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Huellas N.4, Junio 1985

RESEÑA

Ora a tu Padre. Jean Lafrance

J.A. García Botello

Editorial Narcea, 196 págs.

Desde hace unos años están apareciendo en ediciones Narcea algunas de las obras de Jean Lafrance, títulos como «La ora­ción del corazón», «Ora a tu Padre», «El poder de la oración», «Cuando oréis de­cid: Padre», «Perseverantes en la oración», y algún otro, son obras que es­tán a nuestro alcance y que nos pueden in­troducir a una experiencia fuerte de ora­ción y ayudarnos a avanzar en este camino.
Todas estas obras, aunque desarrollan diferentes aspectos, tienen, sin embargo, un denominador común: la oración.
Para entender la obra de Jean Lafrance y la importancia que en ella tiene la ora­ción no es necesario descubrir el trasfondo teológico subyacente. Este trasfondo teo­lógico no es ni más ni menos que la rique­za del ser de Dios y su manifestación en la historia. Ambos aspectos están recogidos de forma genial en su libro «Ora a tu Pa­dre».
«Ora a tu Padre» es un ensayo antropo­lógico sobre la oración. La oración es pre­sentada aquí como un diálogo histórico en­tre Dios y el hombre, diálogo que se enraíza en el mismo ser de Dios.
Partiendo de la historia, Jean Lafrance va presentando las experiencias de los per­sonajes del Antiguo Testamento (Abra­ham, Moisés, Elías... ). Pero la historia lle­ga a su plenitud con Jesucristo, pues Dios no se ha contentado con decirnos que nos ama, sino que un día, en el tiempo, se ha hecho hombre.
En Jesucristo descubrimos que la ora­ción (diálogo, contemplación, amor) está enraizada en lo más profundo de Dios, en las relaciones internas que se dan en el ser mismo de Dios, en las relaciones entre Pa­dre, Hijo y Espíritu Santo. Estas relacio­nes amorosas que se dan en el ser de Dios son el fundamento del ser del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios. Por eso la oración no puede ser nunca un aña­dido a la vida del hombre, sino el desarro­llo de su propio ser, de su propio ser hom­bre creado a imagen de Dios.
Se entiende así que la finalidad de la oración sea hacernos partícipes del diálogo intratrinitario, para que a partir de ahí sea­mos capaces de conducir la historia y nues­tra existencia hacia Dios; pues la oración cristiana no es intimismo ni evasión de la historia, sino personalización, diálogo, contemplación de Dios y orientación de la historia hacia Él.
Esta orientación hay que hacerla a tra­vés de Cristo (centro del cosmos y de la historia y lugar donde se esclarece el miste­rio del hombre), y en su Espíritu (autodo­nación de Dios al hombre que nos impulsa a vivir las Bienanventuranzas).
Quisiera terminar haciendo una invita­ción a leer a Jean Lafrance. Sus obras nos ayudan a profundizar el misterio de Dios, del Verbo Encarnado y Redentor, de su Espíritu y de la Iglesia, y por lo tanto el misterio del hombre. Sólo en la medida en que los cristianos seamos capaces de asimi­lar en nuestra vida estos misterios, y no nos perdamos en discusiones de salón, sólo en esa medida seremos testigos de esperan­za para el hombre actual, el mundo y la historia.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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