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Huellas N.4, Junio 1985

PERSONAJE Y FIGURA

La gran popularidad

G.K. Chesterton

Aún se conservan en el lenguaje cotidiano, en las hablas profesionales o en la argumentación política la huella de Dickens y Pickwick.

En un aspecto de Dickens han de intere­sarse aún aquellos que no admiren sus li­bros. Porque aunque no les parezca un acontecimiento de la literatura inglesa, han de tenerlo forzosamente por un aconteci­miento de la historia de Inglaterra. Aun­que no ocupase un puesto entre Fielding y Thackeray, lo tendría junto a Wat Tyler y Wilkes; porque fue, en el más estricto sen­tido, un conductor de multitudes. Consi­guió lo que quizás no haya logrado verdaderamente ningún estadista inglés: levantar al pueblo. Fue popular en un sentido de que ahora no podemos hacernos idea. Na­die goza ya una popularidad como la suya. Hoy por hoy, no existen ya autores popu­lares. Cierto que calificamos de tales a es­critores como mister Guy Boothby o mis­ter William Le Queux. Mas lo son en un sentido mucho más restringido, no sólo en cantidad, sino en calidad. La antigua po­pularidad era positiva; es negativa la mo­derna. Entre el entusiasta de antes, que ne­cesitaba leer un libro, y el aburrido de aho­ra, que necesita un libro para leer, existe una diferencia fabulosa. El lector de una novela policíaca de Le Queux desea saber cómo termina; el lector de una novela de Dickens desearía que no terminara nunca. Las gentes pueden leer seis veces una histo­ria de Dickens, porque se la saben casi de memoria. Si hay alguien capaz de leer seis veces una historia de Le Queux, será que es capaz de olvidarla otras tantas. En una palabra: si las novelas de Dickens eran po­pulares, se debía, no a que constituyesen un mundo irreal, sino, al revés, la realidad misma; un mundo en que el alma puede vi­vir a sus anchas. En el caso mejor, la intri­ga moderna es un entreacto de la vida. Pe­ro en aquellos días en que las obras de Dic­kens se publicaban, la gente hablaba de ellas como si la vida real fuese un entreac­to entre una entrega de Pickwick y la si­guiente.
Esa brusca apoteosis de Dickens coinci­día en la época de la aparición de Pick­wick. A partir de entonces, su nombre lle­nó el mundo de la literatura en una medida que no nos es fácil imaginar. Aún se con­servan en el lenguaje cotidiano restos de esa popularidad inmensa; todavía siguen empotradas en las hablas profesionales o en la argumentación política reliquias de esa religión tan poderosa. Sin siquiera ha­ber abierto sus libros, aún tararean las gentes las tonadas de Dickens, lo mismo que un católico puede vivir en la tradición cristiana sin frecuentar el Nuevo Testa­mento.

Vida de Dickens, cap. V

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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