Editorial Narcea, 196 págs.
Desde hace unos años están apareciendo en ediciones Narcea algunas de las obras de Jean Lafrance, títulos como «La oración del corazón», «Ora a tu Padre», «El poder de la oración», «Cuando oréis decid: Padre», «Perseverantes en la oración», y algún otro, son obras que están a nuestro alcance y que nos pueden introducir a una experiencia fuerte de oración y ayudarnos a avanzar en este camino.
Todas estas obras, aunque desarrollan diferentes aspectos, tienen, sin embargo, un denominador común: la oración.
Para entender la obra de Jean Lafrance y la importancia que en ella tiene la oración no es necesario descubrir el trasfondo teológico subyacente. Este trasfondo teológico no es ni más ni menos que la riqueza del ser de Dios y su manifestación en la historia. Ambos aspectos están recogidos de forma genial en su libro «Ora a tu Padre».
«Ora a tu Padre» es un ensayo antropológico sobre la oración. La oración es presentada aquí como un diálogo histórico entre Dios y el hombre, diálogo que se enraíza en el mismo ser de Dios.
Partiendo de la historia, Jean Lafrance va presentando las experiencias de los personajes del Antiguo Testamento (Abraham, Moisés, Elías... ). Pero la historia llega a su plenitud con Jesucristo, pues Dios no se ha contentado con decirnos que nos ama, sino que un día, en el tiempo, se ha hecho hombre.
En Jesucristo descubrimos que la oración (diálogo, contemplación, amor) está enraizada en lo más profundo de Dios, en las relaciones internas que se dan en el ser mismo de Dios, en las relaciones entre Padre, Hijo y Espíritu Santo. Estas relaciones amorosas que se dan en el ser de Dios son el fundamento del ser del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios. Por eso la oración no puede ser nunca un añadido a la vida del hombre, sino el desarrollo de su propio ser, de su propio ser hombre creado a imagen de Dios.
Se entiende así que la finalidad de la oración sea hacernos partícipes del diálogo intratrinitario, para que a partir de ahí seamos capaces de conducir la historia y nuestra existencia hacia Dios; pues la oración cristiana no es intimismo ni evasión de la historia, sino personalización, diálogo, contemplación de Dios y orientación de la historia hacia Él.
Esta orientación hay que hacerla a través de Cristo (centro del cosmos y de la historia y lugar donde se esclarece el misterio del hombre), y en su Espíritu (autodonación de Dios al hombre que nos impulsa a vivir las Bienanventuranzas).
Quisiera terminar haciendo una invitación a leer a Jean Lafrance. Sus obras nos ayudan a profundizar el misterio de Dios, del Verbo Encarnado y Redentor, de su Espíritu y de la Iglesia, y por lo tanto el misterio del hombre. Sólo en la medida en que los cristianos seamos capaces de asimilar en nuestra vida estos misterios, y no nos perdamos en discusiones de salón, sólo en esa medida seremos testigos de esperanza para el hombre actual, el mundo y la historia.
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