Aún se conservan en el lenguaje cotidiano, en las hablas profesionales o en la argumentación política la huella de Dickens y Pickwick.
En un aspecto de Dickens han de interesarse aún aquellos que no admiren sus libros. Porque aunque no les parezca un acontecimiento de la literatura inglesa, han de tenerlo forzosamente por un acontecimiento de la historia de Inglaterra. Aunque no ocupase un puesto entre Fielding y Thackeray, lo tendría junto a Wat Tyler y Wilkes; porque fue, en el más estricto sentido, un conductor de multitudes. Consiguió lo que quizás no haya logrado verdaderamente ningún estadista inglés: levantar al pueblo. Fue popular en un sentido de que ahora no podemos hacernos idea. Nadie goza ya una popularidad como la suya. Hoy por hoy, no existen ya autores populares. Cierto que calificamos de tales a escritores como mister Guy Boothby o mister William Le Queux. Mas lo son en un sentido mucho más restringido, no sólo en cantidad, sino en calidad. La antigua popularidad era positiva; es negativa la moderna. Entre el entusiasta de antes, que necesitaba leer un libro, y el aburrido de ahora, que necesita un libro para leer, existe una diferencia fabulosa. El lector de una novela policíaca de Le Queux desea saber cómo termina; el lector de una novela de Dickens desearía que no terminara nunca. Las gentes pueden leer seis veces una historia de Dickens, porque se la saben casi de memoria. Si hay alguien capaz de leer seis veces una historia de Le Queux, será que es capaz de olvidarla otras tantas. En una palabra: si las novelas de Dickens eran populares, se debía, no a que constituyesen un mundo irreal, sino, al revés, la realidad misma; un mundo en que el alma puede vivir a sus anchas. En el caso mejor, la intriga moderna es un entreacto de la vida. Pero en aquellos días en que las obras de Dickens se publicaban, la gente hablaba de ellas como si la vida real fuese un entreacto entre una entrega de Pickwick y la siguiente.
Esa brusca apoteosis de Dickens coincidía en la época de la aparición de Pickwick. A partir de entonces, su nombre llenó el mundo de la literatura en una medida que no nos es fácil imaginar. Aún se conservan en el lenguaje cotidiano restos de esa popularidad inmensa; todavía siguen empotradas en las hablas profesionales o en la argumentación política reliquias de esa religión tan poderosa. Sin siquiera haber abierto sus libros, aún tararean las gentes las tonadas de Dickens, lo mismo que un católico puede vivir en la tradición cristiana sin frecuentar el Nuevo Testamento.
Vida de Dickens, cap. V
Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón