para entender los motivos que les llevan a dedicar este gran entusiasmo a la vida universitaria y esta comprensión me ha enriquecido». Las cifras, casi 12.000 votantes, hablan de una afluencia récord respecto a elecciones anteriores, con victoria para su lista. Pero el verdadero resultado es otro, como escribió Willi en su comunicado postelectoral: «Hoy miles de jóvenes con su voto han dicho claramente: “Aquí estamos, queremos estar”. Por eso, más fuerte que la emoción por la victoria, es la sorpresa ante una vida que no se detiene, una vida llena de encuentros, relaciones, iniciativas. Antes en los patios y las bibliotecas, ahora entre videollamadas y encuentros por streaming. Cambia la forma, pero nos sentimos protagonistas de una historia que continúa. Hoy la Estatal manda un mensaje a Milán, un mensaje al país: nada podrá quitarnos nunca el deseo de construir juntos». Resulta fácil tildarlo del entusiasmo propio de los veinte años, pero otra cosa es dejarse contagiar por una vida que irrumpe y por un particular, como la universidad, que se abre al mundo.
En la segunda oleada, Teresa, estudiante de Jurisprudencia en la Católica de Milán, se sentía presa del miedo. Cuando está sola, su pensamiento se aferra ahí y no la deja tranquila. La verdad es que el miedo es síntoma de unos deseos que lleva dentro desde hace mucho tiempo: que nada se pierda y se acabe; que, desde la mañana a la noche, su vida no sea inútil. Esto la deja aún más intranquila que antes. La realidad debe darle alguna respuesta. La primera llega con la intervención de un amigo en la Escuela de comunidad: «Percibo en mí un gran deseo de vivir la universidad como protagonista. ¿Pero eso qué quiere decir en medio de todas las restricciones que no debemos saltarnos? ¿Qué quiere decir no conformarse? ¿De dónde nace este deseo? Me gustaría compartir esta pregunta con todos, no solo dentro de nuestra comunidad». Se abre la partida y Teresa no se retira. Escribe con unos amigos un manifiesto donde se lee: «Todos nos vemos desafiados a decir “yo”: tomar postura y asumir responsabilidades. Ante las nuevas restricciones impuestas por las autoridades nacionales por el empeoramiento de la situación, mientras cada uno de nosotros viva con el deseo de estar y responder a la realidad, la universidad no estará cerrada. La universidad no se cierra mientras vivamos». Lo reparten entre los alumnos, el rector, los decanos de facultad.
Surgen encuentros inesperados. Una compañera de clase le pregunta: «Teresa, ¿cómo es posible estar ante una situación en la que todo está cerrado sin morirse por dentro?». Otra, en cambio, al principio trata de desviar la cuestión: «Sí, está bien, ¿pero qué queréis hacer los de CL?». Teresa no se queda en la polémica y responde: «No te escondas. ¿Tú para qué vives? ¿Qué desafío te supone escribir la tesis?». Pone a su amiga entre la espada y la pared. «No, escucha, si la situación lo permite, aunque sea a distancia, necesito verte y hablar contigo porque ahí no tengo escapatoria». Es solo el comienzo de una serie de diálogos, la mayoría online, que no se limitan a los amigos o compañeros sino que involucran incluso a rectores de otras universidades.
Se estudia, se está en casa de otra manera totalmente distinta. Ya no se vive ahogado. Para Teresa, las preguntas siguen todas abiertas, pero ya no la ahogan, «puedo mirarlas con estima. Cuanto más las vivo, menos puedo quitarme de encima esa vida que veo florecer en mis amigos y en estas personas. Me doy cuenta de que solo puedo decir “yo” de verdad dentro de una relación que me genera. Esta es la promesa de eternidad que busco. El miedo se convierte en ocasión para volver a darme cuenta de esto. Así, puedo irme a dormir cansadísima, con todas mis preguntas, pero en paz. No estoy sola gritando frente a la nada». Eso se llama ciento por uno.
En catequesis, Francesca, que estudia Letras en la Católica, acompaña a un grupo de adolescentes. Son vivaces, con muchas preguntas sobre la vida y el cristianismo. Nace de ahí el deseo de organizar un encuentro con dos grandes amigos para contar lo que están viviendo en la universidad. En un momento dado, un chaval pregunta: «Ese don Giussani murió hace muchos años y vosotros no lo conocisteis. ¿Cómo es posible que el vínculo con ese cura pueda haceros tan amigos entre vosotros? Porque se nota en cómo estáis con nosotros ahora». Es verdad, Francesca no conoció a Giussani en persona, ni siquiera sabía de su existencia, ni mucho menos del movimiento, cuando conoció a estos amigos que le cambiaron la vida. Es cierto, no les une un recuerdo nostálgico de alguien que ya no está. ¿Qué es lo que estaba viendo ese chico? Francesca piensa en el relato de Juan y Andrés: a ellos hace dos mil años, a ella hace unos años, les ha sucedido algo que ha llenado su vida. Eso es lo que veía ese chaval en ellos tres. Algo que vuelve a suceder ahora.
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón