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Huellas N.4, Junio 1985

IGLESIA

El Cisma de Occidente

Eusebio de Cesarea

¿Quién se beneficia de la división en la Iglesia?

Tres siglos después del cisma de la Iglesia Oriental (1054) tiene lugar el cisma de la Iglesia Occidental (1378). En este caso no hubo error teológico o herejía que causará la separación sino ignorancia de quien era realmente el Papa. Duda que ocasionó la escisión de la cris­tiandad.

LAS CAUSAS DEL CISMA
Entre todas las causas que influyen has­ta llegar a la separación podemos destacar dos:
1) La elección dudosa de Urbano VI (1378-1389). A la muerte de Gregorio XI (1370-1378) los cardenales residentes en Roma, ante los problemas que conllevaba la demora en la elección del nuevo pontífi­ce, se apresuraron a iniciar el cónclave sin esperar la llegada de los cardenales ausen­tes. Por otra parte, el pueblo, temeroso que saliera un Papa favorable a Avignon urgía a los cardenales: «lo queremos roma­no o al menos italiano... romano lo quere­mos o a todos os mataremos». Los carde­nales no se ponían de acuerdo y ante el miedo del vociferante pueblo de la plaza de S. Pedro es elegido rápidamente Barto­lomé Prignano (Urbano VI), mientras el pueblo irrumpía en el cónclave. Mucho se ha discutido sobre la legitimidad de esta elección, pero hoy la mayoría de los histo­riadores la aceptan como válida, basándo­se en la tácita aceptación posterior por parte de los cardenales.
2) Las imprudencias de Urbano VI. Este Papa que estaba bien preparado para cum­plir su misión, reunía también una fuerte dosis de orgullo y de imprudencia. En po­co tiempo su brusquedad le separó de casi todos los cardenales (a punto estuvo de abofetear al cardenal Cros). De poco sir­vieron los sabios consejos de S. Catalina de Siena, Urbano VI seguía cumpliendo al pie de la letra su lema: «todo lo puedo y así lo quiero».

EL CISMA SE CONSUMA
Las cosas llegan a tal extremo que 13 cardenales se separan del Papa y refugiados en Anagni hacen pública una declara­ción en la que se afirmaba que la elección de Urbano VI había sido inválida. Ese mismo año (1378) los cardenales rebeldes reunidos en Fondi, protegidos por la reina de Nápoles y el rey francés, eligen al cardenal Roberto de Ginebra (Clemente VII). Este después de un intento fallido de apoderar­se de Roma se establece en Avignon.
Ambos Papas se excomulgan mutuamente. La cristiandad queda dividida. Hay naciones que apoyan a un Papa y otras a otro. Dentro de las diócesis, de las órdenes religiosas, incluso en un mismo convento hay partidarios de ambos Papas. También los santos de la época están divididos: Sta. Catalina de Siena defendía a Urbano VI y S. Vicente Ferrer a Clemente VII.
A pesar de la declaración de intenciones de ambas partes el cisma se consolida cada vez más y los respectivos Papas son susti­tuidos por otros (Urbano VI - Bonifacio IX - Inocencio VII - Gregorio XII, por una parte; Clemente VII - Benedicto XIII, por otra).

CAMINOS DE SOLUCIÓN
Sin olvidar los intentos de solución por el camino de la fuerza, la Universidad de París (1394) propuso 3 caminos:
a) via ceesionis: ambos Papas deberían renunciar al papado.
b) via compromissi: encuentro y discu­sión entre las dos posturas para ver quien tiene razón.
c) via concilii: convocación de un con­cilio universal prescindiendo de los Papas en litigio. Ante la imposibilidad de las dos prime­ras vías se optará por la vía conciliar. Esta vía está ligada a 2 nombres: Pisa y Cons­tanza. El Concilio de Pisa es el desastre, ni Gregorio XII, ni Benedicto XIII aceptan este «consiliábulo» y organizaron sus res­pectivos concilios en Aquileya y Perpiñan; por otra parte los cardenales reunidos en Pisa deponen a los mencionados pontífices y nombran a un tercero: Alejandro V (1409-1410). Como conclusión diremos que de una Iglesia bicéfala hemos pasado a una tricéfala. Por el contrario en el Con­cilio de Cosntanza vuelven la; aguas a su cauce. Son depuestos los tres pontífices: Gregorio XII, Benedicto XIII, y Juan XXIII; y es elegido Martín V (1417-1431). (En el grabado inferior vemos la corona­ción de Martín V según un artista de la época. La Iglesia volvía a estar regida por un único pastor.

CONSECUENCIAS DEL CISMA
De la situación tan peculiar en que vivía la Iglesia entresacamos algunas consecuen­cias:
1.- Disminución de la autoridad papal: Si la mitad de la cristiandad apoya a un Papa y la otra mitad a otro se explica que la autoridad papal se ve seriamente dañada. Además, tanto el Papa romano como el aviñonés sentían la necesidad del apoyo del príncipe secular, lo que conllevaba la concesión de favores y privilegios. Cada Papa abusaba del anatema eclesiástico ful­minando excomuniones a diestro y sinies­tro por el más leve motivo, lo que originó que la censura eclesiástica y aún el mismo poder pontificio cayesen en descrédito y fuesen públicamente menospreciados. Al no querer renunciar a la tiara, ni siquiera por el bien de la Iglesia, hizo pensar a mu­chos cristianos que aquellos pontífices obraban con miras egoístas, todo lo cual redundaba en perjuicio de su autoridad.
2.- Conciliarismo: Dos fuentes pode­mos encontrar en la base de la doctrina conciliarista. Por una parte la democrati­zación de la Iglesia fundada en las doctri­nas de Aristóteles: si el Papa recibe su po­der del conjunto de los fieles y sólo remotamente de Dios, debe estar sujeto al Concilio Universal que representa a toda la Iglesia. Por otra parte, la doctrina del Pa­pa herético: desde antiguo se viene acep­tando que el Papa podría ser depuesto en caso de herejía y era al concilio general a quien competía dar la sentencia. Este pensamiento encuentra un campo abonado en los años del cisma. Nadie dudaba de los argumentos conciliaristas cuando estaban viviendo una situación tan lamentable. De tal manera se introdujeron las ideas conci­liaristas en la Iglesia que perdurarán hasta el Concilio Vaticano l.
3.- Galicanismo: Esta doctrina está ín­timamente unida al conciliarismo. En el plano político el galicanismo coarta la ju­risdicción de la Santa Sede para extender más y más la del rey. En el plano eclesiásti­co al galicanismo defendía la doctrina con­ciliarista y la teoría de que el Papa no po­see otra jurisdicción temporal que la que le viene por concesión de los emperadores o príncipes o por prescripción; el primado no concede al Papa el poder de modificar arbitrariamente las costumbres y estatutos de las iglesias particulares. También estos presupuestos serán condenados en el Con­cilio Vaticano l.
4.- Relajación de costumbres: No po­seyendi el Papa suficiente autoridad e in­fluencia para cortar abusos y corruptelas y hallándose la jerarquía un poco desquicia­da e insegura, es natural que el celo de la disciplina se amortiguase y la debida vigi­lancia se descuidase. También hay que de­cir que no era sólo el cisma lo que influía perniciosamente en la moral pública y pri­vada sino que las continuas guerras, pes­tes, desórdenes... ponían su grano de are­na. Hay que destacar por último, que la moral de los prelados dejaba mucho que desear.
Termino con dos ideas que me parece que se desprenden de este breve relato his­tórico:
Primera. Aunque no esté de moda tene­mos que decir que el sucesor de Pedro es pieza clave en el funcionamiento de la Igle­sia, si la cabeza visible no responde tam­bién los miembros van a estar desorganiza­dos.
Segunda. La formas más sencilla de da­ñar a la Iglesia es creando la división den­tro de ella. No debemos tener miedo a lo que pueda venir de afuera: debemos preo­cuparnos sobre todo de nuestras divisio­nes, de los dogmatismos de cada postura, de nuestras falsas seguridades, de nuestras apriorísticas descalificaciones de los de­más... Este es el auténtico cáncer tanto en los años del cisma como en nuestros días.

 
 

Créditos / © Asociación Cultural Huellas, c/ Luis de Salazar, 9, local 4. 28002 Madrid. Tel.: 915231404 / © Fraternità di Comunione e Liberazione para los textos de Luigi Giussani y Julián Carrón

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