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Huellas N.4, Junio 1985

MORAL

El derecho a morir. (Eutanasia y distanasia)

Gonzalo Higuera

En los límites de la vida humana se plantean determinados problemas éticos también límites. Es lógico.
Por el comienzo tenemos todo lo relacionado con la manipulación genética, la anticoncepción y esterilización, el aborto,... situaciones que en su tratamiento moral llenan páginas y páginas.
Por el final de la vida se plantean cuestiones no menos importantes y espinosas que la actualidad mantiene en el candelero: la eutanasia, la distanasia, el suicidio, el «derecho a morir con dignidad», el «dulce morir», que, por su parte, reclaman la correspondiente consideración ética.
Nuestros párrafos de hoy se detendrán en esas imprescindibles consideraciones acerca del bino­mio eutanasia-distanasia en el extremo final de la vida humana.


1.- Para cualquier ética fundamentada sobre los valores humanos, la vida del hombre es valor primario contra el que no se puede atentar, sino que hay que defen­der.
La Declaración de Derechos Humanos proclamada por la Organización de las Na­ciones Unidas el 10 de diciembre de 1948, afirma en el n. 3 que: «Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona».
En nuestra Patria, la Constitución vi­gente reconoce también, en su art. 15, ba­jo el título «De los derechos fundamenta­les y de las libertades públicas» que: «To­dos tienen derecho a la vida y a la integri­dad física y moral, sin que en ningún caso puedan ser sometidos a tortura ni a penas tratos inhumanos o degradantes. Queda abolida la pena de muerte, salvo en lo que puedan disponer las leyes penales militares para tiempo de guerra». En el derecho a la vida que tiene todo ser humano se apoyan, y de él se derivan, los demás derechos del hombre, desde los más fundamentales a los más secundarios y opcionales.
Se ha intuido y razonado acertadamente llegando a la conclusión exacta, tanto a ni­vel universal como a nivel nacional, en los dos textos citados.
Más aún: de forma implícita reconocen que, además de fundamental y básico, es absoluto tratándose de la vida de cualquier ser humano inocente.
2.- Esta doctrina ética se refuerza para nosotros, creyentes católicos, desde la óp­tica de la fe y de la teología.
Confesamos que, Dios -Creador y Padre- es autor y señor de toda vida. Más autor y más señor de la vida, según nuestro limitado modo de hablar, cuanto más perfecta sea tal vida. Y la del hombre se sitúa en altos estratos: por encima de la mera animalidad y muy poco por debajo de los ángeles conforme nos recuerda el Salmo 8.
También orienta la fe acerca del último sentido que tiene la vida de los hombres: no aherrojada en el círculo de la inmanen­cia, sino abierta transcendentemente a lo eterno.
En consecuencia, nuestra vida actual y hasta su último instante es instrumento y medio para la adecuada preparación al de­finitivo y eterno estadio vital.
Pero en ambas vertientes, temporal y eterna, la vida es radicalmente don de Dios: el mejor don otorgado por el mejor donante sin ningún egoísmo, sino por el más desinteresado amor, en nuestro bene­ficio. Lo cual muchas veces y sobre todo en determinadas épocas, hemos expresado los hombre diciendo que no somos due­ños, sino administradores de nuestras pro­pias vidas. Fácilmente comprensible en el sentido acabado de indicar y que más bien somos usufructarios a mandatarios.
Prescindiendo de estos intentos explica­tivos lo que sí queda indudablemente firme es la vida como don de Dios que por su mismo valor intrínseco, su procedencia y su finalidad ha de conservarse enaltecida­mente a todos los niveles y no estropearse, ni mucho menos destruirse, sino conser­varla y utilizarla cuidadosamente.
3.- Ahora bien, cuando un don otorgado con características como nuestra vida, se nos reclama natural y providencialmente, incidiríamos en contradicción queriendo retenerlo por más tiempo y resistiendo a la entrega a la naturaleza y a Dios como autor de esa misma naturaleza. El aplaza­miento cuando la naturaleza y Dios nos in­dican que ha llegado la «hora», lo mismo que el adelantamiento final no son postu­ras éticas coherentes y por ello plantean dentro de la bioética cuestiones límites es­pecíficas como son la eutanasia y la dista­nasia.
4.- La eutanasia tiene a sus espaldas una historia más amplia que la del propio cris­tiano. El alborear de la ética cristiana se encuentra ya con el problema que no pue­de eludir y por eso lo analiza y lo dictami­na logrando, con las correspondientes dis­tinciones adecuadas, una constante ética mantenida de forma esencialmente invaria­ble hasta nuestros días.
La distanasia, por el contrario, en cuen­to a concepto y realidad cuenta tan sólo con un escaso medio siglo de vida. Los más recientes y prodigiosos avances médi­cos (mecánicos y físicos, químicos, farmacológicos, quirúrgicos, ... ) han logrado ya y lograrán aún más en un futuro no muy lejano, prolongar la vida hasta límites in­sospechados en tiempo y manera. La valo­ración ética de la distanasia se comenzó a realizar en seguida aunque aún esté abierta en buena parte.
Ambas valoraciones morales, la de la eutanasia y la de la distanasia, resultan ine­ludibles por la relación con los fundamen­tos ético-morales expuestos acerca de la vi­da humana y porque positivismos jurídi­cos, conductas inaceptables y posiciones que se van infiltrando a nivel individual o social en nombre de falsas y extrañas liber­tades provocan orientaciones y conductas eutanásico-distanásicas erróneas.
5.- Antes de proceder a la valoración éti­ca del binomio eutanasia-distanasia es im­prescindible la oportuna clarificación de términos y contenidos. Porque en bastan­tes ocasiones la falta de entendimiento y el confusionismo procede tan sólo de que, al menos en forma parcial, se solapan ambas realidades.
(Ver cuadro de la página siguiente).
Las dos formas posibles de eutanasia ra­dicalmente distintas para una comprehensiva valoración ética, son:
- la directa, positiva, activa occisiva,... que busca y tiene como intencionali­dad en primer y único plano el acor­tar o quitar la vida sin más.
- la indirecta, negativa, pasiva, leniti­va,... busca sólo y mantiene en pri­mer plano, la sincera intención de aliviar dolores extraordinarios o evitar otros aspectos negativos nota­bles, aunque quede acortada la vida o acelerada la muerte, nunca desea­da, querida, ni provocada directa­mente con o por los medios emplea­dos.
Las razones que se aducen para la euta­nasia son bastantes heterogéneas: lograr una muerte apacible o dulce; evitar dolores o sufrimientos al enfermo; prescindir de una vida (o evitar incidir muy presumible­mente en ella) tenida o calificada como personal y socialmente inútil; desgarradora para familiares, amigos y prójimo; econó­micamente insostenible o muy gravosa; sin ninguna esperanza de reversibilidad o cu­ración.
También en la distanasia se dan dos for­mas con valoraciones éticas suficientemen­te distintas en sí mismas o en sus circuns­tancias.
- la distanasia que aleja la muerte o prolonga una vida empleando todos los medios a su alcance: los más re­cientes, los más costosos; los más complicados terapéutica y clínica­mente; los aún no suficientemente experimentados; los que clásicamen­te se han venido denominando ex­traordinarios y que la actualidad de­signa, con mayor acierto, como des­proporcionados, inhabituales o no debidos por humanidad, por justicia social, conmutativa,...; sin ponderar la cantidad y calidad de los medios empleados con los proporcionales re­sultados médicos y vitales que se pre­vé obtener.
- la distanasia que aleja la muerte o prolonga una vida con el sólo empleo de los medios conocidos con la deno­minación de ordinarios y que ahora se designan con el nombre de pro­porcionados, habituales o debidos por humanidad, justicia social, con­mutativa, etc., con ponderada aten­ción a los resultados cuantitativos y cualitativos previsibles, tanto médi­cos como vitales.
Las razones que se aportan para la dista­nasia son también muy variadas y hetero­géneas: mientras hay vida hay esperanza; la vida humana es un valor tan importante que debe hacerse todo lo posible -y hasta lo imposible- para conservarla aun en su grados más elementales; los demás valores económicos, etc., se han de supeditar a esa conservación; los deseos de los familiares, amigos y del propio interesado por agotar todos los medios.

6.- Pasando ahora las valoraciones éticas tenemos que:
- La eutanasia directa es inadmisible para un creyente dentro de la moral católica y aun para cualquier ética que se precie de respetar los valores humanos. Porque, sencillamente, se trata de un suicidio cuando la euta­nasia directa la practica el propio su­jeto; o de un homicidio cuando la realiza un tercero por iniciativa propia o a petición de la misma víctima eutanásica.
- La eutanasia indirecta puede ser ad­misible ética y moralmente porque ni en la intención ni en la realidad se quiere acortar o quitar directamente la vida. Tan sólo se acepta o tolera tal acercamiento de la vida o antici­pación de la muerte porque se da su­ficiente motivo proporcionado y gra­ve para ello en relación con los efec­tos positivos que también se consi­guen y por la forma indirecta que origina el acortamiento de la vida o anticipación de la muerte.
- La distanasia con medios no habitua­les, no proporcionados, con todos los medios y además no debidos en justicia ni por humanidad, no es obligatoria éticamente. Más bien, al contrario, puede darse la obligación de no emplear o cortar el empleo de tales medios distanásicos por razones sociales, familiares e incluso de terce­ros y hasta del propio interesado. Y, por supuesto, por la voluntad expre­sa o implícita del propio paciente. Porque paralelo al derecho a nacer a nuestro debido tiempo, tenemos también un análogo «derecho a mo­rir» a nuestro debido tiempo.
- La distanasia que prolonga la vida utilizando sólo medios relativamente ya habituales, proporcionados y jus­tamente exigibles por algún título, es, en cierto modo, una obligación ética. Pero se ha de tener en cuenta la calidad y tiempo de vida que sub­sigue a tal tipo de distanasia, porque no hay que subsigue a tal tipo de dis­tanasia, porque no hay que marginar la ponderación proporcional entre las aplicaciones distanásicas y les re­sultados que se esperan en cuanto a tiempo y calidad de vida.

7.- Descendiendo ahora a cuestiones más concretas para formar una actitud ética en torno al «derecho a morir» y a la posible suspensión de medios distanásicos, pode­mos agruparlas en cuatro haces:
a) ¿Cuándo? cuando la ciencia médica asegura que son nulas o muy escasas las posibilidades de una recuperación y los medios terapéuticos empleados, ni en forma directa o indirecta, ni próxima ni remotante, ayudarán a re­cobrar la salud, impiden, por otra parte, que la muerte se produzca con su propia naturalidad espotánea.
b) ¿Quién decide?: 1) cuando el propio paciente puede hacerlo, él será el pri­mer implicado en que se corte un tra­tamiento sin esperanzas de recupera­ción. Tal consentimiento se dará con el conocimiento y la libertad sufi­cientes como las requeridas para to­mar una decisión de tanta importan­cia, lo que implica la previa informa­ción acerca del estado, esperanza de recuperación y demás matizaciones circunstanciales que dicte la pruden­cia humana en cada caso.
2) cuando el paciente no pueda mani­festar su parecer, ni dar el oportuno consentimiento por su estado de co­ma e inconsciencia, de senilidad, en­fermedad mental o causas semejan­tes, ha de ocupar el lugar decisorio la voluntad interpretativa del interesado manifestada por sus familiares, re­presentantes legales con participación del oportuno dictamen médico en equipo, y la misma sociedad por sus cauces legislativo, ejecutivo o judicial bien establecidos con anterioridad, sobre todo cuando entran en juego determinados casos distanásicos en conflicto con terceros que necesitan el uso de los medios médicos y clíni­cos con mayor esperanza de éxito.
c) ¿En qué circunstancias?: Pueden darse numerosas y distintas causas circunstanciales, aún sin sistematizar, y que están pidiendo una reflexión ética con el fin de establecer el marco mínimo de determinaciones jurídico­positivas en sintonía con los princi­pios morales enunciados y que fijen, en concreto, la imposibilidad de abusos inadmisibles cuando se halla en juego una vida humana.
Ni el enfermo, ni familiares o re­presentantes legales, ni médicos o cualquier otro personal sanitario, ni ninguna otra persona, cortarán un tratamiento distanásico retirando los medios que conservan un hálito vital en circunstancias prohibidas legal o reglamentariamente. Se incidiría en suicidio u homicidio al menos culpo­so por omisión.
En este punto hay que recordar, una vez más que las preceptuaciones positivas en sintonía con los princi­sintonizar con las exigencias éticas. Porque lo determinado jurídicamente no por eso se encuentra siempre y to­talmente justificado de forma auto­mática para la perspectiva ética.
d) ¿Con qué garantías? Teniendo un co­nocimiento precedente, completa­mente claro de las delimitaciones y contenidos doctrinales sobre la euta­nasia y sobre la distanasia. De forma que nunca se confunda, en la inten­ción ni en la práctica, la posible sus­pensión ética del tratamiento distaná­sico mantenido con medios desproporcionados o no normales en medi­cina, para convertirlo o que pase a ser eutanásico.

8.- Para los creyentes católicos cualquie­ra de las hipótesis lícitas eutanásicas o dis­tanásicas reclaman además una doble aten­ción de importancia:
En primer lugar, tener presentes las indi­caciones del magisterio de la Iglesia a la que libremente pertenecen y de la que tam­bién libremente se profesan miembros. So­bre este tema el último documento a nivel universal lo publicó la Sagrada Congrega­ción para la Doctrina de la Fe con el título Declaración sobre la eutanasia el cinco de mayo de 1980. Se recoge y actualiza la doctrina precedente sobre la eutanasia-­distanasia. Hubo antes otros de distintos episcopados como el alemán (1975), el in­glés (1975), el francés (1976), etc.
En segundo lugar, que para los creyen­tes, en cualquiera de las hipótesis lícitas eutanásico-distanásicas, existe un condicio­namiento de importante relevancia. Permi­tir acortar la vida indirectamente o no pro­longarla con medios desproporcionados o anormales, requiere la previa preparación religiosa del paciente para la muerte y el tránsito a la vida definitiva: la recepción li­bre, consciente y a su tiempo, tanto de la Penitencia como de la Eucaristía-Viático y de la Unción de los enfermos.
9.- Conclusivamente insistir en que la doctrina y práctica católica sobre la euta­nasia y la distanasia brotan de un respeto y de una defensa de la vida humana ante po­sibles desviaciones actuales por exceso o por defecto. Y se sitúan ambas con equili­brio de consideración real teniendo en cuenta que la vida del hombre es un valor eximio recibido de Dios, pero también que todos los hombres tienen que cruzar inelu­diblemente el dintel de la muerte en el ac­tual plan de la Providencia divina con la mayor dignidad posible y en la «hora» co­rrespondiente a cada uno, sin adelantos ni atrasos, para entrar en la otra vida y abrir en ella el germen de eternidad que posee­mos y llevamos en nosotros.

EUTANASIA
Acerca la muerte
Adelanta la muerte
Abrevia la vida (directa o indirectamente)
No deja llegar la «HORA»
SE MATA (directa o indirectamente)

DISTANASIA
Aleja la muerte
Retrasa la muerte
Alarga o prolonga la vida (directa o indirectamente)
Sobrepasa la «HORA»
NO SE DEJA MORIR (directa o indirectamente)

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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